Presentamos algunos textos del pintor y poeta ecuatoriano Marcos Rivadeneira Silva. Dos años consecutivos obtuvo elPrimer Premio Salón Universitario de la Universidad Tecnológica Equinoccial. Recientemente publicó, bajo el sello del El Ángel Editor, dirigido por Xavier Oquendo, el poemario Hermano sol, hermana muerte.
1
Balancín
A Matilde
Del árbol nace la rama
De la rama nace la flor
¿Sabes tú amigo mío, de dónde nace el amor?
¿Cómo Ana atravesó el espejo cepillando la pubertad? Todo ese tiempo guardando su cuerpo, giros, reojos y pretensiones para sí misma. El rubor, los secretos y pequeñísimos brotes erectos sobre la blusa.
Las tardes alargan el mar, la playa dejó castillitos desmoronados, la briza de otros mundos con el viento pegaba de frente en la cara. Había gente, siempre grande ademanes y consejos.
Polichinela en un balancín torpe intentando su galope. Del árbol nace la rama, la que aturde, la que tienta.
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2
Ahora tengo una nueva compañera de celda. Modela en mazapán figuritas de nacimientos mientras canta nanas con dulce lamento. Me gusta su voz y su canto. Me reconforta; cuando ha cantado varias horas, parece que los sonidos se funden con las paredes. Cuando calla, el silencio es tan hondo que temo absorba las celdas como un agujero negro. A lo lejos, entonces, reconozco los gemidos de otras mujeres que lloran sus desconsuelos. Llantos de madres, hijas, esposas y amantes abandonadas en otras celdas.
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3
Cuando no puedo dormir, me miro desde el exterior para saciarme de mis formas que son solo cuerpo. El placer es pasajero como lágrimas que se secan después del esfuerzo. Luego puedo viajar al interior en busca de astillas incrustadas como lanzas de verdugos liliputienses.
Cuando no puedo dormir, quisiera saltar del vagón abandonado y volar en bandada de luciérnagas con la frente expuesta al golpe de tu mirada proscrita y llorarte con el latido de corazón de cartón corrugado.
Cuando no puedo dormir, no puedo cambiar de tren en movimiento y te abandono como bolso en poste para sujetar correspondencia que se devana en cada estación. Me miro desde el exterior y dejo de ser, para jugar nuevamente con las lanzas de verdugos que me han sujetado como alfiler en alguna solapa de paso.
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4
Cuando narré naturaleza, mariposas con sus ojos absortos y ciegos, pájaras que llevan gusanos en sus picos, esos atrevidos pichones que se avientan al vacío sin más aliento que el medio día…; no trataba vuelos de pájaros, ni de hojas que se devuelven en un vaivén sostenidas por el viento; no, estaba hablando del alma.
Cuando hablé de los barcos y las tormentas debajo de océanos de inquietudes y náufragos de desamor… No estaba hablando de olvido, de malquerencia…; no curaba el dolor que produce la lejanía, de frustraciones, de deseos afectados. Hablaba, está claro, del alma.
Canté examinando la entraña, navegué por hojas de hierba, recorrí historias contadas por otros y nunca encontré más que relaciones lejanas a las mismas flores, campos, de la humedad; mariposas, aves; vuelos, barcos, tormentas y naufragios.
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