El monstruo del mercado del arte

Nuestra editora de arte, Diana Caballera, nos acerca a un  texto de Pere Ventura (Guipúzcoa, 1976) en torno a las generalidades del mercado contemporáneo del arte. Ventura es egresado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco, posteriormente obtuvo  el grado de cine por la Universidad Camilo José Cela e hizo prácticas de  especialización en estudios cinematográficos en América Latina en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos en el Distrito Federal.  Actualmente se dedica a la producción de proyectos documentales.

 

 

 

 

 

 

El arte es la mentira que

nos permite comprender la verdad.

Pablo Picasso

 

 

 

El monstruo del mercado del arte

 

Como un desprendimiento  de la actividad aristocrática  desde finales del siglo XIX comenzó a desarrollarse el coleccionismo entre la burguesía que gozaba de una situación económica pujante.

Paralelamente a la creación de instituciones de arte públicas o privadas, de críticos o historiadores de arte, fue instaurada la ocupación del marchante que día con día contrajo más demanda perfilándose también en una extraña especialización artística que contempla  contenidos listos para desorientar al habitual consumidor de arte en cualquiera de sus expresiones.

Así comienza pues el monstruo del siglo denominado “mercado del arte”. Una superficie aparentemente lisa encima de la cual el 90% de los compradores resbalan una y otra vez gracias a los excesos de los marchantes y  de las casas de subastas, quienes además han sido poco eficientes en cuanto a la adaptación a las diversas  crisis económicas que han atravesado las principales capitales.

Pocos datos se tienen acerca de las ventas en siglos anteriores y de haberlos no son exactos ya  que los papeles no reflejan las cifras precisas ni toman en cuenta las comisiones, los gastos del comprador, entre otras cuestiones.  Por lo anterior es primordial referirnos al arte contemporáneo cuyas tablas financieras son claras o en su defecto muestran aproximados con números.

A nadie en el mundo occidental parecía gustarle tanto el arte como a los empresarios más célebres entre los años 2005 y 2009, dicho periodo instauró una era en la cual comprar arte se convirtió en una actividad común y hasta necesaria llevada a cabo más por un síntoma de moda que por un auténtico conocimiento de la obra adquirida, el mercado o la preservación.

El arte contemporáneo supo colocarse en el punto de venta de los mercados emergentes de la época liderados por China y por inversionistas que crearon fondos especializados que elevaron en un 60 o 50% las ventas de arte actual. Detrás del primer país asiático en inversión le siguen Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Suecia, Turquía, Catar y Australia pero lo verdaderamente sorprendente es que el mercado en América Latina ocupa apenas un 4% del porcentaje global en inversión.

En el entorno económico global el arte es visto como una inversión alternativa con la que se debe tener cuidado a causa del factor volatilidad, pues de la misma forma en que puede resultar atractiva una inversión a largo plazo el comprador, también puede ser presa involuntaria de la debilidad económica de los mercados, el artista o el marchante.

Por la reciente crisis que ha atravesado España, podemos utilizarlo ahora como un modelo perfecto de lo sucedido en el mercado del arte cuando una nación atraviesa por una crisis económica, sabemos entonces que los artistas y sus obras se ven gravemente afectados por el desequilibrio  social y económico ante la caída de los precios sobre todo en el mercado primario.

 

 

 

Los (modernos)  consentidos del mercado

 

Explicar paso a paso la subida y la caída de los precios o la demanda en el arte contemporáneo es ahora más una tarea de economistas que de galeristas.  Lo que siempre ha sido un secreto a voces es el nombre del artista mejor cotizado y entre los contemporáneos consentidos están  Jean-Michel Basquiat, Jeff Koons, Peter Doig, Zeng Fanzhi y Andreas Gursky pero detrás de ellos ya comienzan a sonar nombres nuevos con ideas y prácticas artísticas  inéditas.

 

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Jeff Koons, “balloon dog sculpture” expuesto en el Palacio de Versalles, Francia.

 

 

Es sustancial señalar que desde hace varias décadas  el coleccionismo o la compra particular de arte se han convertido en una actividad de élite; todo aquel que tenga  finanzas sanas querrá invertir en arte porque ya lo ha hecho con anterioridad en bienes raíces, negocios, etc; y así diversificará su carpeta de propiedades. El aumento del número de sujetos dentro de esta categoría (visto como un modelo de cambio en las transacciones económicas) es uno de los factores que explican el incremento del consumo de los bienes artísticos.

Además de tratarse de una actividad que encuentra cada vez más seguidores, es el misterio envuelto detrás del comprador  un modus operandi que ha manipulado durante años no sólo los precios sino la demanda ante el deseo de posesión.  El coleccionismo de arte de los particulares es poco conocido; en algunas ocasiones las casas de subasta saben quién es el comprador pero en la mayoría de los casos el anonimato es lo que acontece, razón por la cual el mercado del arte ha estado y seguirá estando en pocas manos alrededor del mundo.

