Iniciamos, con “El sí de Yoko Ono” de Cristina Rivera Garza (Matamoros, México, 1964), un dossier dedicado al cuento escrito actualmente en Hispanoamérica. Rivera Garza ha escrito novelas como Nadie me verá llorar, Lo anterior y La muerte me da. Mereció el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero y, en 2005, el Premio Internacional Anna Seghers de Berlin.
EL SÍ DE YOKO ONO
Hay varias cosas que colocaré aquí: Una alberca luminosa, por ejemplo. Mira. Es una alberca azul de grandes dimensiones que está dentro de un balneario que se construyó en 1930 cerca de una costa. Poseo el cartel que lo comprueba. Esta es una escalera de caracol hecha de hierro, sinuosa y angosta, sí. Desvencijada. Ruidosa. Su último escalón da a una ventana. Del otro lado de la ventana está Yoko Ono sobre una escalera de caracol sosteniendo la palabra Sí en la mano derecha, y una lupa en la mano izquierda. Es para que veas mejor, dice la lupa sin que nadie le pregunte nada. Así es como nos damos cuenta de que no es una lupa sino un lobo. En algún lado de esta escena hay una enredadera. No la vemos, eso es cierto, pero podemos aspirar su aroma. La clorofila es a veces así.
Abajo de la escalera de caracol hay otra escalera, pero ésta es de piedra. Viejas rocas. Grafito o malaquita, da lo mismo. Abajo de las piedras se yergue un teatro diminuto. Dentro del teatro, justo sobre el escenario, colocaré a un hombre de tirantes y sombrero panamá (estoy segura de que tiene dos rodillas) y a una pequeña bailarina con un vestido de tul y una diadema de insectos.
Este es el momento en que se encienden las luces. Hay murmullos. Alguien tose.
Habitantes de la casa del verano (esto lo dice una voz).
Ex-habitantes de la intemperie del otoño y de la intemperie del invierno y de la intemperie de la primavera (continúa la misma voz: grave, limpia, masculina).
Ex-intempéricos (pareciera que lo repite aunque en realidad lo dice por primera vez).
Las luces han cambiado de color y de intensidad ahora mismo. Los murmullos se expanden por la platea. Alguien tose todavía. A esto en otros lugares se le conoce como silencio.
Habitantes del siglo XIX y del siglo XXI (continúa el eco a través de varios altavoces).
Hombres y mujeres capaces de hablar en oraciones completas y cláusulas dependientes y vagones repletos de acentos.
Queridos astronautas atados a objetos flotantes que miran sin cesar una libélula mientras imaginan una cueva.
Todos los que se llaman Cuerpo de Té de Regaliz y de Menta.
Es hora de que sepan esto: Estamos a un lado de la alberca luminosa, bajo una escalera de caracol que da a una ventana por la que es posible ver el sí de Yoko Ono, y bajo una escalera de piedra sobre la que, según cálculos, se han posado algunos cientos de millones de zapatos muy viejos, para presenciar, que es otra manera de decir comulgar, con una pequeña obra de teatro.
Habitantes del verano (y aquí la voz alza la voz) toda conversación es un drama, eso se sabe. O una comedia.
Ex-intempéricos, habitantes del siglo XIX con dos rodillas y una escafandra, miren:
(y justo aquí haré aparecer el sonido de un remo o de varios remos sobre las aguas tranquilas de algo que todavía no decido si es un río o una laguna o uno de los cuatro océanos)
Este es el momento en que la bailarina avanza por el escenario dando de vueltas, una y otra vez, y otra vez y otra vez con su corto vestido de tul y su diadema. Los brazos en alto. Las piernas más resueltas. La actividad continúa sin cambio alguno hasta que, exhausta, sudorosa (el ambiente, de hecho, ha dejado de oler a clorofila para oler a sudor, un olor punzante que entra por las fosas nasales y se clava luego en los huesos), recargada ya contra los talones de los zapatos de charol del hombre de tirantes que ha puesto atención a toda la escena, sudando también, acaso exhausto de antemano, toma conciencia de lo que ha escrito con las piernas a lo largo de la pista:
DEJEN QUE TODO MUNDO EN LA CIUDAD PIENSE EN LA PALABRA SÍ POR AL MENOS 30 MINUTOS AL MISMO TIEMPO. HÁGANLO CON FRECUENCIA.[1]
Este es el momento en que los hago levantar los brazos y flexionar los codos y golpear una palma de la mano contra la otra. Ahora se miran, embelesados. Ahora dicen, aunque en realidad murmuran: El verano nunca había sido tan largo.
La voz, masculina y clara, regresa por los altavoces del teatro: Habitantes de las escaleras y de las piscinas luminosas (incluso aquellos disfrazados de agentes ultrasecretos o de campesinos rusos o de mujeres con trece meses de embarazo), astronautas que miran el paisaje terrestre con esa larga, oh tan dúctil, con esa atroz melancolía, todos los que se llaman Cuerpo de Vapor de Agua que Hierve, esto ha sido, en efecto, una instrucción.
Y aquí es cuando se apagan las luces y una cortina de terciopelo rojo cae con un pesado ruido sobre el escenario. Ahora un helicóptero arroja papeletas de cartón sobre una ciudad de grafito que ha estado desierta por al menos 121 años. Las papeletas contienen la palabra: Respira. Las palabras: Esto es un abrazo. ¿Es eso un bosque de taiga? Está bien, aquello es un bosque de taiga. ¿Hay alguien sobre el borde del trampolín más alto que, inmóvil, observa las aguas que brillan allá abajo? Sí, en efecto, hay alguien allá arriba, estático.
Justo en este instante haré que los relojes digan la verdad.
Ahora es cuando sonrío.
Y, sí, alguien tose.
[1] Yoko Ono, fragmento de “Let´s Piece I”, Spring 1960.
Datos vitales
Cristina Rivera Garza, es narradora, poeta, historiadora y residente fronteriza. Autora de, entre otras novelas, Nadie me verá llorar, Lo anterior y La muerte me da. Ha recibido importantes premios nacionales e internacionales por su obra, la cual ha sido traducida al italiano, inglés, francés y coreano, entre otros. Doctorada en historia Latinoamericana por la Universidad de Houston. Profesora del MFA Program in Creative Writing de la Universidad de California, San Diego. Mantiene la columna La Mano Oblicua en el periódico mexicano Milenio. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores Artísticos (2007). Ha merecido distinciones como el Premio de poesía Punto de Partida 1984; Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, 1987; Premio Nacional de Novela José Rubén Romero, 1997; Premio Internacional IMPAC-Conarte-ITESM, 1999; Premio Sor Juana Inés de la Cruz, 2001; Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo, 2001; Premio Internacional Anna Seghers, Berlin, 2005; Premio Sor Juana Inés de la Cruz, 2009.