Ensayística joven de México: Brenda Trejo

Presentamos un ensayo de la joven escritora Brenda Trejo (Monterrey, 1990), en el cual se integran registros del poema en prosa, el relato y la investigación documental.  Brenda Trejo estudió psicología en la Universidad Autónoma de Nuevo León y recientemente fue becaria del Festival Interfaz del ISSSTE-CULTURA Monterrey 2015.

 

 

 

 

 

23 de octubre de 1956

 

por Brenda Trejo

 

Cuando mi abuela cumplió veinte años se mudó con  su familia a otra ciudad. Se matriculó en la escuela preparatoria y escribió en su diario adolescente: me miro en todos los espejos porque no me reconozco. La vida de mi abuela, según leo estas líneas, fue un descenso lírico hacia sus adentros. Desconocerse a uno mismo puede resultar de esas experiencias a las que no se puede sobrevivir. Experiencias tras las cuales se siente que ya nada puede tener sentido, escribió -veinte años antes- Emil Cioran, en las servilletas de algún bar de Rumania. A lo largo de su vida mi abuela cubrió los espejos que la reflejaron. Si las fotografías también son un espejo, ella las evitó. Existen las clásicas: siendo un bebé en los brazos de su madre, otras donde aparece entre niños uniformados y otra de la infancia cuando abraza a un gatito. Pero sí existen algunas fotografías de las cuales no pudo sustraerse. Una es la que tomé del álbum familiar y que guardo con nostalgia, donde está sentada al final de una cama en el Hospital Rosario, con un vestido azul que le queda grandísimo, meses antes de que muriera. 

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Las palabras que más se repiten en los diarios de mi abuela son: derrumbe, desayuno, jazmín, dientes, grietas, delgadez, hambre y hospital. Todas las palabras las conozco. Todas esas palabras también existen en otro idioma. No me preocuparía por el significado de las palabras si éstas fueran siempre vacías. Si no tuvieran la intención de comunicar algo a alguien (aunque a veces no las escuche ese alguien). Otra palabra que se repite tantas veces como las otras es inedia. Ésta no la conozco.

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Inedia es una palabra femenina de tres sílabas.

De la raíz latina in (no) y edere (comer).

Tener los labios sellados.

Inedia fue una forma de ayuno absoluto, según leo un artículo académico sobre la Edad Media.

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Mi abuela escribe que escondió cada desayuno en el clóset de su recámara. Y la comida y la cena, también. Escribe que sólo se permitía comer rebanadas de pepino y de sandía. Que no tenía apetito. Que lo único que podía digerir era tristeza. Que días después descubrió el reino fungi junto a sus zapatos amarillos. Tal vez mi abuela hubiera encontrado hermosa esta metáfora que leí en Pregúntale al polvo, de John Fante: tener jugo de naranja lloriqueando en el estómago. Así entiendo la manera que sentía mi abuela su tristeza. Mi abuela escondió su comida, que sospecho, fuera en realidad su hambre.

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No es preciso el origen de la palabra inedia. Es posible que apareciera por primera vez en los tratados sobre enfermedades de Hipócrates y después desapareciera entre otras palabras. Pero no fuera su regreso hasta 1370 con Catalina de Siena, una famosa mística que sólo masticaba las verduras y después las escupía. Si acaso el brócoli pasaba al estómago, se provocaba el vómito con una pluma de oca. Inedia, escribió Catalina en Diálogo de la divina providencia, es entregar el cuerpo a Dios.

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Inedia, escribe mi abuela, significa esconder el hambre fuera y dentro del cuerpo. Dejar que se asiente en el estómago. El hambre una sólida piedra en la mina interior.

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La palabra Inedia no es la única que contiene al hambre. En mis búsquedas en internet, encontré una vieja palabra inglesa: fæst, que significa, constant, strong or fortified. Durante la época victoriana, algunas mujeres hicieron el act of fasting: voluntary abstinence from food and drink or from certain kinds of food. Las fasting girls fueron las siguientes místicas que afirmaron poder vivir sin comida alguna.

