Presentamos la cuarta entrega de la Antología de la poesía latinoamericana 1965-1980 preparada por Mario Meléndez y de próxima aparición bajo el sello de El Ángel Editor en Ecuador. En esta muestra aparecen poetas que van del guatemalteco Javier Payeras (1974) al dominicano Frank Báez (1978).
Antología de la poesía latinoamericana
(1965 – 1980)
Parte 4
Javier Payeras
(Guatemala, 1974)
SIEMPRE HACIENDO IMPOSIBLE EL SILENCIO
1
Eric Satie una mañana se convirtió en un lazo alrededor de mi cuello.
La tristeza es una mierda. Es una sobredosis de mierda. Ya basta. No hay que mentir: la tristeza es sobredosis y mierda.
Eric Satie una mañana se convirtió en algo. Tanto letargo con los labios cruzados. Invadiendo la necesidad de escribir cuando esto no cuenta para nadie.
Siempre raspando esa puerta. Siempre anotando gritos y rompiendo la teja. Siempre haciendo imposible el silencio.
Eric Satie una mañana se convirtió en un espejo. ¿Cómo se huye de un espejo? Los milagros se dan mientras nadie los observa. Ninguna lucha es imposible, pero huir siempre es difícil. Las gotas sobre las teclas –como pintura que cae desde el agujero de la lata directo al piso- suenan en el equipo de sonido. ¿Cuántas rutas quedan en el bosque?
Carlos J. Aldazábal
(Argentina, 1974)
TIGRE
Felino sí.
Probablemente puma o simple gato:
la madera tallada no transmite verdades
y a un tigre de madera no se le ven dibujos.
Faltaría un pintor, alguien que con minucia
le decore el hocico, las patas, los costados,
para que la madera forme al tigre,
espejismo de rayas, pura voluntad de artesanía.
Luego sí, vendrá algún domador hecho de plomo:
acercará la silla, y al oído del tigre
escupirá verdades hasta formar la jaula.
Con un poco de alambre cubierto de algodones
construirá un gran aro para que el tigre salte
y el fuego lo consuma, como consume el fuego la madera.
¿Y si el tigre le ruge? ¿y si el tigre no salta?
¿si la silla se rompe y el domador tropieza?
¿y si el fuego perdona los colores del tigre
y se encarga del plomo y lo convierte en río,
y el tigre va y se baña, como hacen los tigres
que no son de madera, y se queda sin jaula?
¿Entonces se sabrán los dibujos del tigre?
¿O será por el agua, su devenir, sus ríos,
que Heráclito hablará de las certezas?
(de Piedra al pecho, 2013)
Gladys Mendía
(Venezuela, 1975)
EL TRÁNSITO DEL ALFABETO
la autopista piensa que tiempo y muerte
son el mismo dios
siente la gravedad de los cuerpos
y decide ser río
ahora nada le pesa
ni las rocas
ni los peces
ni las plantas
desde el fondo se ve a sí misma
corriendo en su humor alcoholado
comprende la mentira de la transparencia
la transparencia es ilusión
le dice el polvillo acumulado
que ella respira sin ver en la oscuridad
escucha palabras que entreabren algunas ventanas
siente que nada está en su lugar
no hay sistema
no hay sentido
no hay niveles ni formas
no hay orden
lo que hace despegar es el vacío
el alfabeto como un pasaje sin destino
el transitar erróneo de los sonidos de una lengua a otra
porque no es posible escuchar
porque es la ilusión de los borrosos escuchar
el alfabeto en tránsito es la ruleta rusa
la autopista cuando es río se libera del juego
(de El alcohol de los estados intermedios, 2009)
Paul Guillén
(Perú, 1976)
LA MUERTE DEL HOMBRE AMARILLO
si de un frío vapor pudieras ver la clepsidra de tu madre
latir entre las ubres
¿no imaginarías lo mismo para ti?
y te abrirías de piernas como una mandrágora
esperando que te rocíen algún líquido celeste
entre los muslos
y en la basura de huesos y frutos secos
encontrarías un animal afiebrado y amarillo -maldito payaso azul-
lleno de escombros y liendres
¿acaso te hubieras imaginado vivir
solo de bosta
y ubres?
pero es la madre la que te amamanta con un terrible
líquido amarillo
y te hace ser quién eres
maldito seno amarillo
que se asemeja a la ubre de una vaca en celo
y a los gusanos que aran
sus ciclos
concéntricos y reales
si la levedad se estropea con el peso de los astros
y escuchas
el sollozo del infante no nacido
madre ven a darme de tu líquido verde
ahora que ya estás a punto de morir
y no me mientas
que en mí crees
Hoy hablé con mi abuelo
quizás después de cincuenta años
lo noté igual a mí
él piensa que sigo pequeño
pero no se da cuenta que ya tengo un pene grande
y que ahora me gustan los tratos con esos mercaderes
y yo que caminaba por esta ciudad
sin recuerdo de uno mismo
y ahora las calles no son las mismas
y lo único que puedo recordar son los amigos y los viajes
para no volver nunca ni antes
maldito líquido violeta que te pusiste en tu velo
de novia
cuando me abandonaste en ese altar —en el cual no creo,
pero igual me dolió—entonces,
aún dudaba de las premoniciones
y te miraba fijamente
y de pronto me robaron la cartera!
