Poesía árabe contemporánea: Tarek Eltayeb

En el marco del dossier de poesía árabe contemporánea preparado por Álvaro Solís, presentamos textos del poeta, narrador y dramaturgo sudanés, de nacionalidad austriaca, Tarek Eltayeb (1959). Sus padres son de origen sudanés. Desde 1984, reside en Viena (Austria), donde estudió Ciencias Sociales y Economía hasta finalizar sus estudios con el doctorado en 1997. Poeta, narrador y Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Ain Shams de El Cairo. Actualmente es profesor en la Universidad de Viena (Austria), en la Universidad de Ciencias Aplicadas en Krems (Austria) y en la Universidad de Graz (Austria). Publicó once libros en árabe y cinquo en alemán, mayormente poesía, pero también novela y teatro. Su obra fue traducida a doce idiomas. Participó de numerosos festivales de poesía y lecturas en Europa y en el mundo árabe. En 2007 recibió el Gran Premio de Poesía “Oriente-Occidente” en Rumania. La fotografía de portada es de Tom Langdon.

 

 

 

 

 

EL PORTAL DE LA CIUDAD

 

Centenario, inmóvil,

torcido y medio abierto,

hondo en la tierra,

sobre él, dibujos,

letras corroídas,

rajaduras y raspones,

polvo sobre él

y colores macilentos,

impregnados en la madera.

 

Allí, me detuve,

sobrepasé su umbral

y volví a salir,

delante, fui de un lado al otro

y leí sus inscripciones,

comprendí sus dibujos,

acaricié sus rajaduras,

me quedé un tiempo

como un peregrino anciano.

 

Apareció una señora vieja

que dijo: – ¡Ven!

Y me alegré de ingresar en la ciudad.

A lo lejos, en un patio, vi camellos,

luego una casa, un muro

de hojas de palmera y barro.

Ingresé en un tiempo remoto,

me sumergí en él

y quedé cautivado.

 

El tono estridente de una bocina,

los coches, el gentío

y el barrullo,

el sonido metálico,

las caravanas del tráfico,

machacando con agresión,

el tintineo de los cafés,

la radio chillona,

una voz

que dejaba caer la desgracia gota por gota

me asustó;

 

lejos, alguien rezaba solo,

cerca, uno llamaba al vacío,

y todo el derredor temblaba de ruido.

 

En medio del tumulto,

me despertaron los ojos de un niño

que llevaba a un anciano

huraño detrás suyo.

Reía y se adelantaba contento

a la sombra

que se arrastraba como un anciano.

Alcanzó el viejo portal,

lo observó y se sorprendió

ante los dibujos, los raspones,

las rajaduras y las letras.

 

El niño se paró delante del portal.

Se apoyó en él

y el portal se inclinó.

Yo estaba muy lejos,

ensimismado,

y me seguía arrastrando

como un peregrino anciano

y también me incliné.

 

 

 

 

 

 

EN UN CALLEJÓN ANGOSTO

 

En este callejón angosto estás obligado

a estrujarte una vez por la derecha

y la otra por la izquierda a través del gentío.

Estás obligado

a saludar a los que pasan,

a empujar a algunos.

Pronto discutes con este,

te disculpas con aquella.

Estás obligado

a chocar las rodillas contra niños pequeños

que juegan en el callejón.

Estás obligado

a ir más despacio,

a esquivar un animal pasando a trote.

Estás obligado

a cambiar de lado

para eludir el calor.

Estás obligado

a acelerar la mente,

a aminorar el paso

 

en tu camino a casa.

 

Y, al final, estás obligado

a consentir las invitaciones de los propietarios de cafés,

a tomar asiento en una de las mesas.

 

Observas la vida en el callejón,

pides un té y una pipa de agua

y, del agobio del camino, te ríes.

 

 

 

 

 

 

 

ESTRELLAS

 

Había una vez un niño afable,

le decía a las estrellas

dulces palabras.

 

Fue creciendo.

 

Su voz se volvió áspera,

cayeron sobre sus hombros las estrellas,

gravitaron sus pasos,

su corazón y su voz.

 

 

 

 

 

 

LA PERSISTENCIA DE LOS BURROS

 

Con cuerpos de burros

soportamos los latigazos,

cargamos la locura plomiza,

subimos a la montaña con una antorcha

en la oscuridad del camino.

