Elegía por Jack Kerouac, de Parménides García Saldaña

Hasta donde sabemos, el siguiente texto había permanecido sepultado por más de cuarenta años, luego de que el ondero Parménides García Saldaña lo publicara casi un par de meses después de la muerte de Jack Kerouac (1922-1969). Jack kerouac escribió “On the road”, la biblia de toda una generación. Fue narrador, poeta y guardabosques. Se le recuerda aún caminando por San Juan de Letrán en la Ciudad de México.

 

 

 

 

Elegía por Jack Kerouac*

 

 

  EL 21 de octubre de este año murió en San Pe­tesburgo, Florida, Estados Unidos, Jack Kerouac a los 47 años. Jack Kerouac o Jack Kaira o Jack Heap of Stones o Jack Cornwall o Kairn Wal o Jack Kernuac o Jack Kerr fue uno de los actores principales del movimiento beatnik. Fue uno de los filósofos más lúcidos del movimiento y el cronis­ta. Fue el filósofo de la Beat Generation, el acadé­mico del lenguaje beatnik. Profeta de estos tiem­pos, los nuevos tiempos de la sociedad nortea­mericana. Hoy, sus novelas están viviéndose en todas las ciudades, las calles de Estados Unidos de América. Hoy, el mundo de las novelas de Jack lo están viviendo los diggers, hippies, yi­ppies de todo el mundo, incluyendo nuestra ge­neración misticosicodélica que quiso hacer un Tí­bet en la Sierra Mazateca, allá en Huautla. Don­de crece la carne de Dios para purificar el alma y los corazones de los hippies autóctonos, que buscan a Dios a través de las enseñanzas de Buda o Cristo o de cualquiera de los swamis o simplemente a través de intoxicarse con una droga para que la mente se abra a las percepcio­nes cósmicas, el saber ontológico. Hoy, los onderos de México leen los “Vedas”, buscan el “Kar­ma”, la naturaleza verdadera de todo, seguir rectamente los principios del “Darma”; genera­ción que busca el camino de Buda y en vez de ha­blar sobre la verdad, entrega flores; y camina por las carreteras de México, con la V de la paz y el triunfo del futuro en las manos; estudiando los “tatwas”: el Universo visible corno el invisi­ble no es más que el efecto del éter. Hay siete vibraciones del éter, los “Tatwas” son’ “Prithvi” (el cuerpo), “Apas” (el cuerpo astral), “Tejas” (la mente inferior), “Vayu” (cuerpo causal supe­rior), “Akash” (el retorno al estado primitivo), “Anupadaka” y el “Adi Tatwa”. (principio eterno del inundo divino). Muchachitos no mayores de 20 años tratando de descifrar la “Tabla de Es­meralda” de Hermes Trimégisto; leyendo los libros esotéricos de Eliphás Levi, buscando la paz interior en la posición de los planetas, aprendiendo astrología para llegar a Dios, viaando en ácido o en mariguana o en peyote para que Dios les conceda una entrevista y les sean revelados los secretos, las palabras del absoluto. Buscando la iniciación camino a Huautla. Tal vez alguno sea  un Rama o Krishna o Hermes o Moisés o Orfeo o Cristo llegando a la Tierra Prometida. Y muchachitas que para escuchar la palabra de Dios dejan sus casas y se visten como pordioseras si­guiendo los principios de la humildad y la cari­dad y también van en busca de la palabra, la purificación porque esta ciudad las ha contami­nado, ensuciado su alma y corazón. Y ellos y ellas quieren vibrar a ritmo del Universo y transmitir a todos su limpieza. He aquí los personajes de las novelas de Jack Kerouac, quien con Allen Ginsberg, William Burroughs, Gregory Corso, Jack Cassidy, Lawrence Ferlinghetti, Alan Watt, fundó la Sociedad Beat, pequeña comunidad que originó a la Hip. Padre del vocablo Hipster, de donde se derivó hippie. Quien usó la forma del hai ku or primera vez en tierra norteamericana, para expresar sus estados místicos, y habló de “Los Vagabun­dos del Darma” que opusieron una religión a otra, para buscar una verdad que se había perdi­do entre el cemento, la soledad de las grandes ciudades norteamericanas. Jack Kerouac fue quien le enseñó a George Harrison el camino hacia la India, la búsqueda a los Beatles de los gurús. Quien a Bob Dylan le dio la decisión necesaria para ir al Camino y vagar por Estados Unidos: ir a New Mexico, Co­lorado, Texas, Ohio, Oklahoma, buscando su vi­da, ver cómo vivía la gente y qué buscaba la gen­te en la vida; y enfrentar una realidad personal a una realidad colectiva y vacía, de gente muy segura de sí