La influencia del sector hace que hoy en día una obra maestra adquirida mediante una subasta pública ya no acabe en un museo o institución para el público sino en una colección privada dejando así una lista de  preguntas que quedan siempre al aire como resultado de la poca información: ¿Cuántos coleccionistas existen? ¿Quiénes son? ¿Dónde esta su colección? ¿Cuál es la formación de los coleccionistas? ¿Cuál es la finalidad de la obra? ¿La colección tiene algún tipo de implicación social o será siempre privada?; etc.

La fortaleza del mercado contemporáneo esta apoyada en un número muy reducido de firmas encabezada desde hace años por Basquiat y Koons quienes tras protagonizar míticos récords en sus precios han multiplicado el número de sus ventas y su fama. Aunque los nombres cambian de un momento a otro en el mercado del arte, hasta el momento la mejor adjudicación de Basquiat supera obras de  Picasso o de  Claude Monet  y así sucesivamente, los clásicos que en algún momento superaron cifras impresionantes bajo la afortunada guía de Christie’s o  Shoteby’s han sido remplazados con creces.   En la última década el arte moderno ocupa una demanda del 47% seguido del arte de posguerra con un 20%, el arte contemporáneo con un 13% el arte del siglo XIX con un 9% y los grandes maestros apenas  consiguen  un 9.5% de consulta.

Es verdad que la adquisición de obras de arte genera dividendos a quienes saben cómo manejar su obra pero para muchos coleccionistas más allá de la inversión el mercado del arte genera una gran felicidad acompañada de un sentimiento de propiedad exclusiva comparable con casi nada.

 

 El mercado de América Latina

Los modos y costumbres entre Europa y América Latina parecen a veces ser muy distantes y en el tema del mercado  del arte no existe excepción alguna.

Históricamente el papel de las diferentes crisis en el continente americano han frenado la evolución lineal del mercado pero a diferencia de los países europeos, en la mayoría de los países de América Latina se muestra una industria mucho más creativa que encuentra compradores dispuestos a invertir sobre todo en lo que se presenta en las Ferias como la de Arte Contemporáneo de Madrid, de esta suerte lo producido en América se queda en manos extranjeras, a veces porque el interés extranjero es mayor que el interés local, en otras ocasiones responde a la estrategia de venta que está  pactada solamente para el extranjero.

Dentro de la elección considerada por los marchantes pesa el hecho de que  el arte latinoamericano tiene menos filtros y un espacio de valoración en blanco, por lo cual las inversiones pueden jugar con cuanto aspecto les apetezca ya que a diferencia de la visión eurocentrista el valor adquirido de una obra tiene más que ver con las transformaciones sociales y culturales de su origen, variantes que solo pueden ser expuestas por el ojo entrenado al poner un precio que posteriormente será sostenido por clientes que competirán ferozmente por llevarse a casa la pieza de la discordia.

Aún visto desde un punto de frialdad, el precio del arte sea de valores estratosféricos o terrenales tiene que tener un valor metálico en todo momento pues gracias a su valor monetario pueden sobrevivir los empleos de los marchantes, curadores, galeristas y artistas,  al final del día dicho valor es lo que paga en un país  que se ha distinguido por vivir una inestabilidad en la fluctuación de la moneda, lo cual  influye directamente en la toma de decisiones al momento de comprar una pieza.

Hasta ahora casi incomprendida en su plenitud la mayor  colección de arte moderno en América Latina es la Colección Jumex, parte de uno de los imperios empresariales mexicanos más importantes,  es además el acervo privado más grande con un promedio de 2 mil piezas incluyendo autores como Jeff Koons y Damien Hirst.

El arte implica siempre componentes distintos que exigen ser tratados bajo diferentes criterios de calidad aunados al misterio con el cual el mundo profesional evalúa la calidad de una obra artística siguiendo ante todo el camino de pautas desconocidas para los potenciales compradores.

En conclusión, las palabras “comprar”, “vender” y “esperar” parecen ser  la ecuación perfecta en el mercado actual del arte al determinar el precio de la obra en el mercado primario y secundario, al diagnosticar las dimensiones de la obra y al señalar la reputación del artista en el arriesgado mundo del arbitraje estético generado por especialistas  e inversionistas alrededor del mundo.

Damien Hirst “For the love of God”, (cráneo cubierto con  8.601 diamantes y vendido aproximadamente en 112 millones de dólares).

Damien Hirst “For the love of God”, (cráneo cubierto con 8.601 diamantes y vendido aproximadamente en 112 millones de dólares).

 

 

 

 

 

 

 

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