Nueva poesía colombiana: Robert Max Steenkist

Presentamos, en el marco del dossier de Nueva poesía colombiana, preparado por Federico Díaz Granados, algunos poemas de  Robert  Max Steenkist (1982). Estudió literatura en la Universidad de los Andes de Bogotá y completó una maestría en estudios editoriales en la Universidad de Leiden. Trabajó en el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC/UNESCO). Publicó el poemario  Las excusas de desterrado (2006).

 

 

 

 

 

 

 

Estrellándose

 

Hablo de la ciudad que amo,

de la ciudad que aborrezco

José Manuel Arango

 

En esta noche,

Ciudad de canales y veneno,

hay un humo entre tus luces

y mis ojos.

 

Y no estoy solo.

 

Un cielo de cobre

se escurre

entre taxis vacíos y asientos empolvados;

entre la mujer que porta un abrecartas

y el suicida que estira la mano desde su gabán de cuello lato para saludar.

 

En la casa donde el padre cena solo

todas las bombillas han confabulado

y retienen la luz

antes de regarla como un estallido de oro

hacia las calles.

 

Y miles de postes las secundan

derramando los chorros sobre las aceras

con elegancia de cascadas enfurecidas.

 

Tus suspiros de madrastra y viuda,

Ciudad,

cuando aparecen las luces que no te dejan dormir,

uno más se cuelga

otra arrastrar su sombra lejos de tu llanto

un padre pide disculpas a los puestos vacíos

alguien espera la venganza con la puerta cerrada,

cuando las luces se prenden, Ciudad,

tus suspiros consiguen erguirse como una cortina de niebla blanda.

 

Y esta noche no estoy solo

porque las historias que son tus huesos

dictan un buen ánimo sobre el asfalto.

 

Hoy me parece que un cielo estrellado remeda

Tu universo de ciento diez voltios repetidos.

 

Tú misma te vuelves el rastro del potente estornudo del sol

y ese cielo infinito

son tus ganas negras de quedarte profundamente dormida.

 

 

 

 

 

 

Los tatuajes del sueño

 

And the poem

Has set me soflty down beside you. The poem is you.

John Ashbery

 

 

Sueña que acaricia

los tatuajes de un hombre orgulloso.

 

Recorre las líneas

orientales de grandes alas,

aventuras con el viento

y mujeres

que yo no he roto.

 

Sueña que revive las líneas del fuego.

 

Acaricia en la oscuridad

esa tinta que es otra cicatriz

que colea

escarbando hacia adentro.

 

En su sueño yo me le acerco

y tiendo esas otras líneas

inexpertas y sin viajar.

 

Postales borrosas

se curvan sobre el papel

y mueren sobre el blanco.

 

Ella sonríe dormida y

quiero que siga repasando pesadillas.

 

 


 

 

 

Filium patris

 

Ya sé, padre,

que el tiempo nos abre arrugas en la memoria

y que al otro lado de tantos años

sólo podemos ver, cuando llueve,

el rostro de alguno de los dos.

 

Ya sé que me cuesta llorar

Y que tú bajas la mirada.

 

Ya sé que escondes tu cabeza entre los hombros

como una tortuga aturdida

y yo fumo en silencio, taladrándote las llagas,

queriendo caber entre tus brazos.

 

Ya sé, padre, que ya no me besas la mejilla

porque mi pudor te hizo un hombre serio

que retrocede para siempre.

 

Ya sé, padre,

que no hay camino aparte del que empiezo

y que al final siempre estás tú,

ofreciéndome en silencio lo que supiste siempre.

 

Ya sé que crecer es un capricho que nos hace viejos

y que atrás, padre, quedamos tú y yo,

aprehendiendo las vitrinas,

tú abrazándome como si ya me fuera

y yo sin sospechar que esas manos seguras y tibias

algún día iban a quedarse amarradas

a mi esperanza.

Ya sé, padre, que todo lo mío

ya lo tuviste que haber dicho,

que tienes razón,

pero sólo por hoy imita mi abrazo

dí que lo querías

dí que también lo necesitabas,

dí que hace mucho lo estabas esperando.

 

 


 

 

 

 

Mare magnum

 

Que me aconseje el mar

Miguel Hernández

 

El mar es un avance

de ostras rotas

sobre lomos de espuma,

 

un juego y un coito

que se adelanta

según los siglos y los segundos.

 

El mar muerde la arena

con la furia de una sábana mojada

y la insistencia de algo que no termina de llegar.

