Dossier de cuento boliviano actual

Iniciamos en Círculo de Poesía el dossier “El cuento en Bolivia: un gato sin sombra” preparado por la narradora Giovanna Rivero. Se trata de una reunión de dieciséis cuentistas bolivianos de primer orden e importancia en su tradición. Presentamos, en primer sitio, la introducción a este dossier que, en palabras de Rivero, “prefigura un espectro narrativo vivo, dinámico, en constante mutación”

 

 

 

 

 

 

El cuento en Bolivia: Un gato sin sombra

 

“Tradición” es una palabra extraña y complicada en Bolivia, pues dependiendo de la región esta adquiere distintos matices, distintas intensidades, distintas fobias. Por ejemplo, hasta hace una década o quizás menos, la marcada influencia e inspiración que ejercía la obra, fantasma y pasión de Jaime Sáenz en las nuevas generaciones de escritores principalmente occidentales –es decir, de la zona andina- sintomatizaba también, de algún modo, una desmesurada necesidad de filiación que no siempre resultó en jugosos frutos.

El deseo de un padre literario de la estatura de Sáenz que respaldara una moderna genealogía era más fuerte que la pulsión de ruptura que suele caracterizar a ‘los nuevos’.  Su oscuridad y sus complejas contradicciones tensionadas por una intimidad casi psicodélica y una materia exterior súper tanática permearon muchas estéticas y es muy posible que anularan otras, que las neutralizaran fatalmente. No es gratuito que se lo tache de “escritor maldito”. Y aunque, por otra parte, las magnífica obras de otros cuentistas como Adela Zamudio, Augusto Céspedes, Oscar Cerruto o René Bascopé, alcanzan de sobra para instituirse en sólidos pilares de una tradición abarcadora y unificadora, por motivos que todavía no hemos analizado lo suficiente tal tradición se fragmenta –como el gato al desprenderse de su sombra-, anidando de manera singular en algunos corazones y teclados, pero sin arrojar esas auras expansivas, omnipresentes, reconocibles en otros campos culturales de Sudamérica.

Mientras tanto, en el oriente boliviano, la palabra “tradición” tendió a simplificarse en connotaciones costumbristas y a constreñirse a nombres de escritores de la primera mitad del siglo XX que cultivaron un romanticismo tropical y una relación menos disociada o abyecta, pero probablemente también menos fructífera con la patria, lo nacional o la tierra, o como queramos llamar a lo que justamente apuntala la tradición literaria en la mayoría de los casos. Fue, tal vez, la elección estética de este romanticismo sincrónico o armonioso lo que no permitió la plenitud de un proceso de identificación en las generaciones que advenían. El hijo necesita  un padre a quien admirar y aniquilar. Necesita reconocer en ese padre fuerzas, dolores, debilidades éticas, virtudes y vicios deseables, para posteriormente deformarlos o reemplazarlos. Y puede que, en cierto modo, ese parricidio se haya dado aunque sin estridencias, pues estas figuras que con mayor o menor impostura componen una parte vitalísima de nuestra tradición literaria, no han sido, en efecto, presencias estridentes o soberbias, o con esa cierta dosis de negatividad que exudan otros egos literarios, lo cual explica esta filiación silenciosa, demasiado humilde, contraproducentemente humilde. Cuando hablo de un romanticismo tropical pienso en Alfredo Flores, y más tarde, en la cúspide del siglo, en Oscar Barbery Justiniano. Finisecularmente, y con una clara determinación moderna, el escritor Jorge Suarez revoluciona la concepción del cuento en el oriente boliviano y por fin ese remezón funciona, a un tiempo, como la fisura imprescindible  y como el glorioso salvoconducto hacia el siglo XXI.

Por supuesto, sobre el neurótico término “tradición” se puede debatir hasta el delirio y no es esa mi intención en este texto. Si he mencionado el término y he citado un par de ejemplos de cómo se lo ha experimentado en las antípodas bolivianas es sólo porque intento comprender su aparente ausencia en la producción de los escritores del siglo XXI; una ausencia relativa que, afortunadamente, parece subsanarse con furia y determinación por una libertad creativa e ideológica que se dirige en múltiples direcciones, como fundando una nueva tradición rizomática para el corazón de América Latina.

