Presentamos un cuento de la poeta y narradora sonorense Elia Casillas. Es egresada de la Escuela de Escritores del Sur de Sonora. Actualmente es colaboradora del periódico Diario del Yaqui. Ha publicado los libros “Ante el Cristo Repujado que me ve”, “Sola sin tu sombra” dedicado a Frida Kahlo y “Reyes y ases del beisbol”.
Des( g )ranar
Esa noche, sentí que mi vida iba en desnivel, de pronto, nada ni nadie podía detener esta muerta de a poco, esta muerta medida, esta muerta despellejada lentamente en su primitiva sombra. Mi vida era una piedra, que hasta los grillos pateaban. Cada tarea que intenté realizar, era eso, sólo eso: intento. De ahí, no iba más allá, pero ese anochecer fue el acabose, por más esfuerzo que hice, no veía un hueco que señalara un sendero donde los árboles mordieran la tierra y pudiera perseguir el arco iris, derramarme en el pasto con la inquietud del rocío, oler el cielo, oler, oler, oler el viento, el mar. El mar acariciando cada relámpago de mis túnicas, seducida en su furia, fornicada en sal y agua brava.
Pero no, míos son los silencios, y despoblados, de pronto me crecía un desierto que no alcanzaba a detenerlo. Yo; soy una casa sin avenidas, un pueblo sin puertas, una ciudad oscura y empecé a reconocerlo. Entonces, fui a mi lugar, a mi esfera, y me tiré dentro de mí, como cuando no comprendía por qué todo era un desastre. ¿Por qué la soledad me ha cercado? ¿Cuándo dejé el sol detenido en el ventanal, sin estrellas, sin ruido, sin pájaros? ¿Por qué la gente me estorba tanto?
La última reunión a la que asistí me pareció tan estúpida que en cuanto pude, inventé un pretexto y salí por zapatillas. Ver aquellas mujeres hablando de algo que para mí era tan distante, tan absurdo, tan rosa, tan monótono. Sus compras, los robos de sus empleadas, las interminables dietas, y sus continuos rebotes, escuchar cada detalle de lo buenas que eran educando hijos, como los alimentaban, y como para cada enfermedad, tenían una receta. Otra, eran sus idas al salón de belleza, cortes, tintes, lo mucho que les costaba mantenerse a la vanguardia en cuanto moda y estilos y yo, pidiendo que aquel suplicio terminara, terminara para mí. Ellas nunca acaban, siempre es lo mismo, multiplicado por lo mismo, ellas, repetidas en otras, haciendo lo mismo. Ohhhh a sus actuales fechas, agregaron enormes pérdidas en casinos, sin olvidarse de comentar como algunas estaban en remate, y al filo del divorcio, debido a sus desfalcos. El cafecito, su mentado cafecito donde sabían el teje y desteje de la baraja pueblerina, de reyes baquetones y sotas bribonas, sin dejar fuera ases delicados, comodines be, y reinas desaparecidas, por supuesto. Así que, al primer comentario tan dicho y hecho, arranqué y nadie me detuvo.
Por eso, en medio de la oscuridad viene a mi computadora. Observé la hoja, blanca, limpia, cándida. El pecho oprimido no me permitía respirar con soltura, así como cuando estoy sosegada. Y tú ahí, de nuevo en mí, con tu imagen descuartizando cada perro de mi vida, de la noche, y de mis pausas, con los ojos traspapelados, ¿y tú? ¿Y yo? Nunca entendiste, y ahí, me hallaba desnuda, corriendo entre picos, sobreviviendo a una y otra trampa, con tu mirada insistente en la espalda, y en cualquier costado. Huí de ti, de mí, con tu voz pegada al collar, y las manos desazonando la nuca. Sangré, sangré y desangré todas las llagas para sacarte, pero en cada alto te repetías como rezo de novena, mientras, rehusé las marañas que tus dedos largaban. ¿Y cómo saber que tejías?
Sólo me descubrí enloquecida, llorando, sin reconocerme en los espejos, con tu nombre cosido en la garganta, en la lengua, en los labios, brotando en cualquier manecilla de mi angosto tiempo. Dormida y despierta tú, tú en la saliva, en el lienzo, en el almohadón, y de pronto, tú, eras mi adversidad más cercana, el muro donde desangraba mis ojos. Quise soltar las piernas y me ardían los dedos, los anocheceres eran mantos blancos, tocabas mi alborada, los muslos, y del ombligo hiciste una fuente donde chupaste alegrías, y espasmos.
No conseguí quedarme, eso era igual que aceptar dominios, cortar éxodos, desprender equipaje, independencia, y aunque eras sólo tú, encajonado en mí, corté lunas, calles, porque mis ilusiones ya estaban en otros zapatos. No sabía explicar, cada disculpa era arma que usabas, tampoco quise ponerme en tu socorro, porque ya me tenías. Entonces, corrí,
corrí,
corrí con mi origen picado, y con el corazón incoloro hice de ti una brecha, a la que nunca regresé.