 

 

 

 

 

 

 

De noches compartidas

 

El celador de mi edificio tiene los ojos vagos.

Da las gracias aún no habiendo recibido nada

y también cuando resiste un regaño inmerecido.

 

Tarde llego siempre

y él se levanta

como desprendiéndose de una ruana gris

de tanto insomnio a solas.

 

A veces me tiende un recibo amenazante

en vez de ese cheque q​ue tanto espero

pero nunca nos cruzamos

más que un saludo masticado;

él, una venia cansada.

Yo, una sonrisa que no brilla.

 

Le diré que a veces duermo por él,

que no hablemos de los retrasos

con los que se perfuman mis vecinos,

que me hable

de lo blanca que es su noche.

 

 

 

 

 

 

Invasión bárbara

 

Esta es la última línea que te escribo.

 

No sientes el galope

de los caminos de fuego
que se abren hacia nosotros:

las fiebres te han robaron el miedo a la noche.

 

Sobre la colina

ya veo

los cuernos de tus pesadillas.

Les sirven de casco.

Afiladas quijadas de gigantes que derrotaron

se elevan sobre sus mazos de muerte y de victoria.

 

Poco les importarán

la cena que dejaste servida,

tus manos pálidas,

el cuidado que tuviste al lavar los platos

o la cesta de madera con la que he regresado

para calentar tu noche.

 

Sus gritos irrumpirán quebrarán esta casa

dedos vendados romperán tu carne

y se burlarán de nuestros dioses

al fundirlos para nuevas lanzas.

 

¿Quiénes son?

Alcanzarás a preguntar al borde de la muerte,

¿por qué sus dientes negros

rajan las telas cálidas de las moradas?

 

Sus escudos han roto la lluvia

en campamentos que no dejan huella.

 

Sus palabras

han avanzando sobre las estepas del desierto

que no acogieron nuestros surcos,

nuestros papeles y cuentas se queman a su aliento.

 

Las flechas encendidas

atraviesan los muros

que hemos erguido

para huir de su marcha de ruinas.

 

Miedo es el nombre de los caballos

sobre los que avanzan

por las praderas sin luna.

 

Nosotros construimos paredes

e inventamos pretextos para reunirnos

en hogueras que nos aíslan de la noche.

 

No tendremos escapatoria.

Sus encías negras y su carrera son esta avalancha

de futuro que nos borra

y sus gritos

no se detendrán

sobre nuestros restos.

 

Mis palabras

y mis libros

y mis ganas de luchar

contra tu muerte

serán la próxima línea de su horizonte infinito

desde donde partirán de nuevo

tronando hacia la nada.

 

 

 

 

 

 

Abuelas

 

Para Mien y Onita

 

En esta casa permanece

un espíritu

que protege las cosas

del derrumbe:

 

abre el tiempo

como una granada

y se encarga de correr las cobijas

sobre los afiebrados

para que no los dañe

la amplitud de la noche.

 

Usa los rincones

para que el agua siga hirviendo puntualmente,

para que ciertas tardes mantengan

su vuelo de escena muda.
Con hilos de sombra

recompone los vestidos de hijas

propias y ajenas

hasta hacerlas mujeres

que resisten ronquidos

y miran de frente

un carro que se fue antes de tiempo.

 

Cuando menos se siente

cuando no peina ni cuida

ni prepara ni ordena

este espíritu

llena la casa de susurros desvelados:

pájaros de polvo

sacan brillos

que suavizan la resignación de hacer viejas

nuestras propias ansias de vivir.

 

 

 

 

 

Edificio

 

Sabemos que afuera hay

personas

porque de cuando en cuando

un silbido distraído

se vale de las grietas de los muros

y agita nuestro encierro.

 

Caminan de lado a lado por el corredor de salida.

A punta de taconeos agotan los afanes

como coleccionistas de postales.

Desde muy temprano andan abriendo cajones

cerrando el agua

guardando lágrimas para tiempos mejores

buscando bendiciones para entrar en el día.

 

Y las siluetas de su prisa se extienden

hasta nuestros pies

por debajo de la puerta,

como una ola seca que nos trae noticias

en una lengua demasiado fugaz,

figuras de miedos aleccionados.

 

De vez en cuando se enlazan en una sola figura

y dicen sentir mucho la muerte

de alguien

que no veían hace tiempo.

Otras veces se aman,

hacen crujir las vigas

del edificio,

derrumban los nidos que hicieron las golondrinas.

