Poesía joven de El Salvador: Vladimir Amaya (Foja de poesía No. 448)

Como parte del dossier de poesía joven de El Salvador, preparado por el poeta y narrador Jorge Galán, presentamos el trabajo de Vladimir Amaya (San Salvador, 1985). Miembro fundador del taller literario “El Perro Muerto” ha publicado las antologías Una madrugada del siglo XXI: poesía joven salvadoreña (2010) y  los poemarios Los ángeles anémicos (Editorial EquiZZero, 2010) y Agua inhóspita  (Colección Revuelta, 2010).

 

 

 

 

 

TÚMULOS DEL ALMA

 

                                                      a Juanita Miriam

 

Una noche se la llevó la niebla

y no pudo encontrarse más en los pétalos del agua.

Ya no era ella al subir por las escaleras.

Al dormir ya no eran sus palmas sobre la cerámica del sueño.

 

Cuando cantó sus nupcias con las sombras

fue la madrugada quien le carcomió el rostro.

Dicen que la sangre se le secó dentro de las venas.

Los pajarillos bajaban a la sazón solo a morir a su regazo.

 

Se le deshojaron las palabras de todo sentido.

Errante voz era el murmullo de sus ojos.

Perdida en la nada la encontró la aurora

cuando barría la suciedad que dejó el invierno.

 

Andaba por la casa disfrazada de satélite

y su risa era máscara de lágrima espantosa.

 

Su última bocanada de aire fue una caída eterna.

La abrazó la distancia del silencio cuando su alma ya no tuvo retorno

y el rostro de Dios se le desfiguró en la mente

como un plato fino que se rompe entre las rocas.

Ahora creía en fantasmas,

odiaba las flores y se las comía para la buena suerte, según ella.

Decía que las cucarachas eran ángeles condenados

que cayeron en pecados de la carne,

por eso las guardaba en una caja, dulcemente cerca de su corazón.

 

Un día

su cabeza explotó

y salió de ella un torrente de mariposas relampagueantes.

Para entonces ya nadie podía leer sus pasos en la penumbra.

 

 

 

 

 

 

 

LA HERMANA MENOR

 

Tengo una hermana menor,

es pequeña como la ropa que se pone.

Dentro de su garganta

flota una isla de arcángeles desnudos

y dieciséis hojas azules adornan su vientre, árbol frondoso,

donde ya la vida podría echar sus raíces.

Agita sus manos frescas y amables

entre listones blancos y rosas.

Ella es de una distancia pura,

su voz es de un estallar de lluvia

cuando la noche camina hacia el olvido.

En sus cuadernos ha trazado

los rumores e incendios de su edad

pero ha descubierto cementerios antes que jardines

y ha hecho llorar astros

como si lo hubiera aprendido de mis lágrimas.

 

Muchos han querido grabar el nombre de mi hermana junto al de ellos

pero el nombre de mi hermana menor es extranjero,

hecho de silencio y nube.

El aire que respira es un aire distorsionado de peces.

Ella tiene la certeza que mañana

al mundo le madurará otro golpe en las rodillas.

Mi hermana menor

ha hecho reír a moribundos

como si lo hubiera aprendido de la tristeza de nuestra madre

-ella también es melodía y migaja cuantiosa.-

 

Suele desaparecer entre la multitud

cuando una inundación de colores

la llama desde el hormiguero.

Sus compañeros de colegio quieren ver bajo su falda.

Ella suelta su pelo en una bandada de palomas alegres

pero guarda un silencio de mayores

al recordar que se nace herida en este viento

que se retorna a hoja seca al filo de las tardes.

 

Ella es de un abrazo acentuado en la holgura de la bruma.

Mi hermana menor

despierta por su tos en la madrugada

 

y en mis sueños perturbados

grita para salvarme la vida.

 

 

 

 

 

 

AGUJERO DE GUSANO

 

Comparto la misma edad con mi padre.

Él y yo somos de musgos distantes.

Somos del frío.

 

Venimos

con la canción del otro sucia sobre el pecho,

al unísono

con idéntico rostro hecho pedazos.

 

Mi padre y yo

nos llevamos amarrados a la sangre

desde un tiempo remoto y terrible.

 

Yo estuve con él

cuando aún dormía en el vientre de mi abuela,

y soñaba en su sueño, que era el mío,

la sal rosada

de un mundo entonces ignorado.

 

Grité con él su primer latido

cuando transparente se eclipsó con la vida.

 

Sus primeros pasos también fueron mis primeras sendas.

Mis primeras palabras soltaron amarras desde su boca.

 

Y fui con él dentro del tornado de las hojas,

en el dulce resplandecer de los frutos.

 

Fueron los primeros inviernos de mi padre

los que me dejaron herido el recuerdo de esta lluvia.

 

Besé con él a todas sus novias.

Todas sus novias fueron mi primer beso en el mundo.

