Presentamos un ensayo del poeta y crítico uruguayo Gerardo Ciancio en torno a la poesía de Federico Díaz-Granados (Bogotá, 1974), que cumple hoy cuarenta años. Ciancio analiza los distintos motivos y tópicos de una obra que es ya referencia de la actual poesía colombiana.
LA POESÍA DE FEDERICO DÍAZ GRANADOS
“UNA PALABRA SIN TRAJE CON OLOR A OTRAS TIERRAS”:
(La poesía de Federico Díaz Granados en el contexto de las joven escritura colombiana)
“La vida cierra las persianas al regreso de cada viaje”
FDG
Si la poesía es el espacio de la expresión por el lenguaje en función estética, el lugar de la confesión de una conciencia que se autoexplora, el territorio del encuentro de la tradición creativa con la propuesta renovadora de quien se inscribe en ella, podemos asegurar que la obra de Federico Díaz-Granados ocupa un sitio bien ganado en el campo de la literatura colombiana contemporánea.
De acuerdo a su propia conceptualización a la interna de su creación verbal, la poesía
“Es un solitario fruto caído en la orilla desconocida del silencio
Como una estrella fugaz brillando en su esplendor al mediodía
Extraviada de su órbita, de su noche, de su casa estelar
Inventada por la luz entre la muerte”
En otro poemario, anterior a este último de Álbum de los adioses (2006), el poeta reconocía en el lugar de la poesía la convivencia de los aparentes opuestos “verdad y mentira”, y la calificaba de “lejana y agazapada”
Fruto agazapado: este sintagma podría perfilar la producción lírica del poeta colombiano. Fruto maduro en un proceso de verbocreación bajo el control de su vigilante cuidado estético. Fruto accesible: la poesía de FDG no se implica en derivas del significante que lo conduzcan a una posible opacidad comunicativa. Por el contrario, juega por entre una coloquialidad transparente, por una metaforización interpetrable, reconocible, pero novedosa, al mismo tiempo. Su fruto se agazapa tras la no inmediatez de la expresión conmovida, en la soledad creativa que si bien apunta a un tono de cercanías, cuasi-confesional, no cede a la irrupción desmañada del “sentimiento” sobre la hoja en blanco. Leo en “Bajo otro cielo”:
“Entre el destierro y el exilio
Prefiero la soledad del poema
Que sobrevuela otras intemperies,
Regiones lluviosas que remueven los escombros del recuerdo”
En un texto inédito de un poemario aún no publicado, y cuyo título anunciado es Las horas olvidadas, leemos:
“Escribir un poema que trate del tiempo o de tu cuerpo
o sobre el poema de otro poeta”
Tres tópicos que recorren su obra: el tiempo (la memoria, la infancia, la recuperación de un “antes” idílico que no está, el olvido), el amor (la mujer, el recuerdo de la mujer amada, su cuerpo, sus huellas en la memoria emocional del locutor lírico), la intertextualidad (los poemas ajenos como cita en el epígrafe, como juego de reconfiguración “a la manera de”, como respiración reconocible por el lector)
Prácticamente toda la poesía de la modernidad occidental acude a las páginas de FDG: no como reproducción ingenua, no como mera citación del dicurso del otro, sino como factor estructurante de su escritura, como tradición recurrible y explayable en su decir poético:
se regresa a escribir un poema que trate de una muchacha en un aeropuerto
Que espera un avión de quién sabe dónde
O escribir sobre la carta que nunca recibí aquel sábado
escuchando el viejo casette con mis nostalgias favoritas
O sobre los versos robados a Salinas, Borges, Walcott”
No obstante, no asistimos a una poesía para poetas. Por el contrario, Díaz-Granados tiene siempre presente a su destinatario, a su interlocutor silencioso, a su lector. No me refiero solamente a la insistencia de una segunda persona en su discurso lírico (un “tú” reconocible en la flexión verbal o en la selección pronominal), ya que muchas veces, ésta puede ser un desdoblamiento de la primera, del “yo” que se autorrefiere, o se desdobla especularmente:
“A alguien debes amar:
Al montón de ruinas que te rodean
a las sirenas que anuncian la guerra
a las parentelas que te narran historias del rencor
y luego te cobran la expulsión del paraíso.”
El “yo lírico”, sujeto enunciante de primera persona, es recuperado, además, en esta obra. Sin temor a caer en la inflación de un yo deudor del romanticismo histórico, Díaz-Granados insiste en coagular su presencia en sus textos. De ahí, una poesía de cercanías, acercada al oído, acortadora de distancias. Leemos en el formidable poema “Hospedaje de paso” que da título al libro homónimo:
“Nunca he conocido a los inquilinos de mi vida.
No he sabido cuando salen, cuando entran,
en qué estación desconocida descansan sus miserias.”
Y en “Noticia del hambre” poema del mismo libro, el yo lírico informa de su situación límite (situación que también alcanza a una gran parte de la humanidad transmoderna):
“Me habita el hambre. Y todos me lo dicen.
No es el miedo ni la duda
apenas un ritmo intacto que no toca con su sal la orilla.”
Como ha escrito John Jairo Junieles: “En algunos pasajes, el autor manifiesta de manera rotunda su adhesión a los urgentes planteamientos de su época; tal vez alentado por la conciencia de crisis de su sociedad, y se obtiene entonces: una consoladora compañía.”
