En el marco del Día Mundial del Libro, el poeta Mario Bojórquez hace una reflexión sobre Cervantes, su obra maestra Don Quijote. Bojórquez lo confronta con el apócrifo texto de Avellaneda y las motivaciones que pudieron suscitar su escritura.
Hoy se cumplen 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra el genio de nuestra lengua, antes del Diccionario de la Lengua Española de la RAE la obra de Miguel de Cervantes utilizó unas 120 mil palabras, su Quijote es el mayor monumento de nuestro idioma. Poco se recuerda del intento de sobajar aquel gran esfuerzo con una copia artera, aquí se habla de Alonso Fernández de Avellaneda y su Alisolán, autores, como Pierre Menard, del Quijote.
Apocrifia
El diccionario de la Real Academia de la lengua define apócrifo para su primera acepción como “Fabuloso, supuesto o fingido.” Se trata pues, de todo escrito que no se corresponde con la realidad, o en su caso, que se han fingido o supuesto los hechos que ahí se consignan. A partir de la formulación del canon hebreo y después por el católico para el nuevo y viejo testamento, una serie de libros fueron excluidos de aquellos que contaban con el reconocimiento de la norma, libros condenados que permanecerán en la tradición como elementos de curiosidad y abonarán a ciertas corrientes de pensamiento, como el ocultismo, para intentar establecer otra forma de historia y de pensamiento. La manera de identificar este tipo de textos es agregar al autor la partícula “pseudo” que equivale a falso, de ahí tendremos a la familia de autores pseudo-Santiago, pseudo-Juan o pseudo-Mateo.
Más allá del legado ecuménico de las Sagradas Escrituras, la literatura ha tenido muchísimas muestras de esta forma de ejecución literaria, entre las más famosas está el Quijote de Avellaneda. Su nombre exacto: Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha que contiene su tercera salida: y es la quinta parte de sus aventuras, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas. (Tarragona, 1614). Su autor, Alonso Fernández de Avellaneda, sigue siendo un misterio aún hoy, no ha sido posible desentrañar la identidad del continuador apócrifo de las aventuras cervantinas. Copiosos tomos se han escrito tratando de revelar la verdadera persona que se esconde tras Avellaneda, se habla de una conjura de Lope de Vega, de un compañero de armas, Gerónimo de Pasamonte, de Vicente Espinel y otros que habrían sido caricaturizados en el primer tomo del original Quijote de Cervantes, motivos había, pues, para que alguno de estos ofendidos tomará justa venganza contra el manco de Lepanto. De Avellaneda recibimos algunos datos que al parecer sólo Cervantes comprendió, pero que al mismo tiempo no reveló a sus lectores, sino que, quizá en un afán por acallar la intempestiva fama que el apócrifo ganaba a su costa pasó adelante como cosa sin importancia.
Avellaneda, sin ningún pudor, refiere que el cometido de su continuación es enmendar algunos yerros, sobre todo de estilo, de un escritor tan deficiente como lo es Cervantes, que lo hace por ofensas inferidas en el cuerpo del primer volumen y que se verá cómo se mejora la historia con un mejor tratamiento:
“No le parecerán a él lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la comenzó y con la copia de fieles relaciones que a su mano llegaron —y digo ‘mano’, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de decir dél que, como soldado tan viejo en años cuanto mozo en bríos, tiene más lengua que manos—; pero quéjese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte, pues no podrá, por lo menos, dejar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías, tan ordinaria en gente rústica y ociosa; si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender, a mí y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estranjeras y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e inumerables comedias con el rigor del arte que pide el mundo y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.” (Prólogo, p.16)
La defensa implícita a Lope de Vega en las últimas líneas, ha sido un sendero que los investigadores han continuamente seguido sin lograr el cometido de encontrar al autor. Cervantes parece haber entendido muy bien de quien se trata pues comenta:
“Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna(…) He sentido también que me llame invidioso y que como a ignorante me describa qué cosa sea la envidia(…), no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañose de todo en todo; que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa.” (II, pag. 544)
El Quijote de Avellaneda fue un importantísimo suceso para la literatura del segundo siglo de oro de nuestra lengua, sus bajas motivaciones y su posterior condena al ostracismo, permitieron la continuación del original Quijote de Cervantes, para muchos lectores esta segunda parte cervantina resultó de mayor ingenio y plasticidad que la primera, si Cide Hamete Benengeli, autorizado historiador y cronista de sus aventuras, hubo de sentir el acicate de una versión espuria, el Alisolán aragonés, “historiador no menos moderno que verdadero”, se da por bien servido de haber recuperado los manuscritos que en arábigo encontró a la caída de los moros agarenos. Seguirá el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda sin ajustarse a una persona, cumpliéndose una de las formas más preclaras de la heteronimia como recurso literario y será siempre antecedente fundacional de la literatura heterónoma en lengua española.
Mario Bojórquez
23 de abril de 2016
Día Mundial del Libro