Presentamos algunos textos de Max Rojas (Ciudad de México, 1940), uno de los poetas más leídos en México en los últimos años. Max Rojas es un poeta de gran ímpetu. Su obra es un testimonio de la angustia. Su poesía se ocupa de la melancolía y la soledad en las grandes ciudades. En sus poemas se advierte un ritmo muy atractivo y uno de sus hallazgos es el empleo del neologismo. Max Rojas ha ejercido gran influencia en las nuevas generaciones de poetas. Hace algunos años, El turno del aullante, uno de sus poemarios, fue reeditado en la colección La centena.
El turno del aullante
a Lourdes y Antonio Gazol
I
Lo furioso, lo verdaderamente animal
que me sostiene, lo que me guarda en pie
con el rencor crecido, esto como de hueso,
como de dientes que se muerden
después de haber mascado el polvo,
esto de sangre, esto de grito ahorcado
como un aullido en la garganta,
esto como un muro, como un sollozo
largo de noche sin hogueras, lo animal,
lo verdaderamente bronco que me duele en los ojos.
Dije que el mar es algo así como esa diaria muerte
de mi cuerpo. Hoy me sale lo bronco
y me revuelvo, hoy me sale lo herido
y me desgarro —perdón por esta forma
de amargura, pero es que hoy
de muy adentro me sale lo animal desbocado,
la verdadera furia que me empuja:
esto de maldecir espinas
lo formalmente triste,
lo exactamente amargo como el llanto.
Ahora me vuelvo y me despido y me regreso.
Voy a buscar mi sombra entre la sombra,
porque mordí sin tiempo un corazón de niebla,
y lo bronco,
lo verdaderamente animal que me sostiene
está dolido.
V
Hoy tengo que saber algunas cosas,
averiguar ciertas costumbres de las aves,
ciertas maneras de la tarde que no entiendo.
Debo saber —es un ejemplo— aquello que concierne
a las personas a la hora de la lluvia,
su modo de perderse entre la niebla, su tristeza,
su nostalgia sombría como el viento;
quiero saber, también, las causas de la muerte
del erizo, su manera tan fiel de arder a solas,
su sollozo;
después, tengo que averiguar algo pluvial
que llega en las palomas, algo que duele,
algo que suena hueco y sabe frío:
un caracol que se hunde en un espejo y un lamento:
la destrozada forma de un rostro que me escalda
y todo aquello:
el hosquedal de pájaros que empieza,
el viento en la ventana dando miedo
y esta manera de llover que parte el alma.
VI
Hoy de golpe me vino todo aquello,
y de golpe, también, me encontroné
en un muro.
No es para menos, dije, y me tiré al olvido,
y luego anochecí mascando penas.
Me dio por acordar de amargas cosas,
y me puse a morder tales mordidas
que los dientes después me hicieron daño;
aconteció que el llanto sonó a desbarajuste,
pero mejor me fui por si llovía;
hubo no sé ni cuántas bajaduras
y tantas cosas más que me arrumbaron.
La pena me entristó y estuve a punto
de barbotar de tanto que traía;
de golpe se me vino todo encima,
y hubo un dolor aquí y un aguacero
y un poco de llorar por si las dudas
( la cosa fue que el agua me hizo daño).
No es para menos, dije, y me tiré al olvido,
y enmohecí en un rincón mascando penas.
VIII
Anoche me dolió la esqueletada, de modo tal,
y de manera triste, que al rato de crujir
se vino abajo;
ni para qué moverla —dije— de ese sitio
si al cabo he de acabar igual de caído:
la dentición ya me anda carcomiendo
y adentro el huesadal haciendo estragos;
mejor que de una vez se quede allí tirada,
que pronto he de ir por ahí a recogerla;
me importa poco el hueserío que falte,
porque de sobra sé que faltan muchos;
no por nada se me han ido cayendo,
a cada tropezón, un resto de ellos.
Si así de invertebral he de quedarme,
mejor ya de una vez me angosto el alma,
y vale madre lo demás que venga luego.
Anoche me dolió la esqueletada, y nadie más
que a mí me vino el crujimiento. Me entristo
un poco más y trago en seco, que al cabo sé
que he de acabar mi crujición a solas.