Jadeamos y nos arrastramos a cuatro patas.

Ladran perros.

Les tiramos un libro,

los perros huyen y no se acercan más.

 

Trepamos agobiados,

se quiebran nuestras espaldas,

se gastan las pezuñas,

los lobos aúllan.

Les tiramos un libro,

pero ellos se acercan.

 

Les tiramos otro libro,

lo despedazan, gruñen,

nos cercan y nos muerden las piernas,

enfurecidos y voraces

por el sabor a tapa forrada en cuero.

 

 

 

 

 

 

CAFÉ Y AGUA

 

Cien veces al día repite:

– Tengo que volver. Aquí reina la inclemencia.

Allí hay bondad y calor y …

Entonces callé.

 

Le pregunto,

– ¿Allí?, ¿dónde es?

Señala cualquier lado.

Adusto su rostro,

calla.

 

Le tomo de la mano.

Nos sentamos a la mesa

en un rincón tranquilo de un bar.

Pido un café para él

y un agua para mí.

 

Le hablo en árabe

y mezclo el agua con el café.

Se irrita: – ¿Estás loco?

 

Intenta quitar

el agua del café.

 

Lo intenta.

 

Intenta devolver

el agua al agua.

 

 

 

 

 

 

 

EL TORO

 

El toro no sucumbe

por estar en época de ofrendas,

no sucumbe

por el filo de la cuchilla en el templo

ni ante las garrochas de la Plaza,

ni ante el inminente resplandor de las espadas,

ni ante la impiedad,

ni ante la fiesta o el ruido,

ni ante el gemido del recién carneado,

ni ante el eclipse lunar de la última noche,

ni siquiera ante los sanguinarios perros,

ni ante …

ni ante …

 

El toro sucumbe

por olvidar

que los dioses, al decaer su veneración, al final

son carneados

para

comérselos.

 

 

 

 

 

LA SOMBRA DEL OTRO

 

Los dos van juntos, uno al lado del otro.

Cada uno ve la sombra del otro,

sin embargo, no la propia.

 

Ella dice

que en su sombra ve

un tanque y fuego,

una enorme montaña de metal,

y que escucha

estallar disparos,

un niño que llora.

 

Él dice

que en su sombra ve

rosas rojas y granadinas,

una luna intentando librarse

del manto gris de nubes,

que huele el aroma de limones

y oye el repiqueteo de la lluvia.

 

Y, por no pisar la sombra del otro,

se distancian.

 

 

 

 

 

 

OÍAMOS Y OÍAMOS Y OÍAMOS …

 

En la escuela coránica*,

el jeque leía para nosotros –

con las piernas cruzadas,

balanceando la cadera,

recitaba la retahíla

y, a la par,  su abaya** odulaba

ida y vuelta.

 

En la escuela

el maestro leía para nosotros –

de pie,

él, como un tigre en la jaula,

nosotros, como el ganado en el establo.

 

El que ahora lee para nosotros,

está sentado,

no domina la recitación

ni se mueve,

no comprende nada.

 

Siempre nos sentamos

y oímos y oímos.

Nunca atinamos

a animarnos a leer en voz alta.

Las canas reptan por nuestras cabezas

y todavía seguimos oyendo

y repitiendo lo leído en voz alta.

 

 

 

*Aquí se refiere al Kuttab, una escuela coránica a la que van niños a la edad de cuatro a seis años.

**Abaya es un manto que sirve de abrigo.

 

 

 

 

 

ESTACIONES DE UNA PALMERA TRASPLANTADA

 

Fui primavera,

cuando aterricé en Viena,

en mi mente,

una palmera trasplantada.

En dos años, sus retallos

se convirtieron en hojas.

 

Llegó el otoño

recaudando sus bienes.

Pero yo ya recogí antes

la hojarasca que había

caído sobre mi cabeza.

La oculté

para mi reposo y mis mejillas.

En el sueño era una palmera,

al despertar, una almohada.

 

Me fui haciendo verano.

Bajo la presión de mi mente

oigo el susurro.

Murmura al oído de mis sueños.

 

Y comencé

a temer el invierno.

 

 

 

 

 

 

PALABRAS DE PLOMO

 

Imagina

palabras de plomo

cayendo sobre una niñita dormida,

reposada feliz en el jardín.

