Poesía Mexicana: Antonio Deltoro

Presentamos tres poemas de Antonio Deltoro (Ciudad de México, 1947). Ha publicado diversos libros de poesía entre los que destacan: Los días descalzos (1992), Balanza de sombras (1997), ¿Hacia dónde es aquí? (1984), El quieto (2009) y, Los árboles que poblarán el Ártico (2012). Ha obtenido los siguientes reconocimientos: Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1996, Premio Viceversa de la Crítica Especializada al Mejor Libro Mexicano de Poesía 1997 y Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer para obra publicada 2012. Actualmente es tutor en el área de poesía en la Fundación para las Letras Mexicanas.

 

 

 

 

 

 

 

 

Nocturno de las gallinas

 

En el corral vecino matan a una gallina. ¿Cuántas habrán muerto esta noche? Ahora es un cerdo el que se queja del cuchillo. Noche de insomnio en la que se adivina entre las mantas la intemperie del frío. Noche en la que la muerte se cuela, entre las mantas, como un anticipo.

Ayer mismo, mientras cenábamos entre muchachas rubias, en la mesa vecina, el silencio y el grito se daban de picotazos. Una pareja ya metida en la edad, se clavaba una y otra vez en la náusea y en el infarto. Él, rojo, gritaba con los ojos inyectados, llenándose el buche con grandes trozos de carne, había un gesto estúpido y cerril en su rostro gallináceo. Ella, triste y cruel, calva de plumas, no le miraba, silenciosa, aguardaba  a que estallara. Él lo sabía, le hería su silencio, que era la envoltura perfecta del odio, su silencio presagiaba hemorragias.

Ahora otro cerdo es degollado. ¿Y nosotros, que pendemos del dolor, cabezas de cerdo atravesadas por un ojo por el gancho de la sorpresa, cómo sentimos todavía los picotazos? ¿Y ustedes, qué hacen ahí, entre las muchachas rubias y el degollado?

 

 

 

 

 

 

Ángeles cobardes

 

Tienen alas y no vuelan. Su mirada estúpida y cruel, su grotesco y ridículo estar aquí. Desterradas del infierno, insoportable su mezquindad para los seres grandiosos y soberbios. Ángeles caídos con las alas atrofiadas por la impotencia. A ciegas, sin saberlo, buscan con el pico sus infernales orígenes. Condenadas por su cobardía a la superficie, llevan en su carne, carne de gallina, el castigo. Muchedumbre de soledades en el corral que en venganza se matan a picotazos. Demonios desterrados, ángeles caídos, tienen alas y no vuelan, condenados por su cobardía a la superficie.

 

 

 

 

 

 

Jueves

a los amigos del jueves

 

El jueves amanece a la misma hora que todos los días y mucho más abierto.
Es tan generoso conmigo que me entra en la mano caluroso y preciso como una pelota de
esponja.
Discreto, como esas cosas que por fuera son nada, a veces amanece nublado
como si el miércoles no lo anunciara con sus gritos agudos.
Es tan grave, sin duda, que sirve a la sorpresa caminando tranquilo por las noches del
viernes.
Se come a gajos como una mandarina y por las tardes sabe como una manzana.
En todos los jueves está presente el jueves, aun hoy que es martes está presente el jueves.
Se puede caminar los jueves como Cristo en las aguas del lago Tiberiades
e ir sin pisar jamás ni lunes ni domingo derechito hasta el jueves.
Sus mañanas están pobladas de aceras, de calles, de periódicos,
hay gente que las vive miércoles y hay gente que las vive viernes,
yo las vivo jueves como un viaje intensísimo y largo o como un sueño que no quiere
acabar.
Apenas son las doce y ya he conocido mujeres que me han llevado al entusiasmo,
la pelota ha golpeado la pared, me ha llenado de vejez un anciano.
Los jueves el tiempo se detiene, surgen la poesía y los amigos,
es un día de piernas fuertes y de mirada serena en donde por las noches transcurren muchas
vidas.
Abandono el volante y me voy a volar, es jueves en el tiempo del mundo,
es jueves en este acantilado sobre esta playa tenue,
es jueves hoy por la mañana, es jueves en los labios del jueves.
En el viaducto blancas paredes conducen al auto por  la noche,
todo tiempo es jueves entre un puente y otro hacia la casa.
El árbol de los jueves es ancho como el tiempo de los jueves,
los pájaros cubren sus elevadas ramas y surcan el espacio:
el cielo de los jueves es un archipiélago de islas alargadas.
Trepar a las primeras ramas de ese árbol es mirar de cerca la distancia, montar en el
asombro,
saber que si un jueves es un tigre, el otro puede ser volcán y parecerse.
De mañana, cuando el patio se abre suspendido en el juego,
cuando se entra por fin a la clase de historia,
cuando las tardes estimulan la fuga y se quedan atrás,
olvidados en el aula, los apuntes de química, entre niños estudiosos y niñas aplicadas
se prepara a lo lejos el partido nocturno.
También los jueves la gente se suicida, pero no es la misma del lunes o del sábado,
los suicidas del jueves son suicidas serenos, irrevocables,
que se hunden en las aguas del jueves para siempre.

 

 

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