Andrés Bello: Crónica de Turpin 1/4

Presentamos el siguiente discurso pronunciado por don Andrés Bello (1781-1865) en la Universidad de Chile. En él, Bello dilucida en torno a los cantares de gesta y al apócrifo de una de sus fuentes: La Crónica de Turpin, escrita por el inventado Arzobispo de Rheims. Andrés Bello estaba fascinado por los detalles del apócrifo y sus menciones en la poesía de su tiempo y de todas las épocas. Dejó constancia de ello en otros ensayos, tales como: Apuntes sobre Romances de Carlomagno posteriores a la Crónica del Arzobispo Turpin o Apuntes sobre la Crónica del Arzobispo Turpin, entre tantos otros. Era un tema que fascinaba al poeta, filósofo, traductor y filólogo venezolano, y del que, se dice, revelaba ciertos enigmas solamente en la intimidad de la conversación.

 

 

 

 

 

 

 

«Mientras M. Génin sustenta la tesis de que habría sido Guido de Borgoña, Arzobispo de Viena y, más tarde, Papa Calixto II, quien se hizo pasar por Turpin, Arzobispo de Rheims, el que “dio al mundo la crónica mentirosa que con ese último nombre se impuso por siglos a la credulidad de la Europa”; por su parte, Bello sostiene que se habría tratado de Dalmacio, natural de Cluny, Francia y Obispo en Iria, España»

 

 

 

 

 

 

 

Andrés Bello: Crónica de Turpin

[respetamos la ortografía original]

 

I

La Crónica de Turpin se escribió pocos años antes o después de 1100. Fué traducida del latín al francés, hacia el año de 1200, por un Miguel de Llames, a instancia de Renaud o Reinaldo, conde de Boloña-del-mar, que al intento mandó buscar el original latino en San Dionisio de París, donde en efecto se halló[1]. En  la misma abadía de San Dionisio, fué donde el autor anónimo de la Vida de Carlomagno, mencionada por Lambec[2], tuvo a la vista el original latino de Turpin. Escribióse esta vida bajo los auspicios del emperador Federico Barbarroja, que  falleció en 1190, i con motivo, según parece, de la canoniza-  ción de Carlomagno, celebrada en Aquisgrán el 29 de diciembre de 1165[3]. Existía, pues, a mediados del siglo duodécimo la crónica turpinesca entre los libros de la abadía de San Dionisio de París, afamado depósito de monumentos i tradiciones romancescas.

Hallábase por el mismo tiempo en la abadía de Marmoutier, cerca de Tours. Guiberto Jemblacense la trascribió allí, junto con el libro de los Milagros de Santiago. Ambas obras estaban encuadernadas en un mismo códice: asociación que no es de rara ocurrencia en manuscritos antiguos, i que no deja de tener su importancia para el asunto que nos ocupa, como después veremos[4].

El original latino era por entonces raro en Francia. Los documentos a que me he referido lo indican. Tan raro era, que Gofredo, prior vosiense, que murió en 1183, creyó necesario hacer venir una copia de España, porque de su contenido, como él dice, se sabía poco, fuera de lo que corría en las cantilenas vulgares[5].

Vemos, pues, que hacia 1150 estaba ya compuesta i empezaba a gozar de cierta especie de reputación la Crónica de Turpin. Se cita en prueba de lo mismo este pasaje de Roberto Tortaire, monje de Fleury:

Ingreditur patrium, gressu properante, cubile;

Deripit a clavo clamque patris gladium.

Rutlandi fuit iste, viví virtute potentis,

Quem patruus Magnus Carolus huic dederat.

Et Rutlandus eo semper pugnare solebat,

Millia pagani multa necans populi.

(En la estancia paterna presuroso

entra, i sin que su padre lo supiese,

del clavo arranca la famosa espada

que donó Carlomagno a su sobrino

Rutlando, que con ella en los combates

a millares mataba los paganos.)

Discurriendo del mismo modo, veríamos una alusión no menos clara a las fábulas de Turpin en los versos arriba citados de la Prefación de Almería. Pero pasajes como estos no ofrecen un indicio seguro de la existencia de la Crónica, a menos de presuponer que la mitología romancesca de los doce pares fué parto de la imaginación de Turpin, lo que pocos admitirán en el día. El original latino, según hemos visto, era raro en Francia en el siglo duodécimo, al mismo tiempo que se cantaban las fabulosas aventuras de Carlomagno i sus barones por los troveres, que ciertamente no fueron a desenterrarlas de los archivos. Sabido es de todos que en la Batalla de Hastings, un caballero llamado Taillefer, que venía en la hueste de Guillermo el Conquistador, se salió de las filas; i jugando con la espada, lanzándola al aire i recibiéndola en la mano, entonaba al mismo tiempo la canción de Roldan.

