La sangre, de Andrés García Cerdán

Presentamos, Ese árbol de sangre que somos, reseña de la poeta granadina, Trinidad Gan, sobre La sangre (Valparaíso, 2015), el más reciente libro de poesía de Andrés García Cerdán (Albacete, 1972) y, con el que mereció el II Premio Internacional de Poesía Ciudad de Almuñécar en este 2015.

 

 

 

 

 

 

 

 

Ese árbol de sangre que somos

 

 

 

En la duermevela del largo viaje en autobús del que regreso, me persigue desde el fondo del sueño la imagen de un árbol. Un árbol de múltiples troncos en cuyo interior, oculto, va creciendo un libro. Y pienso que ese árbol es metáfora del entramado de ramas que nos va creciendo alrededor durante la vida, como las vueltas de crisálida en que se encierra toda metamorfosis, hasta crear una oscuridad sobre nosotros de la que ignoramos muchas veces que va a estallar en luz. Y en el sueño la punta de un bolígrafo va trazando surcos y surcos en la madera, agrietando su superficie y dejando escapar  una  savia  que, con distinta velocidad y torrente, se derrama cuarteando con su fuerza el gastado árbol que éramos  para después alzar el nuevo árbol-libro de cada uno, justo desde el centro de un charco que recoge la savia-sangre del antiguo.

Sirva este pequeño cuento onírico para  ilustrar la impresión que ha dejado en mí este libro de Andrés García Cerdán. Sus páginas se han abierto en mis manos con toda la fuerza de una escritura, la suya, que va desgarrando las ramas inútiles de lo vivido, aprovechando de ellas solo la savia de lo verdadero, lo que convoca belleza y dignidad, para levantar el estupendo poemario, que ha sido tan merecidamente ganador del II Premio Internacional de Poesía Ciudad de Almuñecar, y que ahora vemos publicado en la hermosa edición de Valparaíso.

Desde su solapa anotaros que este poeta, nacido en Fuenteálamo, Albacete , cuenta ya con una importante trayectoria que incluye la publicación de los poemarios Los nombres del enemigo (1997), Los buenos tiempos ( 1999), La cuarta persona del singular (2002), Curvas (2009) y Carmina (2012), asi como el ensayo La realidad total: sobre la poesía de Julio Cortazar de 2010. Ha obtenido los premios de poesía Barcarola, Antonio Oliver Belmás, Ateneo de Alicante y Ciudad de Pamplona, y otro detalle interesante ( que luego veremos reflejado en su obra) es su faceta de músico, ya que forma parte de la banda de punk-rock Leñadores y del grupo The Rimbaud Company.

Su último entrega poética se titula “La sangre”.  Un sencillo pero sorprendente título: esa palabra (”sangre”) aparentemente tan cotidiana y poco necesitada de explicación alguna, y que, a la vez, encierra en ella toda la dualidad de la vida. Porque la sangre siempre recorre dobles caminos:   es la que sale del corazón y la que vuelve a él de retorno, levantando con ello el cauce de nuestro latido , esa primera música que escuchamos, nuestro primer ritmo; es la que nos vivifica y crea lazos comunes, pero también la que produce todo el dolor al ser derramada y dejar escapar la vida;es la que puede ser burbuja, gota a gota o cascada cayendo en el interior de la memoria y la mirada del que escribe, y además un río largo y profundo que acerca las orillas de los dedos del poeta hasta sus lectores.

Porque es esto último lo que hallamos al abrir el libro de Andrés: una sangre  de palabras que, al compartirlas-leerlas, da vida, mancha, duele, pone color, estalla desde sus versos en nuestras bocas.  El latido íntimo desde el que escribe se vuelve carnalidad y cuerpo en cada uno de los poemas. Nos dejan sus palabras marcado en la memoria un preciso ritmo de ida y de retorno hacia nosotros mismos. Las letras trazan  arterias diferentes por donde corre el pensamiento del mundo, la fragilidad de lo humano, el amor, la música y la belleza.

En las páginas de este libro encontramos siempre las huellas que ha dejado el poeta al caminar por su vida, bien atento a lo que palpitaba en su interior (sangre, batallas, canciones, alegrías o derrotas) pero también sabiendo observar y anotar con justeza la geografía humana  que le rodeaba, su paisaje – ahora desolado – de vidas en difícil y terca supervivencia, la incertidumbre de un futuro que ya tarda en confirmarse.

 Así nos acerca en muchos de los poemas apuntes del natural, cuya sencillez cercana a lo narrativo se ve luego trascendida por el fogonazo de unos versos finales cuya reflexión nos apunta una verdad de vida, susurrada como descubierta al azar, ofrecida a nuestra mirada con desnuda sinceridad. Esa misma sinceridad con la que en algunos de sus textos cuestiona su propio oficio de escritor, la tan acostumbrada pose de poeta, sabiendo que la escritura no es un don divino que toca solo a algunos sino una herida, una obsesión muchas veces incapaz de captar totalmente la realidad, como confiesa en aquellos poemas más metapoéticos en que unas estupendas imágenes saben acercar a cualquier lector este personal conflicto. Su mirada incisiva repasa también el rastro que dejó la modernidad (cultural y musical)  en su recuerdo y se detiene sin miedo a recibir el dardo de la actualidad más lacerante, sin olvidar tampoco esa tabla de salvación que puede llegar a ser el amor. Nos va convocando así poema a poema, extrayendo toda la luz posible de las inevitables sombras, a unirnos a su carpe diem, a cantar la esperanza.

