Poesía panameña actual: Javier Romero

Presentamos, en el marco del dossier Muestrario de Panamá o poesía en las esclusas. 13 poetas Caribe Istmo-Pacífico 1949-1987, preparado por Javier Alvarado, la poesía de Javier Romero (Chorrero, 1983). Obtuvo el Premio de Poesía “Demetrio Herrera Sevillano”. Parte de su trabajo poético ha sido traducido al inglés, francés, portugués, maltés y macedonio.

 

 

 

 

 

 

 

Las Despedidas

 

                                                                      A  Yazmín

 

 

El tiempo te descuartiza frente a mi sombra

cuando el agua de tu muerte

se estanca en la pupila de mis venas

y un montón de hojas podridas

saturan la tristeza de mi sangre.

 

Y en una casa extraviada en algún sueño

los helechos soplan una llovizna silenciosa sobre tu vida,

a veces allí te encuentro

y te entrego las alas de un árbol,

para que mojes el cirio

que derrama su crepúsculo hostil entre tus manos.

 

Pero también existe un reloj de enfermas primaveras,

una costra de atardeceres en un océano lejano,

un cuerpo desnudo tatuado de eternidades

y la cáscara de un beso

donde se empozan las despedidas.

 

 

 

 

 

 

Te Vas

 

 

Te vas, mi niña.

De tu sombra van colgando mis entrañas.

 

Oiré latir la lluvia en la frecuencia de un disparo,

y viviré así, medio podrido,

cubierto mi esqueleto

de pétalos sulfúricos

y alambre.

 

 

 

 

 

 

Victoria

 

 

Te quiero porque te llamas Victoria,

porque eres libre como todo lo oscuro,

porque eres dulce como todos los licores

que encuentro y amo en el instante más nocivo de la madrugada.

 

Te quiero porque cuando dices “carajo”

parece que la boca se te llena de algas

y de hojas

y de mariposas marchitas

que volvieran a la vida en la perfección del silencio y de la lluvia.

 

Te quiero porque no me dejas más opción que la tristeza,

porque no me crees,

porque no te importa mi sed de trascendencia,

porque te fabricas látigos y cuerdas con mis nervios

y jeringas de morfina con mi llanto.

 

Y también por tus ojos

luces fatuas al final de la noche en que tropiezo;

y por tus piernas

andaderas de mi muerte

vértigo cruel que me aniquila,

y por tus senos breves como infartos de mi soledad.

Y por tu boca, tu boca alucinada, vislumbrada en sueño,

tu boca extrañamente abierta donde entra mi sudor,

el mar , un pájaro ciego y su blanca tempestad a cuestas;

tu boca extrañamente abierta

después de que mi aliento se enreda en tus cabellos

y me despeño en el barranco de tu sexo hasta no ser nada, nada,

apenas un soplo alcoholizado, sólo esta incertidumbre palpitante que te busca ,

que te ama.

 

Te amo

porque amas lo imposible y lo perdido.

 

 

 

 

 

 

 

Despertando en una casa extraña

 

Despertar en una casa extraña

después de haber bebido el tequilla de la noche y sus gusanos,

buscar el baño con la urgencia de expulsar los últimos residuos de mi alma,

comprender los ruidos que definen el lugar de la tortura

y al final sólo encontrar la puerta que sellé con mi ceniza.

 

No me queda más remedio que inventarme juegos y exorcismos.

(Puedo, por ejemplo, sacar el muñón por la ventana.

El muñón es una hoguera donde arden las tardes sumergidas en la niebla,

el ritmo de tu risa que alborota el follaje de mis lágrimas,

la punzada de mi pecho, el ruiseñor y su disnea,

la bandera de desahucio con la cual me enviaste a la conquista del invierno.)

 

No me queda más remedio que escribirte frases funerarias,

que escribir tu nombre como si escribiera un epitafio.

No me queda más remedio que buscar el agua, el ansiolítico, el cigarro,

y drenarme de tu sombra hasta el colapso,

hasta escuchar el crujido de las puertas

anunciando que ha llegado el tiempo de enfrentarme a los verdugos.

 

 

 

 

 

 

La  Costra

 

Esperar la noche,

el solitario golpe del humo en los pulmones,

el ladrido del perro que no me permite dormir

y me recuerda que aún no saco tu cadáver de mi cama,

la confesión que subirá de tu saliva hasta la mía,

la extrañeza de mirarte bajar por una calle que también es una puerta sin aldaba.