Roberto Wace, poeta anglo-normando del siglo XII, refiere este hecho en su Román du Rou, en versos que traducidos dicen así:

Taillefer, que mui bien cantaba,

en su veloz caballo

delante del duque iba cantando

de Carlomagno i de Roldan,

i de Oliveros i de los barones

que murieron en Roncesválles.

Guillermo de Malmesbury, que floreció a principios de aquel siglo, había ya mencionado este hecho, i el ilustre historiador de la conquista de Inglaterra por los normandos le ha dado lugar en la relación de aquella famosa jornada.

Esta Cantilena, Rollandi (Chanson de Rolland) no era un canto lírico, como han creído algunos, ignorando sin duda que las gestas versificadas solían llamarse chansons, cantilenas. Los troveres no han dejado muestra de composición lírica en alabanza de ningún caballero; i por el contrario, no son pocos los antiguos romances franceses a que sus autores mismos dieron el título de canciones. Bastaría citar el de Garin le Loherains, recientemente dado a luz por M. París.

Tampoco debe admitirse como garante de la existencia de Turpin a principios del siglo duodécimo una pretendida declaración del papa Calixto II, inserta en la Gran Crónica Boljica[6], i que después de Fabricio[7], i de Warton, el historiador de la poesía inglesa, mencionaron, copiándose unos a otros, los eruditos Leiden, Ellis, Ginguenó i Roquefort. Si estos señores hubiesen leído la supuesta declaración pontificia, hubieran echado de ver que era tan aprócrifa como la misma Crónica de Turpin. Publicáronla con este carácter de apócrifa los Bollandistas al 25 de julio, i aún se conserva en muchos manuscritos antiguos al fin del libro de los Milagros de Santiago. Tuvo ella ciertamente por objeto autorizar, junto con estos Milagros, la Historia de Carlos escrita por el bienaventurado Turpin, arzobispo de Rheims, (asociación en que ya hicimos alto); i suena dirigida, entre otros célebres personajes, a Diego, arzobispo compostelano (don Diego Jelmirez). Pero que el papa Calixto no hizo semejante declaración es evidente. Prescindiendo de otras señas de falsificación grosera i palmaria, que no es del caso enumerar, hácese en ella hablar a este papa como autor del libro de los Milagros, que sin duda fué obra de un español o de una persona domiciliada en España, que ni siquiera tuvo la intención de prohijarla a Calixto, pues, mencionando la fiesta de la traslación del apóstol Santiago, añade: quse apud nos dio tertio kalendas januarii celebratur; i ya se sabe que esta festividad era peculiar de la iglesia de España, donde se celebraba, como hoy se celebra, el 30 de diciembre.

Por una especie de fatalidad póstuma, se adjudicaron a este papa otros varios escritos, en que tuvo tan poca parte como en aquella rapsodia milagrera; i no deja de ser reparable la relación que todos ellos tienen con el espurio arzobispo de Rheims. La leyenda de Turpin i los Milagros solían, como queda dicho, andar juntos en manuscritos antiguos; i acabamos de ver que ambas obras recibieron a un tiempo la pretendida sanción pontificia. Bajo el mismo nombre de Calixto, i al lado de la crónica turpinesca, se encuentra en varios códices[8] una historieta ridícula, en que se cuenta haberse encontrado el cuerpo de Turpin, vestido de sus ropas arzobispales, entre los escombros de una iglesia de Viena en Francia. Los Benedictinos, autores de la Historia Literaria de Francia, no creen que se le hayan atribuido con mejor fundamento que los Milagros, cuatro Sermones que, se dice, predicó en Galicia en honor del apóstol Santiago, cuyo santuario compostelano hace tanto papel en la Crónica. Y no ha faltado quien le prohijase la Crónica misma[9]. Su viaje a Galicia, adonde se trasladó desde Viena por intereses de familia (era tío del joven Alonso, que después fué rey de Castilla, séptimo de este nombre), daría motivo a que se le contase entre los peregrinos que de todas partes iban a visitar el sepulcro de Santiago, i se lo creyese animado de particular devoción al santo apóstol[10].

El interés de la verdad es lo único que me ha inducido a detenerme en esta materia. Si fuese auténtica la declaración atribuida a Calixto II, lejos de pugnar con algunas de mis opiniones relativas a la leyenda de Turpin, hubiera corroborado los datos de que voy a valerme para fijar la fecha de su aparecimiento en el mundo.

