Andrés Bello: Crónica de Turpin 4/4

Presentamos la cuarta parte del discurso pronunciado por don Andrés Bello (1781-1865) en la Universidad de Chile. En él, Bello dilucida en torno a los cantares de gesta y al apócrifo de una de sus fuentes: La Crónica de Turpin, escrita por el inventado Arzobispo de Rheims. Andrés Bello estaba fascinado por los detalles del apócrifo y sus menciones en la poesía de su tiempo y de todas las épocas. Dejó constancia de ello en otros ensayos, tales como: Apuntes sobre Romances de Carlomagno posteriores a la Crónica del Arzobispo Turpin o Apuntes sobre la Crónica del Arzobispo Turpin, entre tantos otros. Era un tema que fascinaba al poeta, filósofo, traductor y filólogo venezolano, y del que, se dice, revelaba ciertos enigmas solamente en la intimidad de la conversación.

 

 

 

 

 

 

 

 

VI
Relación de la Crónica de Turpin con los poemas caballerescos anteriores i posteriores

 

Si el objeto con que se escribió la Crónica, no fué otro, como lo manifiesta ella misma, que promover las miras de engrandecimiento de un prelado de España, es evidente que el autor no sacó de su cabeza todos los hechos que refiere. Lo que se debe pensar es que mezclaría las fábulas de su invención con otras que andaban ya acreditadas por escritores de mas antigüedad. De otro modo, no le era dado esperar que, aun en aquella edad ignorante i supersticiosa, se mirase su pretendida historia, sino como un tejido de patrañas. Dejando a un lado todo lo perteneciente a Compostela, i ciertos milagros i revelaciones que tienen mas de monacal que de romancesco, creo que, en cuanto a las hazañas de los franceses en la Península, i a la desastrada derrota de Roncesválles, fué un mero compilador, i que Reinaldos, Oliveros, Argolando, Ferraguto, Marsilio, i otros muchos de los personajes que menciona, eran ya conocidos cuando él tomó la pluma, i habían figurado algún tiempo en los romances i jestas. Por eso, muchas de aquellas ficciones tienen ciertas sombras i lejos de historia.

Es hecho cierto que los sarracenos se apoderaron, a principios del siglo octavo, de Narbona i de la Septimania; i que infestaron poco después la Aquitania i la Borgoña i varias provincias centrales de la Francia, hasta apoderarse de Poitiers i amenazar a Tours; pero el que los rechazó i venció fué Carlos Martel, cuyos hechos se confundieron en los romances i tradiciones vulgares con los de Carlomagno. Es hecho cierto que este príncipe hizo una expedición a la Península, i ocupó gran parte del país entre los Pirineos i el Ebro; no a la verdad llamado por el apóstol Santiago, sino por ciertos principales sarracenos, que intentaban con su ayuda restablecer la dominación de los Abasidas, destronando al emir al Moumenin o Miramamol in Abderrama. Estas mismas voces emir al pasaron a los romances en el título de admiral o amiral, que se da en ellos a los califas, verdaderos o imajinarios de Babilonia, Persia, España, etc., i que encontramos ya en la Crónica de Turpin. Es hecho cierto que Carlomagno se apoderó de Pamplona, i la desmanteló: circunstancia que dio oríjen a la fábula de la milagrosa ruina de sus muros, debida, según Turpin, a la intercesión de Santiago. Es hecho cierto que Aquisgran fué hermoseada por el mismo príncipe, i adornada de edificios suntuosos hacia 796 ; de modo que Turpin en esta parte se alejó apenas de la verdad. En la comitiva de guerreros que acompañan a Carlomagno, hai varios personajes históricos, si bien algunos grandemente desfigurados. De Roldan o Rotolando, se sabe que era gobernador de la costa de Bretaña, i que de hecho fué muerto en el descalabro que padeció la retaguardia del ejército franco, asaltada por los montañeses gascones: función en que murieron otros principales señores, i de que se fabricó por los poetas la batalla de Roncesválles, tan célebre en las leyendas romancescas de Carlomagno . Gaiféros, rei de Burdeos, es Waifer o Guaifer, hijo de Hunoldo, duque de Aquitania; aquel Waifer, que estuvo largo tiempo en guerra con Pipino el Breve, i cuyo sepulcro se mostraba extramuros de la ciudad de Burdeos, aunque por haberse gastado un poco la inscripción, creyó el vulgo que era Caifas, quien estaba allí sepultado . Urjel Danés (Ugerius rex Daniae) fué caudillo de una de las expediciones de piratas normandos que en el siglo noveno infestaron la Francia.

El nombre mismo de Turpin es una corrupción del de Tilpin, verdadero arzobispo de Rheims i contemporáneo de Carlomagno. Ganelon, a quien los castellanos llamaron Galalon, no es otro, según Ducatel, que Wenilon, que de hombre bajo fué hecho arzobispo de Sens por Carlos el Calvo, a cuyos beneficios correspondió con ingratitud i traición, abandonándole para seguir el partido de Luis el Jermánico . Así que, en el Carlomagno de Turpin i de los antiguos romances, tenemos tres Carlos distintos: Carlos Martel, Carlomagno i Carlos el Calvo. El jefe de la raza carlovinjia oscureció las glorias de los otros personajes de su nombre, i se engrandeció con sus despojos, a manera de un rio caudaloso que, sin dejar el suyo, arrastra los tributos de una multitud de vertientes.

