Poesía de Hidalgo: José Juan Herrera (Foja de poesía 450)

Juan José Herrera

Presentamos, en el marco del dossier de poesía del estado de Hidalgo, preparado por Jorge Contreras, la poesía de José Juan Herrera (D.F., 1977). Es editor en jefe del diario La Crónica de hoy en Hidalgo. Ha colaborado en medios como Tierra Adentro, Revista Realidades, Plaza Juárez, y El Visto Bueno, entre otros, y hogaño ejerce el análisis político cada jueves en su columna Fiat Lux. Actualmente vive en Pachuca.

 

 

 

 

Instante

 

Al borde del cansancio las sábanas arden y se pegan,

este insomnio es cada vez más fantástico,

es como un animal en extinción que busca la reproducción

a como dé lugar.

Cuando los ojos intentan cerrarse,

cuando el espíritu pretende el sueño,

la profundidad de la muerte ronda,

golpea.

Inquisidora.

Y a veces, cuando puedo, sueño

un lugar que sé existente,

más allá de toda imagen.

A la luz de las cosas que vagan o reptan por la alfombra

me acalambra algún influjo.

Supongo que alguien habrá pensado antes que yo en esta hipótesis:

vivimos a destiempo, o mejor dicho, en el tiempo equivocado,

por eso siempre anhelamos un tiempo que no es nuestro,

una hora que ya está muerta.

En el persistente y pútrido olor de la madrugada

salto al vacío mas siempre caigo en firme.

Reflejos de gato instaurados en la almohada.

Me repito demasiado, todos los días son las mismas palabras,

la idéntica eyaculación de conceptos.

La exacta secreción de pavadas,

que no son más que filamentos

para asirnos a aquello que no poseemos.

Tientas al hambre,

sorbes con la boca bien abierta

el vacío.

Esa ausencia que somos

sólo cuando estamos juntos.

 

 

 

 

 

Calígula

 

Entra a la sala siempre dispuesta para el placer

mientras el rojo vino corre como el agua

por las lenguas

y el sudor abrupto

sobre los desnudos cuerpos.

Pueden verse a simple vista

danzando en el centro

los siete pecados capitales,

todos están presentes y sin velos.

Hay filósofos, políticos, hombres de negocios,

hay también sacerdotes y aprendices,

amantes los unos,

suicidas los otros.

Llega el turno de aprehender a las vírgenes,

despojarlas sin tapujos de cualquier rastro de inocencia;

la baba forma torrentes

entre bocas de viejos lobos e inaugurales olfatos asesinos.

Una de ellas, la más drogada, camina con los ojos en blanco,

no rebasa las dos décadas

pero sus formas exquisitas son como promesas

rotas de sanguinolentos acuerdos.

Párvulas avanzan hacia el fulgor del destierro,

las esquinas gritan desesperadas alguna esperanza.

Ella es el espectáculo de la noche,

deja que las manos deambulen por sus senos apenas despiertos,

por esas manos que son en realidad filosas dagas,

que todo lo corrompen.

Es ella el fuego que arde de pie sobre la alfombra

a merced de los más bajos deseos.

Espera como un animal sin nombre,

retorciéndose en su dermis el universo.

El jefe ha visto lo suficiente, la ingravidez de su moral

le excita.

Todos los excesos, desde el epicentro, gritan su nombre.

–Tómame a mí –implora la más experimentada.

Pero ni siquiera la escucha, está concentrado

en aquel pelo, largo como se hace a veces la espera de la muerte.

Toma el vaso y lo acerca a los labios hasta beber la última gota,

alguien lo llena en seguida.

Sus ojos de buitre, espécimen carroñero,

son depositados sin pudores en la tibia y blanca espalda.

Ella es como el mármol, una piedra aún no pulida,

no labrada.

Él desestima la paciencia, se sabe cincel del poder.

Algún espectador se introduce a sí mismo los dedos hasta vomitar,

para continuar el crápula rito,

la madrugada es amarilla,

algún recuento de bilis y abundancias

unificadas por la existencia malsana.

No hay piedad ante el gozo,

atónitas quedan las miradas,

en otro rincón se acurruca el hastío.

Qué tan largo es el camino,

por qué tarda tanto el karma.

 

No quedan asideros cuando la memoria fulgura,

yo la vi caer,

justo en el centro.

El sol asomaba ya por la ventana con dientes de enjambre

que todo calcinaban,

yo la hice caer.

Ella era virgen…

Yo mismo lo comprobé.

 

 

 

 

 

Naufragio

 

Naufragué en tu monte

¡Venus!

 

Las fauces de la noche

nos sorprendieron

incendiándonos.

Yo dentro de ti,

como un hijo,

como un alarido de fe.

Tú,

cabalgando

la vía láctea del cíclope,

el amargo laberinto

de mármoles

y ajedrezados.

 

Al pasar del norte al sur

la luna me arañó la espalda.

 

Endiosado por el incienso

de tu pelo

crucé sin barca

la espesa mar

de bronce.

 

Naufragué en tu monte

¡Venus!

 

Me perdí.

 

Perdí el oriente

siguiendo

la luz

emancipada

de tus córneas,

respirando,

bebiendo,

el azul elixir

que manaba

de tus pechos.

 

A cubierto

de toda indiscreción

comenzamos el ascenso

sólo para descubrir,

bajo la bóveda

celeste

cómo fulgura la vida…

y cómo trepida la muerte.

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Juan José Herrera, Ciudad de México de 1977, vive en Pachuca Hgo., desde entonces. Es editor en jefe del diario La Crónica de hoy en Hidalgo. Pasa sus noches calcinando los pulmones entre cigarros y recuerdos para escribir. Ha colaborado en medios como Tierra Adentro, Revista Realidades, Plaza Juárez, y El Visto Bueno, entre otros, y hogaño ejerce el análisis político cada jueves en su columna Fiat Lux. Dos libros de cuentos, poemarios y una novela a punto de concluir duermen aún a la espera de alguna editorial para publicarse.

 

 

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