Hemos visto rastros de la Crónica do Turpin en la segunda mitad del siglo XII. Paso a probar ahora que no pudo ser anterior a los últimos años del siglo precedente.

Con ocasión de las pinturas i emblemas del palacio imperial de Aquisgrán o Aix-la-Chapelle, hace el cronista una digresión sobre las artes liberales; i hablando de la música, alude al modo de notar el canto, introducido por Guido Aretino a principios del siglo undécimo. «I debe saberse, dice, que no es canto según la música, sino el que se escribe en cuatro líneas. Las cuatro líneas en que se escribe i los ocho tonos en que so contiene, designan las cuatro virtudes: prudencia, justicia» fortaleza i templanza, i las ocho bienaventuranzas, que fortifican i adornan el alma. » Los eruditos no están de acuerdo sobre les descubrimientos o mejoras de que el arte de la música sea verdaderamente deudor a Guido. Parece que antes de Guido, se notaba ya el canto llano por líneas, escribiendo los signos sobre oirás tantas rayas paralelas, cuya altura representaba la de los respectivos tonos. Pero a lo menos Guido simplificó esta notación, reduciendo las líneas a cuatro, i representando los tonos alternativamente por ellas i por los espacios intermedios[11]. Si damos, pues, algún tiempo, no solo para que se propagase esta práctica, sino para que un escritor (aunque ignorantísimo, como de hecho lo fué Turpin) imaginase que ella venía desde la edad de Carlomagno, convendremos sin dificultad en que lo más temprano que pudo escribirse el pasaje citado fué hacia los fines del siglo undécimo.

Como entre 1080 i 1150, debió, pues, de haberse compuesto la Crónica. Pero otras observaciones nos harán estrechar estos límites. Turpin llama a los sarracenos mohabitas, denominación que no pudo usarse en este sentido antes de los fines del siglo XI. El primero que, creo, la empleó así, (prescindiendo déla Crónica de Turpin), fué Pascual II, pontífice romano, en una bula dirigida el año de 1109 a los clérigos i legos, vasallos del rey de Castilla, prohibiéndoles ir en peregrinación a Jerusalén, por la falta que hacían en su patria, afligida por diarias incursiones de los moros i mohabitas[12]. Hallamos también la expresión maurorum sive rnohabitarum en dos bulas de Calixto II, la de la traslación de la metrópoli de Mérida a Compostela, expedida en 1120[13], i la que dirigió poco después a Pelayo, arzobispo de Braga, confirmando los términos i jurisdicción de aquella sedo[14]. Ahora bien, este uso de la palabra mohabitas (que escrita sin h significa en la Biblia los descendientes de Moab) principió en España, donde cabalmente habían estado ambos pontífices antes de su elevación al papado, i cuyos habitantes la apropiaron, sin más motivo que la semejanza de sonido, a los almorávides, que, enseñoreados del África, se derramaron por las provincias meridionales de la Península. Encuéntrase en privilegio del año 1089 la expresión mohabides gentes, aplicada a la nueva oleada de sarracenos que, recién llegados de allende el mar, infestaban las costas de España[15]; i de allí en adelante vemos designar a menudo a aquellos moros con el título de mohabitas en escrituras i memorias de los Alonsos VI i VII, o que tratan de las cosas de ese tiempo. No pudo, pues, componerse la Crónica de Turpin antes de 1089. Más: figura en ella un rey árabe llamado Texefin. ¿No es presumible que lo que sugirió este nombre al cronista fué el patronímico de los miramamolines almorávides, desde Juceph Ben-Tashfin, llamado por los españoles Texefin i Texufin, que pasó el estrecho en 1086? Más: Turpin representa la España cual se hallaba al espirar el undécimo siglo. Lo primero, porque en el repartimiento que, según él, hizo Carlomagno de las tierras de España entre sus guerreros, se habla de Aragón i Zaragoza como porciones distintas; i Zaragoza fué poseída por los monarcas aragoneses desde 1118, en que la conquistaron a los sarracenos. Y lo segundo, porque, entro las ciudades de Galicia, cuenta nuestro cronista a Braga, Oporto, Lamego, Coimbra i Guimaraens. Portojalenses en Turpin significa solamente los habitantes del territorio i jurisdicción de Oporto, llamado Por tus Cale desde la dominación de los godos, de manera que el Portugal de Turpin es una parte de Galicia. ¿I cuándo empezó Portugal a existir como provincia independiente i distinta? Cabalmente en los últimos años del undécimo siglo. Las conquistas hechas a los moros de Lusitania se incorporaron por Fernando I en el reino de Galicia, i después formaron parte del condado de Galicia, que Alonso VI encomendó en 1092 a don Ramón de Borgoña[16]. Enrique de Besanzon tuvo desde la misma fecha el señorío de Portugal, que hoy decimos Oporto, i que más adelante dio su nombre a toda la monarquía portuguesa por haber sido lo primero que poseyó su fundador. Pero no parece que don Enrique gobernaba con entera independencia de don Ramón; o, por lo menos, es constante que su señorío estaba reducido a términos demasiado estrechos para que se mirase como una de las grandes secciones de la monarquía de Castilla. Don Ramón, conde de Galicia, mandó en Coimbra hasta mucho después de aquel año, i hacia el de 1095, acaudilló una expedición contra Lisboa. El año de 1098, es el primero en que dicen las escrituras que don Enrique mandaba en Portugal i Coimbra[17]. En 1101, suena conde de Portugal i Coimbra, casado ya con doña Teresa, hija natural de Alonso VI. En 1102 i 1106, se le titula yerno del rey, conde de Coimbra, Portugal, Viseo, etc.; i en 1107, su mujer doña Teresa se apellida reina[18]. Finalmente, la Historia, Compostelana, escrita pocos años después, llama ya Portugal a todo lo que poseían loa cristianos en el país que hoy conocemos con este nombre[19].