(de La transformación de los metales, 2005)
Damsi Figueroa
(Chile, 1976)
DE CUADERNOS DEL SILENCIO
A Gonzalo Rojas
El silencio matemático es el cero, el verbal no es
la ausencia de palabras: la nada, ni el vacío.
En todas ellas flota el eco de la angustia y en la muerte
siempre ruge una orgía de fantasmas que nos llama.
Misterio, rebeldía es el silencio. La mentira, la censura
No son silencio.
El silencio es algo hermoso. Es una puerta entrecerrada.
Una metáfora que busca su reposo en el olvido.
No tiene trampas sino abismos.
(Puros abismos metafísicos)
Y si quieren darle un cuerpo, dadle el cuerpo de una flama que se extingue,
el cuerpo de un venado que se fuga,
un abrigo con los bolsillos rotos.
Precede o sucede al portento:
al trueno, al llanto
al grito, al hipo,
al estruendo de la metralla y a las sirenas que nos hielan el pecho.
Sucede a los orgasmos más tremendos.
Los orgasmos son
puro silencio derrochado. Inhalación
profunda
y contención del prana de los tiempos.
Toda vida Germina;
toda vida se gesta en el silencio. Único principio
Única voz a la que siempre regresamos
a tientas, sordos, corrompidos.
Para volver a oír el mundo, claros,
nuevos, como niños que acabaran de nacer.
José Carlos Yrigoyen
(Perú, 1976)
MUCHO MÁS ALTO QUE UN HOMBRE ALTO
Esta tarde, cuando salí de casa en búsqueda
de un hermano, que en realidad no es mi hermano,
pero me ofrece a cambio de casi nada las ramas
más abundantes de su árbol —el árbol del conocimiento,
el árbol que se duerme con el televisor encendido, el árbol
que telepáticamente administra nuestra retórica—,
te encontré, ajeno a la gente y al rumor del tránsito, a ti,
hijo de lo irreal, no-muerto, zombie de película paraguaya,
con un bastón en la mano, herido de muerte
desde hace tres meses atrás, mirando todo
como cuando miramos por última vez algo que perdemos.
Estabas como siempre: irónico, cansado, abrazado
a una chica guapa totalmente vestida de negro
debido a la música que escuchaba. El rostro maquillado
de blanco, la memoria confundida, los intestinos abrasados.
Le quise dar un beso y ella, temerosa, me saludó con la mano.
Nuestras necesidades somos nosotros mismos, eso lo sé,
también sé cómo cambia la velocidad del tiempo
cuando somos felices, cuando podemos convocar
a quien queremos con sólo nuestra presencia, porque nosotros
somos nuestro propio cántico. No me importó e igual la besé.
Todo esto es tan natural como el miedo a la electricidad,
pero sería bueno que ocupara el lugar de algo más importante,
que una descripción nos obligue siempre a comenzar otra,
y dejar de hablar, por favor, de la elevación de los cuerpos
donde sólo queda nacer, desgarrarse y morir, sin importar el orden.
—De verdad yo quería una vida larga, pero no tengo otra salida.
(de Lesley Gore en el infierno, 2003)
Catalina González Restrepo
(Colombia, 1976)
PROMESA
La señora, vestida de negro, exhibe su viudez
mientras nosotros compartimos el postre.
Nos habla de esa llama
que se enciende y apaga,
nos mira a los ojos,
dice que se la jugó toda y no perdió,
la muerte nos hace vulnerables a la verdad.
Desordena su pasado
y se alegra de tu mano sobre la mía.
Quizás adivina que hace rato sueño con llegar a casa
y que lentamente dejas caer mi falda,
la misma de esa vez,
cuando cenamos con tus amigos
y aún no éramos nada.