misma. Cuando Jack Kerouac se lanzó al camino, na­die preveía que con su modo de vida, iba a pro­vocar una de las revoluciones más singulares del siglo XX. Que con sus libros iba a anticipar un modo de vida que ahora es de cientos de mi­les de jóvenes norteamericanos, ingleses; y en menor escala, en otras partes del mundo, inclu­yendo a México. Recuerdo cuando entré a una librería y vi En el camino, novela de Jack Kerouac. Me gustó mucho el titulo. No suponía de lo que trataba. Leía entonces literatura norteamericana, pero fresa: Hemingway, Faulkner, Salinger, Fitzge­rald. No sabía de la existencia de la Beat Gene­ration. Compré On the road, editada en español por la editorial Losada. En parte, me identifiqué con el modo de vida de la novela. Y Yo había querido vivir así, reco­rriendo calles, ciudades, pueblos, ir de aquí pa­ra allá, buscando… ¿qué? Algo, cualquier cosa, pero ver y escuchar a la gente. Ver mi país, ver otros países. Ir en busca de mí mismo, en el camino sólo lo encontraría. La ciudad de México me asfixiaba, me asfi­xiaba ir a la escuela, las amistades que tenía vi­vían con moldes, trataban cautamente de que yo también tuviera un molde. Más que leer, quería ver la vida. Pero tenía miedo de ir al camino. Por otro lado, durante cierto tiempo –en mi breve vida de estudiante universitario– la política consumió mi vida, más teórica, que práctica. Y tenía problemas de conciencia para no mandar todo al diablo, ir al camino. Estar en el camino. Tenía amigos muy solemnes que eran sabios que sólo habían viajado de su tierra natal a la ciudad de México, en ómnibus y realmente, su vida, ca­rente de interés, me aburría. Cuando leí On the road fue una revela­ción. Un mundo se revelaba frente a mí, en cada página hallaba algo. Descubría un mundo lejano, pero intensamente vital. Veía a mi país con otros ojos. A Estados Unidos con otros ojos, sin gafas. A los 18 años había hecho mi primer via­je solo a Estados Unidos en busca de una nena, New Orleans y la tumba de Willams Faulkner en Oxford, Mississippi. Regresé con una pésima im­presión de mi amiga, con un amorsísimo a New Orleans y con un librito de John Faulkner, My Brother Bill, sobre la vida de Williams Faulk­ner. Regresé porque me dio una horrible para­noia que hizo que allá en Estados Unidos no ha­blara con nadie, no confiara en nadie, ni siquie­ra para pedir una hamburguesa o una coke. ¿Qué encuentro en On The Road? a los “swin­gers” que viajan por Estados Unidos, en camio­nes de carga, en trenes de carga, en coches vie­jos, en busca de las chicks para hacer el amor; que van a San Francisco para escuchar a Shea­ring, Young, Charles; que hablan de lo grandio­so que era Charlie Parker y lloran escuchando los discos de Billie Holliday. Ellos que en los só­tanos de Frisco escuchan a los negros que tocan jazz, que buscan a las chicks para buscar una re­velación divina en el amor físico y se entregan a la búsqueda de laeverdad a través de la morfina, la mariguana, el peyote; y establecer así un mundo subjetivo, aislado, fuera de la sociedad norteamericana preocupada por los coches, los refrigeradores, la casa, olvidada de que el amor es comunión. Los Beatniks son los outsiders que tratan de vivir cada instante de su vida, en opo­sición del mundo square que trata de olvidar ca­da instante de su vida. En un inundo de opulen­cia, los beatniks viven como los negros. Se unen a ellos: son los primeros blancos que a través del jazz rompen la barrera racial, que, como los ne­gros, practican el amor “Libre”. En el camino, “con mariguana, amor, música. Sin dinero, con los pantalones de mezclilla y los huaraches y la camisa de obrero y los cabellos sucios del pol­vo del camino y la barba larga en la que está el tiempo andado en el camino. Y Jack Kerouac habla de México, de sus via­jes, de sus impresiones del paisaje, de los indios mexicanos, de las indias mexicanas que le pare­cen las mujeres más bellas de la tierra. Para Kerouac son dioses y diosas prehispánicas en el siglo XX. Y Kerouac viene a la ciudad de México y busca mariguana en las ciudades perdidas, y va a buscar peyote en Chihuahua. Teoría es prác­tica, y vida es literatura. Y sus novelas es un mundo limitado a la experiencia: pero esa expe­riencia se proyecta hacia el futuro, anticipa