Los invitados a este dossier son, en orden alfabético: Sebastián Antezana, Oscar Barbery Suárez, Maximiliano Barrientos, Magela Baudoin, Willy Camacho, Homero Carvalho, Liliana Colanzi, Rodrigo Hasbún, Fabiola Morales, Róger Otero, Blanca Elena Paz, Edmundo Paz Soldán, Darwin Pinto, Cecilia Romero, Alejandro Suárez y Wilmer Urrelo. Sus cuentos prefiguran un espectro narrativo vivo, dinámico, en constante mutación.

 

Habrá notado –o notará-, pues,  el lector que los dieciséis ‘pitagóricos’ textos que componen esta muestra de la cuentística boliviana contemporánea circulan por distintos torrentes sanguíneos. Intentar agruparlos en estéticas o recorridos definidos y/o definitorios constituye, pues, un desafío peligroso y, por ahora, innecesario. Y es que, entre las secretas bendiciones de esto que con humor boliviano llamaríamos “tradición inoperante”, podemos celebrar la inmensa libertad que nos hereda para construir (-nos  en) un mapa nuevo, un mapa literario que en algún momento sea capaz de recuperar apropiadamente –no sólo a nivel de estantería o referencia histórico/bibliográfica u orgullo autoinfligido- a esos fantasmas que todavía buscan su verdadero  lugar en la psiquis y la memoria emocional del escritor boliviano del siglo XXI.

Ahora bien, si intentamos reconocer algunas rutas o líneas en estos universos, hay dos que considero importante mencionar:  Una línea centrífuga en la que los textos actúan como desplazamientos, no únicamente porque localizan a sus personajes y coordenadas tempo-espaciales en lugares no bolivianos (o sencillamente en lugares sin impronta reconocible), sino fundamentalmente porque borronean las posibles marcas que remitan a esta nacionalidad, como ensayando un vaciamiento que habilite una nueva génesis.  Esto es notorio principalmente en los cuentistas más jóvenes. Y una segunda línea que, sin ser explícitamente centrípeta o nacionalista –o incluso acusando un costumbrismo moderno- permea en el lenguaje, en los registros regionales, rincones de Bolivia que han sido poco representados y visitados por la ficción fundacional de los siglos XIX y XX.  Ambos movimientos, en síntesis, parecen proclamar una misma vocación: narrar Bolivia desde otros lugares, desde nuevas periferias y vértices, narrar una Bolivia contradictoria por genética, y siempre asumiendo raros pero saludables silencios.

Sirva esta muestra para despertar en los lectores y lectoras de Círculo de Poesía ese factor humano revolucionario llamado “curiosidad”. Ojalá, en definitiva, que una curiosidad fresca los lleve a otras y otros cuentistas bolivianos de estos tiempos, a nombres como Gary Daher, Jaime Nisttahuz, Erika Bruzonic, Gonzalo Lema, Adolfo Cárdenas, Ramón Rocha Monroy, Claudia Peña, Manuel Vargas, Rodrigo Urquiola Flores, Saúl Montaño, Heide Zürcher, Guillermo Ruiz Plaza y un etcétera profuso e interesante que respalda la feliz sospecha de que en Bolivia el cuento es un gato de mil vidas.

 

 

 

 

Datos vitales

Giovanna Rivero (Santa Cruz, Bolivia, 1972) obtuvo el Premio Nacional de Cuento del periódico Presencia en 1993 , el Premio Nacional de Literatura de Santa Cruz, en 1996, por su obra “Las bestias”, y el Premio Nacional de Cuento Franz Tamayo, en 2005, por “Dueños de la arena”. Participó del International Writing Program ofrecido por Iowa University en el semestre del otoño del 2004. Actualmente concluye un doctorado en literatura hispanoamericana en University of Florida, USA. Ha publicado los libros de cuentos: Contraluna (2005), Sangre Dulce (2006), el libro de cuentos para niños La dueña de nuestros sueños (2002), y Niñas y detectives (Bartleby 2009), y las novelas Las camaleonas (2001),  Tukzon, historias colaterales (La Hoguera 2008) y Helena 2022: La vera crónica de un naufragio en el tiempo (Puraletra 2011). Su obra ha sido incluida en numerosas antologías, entre las que figuran El futuro no es nuestro (Eterna Cadencia 2009), Schiffe aus feue, compilada por Michi Strausfeld (Alemania, 2010), Crónicas de oreja de vaca (Bartleby 2011), Bolivia a toda costa (El Cuervo 2011), Región, Antología del cuento político latinoamericano (Interzona 2012) y Mesías (Traviesa, 2013).  Ha sido incluida entre “Los 25 secretos literarios mejor guardados de Latinoamérica” por la FIL Guadalajara 2011.

 

 

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