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Inedia no es sinónimo de fasting, sin embargo. Mientras inedia pertenece únicamente al vocabulario místico, la palabra fasting se pasea entre lo místico y lo médico. En los años que habitó Catalina de Siena, las ayunadoras eran admiradas. Eran la ruta más pura para alcanzar el despojo del espíritu sobre el cuerpo. Eso, y que la medicina todavía no intentaba adueñarse de las manifestaciones místicas o mágicas. Sara Jacob, una fasting girl, fue internada en un hospital en 1869 por insistencia de sus padres, desconfiados de las acusaciones médicas, para probar que su profundo ayuno no era un cuadro clínico, pero sí un vacío que no necesitaba llenarse de comida y sí de las oraciones a Dios. Vacío que no era enfermedad porque las santas no enferman, se apasionan. Sara murió de inanición en su pequeña cama de hospital.

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Sara Jacob fue una artista del hambre. Pequeña y delgada dentro de una celda de hospital, pudo haber pronunciado estas palabras antes de morir como lo hizo el personaje de un cuento de Kafka:

«Lo más elevado se conquista sólo por el más elevado sacrificio»

Y lo más elevado sería desprenderse del cuerpo, diría Catalina de Siena. Y tal vez mi abuela.

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Está escrito en el diario de mi abuela que el veintiséis de octubre de mil novecientos cincuenta y seis,  fue internada en el hospital de psiquiatría. Ella también transcribió lo que parece ser una pequeña anamnesis:

Nombre: Elena

Edad: 15 años

Síntomas: pérdida del apetito, bajo peso, desnutrición, depresión, ausencia de menstruación, uñas quebradizas, caída de dientes, temperatura corporal baja, obsesión por su imagen corporal.

Diagnóstico: anorexia nerviosa

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La anorexia histérica es un invento de Charles Lasègue, médico francés del siglo XIX. Lasègue recibía en su consultorio a mujeres con diferentes síntomas: inapetencia,  repulsión hacia los alimentos, piel seca, delgadez de alambre. Desconozco la alquimia de las palabras que las transforma en otras. También desconozco en qué momento se perdió en la historia la palabra inedia para nombrar este viejo fenómeno que Lasègue transforma en clínico. La creación de una categoría nosológica que más tarde se reproducirá en papeles impresos, en las palabras de los científicos y finalmente, por el resto de las personas. Quizá la medicina griega fuera su principal influencia y desde la cuna etimológica de anorexia: an (privativo) y orexis ( apetito/deseo), término que sólo hace referencia a la falta de apetito, nace el término anorexia histérica. Es posible que Lasègue, además, tuviera su inspiración en las mujeres histéricas de Freud. Las mujeres que se enfermaron sin bacterias. Las mujeres que habitan en el texto Estudios sobre la histeria.

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En mis clases sobre psicoanálisis escuché que la histeria fue un fenómeno que no apareció en los análisis de sangre, los rayos X ni las lobotomías. La histeria fue un cúmulo de palabras no dichas acumuladas en el estómago. La histeria fue una apasionada demanda de reconocimiento de algo que no sabe cómo sacar del estómago y por eso ya no se puede comer más. Ahora entiendo que lo que para mi abuela (y las místicas y las fasting girls) fue una pasión, para la medicina fue (y todavía es) un trastorno.

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Otro médico, me comentó un compañero de clases y de quien desconocemos el  nombre, creyó que el término histeria desacreditaba al lenguaje científico pues lo científico se escucha por el estetoscopio. En 1952, la anorexia histérica se transformó lingüísticamente y psicofisiológicamente en anorexia nerviosa, y está registrada como categoría independiente en el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM), primera edición, y sucesivamente hasta su quinta y actual edición:

Anorexia nerviosa:

 

  1. Rechazo a mantener el peso corporal igual o por encima del valor mínimo normal considerando la edad y la talla. Peso corporal inferior al 85% del peso esperado.
  2. Temor intenso a ganar peso o acumular grasa, aún sin tener sobrepeso.
  3. Alteración en la percepción del peso o la silueta corporales, exageración de su importancia en la autoevaluación.
  4. Ausencia de cuando menos tres ciclos menstruales consecutivos.

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Existe una nota en el periódico La Razón sobre una cirugía realizada en la ciudad de Monterrey. Dice: médicos inhabilitan el área cerebral que produce la fobia a los alimentos. Lo que hasta hace algunos años se hubiera pensado sólo para alguna película de ciencia ficción, hoy en día cura la anorexia. Leucotomía límbica. El hambre está en los circuitos que tenemos en la cabeza. Esas delgadas conexiones que hacen un embrollo, escriben los médicos.

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Tengo hambre de otra cosa, escribió mi abuela un domingo de noviembre de 1953.

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Inedia y anorexia son palabras femeninas.

Podría ser incluso que inedia fuera un nombre propio:

Inedia, el nombre alterno de mi abuela.