el mundo que ahora está en crisis. Pero, para mí, una novela de Kerouac es más valiosa que cualquier novelista mexicano, muy bien escrita, que habla de un mundo aburrido de tan dicho, de tan, después de todo, folk. Jack Kerouac fue un profeta que anduvo en el camino y habló de lo que vio, sintió, aprendió. Para que hoy, muchos, sin saberlo lo estén viviendo. Y pa­ra que muchos, recapaciten sobre la obra que lla­maron de quinta categoría y vean que no les ha quedado otra cosa que seguir las huellas de Jack Kerouac, en el camino. Y que lo que vean y oigan y aprendan y escriban, Kerouac ya le dijo. Para la literatura norteamericana es muy importante la Beat Generation, no sólo porque creó un estilo de decir las cosas diferentes, que influ­yó en los jóvenes que ahora escriben canciones de rock, sino porque, por primera vez en el siglo XX, se da una Generación de Escritores que, co­mo los surrealistas, fundaron y crearon un mo­vimiento. Beat Generation no es un nombre, es una generación de “outsiders” que empezó a vi­vir al ritmo intenso del jazz, que habló, gritó y aulló para que una generación posterior de jóvenes despertara del sueño norteamericano. Los Beatniks dejaron las universidades, bus­caron en los sótanos de Brooklyn y Harlem a los negros que tocaban jazz, fueron a New Orleans para surtirse de la heroína que llegaba en los barcos extranjeros; a la realidad general nortea­mericana sobrepusieron una subjetiva de pesa­dillas, éxtasis, alucinaciones, locura. Amor loco a la música de los negros, amor loco al amor físi­co, amor loco a la locura. Con su locura iniciaban la resurrección de un pueblo que para Allen Ginsberg era Moloch. Moloch, Dios de la Sociedad Norteamericana. Los Beatniks eran sólo una pequeña sociedad, una secta que no representaba nada a los ojos de la limpia sociedad norteamericana. Una secta que era una moda más. Locos que venían de los bohemios de todos los tiempos. Buscando onda en los subterráneos. Las celdas del cerebro sacu­didas por jazz, sexo, droga. Blancos perseguidos por blancos, encarcelados por delitos contra la salud. Encarcelados porque con su actitud vital derribaban una sociedad cuya higiene descansa­ba en el trabajo. Eran encarcelados por vagancia, suciedad. Porque eran todos los nihilistas del mundo desfilando –suéters de Oaxaca, Huaraches de Durango– por las grandes avenidas de Chicago, New York, San Francisco. Los buenos salvajes que obtenían revelaciones místicas en las terminales de la GreyHound, en los trenes de carga que pasaban por Camarillo, donde Charlie Parker estuvo loco y fue vuelto a la normalidad; en las carreteras entre el Desierto Mexicano. Beatniks amando nuestro país, la cultura pre­hispánica, el mundo mágico indígena, antes que nosotros. Obteniendo visiones en Colombia o Pe­rú. Buscando a través del Zen a Dios. Hoy Gurús de los Hippies y Yippies y Diggers que se aso­cian en los festivales de música pop, para que la Sociedad Norteamericana se dé cuenta que algo está cambiando, que cientos de miles de jóvenes norteamericanos son ahora la consecuencia de Dean Moriarty, Carlo Marx,. Sal Paradise, Old Bull Lee, Marylou, Camille Moriarty, Mardou Fox, Fran Carmody, Rosie Buchanan, Maggie Cassidy: esos vagabundos solitarios que en la dé­cada pasada, empezaron a buscar a Dios y al hombre, a través de otros conceptos muy alejados del American Way Of Life. Personajes de las novelas de Jack Kerouac: On The Road, Tho Dhorern Bums, Maggie Cassidy, The lene­sone Traveller, The sub terraneans. Jack Jorouac; descansa en paz. En el camino dejaste flores, incienso, tu vida, fuiste un ángel y moriste como humano. Fuiste un hipster que le dijo a Allen Ginsberg cómo Aullar. Que apren­diste mucho de Jack Cassidy y de Buda también. A un pueblo le enseñaste que para creer en Dios se necesita algo más que decírselo en una mo­neda de dólar. Buen Salvaje viviendo entre los bosques, ahora estás en el lugar donde habitan tus amigos. Estás al lado de Charlie Parker, Leadbelly. Viviendo en el paraíso que imaginó tu cerebro entre sueños. Kerouac modern cat. Daddy of cats and chicks. Craziest! Old Man Mo­se is dead. But Kerouac get ahead.   *La Cultura en México, 17 de diciembre de 1969, p. VII.

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