Para acercaros a las aceras con árboles de sangre de este libro solo voy a trazaros una breve cartografía. Abierto con unas espléndidas citas ( inolvidable la de Tomas Tranströmer: “Oigo mi sangre circular, la cascada oculta dentro de mí, con la que ando a cuestas”), la primera de las tres partes que lo componen se inicia con un excelente poema “Nada más”, que ya nos trae esa dualidad de la sangre, de la existencia, de la que os hablaba, en la que el poeta, como habitante de encrucijadas quizá abocado sin remedio a abrir una caja de Pandora donde batallan hielo y fuego, alza el verdadero territorio del poema, en versos como estos:

 “Escribir un libro que duela/como duelen las cosas más hermosas… ir tejiendo una noticia/en cuyo centro quepan los relámpagos/ y el barro del camino”

Encontramos después el estupendo entramado rítmico del poema “La sangre” (donde aparecen encadenados algunos de los leivmotivs del autor: la figura amenazante pero hermosa del tigre, la presencia salvaje del fuego, la vida como herida necesaria). El poeta en esta sección desgrana, casi en alternancia, textos donde recoge el conocimiento de si mismo, la reflexión interior de su experiencia, los excelentes ”El pequeño Narciso”, ”El mar abierto”, ”La  porcelana” o “Contra el invierno” (del que transcribo estos versos: ·”Vuelve tus manos a la luz que cae:/recógela, es tuya” ) junto a algunos apuntes : “Conquistas”, ”El  incendio”, “Dinamita”, “Miserias”, ”Veneno”, “Siempre” ( “Este dolor sabe de qué hablamos/ y en qué lenguaje/los que todo tenemos y hemos perdido todo”), que nos gritan su amor a la palabra desde las cicatrices mismas de su corteza de hombre.

Ahora bien, la sangre, además de denotar heridas, es, como he señalado, latido, ritmo pronunciado dentro de nosotros y si hay un lugar donde queda patente  mi afirmación es el poema “Velvet blues”, el más extenso y narrativo del libro hasta el punto de constituir la parte segunda del poemario).   En este poema la música es protagonista y, con hermoso trazado onírico en diluvio, Andrés nos  habla de una llovizna y una soledad que se convierte en muchedumbre. Ya nos decía Borges que “La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado” y así, los versos de Velvet  son canto a toda una generación, en rápidos tracks de los 90s nos llegan mojados por el recuerdo del baile de las canciones escuchadas en vinilos     ( The Who, Ramones, Lou Reed), de los versos infernales de los poetas malditos, de la felicidad que nos dejó la camaradería y la ciudad en el lado canalla de la noche.

Pero el poeta, desgajándose de añoranza tanto como de soledades interiores, da un paso más, el necesario paso hacia delante y lo hace entregándonos, en la tercera sección del libro, poemas de acercamiento al otro: al otro singular  (el elegido en tú para el fuego del amor, y os anoto aquí los hermosos poemas  “Como mirar las llamas”, “Cuello”, “Ella mira las nubes” o “Besos”) , a los otros- comunidad , en la que Andrés implica solo habitar el presente sino, es más, poner nuevas ramas, trazos al porvenir  y lo hace revelándonos en sus versos también el rostro de esos otros-mentira, cuya infamia o cuyo silencio provocan  vergüenza y desesperación al mundo y que toda escritura verdadera ha de tratar  de desenmascarar , nombrándolos hoy en  voz alta. Ese nombre que podemos escuchar en el poema “Kiev”, uno de los más duros  y logrados del libro, donde Andrés descerraja el arma de su poesía contra los francotiradores y sus mudos cómplices.

En el caleidoscopio de espejos de estos últimos poemas se va reflejando fragmentado el paisaje humano actual, las ciudades visitadas , la naturaleza traducida en conocimiento de uno mismo, los rastros que ha dejado en el poeta la lectura y el arte disfrutados. Desde sus rotas pero brillantes aristas surgen algunos poemas: “Skaters”, ”A un árbol del polígono”, “Efigies”,  “Marchantes de arte”, ”No el arquero”  o “Mañana” ( donde leemos “…¿Porqué no/celebrar todavía la audacia de esta sangre/ que no acaba en nosotros, sino sigue/latiendo en el latido luminoso/de la ciudad”),  todos ellos una excelente  muestra de la calidad de escritura de Andrés y con una impactante  sinceridad y belleza.

Antes de cerrar el libro me detengo en las palabras de “Espejos”, poema que, a modo de poética, resume su búsqueda de verdad y belleza en las calles, en la naturaleza, con la vista siempre hacia adelante. Y esas palabras atrapan los reflejos claroscuros del torrente de vida y conciencia que ha vertido el poeta y  veo, bien despierta, que este libro va dejar en nuestra memoria, inscritos como letras de libertad y verdad  sobre nuestro propio árbol, su sangre de auténtica poesía.

 

 

 

                                                                  Trinidad Gan

                                                        Granada, 18 de abril de 2015

 

 

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