Debía sacarte y lo hice. ¿Lloré, sufrí? -Todo tiene un precio-, ¿dónde habré escuchado esa frase? Eso asimilé de ti, fuiste un juez duro, cualquier súplica la habrías tirado, tus incisos me enseñaron más que tus parlamentos, aprendí a conocerte para tomar olvido, hasta ahogarme en tu venganza. Además; no sabia implorar, tampoco hubiera servido, eras tú, tú y tus juicios, si, porque yo, estaba en el hoyo profundo de tu ley, enfangada en el sin sabor de mi pena. Con los párpados adoloridos, intenté acomodar el reloj de mis entrañas, para que la destemplanza cediera el vientre, labios, cabello.
En medio de mis tinieblas, sólo me precisaba a mí, a mí en la primera fila del monitor. Palpé la frente, y las manos cerraron la vista, y… En un instante, tenía los ojos vidriosos, y brotó una lágrima,
luego otra y otra
y otra
y otra
y otra
y
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y
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nada lograba detenerlas, ni siquiera mis palmas, ya que eran tantas…
Nunca fui de llantos, tampoco me quedo con todo lo que dicen, pero en ese momento, percibí que no era yo. Sin embargo, me di cuenta que no eran gotas las que caían; de la oreja izquierda empezó a resbalar algo, puse la mano en el oído, era agua y al olfatearla entró un olor a río, a río con lluvia. Cuando llueve los ríos arrastran lunes y domingos, traen patria, hembras, cantos, rondas, villas.
Al menos uno de mis deseos se cumplía a medias, estar con el cuerpo al aire, aspirando la campiña. Tanto ambicionaba mi rescate, que sentí que el agua era la misma naturaleza. Traté de no preocuparme porque el líquido continuaba saliendo, y de pronto algo saltó por dentro, la cabeza rebotaba de un lado a otro y… lancé un grito que se escuchó en todo el barrio, o al menos eso creí, ya que nadie vino a ver aquello que me horrorizaba y…
¡u
n
a
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a
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a!
¡Si,
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A un lado se había precipitado una
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sí, una
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salió de mi oído! La
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brincaba sin detenerse, sin dejar de verme, luchando por regresar al sitio de donde bajó. Y yo, me hacía a un lado y a otro, para que no me tocara. Consideré que todo eso se debía a la imaginación, si, ¿cómo una
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a
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iba a salir de la cabeza? ¿Cuándo y cómo entró? Debía estar delirando o ¿me hallaba dentro de un sueño infame?
Pero no, el animal seguía ahí, observándome. Iba y venía como pelota, sin quitarme la mirada, sus ojos grises, negros, no sé, duros, sí, duros, como si en vez de ojos tuviera un vidrio profundo, un abismo grisáceo, sin fin. De pronto, descubrí que me veía amorosamente, eso era conmovedor, porque uno sabe de miradas, y esa rana estaba enamorándome.
En eso, me estremeció otro tamborileo
y luego
otro
y
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entonces, surgió la siguiente
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a.
¡Ya eran dos!
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n atropellándome
dos a
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fuera del cuerpo
ranas dentro de casa
en mi espacio ranas
ranas en mi vida y yo, desconocía el porqué. Puse las manos temblorosas en el rostro, un escalofrío asomó desde el cerebro hasta las raíces del cuerpo.
Seguía parada, y en ese momento, por las piernas apuntó un líquido, creí que orinaba de miedo, pero no, era el mismo olor a río, a monte, a pasto, iba a acomodarme para detenerlo, pero de un jalón noté que algo atravesaba la vagina, algo baboso cayó en la panty,
al quitarla brincó otra
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n
a
y luego otra
y otra
y otra
y otra
y otra
el organismo empezó a convulsionarse, los anfibios brotaba sin parar por mis orejas, entre mis piernas, y ahí estaba yo, pariendo
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s diez
cien r a s r r
s a n s a r a a
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miles de a n n s a n a r a n a s n a
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botando en un círculo y yo en medio i d i
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o g o con la piel
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g i r a n d o con mi libertad
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g i r a n d o con el vestido blanco
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con los brazos abiertos
con las
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que continuaban apareciendo y se unían en una extraña danza, donde yo, era el punto.
En un santiamén el estudio estaba inundado, varios riachuelos corrían por toda la casa, una sarta de animalejos verdes alrededor de mí. Quise cerrar los ojos, pero no podía, eso rebasaba cualquiera de mis terrores, tenía la boca seca. Nooooooo noooooooooooo noooooooooo mis alaridos al salir, ya iban mudos. El redondel empezó a reducirse, las ranas comenzaron a subir una sobre otra en segundos, cuando menos pensé, aquello es una torre, del organismo dejaron de salir animalejos, me senté y puse el rostro entre las rodillas, las ranas giraban
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y cantando
cantando
cantando
cantando
mientras daban vueltas con mi vestido blanco.
Pedí que la pesadilla terminara, el faro continuaba rondando con la misma canción, la misma tonada,
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Rezaba con la mente, de mi garganta no salían salmos. Poco a poco, los coros declinaron, una luz se dejó ver, las ranas desaparecían en flashazos. Tal vez mis rezos, tal vez mi fe, o tal vez, eso era una maldita visión, producto de mi laberinto silencioso.
Con el corazón en brincos, regresé a mi computadora, debía escribir, debía contarlo. Arranqué y… Los ojos vidriosos
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y el repiqueteo en la cabeza
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mil
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s…