También besé a mi madre en el día de su boda.

 

Con mi padre entré a las cárceles, a los burdeles

y a los psiquiátricos de todas las ciudades.

Fue la soledad de mi padre mi “primera comunión”.

 

Yo estuve con él

frente a ese espejo sin respuestas

y supe de barcos hundidos, de trenes oxidados.

 

Estreché las manos que mi padre estrechó en su momento.

Con él probé

las vísceras de la tarde hechas duro hueso de tinieblas

y también le di la espalda a Dios

el día en que rechazó todo cáliz.

 

Mío fue su primer alcohol

que quemó en ese instante mi garganta para siempre.

 

Su puño fue mi puño en mi cara siempre.

Con él era yo, injuriándome siempre.

Conmigo era él, culpándome siempre.

 

Y fui con él.

 

———————-Y vine.

 

—————————————-Estoy.

 

Comparto la misma edad con mi padre

y hoy que muere

también la muerte me lleva.

 

 

 

 

 

 

“Crece la noche de labio a labio.”

 

La he visto extenderse sobre los enamorados cuando tú me besas.

He llegado a ella cuando me abrazas,

y es tibia sobre el hielo de mi espalda,

y es tibia sobre el fuego de mi frente.

 

La noche se construye lenta, con saliva y palabras sólo tuyas.

Es puente donde cruzan los sueños y su carne dorada.

Es donde los cometas se detienen por el brillo de tu nombre,

porque en tus labios, la noche come de tu aliento.

 

Y así marchas tú, mi amor, en la mano de los que se besan

porque eres tú, su promesa que el amor es para siempre.

Por eso entre tus labios la noche, de espiga se torna árbol con su fulgor de años de nieve,

con su manto de siglos y siglos de madurar junto a los cuerpos.

 

Crece la noche de labio a labio, la escucho rodar por el cielo,

y blanca es la huella de su labio en tu beso, amor.

Tú que eres lágrima cuando los enamorados lloran entre las piedras,

que eres la sangre si los enamorados tocan las espinas.

Y te beben sangre y te beben lágrima,

porque ellos te llevan en su pecho

y en tus ojos se miran,

y en tus labios se pierden porque allí encuentran la noche.

 

De labio a labio, amor, tú entras en los enamorados a dejar un sol sobre sus lenguas;

Y desde tus manos, amor sólo mío,

ellos se tocan desde tus manos,

se buscan en la tierra con sus párpados molidos a besos.

 

Amor, la noche crece de labio a labio,

la he visto extenderse sobre nuestros cuerpos y es del café color de tus ojos.

Mujer, tú tienes todas las bocas cuando dices la noche,

tienes todas las bocas de labio a labio.

Yo he visto a todos los enamorados cubrirse las cicatrices con tu sombra,

quedarse con rosas entre los dedos,

con sueños entre los dedos.

Ante tu corazón, los he escuchado quedarse sin palabras.

 

“No hemos vivido a nuestros muertos lo suficiente”

pronunciar sus nombres es en vano.

Por muy joven que haya sido su arruga

la vida inconclusa es la nuestra.

 

He aquí, entre las lágrimas, las fechas cuando sus cruces se erigieron sobre panales oscuros.

Aquí, junto a mi pan, el hambre que les dejó desnudo de migajas.

Pero no hemos vivido demasiado su muerte

aún falta soles más profundos que sus infartos, que sus tumores, que sus asesinos

para aprehender la ceniza que les robó las lámparas del rostro

y encontrar sus ojos en el joyero, una oreja suya en el portalápices.

 

Pronunciar sus nombres

sólo es gastar oxígeno que a ellos ya no les sirve,

es construir ataúdes y hacerlos llorar como guitarras.

No hemos vivido suficiente su memoria, su estambre de dolor continuo.

Llevar sus flores, sus argollas

es poco

y vale menos que la mugre sobre nuestras camisas.

 

Esto que digo es otra tumba: No hemos vivido a nuestros muertos lo suficiente.

No merecemos caminar a la habitación de su estirpe.

Su oro no es ni será nuestro oro.

Vivimos la vergüenza y la soledad con los ojos cerrados

porque cada mañana, porque cada noche

morimos una vida, y otra, y otra vida sobre su muerte.

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Vladimir Amaya (San Salvador, 1985). Estudió Letras en la Universidad de El Salvador. Miembro fundador del taller literario “El Perro Muerto” ha publicado las antologías Una madrugada del siglo XXI: poesía joven salvadoreña (2010) y Perdidos y delirantes (Zeugma Editores, 2012). Y los poemarios Los ángeles anémicos (Editorial EquiZZero, 2010) y Agua inhóspita  (Colección Revuelta, 2010). Es uno de los 9 poetas incluidos en la antología “Las otras voces” (Dirección de Publicaciones e Impresos, 2011).

 

 

 

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