 

Imagina

su padre reprendiéndole

por caer al mundo de los sueños

sin atenerse a sus palabras.

 

Imagina

la niña con mucho peso,

cargando consigo su cuerpo agazapado

por tenaces maldiciones.

 

Imagina

la niña haciéndose mujer,

corva, clavando

los ojos siempre al suelo.

 

Imagina

toneladas de plomo en su cabeza, durante

cuarenta años, y toda su vida, maldiciones

que la mutilan.

 

¡Imagínatelo!

 

 

 

 

 

 

MI DESTINO EN LOS DÍAS DE DIOS

 

Divido los días de dios

en soleados

y días sin sol.

En los soleados estoy

alegre y sereno.

 

Sin embargo, ahora hace meses

ya hace los otros días.

Ninguna máscara me facilita

una ilusión,

ningún recuerdo,

una imitación,

ni siquiera un sueño.

Los días en que estoy sin sombra

se repiten

y se repiten

hasta hastiarme

de mi destino

en aquellos días de diós.

 

Ahora divido los días de dios

en normales y días normales.

Poco a poco me acostumbro

a ser en los unos

como en los otros.

 

 

 

 

 

 

COMEN EN LA SOMBRA

 

Desnudo

voy

a la orilla del río

envuelto en luz.

 

:

:

 

Veo gente,

en la sombra

comer mi ropa.

Se ríen.

 

 

 

 

 

ZAPATOS DE PLOMO

 

¡Malditos zapatos!

Me arrastran a un sitio

que desconozco.

Me jalan,

y yo los llevo como plomo.

Olfatean,

y yo sigo el rastro,

en el suelo blando lamen

gramilla,

hojarasca,

arena,

lodo,

asfalto,

restos ensangrentados de una liebre muerta

y plumas dispersas de una paloma.

 

Vienen y van conmigo,

me llevan de arriba a abajo.

Sólo les preocupan sus pasos,

sin atender los menesteres

del ojo o del corazón,

y jamás se atienen a ellos.

 

 

 

 

 

 

POLVO DE SOMBRA

 

A la mañana,

al partir,

no advertí el polvo

detrás mío,

pero allí estaban las miradas,

y la tosecita de aquellos,

que pasaban o

se me adelantaban de prisa.

Y yo iba con el corazón ligero,

en sosiego,

con la mente de un niño.

 

Al quedarme parado,

el polvo se difuminó.

Ahí salieron dos sombras

de mí,

una estrecha,

dando saltitos exaltados,

la otra grande,

oscilando de aquí para allá

como una péndula,

inclinada hacia algo

que parecía un bastón.

Más tarde oí

que las dos habían peleado

con muchas manos

a mis espaldas

por el privilegio

de ampliarse.

 

Al mediodía,

caminaba y era

como si arrastrara

dos alfombras detrás mío.

A pesar de mi paso tranquilo,

las dos cambiaban según

la marea alta o baja

y, al alcanzar mis suelas,

desaparecieron.

 

 

 

 

 

A la tarde,

el polvo emergió

de dos alfombras de sombra tendidas

ante mí,

una cenicienta

y la otra color terracota.

Me gustaba

la sombra más próxima

y me incliné hacia ella.

La otra se distanció de nosotros

alargándose cada vez más.

Esperé a que desapareciera,

pero volvía

con el polvo arremolinado

enpolvando la sombra junto a mí

y a mí.

Cerré los ojos

y cambié

de rumbo.

Al doblar en la primera esquina,

desaparecieron ambas.

Entonces comencé a reprocharme

no haberme ocupado bien

de la sombra más próxima,

malbaratar la ocasión

por no haber charlado con ella.

 

 

 

 

 

Al doblar la próxima esquina,

justo cuando el atardecer

comenzó a enrollar su día,

aparecieron dos

sombras plateadas –

una a mi derecha

y la otra a mi izquierda,

una como una niña

y otra como un niño.

Aparecieron

sin polvo y sin voz,

sin embargo, allí estaban las miradas de aquellos

que pasaban.

Constantemente

les echaba un ojo

por miedo

a la aglutinación de la gente

señalando con el dedo.

El movimiento de una sombra

me perturbó.