Lo oscurecidos i desfigurados que aparecen estos personajes i sucesos en Turpin, manifiesta que este falsificador no consultó las memorias auténticas de Carlomagno, i que las fuentes donde bebió estaban ya turbias con las consejas del vulgo i las invenciones de los poetas. De otro modo no hubiera incurrido en equivocaciones tan groseras; no se hubiera llamado Turpin, sino Tilpin; en una palabra, hubiera acertado a injerir con mas arte lo fabuloso en lo histórico. Su interés era que su Crónica fuese mirada como una relación auténtica, escrita por un testigo ocular de los hechos; por consiguiente, debió conservar con la mayor fidelidad aquel fundamento de verdad en que trataba de apoyar sus cuentos, i que solo hubiera podido acreditarlos. Si no lo hizo, fué porque siguió incautamente a los romances, o a crónicas que los habían copiado, creyendo encontrar en unos u otras aquel fondo de historia, que necesitaba para sus mentidas apariciones, concilios i privilejíos.

Hallamos también en la Crónica de Turpin indicios claros de que en su tiempo corrían ya romances llenos de proezas fabulosas de Carlomagno i de otros personajes de la historia de Francia. Turpin alude lijeramente, como a cosa sabida, a ciertas aventuras de Carlomagno en España, durante su destierro de los estados paternos, como fueron el haberse refujíado a Toledo, corte del almirante Galifer o Galafre, de quien recibió la orden de caballería, i cuya hija tomó por esposa, i el haber hecho la guerra i dado la muerte a Braimante, rei árabe, enemigo de su suegro. Entrevemos en estas aventuras un romance perfectamente caracterizado, i el mismo en que después se ejercitaron multitud de plumas de varias naciones, entre ellas la del italiano que compuso I Reali di Franza, que es de los primeros tiempos de la lengua italiana. Este destierro de Carlomagno parece tuvo su fundamento histórico en algunos sucesos de la juventud de Carlos Martel, que cayó en desgracia de su padre Pipino de Heristal, i estuvo efectivamente desterrado de su corte, i preso en Colonia en poder de su madrastra Plectruda; de modo que en esto, como en otras cosas, confundieron los poetas vulgares a Carlos Marte] con Carlomagno, i a Pipino de Heristal con Pipino el Breve. Las aventuras de aquel romance estaban ya bastante acreditadas en España misma, cuando escribió el arzobispo don Rodrigo, que alude ligeramente a ellas . Era mui de las jestas aquello de dar nombre a las espadas: la Gaudiosa de Carlomagno, la Durrenda (Durindana) de Roldan, habían tenido sus prototipos en la Croceamors de Julio César i la Caliburna del rei Arturo, célebres en las leyendas bretonas, compiladas después por Gofredo de Monmouth, i versificadas por el anglo-normando Wace. Pero aun testifica mas positivamente Turpin, que en su tiempo era ya antigua la costumbre de componer relaciones métricas de hechos caballerescos, cuando al mencionar a Ocelo, conde de Nántes, dice: De hoc canilur canlilena usque in hodiernum diem, quia innumera fecit mirabilia.

Así, el capítulo que tiene por epígrafe Haec sunt nomina pugnalorum majorum, es para mí una reseña de los caballeros que a fines del siglo XI eran ya celebrados en las cantinelas de los troveres, i que en concepto de Turpin habían sido todos personajes históricos, aunque yo no pienso que su credulidad llegase al extremo de tener por verdadero i auténtico todo lo que de ello se cantaba. Recopilando las tradiciones poéticas que le parecieron mas dignas de fe, i entretejiéndolas en la historia, del modo que pudo, hizo con esta heterojénea mezcla lo que el autor de la Crónica del Cid con las memorias i leyendas fabulosas de Rui Díaz; i tuvo en parte el mismo suceso. Su obra suministró a los dos siglos que sucedieron al suyo un acopio de materiales que los versificadores beneficiaron a porfía, abultándolos, hermoseándolos, desfigurándolos amenudo con flamantes i diversificadas invenciones. Hai, con todo, diferencias. El pseudo-Turpin, falsificador tan audaz, como ignorante i bárbaro, no acertó a dar a su narración atractivo alguno: el cronista español, al contrario, zurce de buena fe telas varias, algunas de ellas preciosas, i de una animación palpitante; i es tan poco lo que pone de suyo que ni aun se detiene a salvar la manifiesta incoherencia entre el espirita castellano i cristiano que la mayor parte de su obra respira, i el sentimiento musulmán que se trasparenta en ciertos capítulos; pero todo conserva o toma bajo su pluma un aire de injenuidad que cautiva.

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