(de La última batalla, 2010)
Ernesto Carrión
(Ecuador, 1977)
[Giro 3: Si el Escritor pierde la ética todo queda en rabieta]
Uno se da por vencido hasta volverse humano. Aplasta a un elefante: toca el poema. Blanquea la metafísica de un pulmón parqueado en un hollín de letras. Así he debido calentarme todo este entierro. Como las garras de una roja cebolla envuelta en los pañuelos de mi gran abuela. Así se cierra esta cadena de favores: un libro escrito por un gusano camina a ser carcomido, como una balsa de párpados disfrazados de rosas capilares, por centenares de gusanos forzados a respirar bajo una tierra asfixiante. Esto es Geometría, Circularidad peligrosa, y una Canción de amor soleada como la cabellera de un viejo rompeolas. Este es mi sitio: entre la vida privada y la vida privada de mi vida. Los años iban y venían, aún vienen y van los años, y fue imposible desaparecer nuestro nacimiento simulando un asalto sexual forjado por el polvo como una obra maestra. Yo enamorado de mi polvo, polvo me iba haciendo entre un escombro exótico de tráqueas saboreadas. Apenas me conocí tenía tantas ganas de escribir un libro sobre la vida, tantas ganas de narrar la vida artificial de mi inteligencia, que terminé escribiendo un libro sobre la muerte. Dios es transversal y transexual y el horror de mi escritura es la circularidad de su palabra que ya no puede mentirme, porque a mí me han descargado su leche los cientos de hombres que me habitan, y llevo la cara cortada como un piano floreciendo hacia la hoguera. Yo fui una canícula partida como una margarita sudando su tabaco y besando pronto. Madre, ¿no te dio pena habernos partido cuando apenas teníamos lengua para defendernos? Madre, ¿no te dio pena habernos partido cuando apenas teníamos lengua para defendernos? Uno se da por vencido hasta volverse humano. Aplasta a un elefante: toca el poema. Disculpa al Cromañón que lo arrincona. Envuelve con adornos su palabra. Escribe desde el cerco.
(deViaje de gorilas)
Francisco Ruiz Udiel
(Nicaragua, 1977-2010)
EL POETA Y LOS SIGNOS
Uno deja de reconocer
al hombre en las palabras,
aquellas palabras que un día se levantaron
tras el peso de las piedras.
Las palabras desprenden signos
que el hombre cierne
sobre la persistente luz,
sobre la melodía que desiste en la hierba.
El olvido se filtra en cada signo,
y ese balbuceo final
—inaudible para todos—
son palabras que el hombre devuelve al mundo;
palabras que le fueron dadas al nacer,
convertidas ya en puentes, cavernas,
en hilos de arena y humo.
Algún día las palabras volverán a ser hombres,
otra vez puentes,
huellas contra el temblor de la vida,
túneles hacia la libertad.
(de Memorias del agua, 2011)
Frank Báez
(República Dominicana, 1978)
LAS CENIZAS DE ROBERTO BOLAÑO
1
Roberto Bolaño es la nube con forma de poeta, es el humo que se alza de las chimeneas, es la nieve que cae fuera de las heladerías, en las terrazas y los cafés parisinos.
Roberto Bolaño es la niebla que empaña los cristales, es el estruendo de los vagones que retumban en alguna parte, la imagen que nadie divisa desde los espejos retrovisores, es una sombra que se pasea por Chernobyl, el mes de octubre, el periódico que arrastra la brisa por un callejón, las estrellas que se ven desde la azotea.
Roberto Bolaño en un pozo, en el ladrido de un perro, en un bosque que se va incendiando y consumiéndose a sí mismo bajo el firmamento ceniciento.
Roberto Bolaño dentro de las palabras que van saliendo de este poema, en el cenicero de un bar, en una camisa y unos pantalones tendidos de un cordel de un vecindario de Montevideo, en la ola que rompe, en la música que entra por nuestros pulmones y sale para entrar en los pulmones de los demás; es las luces de Los Angeles vistas desde un avión, es el caño de agua interminable, es una paloma que caga sobre una estatua, es la hoja seca que cae de los árboles rojos y que el viento arrastra con otras más y es el alba difusa entre los rascacielos, el smog del D.F. y las luces encendidas de un apartamento donde un hombre golpea a una mujer, la sangre y el agua que corre por los desagües, la eternidad de la luz en el polvo, la luz del sol que te busca por calles y calles y todas las calles del planeta y de repente te toca el hombro y tú te volteas un segundo y lo sientes.
2
Ayer escuché las campanas de una iglesia polaca
y pensé que repicaban por Roberto Bolaño.
Pensé en Homero sentado
bajo un árbol del infierno con cuervos en las ramas
escuchando los poetas que trae Caronte
desde el otro lado de la orilla
y pensé en todos los poetas
que he leído pululando en el infierno
y entré a la iglesia y recé un padrenuestro
por los poetas y por los poetas sin talento
convencido de que Homero se levantó
y le estrechó la mano a Roberto Bolaño
cuando Caronte lo depositó en la orilla
y lo dejó en el infierno extenso
y ardiente como un caldero y éste
asombrado se rascó la cabeza y avanzó.
(de Postales, 2008)