Las dos comenzaron a acercarse,

tendiéndose mutuamente

las yemas de sus dedos transpartentes

hasta alcanzarse.

Entonces me apresuré

en escabullirme con ambas

de la curiosidad de la muchedumbre.

 

Antes de que el sol se despidiera,

se aunaron

desvaneciéndose.

 

 

 

 

 

Al caer la noche,

con el ojo

de su luna llena,

fui el único

sin sombra

en ese camino.

 

Al traspasarme el primer farol

en el linde la ciudad,

casi quise

echarles una risa a la cara

de los que pasaban.

Sentía como

mi sombra se posaba

en mis entrañas,

adoptando mi pulso

y mi respiración,

con la mente de un niño

y en absoluto sosiego.

 

 

 

 

 

 

ENALTECEMOS POR PIEDRAS

 

Enaltecemos en el sitio,

no en el tiempo.

Pero no vamos a alcanzar a dios-

embuste de las piedras

que callan,

prestigio de los ojos

que son mudos,

 

Enaltecemos en el sitio

hacia dios

por las piedras y los ojos.

 

:

:

Enaltecemos por piedras

que tal vez se derrumben.

 

 

 

 

 


 

MI IMAGEN en el espejo,

mi imagen en la pared,

mi sombra que me

rodea como un faro,

y todo esto es mío,

 

pero,

 

no es.

 

 

 

 

 

 

 

EN UN CAMINO SIN SOL

 

Me arranqué

de mi sombra violentamente

luego de compartir la vida

por cuarenta años.

Me había cuidado,

cobijado,

rodeado,

acompañado,

marcándome el tiempo

como un cuadrante

del que yo era el índice.

 

Luego de cuarenta años,

mi sombra un día –

sin que yo lo quiera –

se había marchado a la nada,

en un camino sin sol,

hasta sin luz ni fuego.

 

La dejé.

Siguió sin despedirse,

abandonada y perdida.

Y me fui sin remordimientos,

pero mi mitad estaba triste.

 

 

 


 

LOS CONSEJOS DE MI ABUELA

 

Los consejos de mi abuela,

cuando era chico,

fueron:

„Come bien, para crecer y llegar a grande“

– y crecí –

„bebe mucha agua,

no salgas mucho de noche,

no fumes, para que tengas una vida larga“.

Salí mucho de noche,

fumé,

y no me morí.

 

Al anochecer mi vida,

con la tele prendida,

estuve viendo un día

cómo zapatos pesados

desolaban el mundo,

escuché una infinita enumeración

de aquellos que abandonaron la tierra,

vi la carrera de entierros precipitados.

Desde entonces, casi no duermo.

 

En otro canal,

las mismas imágenes,

tuve que tragármelas,

aunque en otro idioma,

otro canal más

y otra lengua.

O sea, sólo mis ojos,

absorbían todo aquello.

Contra mi rostro, se precipitaban rayos

y yo ya no dormía.

 

Entre las noticias, los comerciales:

me aconsejaban:

cosas buenas para el estómago,

cosas refrescantes para mi humor.

Pero, ¿cómo volver a dormir?

 

Abuela, me puse viejo

en estos días,

tuve que envejecer,

cuando me puse a pensar,

para comprender,

que estos nímios gigantes

salen

a rastrillear la toda tierra.

Hasta revuelven el universo,

para complacernos con noticias

de nuevos zapatos pesados

que siguen avasallando el suelo.

 

Abuela, ya no duermo:

aquí, la redundancia de alimentos,

aquí el hambre,

aquí la absurda redundancia de agua,

aquí la sed

y aquí y allí,

la redundancia de noticias!

 

¡Abuela, nadie quiere

comprender estas noticias!

Los rostros se abalanzan

contra los escaparates,

se suspenden  balanceando

en un vaivén de un péndulo:

rostros ávidos,

a la busca de zapatos adecuados

para la emisión en vivo y en directo.

 

 

 

 

 

EN EL CAUCE DE LOS PENSAMIENTOS

 

Le costaba

cargar sus pensamientos.

Yo la alivié,

y la acompañé hasta su meta.

Ella me lo agradeció

y me regaló uno de sus pensamientos.

que iba de izquierda a derecha.

 

Aún sigo en el esfuerzo

de traducirlo,

para que vaya de derecha a izquierda.

 

 

 

 

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