La anorexia tiene un sonido muy escandaloso.

La anorexia sólo la usa la medicina.

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Alguna vez asistí a una conferencia sobre la figura de Franz Kafka. Alguien dijo que dejar de comer sería dejar de participar en el mundo. No me gusta imponer la figura del autor sobre su obra y viceversa pero, en Kafka, hay cierto punto donde ambos son inseparables. Y estoy de acuerdo con ese alguien cuando dijo:

«El tema del hambre, del ayuno, en Kafka, siempre es subsidiario de otro, que es el de la delgadez y el de lo pequeño. El ayunador tiene que adelgazar, ser pequeño, que los demás no le vean.»

En sus cartas y diarios, Kafka se preguntaba sobre su relación con la delgadez: «no sé qué significa para mí permanecer delgado pero algo tiene que significar». Quizá, como volví a escuchar en esa conferencia: «la respuesta no ofrece dudas: para escapar». ¿Escapar de quién? me pregunto.

Elias Canetti realiza una lectura interesante en relación a Kafka y las cartas que escribió a Felice. Canetti dice que dejar de comer sugiere una incapacidad de pertenecer al mundo y aceptar sus compromisos. Ahora entiendo a Sissi, emperatriz de Austria y ayunadora, que escribe en sus memorias:

«Me escaparé como el humo por una pequeña abertura al corazón.»

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Conozco a una persona que asegura que Franz Kafka padecía anorexia. Me dice que lo deja muy claramente escrito en el cuento Investigaciones de un perro, donde existe esta frase: la ruta va a través del hambre. Siempre desconfío de las personas que tienen tan amplias certezas sobre algo. He buscado en sus diarios y cartas alguna referencia, alguna evidencia que pueda sostener ese argumento pero sólo encontré largas descripciones de su estado de ánimo y de los lugares que solía visitar. Ninguna búsqueda es sinsentido. Encontré a Kafka siempre con la sensación de la desaparición gradual de sí mismo. No podía concentrarse a escribir, no tenía sexo, no comía carne y el distanciamiento del mundo lo oscurecía. Pienso que Kafka traza la ruta del hambre. El hambre entendida como el deseo.

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Franz Kafka le escribe a Felice el 14 de agosto en 1913:

Estoy  hecho de literatura, de nada más que literatura. No podría ser de otra cosa.

Y la escritura podría ser la ruta del deseo.

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Tener hambre de otra cosa pero tener hambre. Otra cosa que antecede a la necesidad física del hambre. En un pequeño párrafo de la biografía de Simone Weil, leo estas líneas: ese conocimiento previo del hambre, necesario, a su modo de ver, para toda investigación del sentido de la existencia. Simone Weil, finaliza el párrafo, tenía la imperiosa necesidad de buscar su verdad.

Entiendo que este conocimiento previo del hambre es evidentemente el deseo. Esa otra cosa a la que se refería mi abuela. Vuelvo a recordar mis clases de psicoanálisis y encuentro la libreta de apuntes que usé para escribir:

Las exigencias de la vida del organismo para su supervivencia pueden ser llamadas necesidades. Pero Freud descubre: ese deseo que es siempre singular de un sujeto, y no propio de la especie, es un deseo que, a diferencia de la necesidad, no camina en el sentido de la supervivencia y la adaptación. Es un deseo que por el contrario daña, es al mismo tiempo un deseo indestructible, un deseo que no se puede olvidar porque es esencialmente insatisfecho.

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Después de todo quien deja de comer sí tiene apetito. Y el deseo no está en los circuitos neurológicos. Anorexia nerviosa, me parece, no son las palabras afortunadas para nombrar una condición de deseo. Inedia me gusta más.

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Mi abuela quería ser tan pequeña para esconderse entre las grietas.

Mi abuela que se mira en todos los espejos pero no se reconoce.

Mi abuela que no entiende el orden del mundo ni lo desea.

Mi abuela ayunadora.

Mi abuela enamorada de su delgadez.

Mi abuela que traza la ruta de su deseo pero nadie la sigue.

Mi abuela una nube de humo que escapa por los agujeros.

Mi abuela que escribe en su diario una ruta.

 

 

 

 

Datos vitales

Brenda Trejo (Monterrey, 1990) estudió psicología en la Universidad Autónoma de Nuevo León. En 2014 fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León. Publica en su fanzine, Lumbre: www.prendemoslumbre.tumblr.com

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