Lo menos que puede deducirse de las observaciones precedentes es que, al componerse la Crónica, estaba muy fresco en la memoria el estado de cosas que antecedió a 1118 en Aragón, i a 1098 en Galicia; porque de otro modo, no hubiera llegado al conocimiento de un hombre ignorantísimo de la historia de España, cual se manifiesta Turpin, que todo lo representa como lo ve, o según las nociones vulgares. Escribióse, pues, la Crónica pocos años antes o después de expirar el siglo undécimo; i esta es, en efecto, la época a que se refiere más comúnmente su aparición en Europa.

 

 

 

 

PRIMERA DE CUATRO ENTREGAS

 

 

 

 

 

Notas

 

[1] Véase la disertación Sur les plus anciennes traductions, i la Sur les trois histoires fabuleuses de Cburiemagvte, tomos 17 i 21 de las Memorias de la Academia de las Inscripciones.

[2] Commentarii de bibliotheca ccesarea vindnbonensi, tomo pajina 329.— Véase también Acta Sanctorum Bollandistas al 28 de enero.

[3] Fleury, Ilistoirc Ecclésiaetique, 71, 21

[4] Véase la Historia ‘ ‘teraria de Francia por los Benedictinos, 10, pajina 593; Martene, Thesaurus Novus Anecdotorum, pajina 606; i los manuscritos del Museo Británico. King’s Library, 13. D, I, i

Cotton’s Ñero, A, XI.

[5] Lebeuf, Surtes trois histoires fabuleuses de Charlemagne/Uoquefort, De l’état de la poésic frangaise dans les douzieme et treizieme siócles, pajina 137; Oienhart, Notitia Utriusquc Vasconiae, pajina 398.

 

[6] Véase esta crónica, hacia el fin del pontificado de Calixto, en la colección de Escritores Jermánicos de Juan Pistorio.

[7] Bibliothcca Latina Medii JEvi: véase Joanncs Turpinus.

[8] Por ejemplo, en los cuatro de la Biblioteca Cottoniana del Museo Británico: Claudius, B, VIII; Ñero, A, XI; Vespasianus, A, XIII; Titus, A, XIX.

[9] Oudin, Commentarii de scriptoribus ccclesice antiquis, tomo 2, pajina 1006.

[10] Véase la Historia Compostelana, tomo 20 de la España Sagrada, pajina 96.

 

[11] Burney. History of Music, tomo 2, capítulo 2.

[12] Historia Compostelana, tomo 1.°, capítulo 39.

[13] id. id., tomo 2.°, capítulo 16.

[14] Mariana, Historia Jcncral, tomo 10, capitulo 13.

[15] Sandoval, Alonso VI, era 1127, que corresponde al año de 1089.

[16] Sandoval, Alonso VI, en este año.

[17] Sandoval, en estos años; i la Compostelana, tomo 2.°, capítulo 53.

[18] Sandoval, en estos años.

[19] Historia Compostelana, tomo l. 9 , capítulo 3.°; tomo 2.°, capítulo 40, etc.

 

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