Poesía de Ecuador: Gabriel Cisneros Abedrabbo

Presentamos algunos poemas de Gabriel Cisneros Adedrabbo (Latacunga, 1972). Escritor, comunicador social y gestor cultural. Actualmente es el Vicepresidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Ha publicado los libros: Ceremonias de amor y otros rituales (Casa de la Cultura de Chimborazo, 1996), Ego de piel (Pedagogía de Freir, 2003), Cópula panteísta (2003), El otro Dios que soy Yo (2004), Ombligo al infierno (2004), Mujeres para Morir (2006), Peregrinaje y Raptos (2006), Para Justificar el Aire en los Pulmones (2009), 20 Giros en la Pólvora y Otros Textos (2010).

 

 

 

 

 

 

 

 

Deja de morir

 

Suéltate en la pira,
baila ebria
y empieza a matar
a quien te hiere.

La piedra se ha roto en la carne,
una mujer perversa
nace y se extingue
en las fisuras diminutas
de la porcelana que eras.

El opio,
el peyote o el encontrar
un mar en cuerpo ajeno
son tan solo
una nota enferma
que jamás será álgebra
o ese dios que no existe
e invocamos
cuando se cae el cielo.

 

 

 

 

 

Paliativo

 

Me eleva
que te temas en mi cuerpo,
pierdas la rigidez
en presencia
de los nardos,
sentir las hormigas
escudriñando
el vacío donde te escondes,
mientras mi voz,
mirada ronca,
te empuja a un hombre
que no puede encontrarte.

Temes
que tu piedra sangre
y que, desnuda sin mí
te falte el antídoto
para vencer la muerte
y romper con rabia
toda tu mansedumbre.

 

 

 

 

 

 

Resurrección

 

En una esquina de domingo
sin mortaja,
en las plumas rotas
con las que me embriagué
de cielo,
sin ansiar respuesta
a las heridas del tiempo,
sin sentir pena o pecado
por el burdel
donde fui sol de niño;
sin esa luciérnaga dolorosa
en la memoria
de mujeres
que desnudaron el horizonte.

En un tiempo puro,
volver de la tierra
para que puedas tomarme
fuera de una sombra
y que este domingo en tu cuerpo
sea un pasado que ames.

 

 

 

 

 

Habitación en fuga

 

 

No fue por la guerra
en un continente cansado,
o por el ruido en ese cuarto metálico
donde otros desmiembran
las partituras apócrifas
de nuestra voz.
Fue la habitación como presencia breve
en una oscuridad
íntima y distante
que salió al unísono
de nuestras vísceras
y nos encierra en una fuga
que estamos aprendiendo a inventar.

Luz ajena,
no fueron las rosas
fue el dolor matándonos,
campana que sólo tú y yo
escuchamos,
complicidad de avispas negras
en una guerra civil,
cama deshabitada
que sin saber una plegaria
pudo transitar nuestros infiernos.

Luz ajena,
somos nosotros
con el abismo a los cuatro flancos,
negándonos tres veces en una noche.

 

 

 

 

 

Huesos sin memoria

 

 

Hoy tus ojos eran templo,
liturgia pagana
donde se extinguían mis manos.

Me maldije
sin poder encender el incienso
para que se quemen
esos poemas blasfemos
donde te escondo.

Las voces donde te pinto
son un paraguas sin lluvia,
mi boca, una tumba sin memoria
de los huesos que la habitan.

 

 

 

 

Tres am

 

Sueña el infierno.
Tal vez me encuentres
y nos extingamos juntos.

 

 

 

 

Legado

 

 

De nosotros
tal vez quede un verso,
un hijo cuyo nombre habitemos,
letra que se descubra
en la arqueología de un mundo incompleto.

Tal vez
podamos mentir la muerte.

Tal vez
esos seres
que se inventan en nuestros labios
nos incendien.

 

 

 

 

 

En tu presencia

 

 

El ágape de los pianos
nos había sido negado;
la campana de la soledad
amenazaba con dejarnos sordos,
inútiles y tristes .
Sin saber
que existe la música
nos remendamos los tímpanos.

En un halo lejano,
cuando golpeamos el cuerpo
bello el sonido,
éramos dos sombras ajenas
donde la música desnuda
no pudo pertenecernos,
ya no hay piel
sobre los huesos.

Ese olor
que no era primavera, ni pájaro, ni sol
defendía esa presencia posible
frente a un final que sangramos
a pesar del piano,
seguimos remendados
a una tumba que nos llora.

 

 

 

 

 

Volar

 

En este aprender
a vivir con la tristeza,
medio ebrio
medio pájaro,
cuál de mis dos mitades
quiere volar.

 

 

 

 

Sur

 

El incendio de tus ojos
nos da forma en el sur
de este poema imperfecto.

En nosotros la palabra
no es una vasija sin agua,
es sangre
nuestro cuerpo
se accidenta,
tras las miles de muertes
que lo constituyen.

La cotidiana manzana
de nuestro paraíso
nos hace caminar
entre dos mundos,
estamos a una esquina
de la espiral del no retorno,
brújula oxidada
y corazón cansado en guerra.

 

Selección del libro:

 

p1

Pieles

El Ángel Editor
Colección EntreNubes
Quito, Ecuador, 2014

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