 

 

La noche es una costra que me arranco con tus manos.

Con tus manos que ahora llevan dos maletas con el peso exacto de mi muerte.

 

 

 

 

 

 

Flama Azul

 

Para M.

 

 

Hay un azul de flama que me espera

desde mucho antes de que el árbol por fin se deshojara. No sé cuál.

Tal vez el mismo árbol que amé desde la infancia.

Sé que no hay retorno a sus raíces,

sé que el asma en mis pulmones es su velamen agitándose en los vientos de la muerte.

Sé que ya su tierra no llenará mi boca,

no me hará escupir los pájaros

con los cuales pude hablar como un violín en la llovizna de tu sueño.

 

Trataré de recoger sus hojas,

de cortar mi corazón sobre su tronco,

colgaré tu trenza de la más herida de sus ramas,

pegaré tus fotos (las que nunca tuve) , la pulsera aquella que rompí

porque no pude soportar la belleza del invierno en tus cabellos;

las cartas que nunca tuve el valor para entregarte servirán como mortaja de su otoño.

 

Sé que todo será inútil.

 

Sé que tú seguirás fija en tus barrotes,

que la mariposa que coloqué sobre tu pecho jamás abrirá sus ojos en tus ojos,

que nunca podrá su estambre penetrar en tus pestañas.

Sé que tendré frío hasta ser viejo,

que en cada espejo algo muy triste callará

cuando tu voz regrese a soplar sobre mis llagas,

como una criatura que llorando se alejó del mar

para morir en medio de la lluvia.

 

 

 

 

 

 Ofrenda

 

Primero mis manos,

porque con ellas pude lastimar el mundo.

Después mi pecho lleno de noches y de astillas.

Luego mis brazos, remos ciegos en la fatiga de mover el fango de las horas.

También mi boca donde arden el ron, el polvo de tus labios

y la palabra del amor sepultada hasta la “carie”.

 

La temperatura de mi llanto, mis piernas en su lástima terrestre,

el avispero de mis versos, el juego del suicidio, el estertor del vino,

el sudor de mi locura, lo terrible que soy

cuando no puedo escucharte hablar

bajo la lluvia que acompaña mi desvelo,

la furia de quererte en la claridad violenta de tu odio. Mi vergüenza.

 

Todas estas cosas di para calmar tu fiera.

 

 

 

 

 

De Lluvia Inflamable

 

PALABRAS DE UN CLON

 

 “… el ser y la nada se engendran.”

Lao Tse

 

 

 

I

 

Como toda buena Teogonía

primero fue la oscuridad,

la Bioquímica danzaba

en los caminos del origen;

no era la vida

ni la muerte,

sólo un pulso,

un insistir desde lo eterno.

 

Las claves de la lengua

-veloces electrones –

surcaban el primer silencio

que ningún oído humano escuchará.

 

Los ácidos nucleicos

eran dioses diminutos

que esparcían pensamientos, gestos,

rescataban antiguos planos de ensamblaje;

entonces fue el crepúsculo,

el soplo de la espuma,

la creación de lo divino

en los laberintos del genoma:

 

¡El verbo estaba vivo!

 

Fui un lejano sueño sin recuerdo,

cosmos celular,

en mi se iniciaba un rito,

una dinastía;

arcángeles proteicos me cuidaban,

aguardaban el momento de la profecía.

 

¿Aún no lo comprendes?

 

Yo

vivía en ti como tú en mí

desde antes de las invasiones del esperma,

la historia y el fusil entre las manos,

la pupila y la imagen de la sombra,

antes de que el sexo

tomara su ración de sentimiento.

He vivido en ti

como la voz obnubilada del instinto,

como aquella nada innominable

que engendró la totalidad de tu existencia

 

 

 

 

 

Datos vitales

Javier Romero (Chorrera, 1983) es poeta, director de teatro  y profesor de Literatura. En el año 2002, obtuvo el Premio de Poesía “Demetrio Herrera Sevillano”, por su poemario Delirios de la sangre. En los años 2004 y 2006 obtuvo Mención de Honor en el Concurso de Poesía Joven “Gustavo Batista Cedeño”, con las obras Poemas para encontrar a un ser humano y Meditación en un laberinto, respectivamente. Parte de su trabajo poético ha sido traducido al inglés, francés, portugués, maltés y macedonio.

 

 

 

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