Los temas abordados, el tono grisáceo de los motivos poéticos a los que acude, el enfoque de la criatura humana que caracteriza sus poemas, puede explicarse en sus propias palabras, citadas de una entrevista que se le realizara al poeta: “No creo en los asuntos felices para la poesía, ella es el territorio de la derrota”:
“La vida cierra las persianas
Y uno no se encuentra con su cuerpo,
acostarse a contar las nuevas cicatrices,
desayunar con la nostalgia de los rostros dejados
y en soledad saber somos algo incompleto a la deriva,
una larga temporada baja a la que siempre se retorna”
Una fenomenología del abandono: tiempo, amor y muerte nos cercan, Dios nos ha dejado solos: Díaz Granados lo informa, pero no se abstiene de la ternura, o por lo menos, de cierta tonalidad que ella destila en su escritura literaria.
Si existe un poema que sugiere ese “territorio de la derrota”, es “Oración del derrotado”, en el que el tono, el diseño escritural propia del diálaogo con la esperanza de que nos escucho un ser superior, se borra, precisamente, en el contenido del rezo:
“Señor de los torpes
tu que nada sabes del tiempo,
que en tu reino tienes a Van Gogh, Patrono de la luz,
por qué enviaste la amargura a este lado del viento,
a este valle de extraviados, de huérfanos
donde mis ángeles se emborrachan
con el óleo fermentado de mi soledad.”
En ese mismo orden de cosas, encontramos el dístico con el que cierra el poema “Personajes de una pasaje de mi infancia”, en el que se dice, con la contundencia que sólo la buena poesía (condensación lingüística y emotiva) puede ofrecer:
“Entre tantos oficios el más difícil fue entender
Que el mundo es tan solo una casa de dioses extraviados”
Su poética definición de la vida, de este tránsito que nos tocó en suerte recorrer, adolece de luminosidad, por el contrario, arroja un sabor agrio, de desaliento, de estar en un tinglado improvisado, en donde nos movemos como muñecos sin norte: la vida es así “este hotel de paso donde siempre es de noche” , o bien este “festín de múltiples despojos”.
Agazapado tras los espacios de la derrota, de la frustración (por ejemplo el poema “Inutilidad del oficio”), de la soledad, de la desesperanza, de la ausencia del amor disfrutado en tiempos mejores, de la casa vacía, del sentirse arrojado al valle de lágrimas portando solamente los instrumentos del lenguaje, el poeta, empero, da cuenta de un mundo que aún interesa, que aún justifica su consideración, que es rescatable en tanto es verbalizable en esa palabra poética resucitada. Así culmina el poema “Festín bajo la lluvia” de Hospedaje de paso:
“Calla
la dicha no volverá a ser tardía
nuevas voces serán la fiesta
Esperamos lentos amaneceres,
La trunca resurrección de la palabra.” [1]
El tiempo, esa dimensión que nos constituye (“somos el tiempo” dijo Borges, “esa parábola de Heráclito, el oscuro”), deviene, necesariamente, en antesala de la estación terminal: la muerte. En la obra de Díaz-Granados, como en la de muchos de sus poetas más leídos, la muerte adviene en presencia permanente, necesaria, convocada al espacio del poema:
“Seguro será la muerte y el ropavejero
Que vienen por mi cuerpo con su derrota
O el casero a desalojar,
Que es lo mismo.”
En el poema “La otra casa”, le muerte supone una inminencia, una carta ganada en el tiempo vivido, pero no se evita el cuestionamiento, la gran pregunta, la definición de eso que no podemos más que entrever, o, por lo menos, sobre lo que podemos especular. La función del poeta visionario se justifica:
“¿La muerte será como trastearse a una casa un poco más oscura
O a un vecindario donde la amargura
Se resuelve en un pago de contado?”
Como es un poeta joven, la trayectoria escritural de Federico Díaz-Granados está en tránsito. Aún permanece en un “hospedaje de paso”, sin culminar. Su tarea es un work in progress asumido como vocación y destino. Una lectura cabal de su producción lírica, podrá aproximarnos, en tanto lectores curiosos, a develar muchas otras zonas de misterio, de búsqueda, de innegociable dedicación al lenguaje de las sugerencias, a su fruto agazapado.
Datos vitales
Gerardo Ciancio es Poeta y ensayista uruguayo (Montevideo, 1962). Profesor de literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas (1985) y master en dirección educativa por la Universidad Complutense de Madrid (UCM, 2002). Ha publicado los libros de ensayo La crítica literaria integral (1998) y La ciudad inventada, (1998), las antologías Nada es igual después de la poesía. 50 poetas uruguayos del medio siglo (2005) y es coautor de El amplio jardín. Poesía joven de Uruguay y Colombia. el manual para estudiantes de CBU Plan 1986, Entretextos (primer premio de la Inspección Docente de Literatura del CES, 1993), La cultura en el periodismo y el periodismo en la cultura. De Mario Benedetti a Maldoror (en coautoría con Jorge Olivera, 2007), y otros textos. Decenas de artículos suyos han aparecido en revistas literarias de Uruguay, Brasil, Argentina, Puerto Rico y Paraguay, y ha participado como ponente en congresos y seminarios en Uruguay, Brasil, España y Suecia.
[1] En el libro Álbum de los adioses este poema se titula “Festín bajo el tiempo” y sus versos finales presentan esta variación: “Esperemos lentos amaneceres / la trunca resurrección y la palabra”