Presentamos un texto inédito del poeta ecuatoriano Xavier Oquendo (Ambato, 1972). Oquendo es hoy día una de las referencias de la poesía ecuatoriana. Esta semana, el poeta ecuatoriano estará visitando México. Xavier Oquendo dirige en Quito el Festival de Poesía Paralelo Cero. Ha publicado en América y Europa diversas antologías sobre la poesía ecuatoriana contemporánea.
DE CÓMO EL POETA LE DEDICA UN POEMA A JUAN GELMAN, APROVECHÁNDOSE DE UN VERSO DE CESAR VALLEJO
El golpe ha llegado.
Hizo puñete de platino y golpeó la mesa.
Yo desayuné el sol de las frutas
y el golpe se comió las últimas uvas
pisando el corazón de su pulpa.
Saltó con garra de pirata Blas de Lezo.
Me lastimó la córnea y la mejilla.
Corrí hasta ausentarme de la mañana,
pero llegó la noche, con su mano airada
y el golpe me golpeó con mi propia sombra.
Me sigue dando golpes todo el día.
No hay forma de hacerle quites, de alejarse.
El golpe me golpea y se hace fuerte,
me va sacando el moretón y la ausencia.
Ahora tengo azul el pelo largo
y la sonrisa es una barba con mordiscones.
No hay una zona blanca en estas pieles,
solo las puras habitaciones de los golpes.
El golpe hizo hijos en mis vísceras hinchadas.
Se dieron partos y cesáreas
y los hijos prematuros del golpe
salieron inducidos en dolores.
Desde el día que llegó, en el desayuno,
el golpe no ha parado de ejercitarse.
Hace biceps y triceps en la lona.
Camina dos horas diarias por el jardín de la casa
y luego vuelve a salir, a dispararme sus muñones.
Ya no me defiendo. Ya el cuerpo se ha curtido,
está lleno de heridas secas.
Pero yo descostro el dolor y la sangre fluye.
Se hace otra vez y otra y otra en cicatrices.
Vuelven los polvos de sulfa, los unguentos.
Vuelve ese dolor viejo y otros nuevos.
Se vuelven a partir las gasas húmedas
en pus -la sangre blanca que se espesa-.
El golpe está feliz por estos triunfos.
No para de saltar en emociones.
Me ve caído y da, y da conmigo,
y vuelve con más técnica y más saña.
No tiene compasión. No hay tregua ni agua.
Por él, que yo me muera en la tranquiza.
Por él, que me triture en las fracturas.
Por él, que me haga mutis en la vida.
Yo solo me levanto y tomo algo. Algún desinfectante.
Un caldo burdo. Y luego voy a a ver
si hay telarañas. Si hay sangre de drago
Para empedrar el dolor.
Ya no quedan más cicatrizantes.
Así que mejor hablo con el golpe. Le digo que lo amo.
Que ya me han dado susto sus visitas.
Que soy el portador del sindrome de Estocolmo.
Que ya no puedo traicionarlo. Que qué gusto.
Que siempre será un placer sus guantazos secos.
Que hay que buscarle un cuarto a sus visitas.
Ahora vivimos juntos
y siento hasta placer por sus nudillos deformes
que han ido desflecando mi existencia
hasta volverla santa, pura, casta. San Expedito
en mí. Santa Teresa y todo el santoral que me ha llegado
a punte de estos golpes. Como Mariana de Jesús, por dios,
con este penar intenso,
llegó a destrozarme el espíritu.
Y todo,
para salvarme.