 

Son los hombres que han nacido de la arena,

las mujeres que escaparon de los altares de cartón

y que ahora llevan las cráteras y se tragan el grito.

 

Sabemos que están afuera

porque sus pálidos saludos son las égidas

con las que se preparan

para las calles.

 

Sabemos que seguirán

entrando y saliendo

porque su devenir de sombras

es la emboscada

que creen tener

contra la Gorgona.

 

 

 

 

 

El divorcio del astrónomo

 

Para JRMG

 

Soñé,

te conté un día, el polvo de nuestras manos,

con un marino que perdía las estrellas

a causa de la ceguera

y que,

ya viejo y loco,

inventaba constelaciones para su noche eterna.

 

El brillo de las estrellas

es una noticia tardía, me dijiste,

esa luz que vemos no es sino un navío

de jaulas doradas

que guardan especies muertas.

 

La luz que vemos son estrellas muertas.

 

En su viaje silencioso a través de la nada

la luz se vuelve mentirosa

pues no se entera de que su puerto se ha extinguido,

hundido en las corrientes del infinito.

 

Las estrellas no merecen nombres,

convenimos al despedirnos para siempre.

Nos han mentido.

 

La explosión de su origen

y el pálido reflejo

que titila en nuestras noches

es un malabarismo del espacio,

un engaño de milenios.

 

Todas han de extinguirse de repente.

Vencerán la distancia que le sacó nuestra ilusión

y dejarán en claro

nuestra falta de bendiciones.

 

 

 

 

 

 

Emigrante

 

Para Faels Martillo

 

Empuñas la escoba de cada día.

 

Debes limpiar los restos de las manifestaciones que acaban a la hora indicada,

las flores que dejan los sepelios de cabildos nunca tuyos,

los anuncios de temporadas de descuentos a los que tampoco alcanzas.

 

Lo que te hubieras ahorrado

piensas

mientras la gente sigue caminando con los mismos pies

que en tu país estallan

y unos arrancan siguiendo las meticulosidades del odio.

 

Ellos sonríen y pasan y pasan

casi contentos de protestar

 

Y tu ya te ves,

distante de los antiguos reyes cuyas caras de tierra

imprimen en volantes de propaganda,

 

y tu ya te ves,

no como alguien que resiste y lucha,

 

y tu ya te ves,

casi ajeno a los que son defendidos por las multitudes puntuales,

a mares de distancia.

 

Y tu ya te ves

barriendo toda su propaganda de papel reciclado

y barres

hasta atorar los flujos subterráneos.

 

Eres el dócil trabajador

el de la sonrisa incómoda de no entender y de asentir cuando preguntan

algo que se responde con palabras. Y no con gestos.

Con Palabras. Con Palabras.

 

Emigrante.

 

Silencio para pedir, preguntar, responder órdenes, contraatacar.

 

Te fuiste perdiendo en chaquetas y abrigos, bufandas

que no sabías usar

y tus plegarias se llenaron de marcas y de nombres de ciudades

que no supiste

como explicarles a tus padres y ya no los llamaste cada semana.

 

Y así

tu lengua se arrastró fuera de ti

como un feto muerto.

 

Qué importa ahora de donde venías

si has perdido

esas palabras

con las que antes elevabas el sol,

si te limitas a repetir el idioma del mundo

buscándole nuevas posiciones a los labios,

rumiando sabores que no digieres.

 

Aquí aprendes que la boca es un estorbo,

un pájaro muerto que antes llenaba el cielo

pero que no ha emigrado contigo.

 

Voz de dolor y refugio

batalla perdida

que se trenza como un lagarto moribundo

en esos pasos que se alejan sin verte.

 

Mañana volverán.

Cuando llamen al fin de la manifestación

te dejarán su basura.

 

 

 

 

 

 

Datos vitales

Robert Max Steenkist (Bogotá, 1982) estudió literatura en la Universidad de los Andes de Bogotá y completó una maestría en estudios editoriales en la Universidad de Leiden. Trabajó en el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLALC/UNESCO) y fue profesor de la Universidad de los Andes. Actualmente divide su tiempo entre el Colegio José Max León, la agencia de fotografía FotoMUST y la fundación Bogotham Arte y Cooperación. También trabaja para la Ópera de Colombia y el Museo de Arte Moderno de Bogotá. Ha publicado los libros Caja de piedras (cuentos, 2001) y Las excusas de desterrado (poesía, 2006). Su trabajo ha sido publicado en Alemania, Colombia, España, Grecia, Holanda, México, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela.

 

 

 

 

Librería

También puedes leer