Rumores, gatos y otros cuentos, nuevo libro de Maritza M. Buendía en Argentina

Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2015: El suri porfiado, en coedición con Círculo de Poesía, ha publicado en Argentina Rumores, gatos y otros cuentos de la narradora y ensayista Maritza M. Buendía (Zacatecas, 1974), quien ha sido Becaria del FOECA-Zacatecas en el programa de jóvenes creadores en ensayo 1997-98, y en cuento 2002-04; Becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y ha merecido el Premio Nacional de Cuento Julio Torri 2004 por En el jardín de los cautivos y el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas 2011. Estudió la licenciatura en letras, la maestría en filosofía e historia de las ideas, en la UAZ y, el doctorado en teoría literaria en la UAM.

 

 

 

 

 

 

 

 

Gatos

Me siento gato por las cuatro orillas. Busco por los rincones de la casa, busco por las esquinas de las calles para encontrar tu rastro. No lo logro. Tu olor se pierde en el olor de los demás. Mi cuerpo de gato se estira de un extremo a otro, y no alcanza a estirarse por completo porque siempre, en el último instante, faltas tú: cuerpo de gato extraviado, olor de gato extraviado. Mi piel se eriza ante tu ausencia y se engaña: imagina que tus manos la tocan. Y es tan fuerte el recuerdo, que percibo tus dedos subiendo y bajando. Tus ojos se cierran hasta confundirse en una línea delgada. Tu peso se moldea en mi cuerpo. Mis piernas abiertas tienen frío. De tanto imaginarlo la cabeza me duele y estalla en espasmódicas migrañas que me obligan a golpearme contra la pared. Deambulo, me golpeo y dejo mi sangre de gato manchando los diferentes cuartos de la casa: en la recámara, en la sala, en el comedor, en el baño, en la cocina. Entonces me rastreas y me encuentras en la cama, esperándote. Tus manos vuelven otra vez y meten por mi boca abierta toda la noche que me cabe. A veces creo que me ahogo, que voy a vomitar, que me es imposible tragar tanto y tanto. Pero nunca te lo digo, ni nunca te lo diré. Siempre mi boca abierta para tragar más noche, siempre mis piernas abiertas, sujetas a los barrotes de la cama. Tus manos, siempre tus manos, desgarrando mi vientre, olfateándome, remodelando mis senos, volteándome, con un giro violento, al derecho, al revés. Salto de la cama y, con las uñas, me sujeto en la pared. Tú, con tus uñas, destrozas mi espalda, la llenas de surcos rojos. Yo resbaló lentamente, mis uñas no me detienen, son demasiado pequeñas. En la pared, voy dejando las ranuras que me haces. Esa mancha de ahí soy yo, lo que has deseado darme se quedó en mí, en mi espalda, en cada uno de mis pelos que no se aplacan. Caemos luego en una lluvia de saliva. Gotas provenientes de tu boca salpican mis labios. Yo bebo tu agua, anhelo beberla en tragos grandes y largos para llenarme rápido de ella. Pero tú solo me das unas cuantas gotas, y mi cuerpo de gato se desborda de sed y busca el sudor de tu cuerpo de gato para atenuarse, para calmarse un poco. Lamo entonces tus ojos, una y otra vez. Bebo el llanto que tus ojos no sueltan, bebo mi propio llanto de un trago. Lamo el hueco de tus axilas. Mi lengua se escalda, tu sabor la cubre de grietas. Lamo también tu ombligo, hasta que me detienes, hasta que ya no me dejas lamer. Obligas así que mi boca se abra para meter de nuevo toda la noche. Y yo me asfixio, me atraganto. Mis ojos abiertos buscan los tuyos, pero tus ojos me han olvidado. Ves tu cuerpo de gato, desde arriba, y mi cuerpo abajo, llorándote, llorando. Me sigues desgarrando, me desgarras, te desgarras a ti mismo. Tu cuerpo sangra encima de mi cuerpo, pero yo continúo con la noche atorada en la garganta y no me doy cuenta de lo que ocurre sino momentos después, cuando ya tus patas se vuelven flácidas y tus uñas se ocultan. Ronroneas, y yo necesito beber más tu saliva y llenarme más de tu sangre. Duermes cuando mi cuerpo de gato apenas despierta, esperando que tu lengua cure todas mis heridas. Pero me engaño. Vuelve la migraña entonces, todas las heridas sangran, me duelen, enloquezco de desesperación. Salgo, corro, trepo por las paredes, sorteo las ventanas y llego hasta la azotea. Brinco de una casa a otra y a otra y a otra hasta que me falta aire y el aliento se agota. Mi cuerpo maúlla, da vueltas en redondo, se marea. Me golpeo, me dejo caer. Me levanto y me dejo caer, caigo cada vez más. Es el vértigo, caigo en él.

 

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