El poeta boliviano Gabriel Chávez (1972) es uno de los referentes de la poesía de su país. Recientemente ha publicado en Ecuador, bajo el sello de El Angel, el poemario La mañana se llenará de jardineros. Presentamos aquí dos dos poemas del volumen así como la contratapa del libro, escrita por Xavier Oquendo Troncoso. Gabriel Chávez forma parte de Poesía ante la incertidumbre. Antología de nuevos poetas en español.
Epifánica, torrencial y efusiva. Así encontramos la novísima poesía de Gabriel Chávez Casazola, una de las voces imprescindibles de la poesía boliviana contemporánea. Su discurso es ceremonioso en algunos casos (cuando, por ejemplo, recrea atmósferas y les da un toque de leyenda) y libre, en otros (cuando la voz poética es un yo preciso en medio del espacio).
La mañana se llenará de jardineros es un libro de la memoria. Asentando los pasos va el poeta por esos caminos en donde ajusta cuentas con el recuerdo. El problema filosófico de la memoria y el placer se hace presente (como nos diría el filósofo Bentham en su Aritmética del placer) para entretejer de manera insólitamente hermosa los trazos de estos poemas que contienen sugerencias de largo aliento en una suerte de poesía épica personal, que es a la vez capaz de conmover a sus lectores.
Chávez Casazola busca a sus (anti)héroes en medio de la contienda poética. Y a lo mejor los encuentra, pero eso no nos interesa. El poeta es agarrado desde los flancos de su corazón por la poesía. Y de allí saldrá triunfante, pero también golpeado por haber caminado por esa escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido, como diría San Juan de la Cruz.
Este libro es un inventario de aquello que nos mueve a todos: el manso y a la par exasperante mundo del recuerdo, por cuyos intersticios transita esta valiosa obra de un gran poeta latinoamericano. Ni más ni menos.
Xavier Oquendo Troncoso
1972
Fue el año en que Nixon visitó la China
que Marco Antonio Campos refutó a Neruda
–Las páginas no sirven. La poesía no cambia
sino la forma de una página–
que estrenaron Solaris (lo dije en otro poema) pero también Aguirre Cabaret Garganta profunda El hombre de La Mancha Gritos y susurros El útimo tango –ah María Schneider en la tina y Brando ubicuo, bilocal, al mismo tiempo en el ático parisino y en Villa Corleone, otro y el mismo– mientras Zefirelli hacía volar a Chiara y Francesco en una nube de flores y Chaplin volvía a Hollywood (ya Osvaldo Soriano lo contó en una novela suya).
Murieron Chevalier, Alejandra y Kawabata, el primero bailando los otros dos
al filo del espejo
y se despidió de este mundo una princesa
Carolina Matilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, bautizada como Princesa Viktoria-Irene Adelheid Auguste Alberta Feodora Karoline Mathilde de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg
de la que solo queda el nombre en Wikipedia.
También dijo arrivederci el profeta de la usura, que solía contemplarse en los ríos
en noches de plenilunio y enderezar aun las torres con sus cantos.
Una estela explosiva dejó el cohete fallido que propulsaba a la sonda Cosmos hacia Venus
y otra Harry S. Truman, con su cortejo de átomos y carne chamuscada.
Bobby Fischer, el díscolo, el irreductible, venció a Boris Spassky
llevándose el título a casa junto a unas cervezas,
en tanto el odio ensangrentaba los juegos olímpicos de Munich el penal de Trelew
un domingo en Irlanda del Norte el campus de la universidad de El Salvador
en cuanto un terremoto destruía Managua y en Roma
un tal Laszlo Toth atacaba la Pietà de Miguel Ángel con un martillo,
gritando que él era Jesucristo.
Era 1972 y en un país perdido entre montañas,
en una clínica metodista, por puro azar,
nacía yo, que debí haber nacido en otra ciudad y otro hospital;
y poco antes o después nacían otros niños y niñas con los ojos también maravillados,
de este y del otro lado del Ecuador, dedicados ahora, como yo, a este inútil,
maravillosamente inútil oficio de escritura.
Sí, de seguro fueron los efectos del cohete de la Cosmos
el poderoso cóctel de todas esas películas
algo de los últimos alientos de Pound y la Pizarnik,
y sobre todo la estela del poema de Marco Antonio Campos:
Las páginas no sirven. / La poesía no cambia / sino la forma de una página, la emoción, / una meditación ya tan gastada. / Pero, en concreto, señores, nada cambia. / La poesía no hace nada. / Y yo escribo estas páginas sabiéndolo.
Eppur si muove, cuarenta años después
ya solo quedan en pie los poemas de Alejandra, los cantos de Ezra, algo de las novelas de
Kawabata, muchos de los versos de Neruda y casi todas esas cintas
indescriptibles
mientras el resto: Nixon Mao Neftalí Reyes Tarkovski Klaus Kinski Bob Fosse la deliciosa
Linda Lovelace el insoportable Ingmar Bergman la más deliciosa María Schneider el más insoportable Marlon Brando el ya no se diga Charles Chaplin Osvaldo el Negro Soriano Maurice Chevalier Carolina Matilde de Schleswig- Holstein-Sonderburg-Glücksburg el propio Ezra el programa espacial soviético la URSS Truman Bobby Fischer y todos sus rivales las víctimas y los asesinos el loco del martillo
son ya carne de gusanos y de la desmemoria
como lo seremos los poetas del 72 y Zefirelli y Marco Antonio Campos algún día
pero no su refutación a Neruda que se refuta a sí misma
perdurando
inútil y maravillosa
como la poesía,
como la Loren
como La Pietá
triste, solitaria
y final.
Alivios
Aliviaba cierto dolor de la infancia atesorando
piedras de cuarzo
recogidas en las calles de tierra
piedras
comunes pero tocadas por alguna veta mágica
que las había transfigurado
transmutado
guijarros ocres elevados hacia el mármol.
Las reunía en el patio trasero de la infancia
y se las enseñaba a algún vecino pobre alguna tarde pobre
a otro niño cualquiera como él que
sorprendido
las pesaba y admiraba entre sus manos
maravillado
por la existencia de una belleza que no había entrevisto antes
guijarro ocre también él
y desde entonces surcado por una contemplación secreta
por una veta
que elevaba sus ojos al destello del mármol.
¿Qué habrá sido, me pregunto en esta tarde pobre de febrero,
de ese vecino y aquel patio trasero y la colección de cuarzos?
¿Y qué habrá sido del coleccionista?
Respecto a éste
abrigo algunas sospechas sobre su paradero.
De hecho
yo mismo alivio ciertos dolores de la madurez recorriendo
las calles de tierra o de cemento de la tierra
buscando piedras
comunes
-palabras-
surcadas por alguna veta mágica
secreta
que permita transmutarlas hacia el mármol
con solo saber escuchar
-caracolas calladas-
lo que podrían decir
reunidas
en un patio trasero.
Las recojo, las reúno, las atesoro,
me maravillo
de su belleza oculta
guijarro ocre
las transcribo
y se las muestro alguna tarde a algún vecino.
A veces pienso que no sirven de nada
y una voz en el sueño me dice que no alcanzan,
que no alcanzan.
Es verdad que la colección de cuarzos no logró borrar el dolor que desfiguraba la infancia
del coleccionista,
sacar de la pobreza a su vecino ni mejorar la calle o el traspatio
mas su solo estar ahí bastaba
para aliviar el mundo,
para transfigurarlo
para poner en los ojos un destello
y así elevar la piedra y aproximar el mármol
haciendo al mundo ligeramente más bello
y acaso
también
menos
cruel.