La teta guerrillera. Historia de una fotografía.

El poeta argentino Julián Axat nos presenta un texto que reconstruye la historia detrás de una de las fotografías más conocidas de la revolución sandinista, que fue tomada por Orlando Valenzuela en 1984. Los padres de Axat fueron desaparecidos por la dictadura argentina en 1977. Por ello, paralelo a su trabajo poético, ha desarrollado una labor de defensa legal de las clases menos privilegiadas en su país. Por tanto, y en palabras de Guido L. Croxatto, “Julián Axat piensa que con la palabra se puede hacer justicia, que hay algo así como una justicia poética, justicia desde la palabra”.

 

 

 

 

 

Hace pocos días me topé con una imagen. Fue a partir de que una mujer daba el pecho a su bebé en una plaza de San Isidro cuando policías la quisieron detener con el argumento de que está prohibido amamantar en la vía pública. La mujer denunció la situación que se viralizó y puso en alerta a vastos sectores que, como protesta, organizaron una amamantada masiva en esa misma plaza. Pero la imagen no era esa. La imagen con la que me topé hace pocos días y que algunos usan para la convocatoria, es la foto de una mujer amamantando a su bebe con un fusil al hombro.  El fotógrafo Orlando Valenzuela la tomó  en 1984 en Waswalito, comunidad rural de Waslala, a más de 100 kilómetros al noreste de Matagalpa, en Nicaragua. Aquella joven campesina Sandinista de sonrisa franca con su hijo al pecho y fusil al hombro recorrería el mundo.

La foto circuló en posters, remeras, revistas, murales, exposiciones, etc.  Junto con la el rostro del poeta Ernesto Cardenal devenido en Ministro de Cultura de la revolución, para mediados de los 80, “La Miliciana de Waswalito” se convertirá en la imagen oficial de la Campaña Mundial de Solidaridad con Nicaragua; y el fotógrafo Orlando Valenzuela en una suerte de Alberto Díaz (Korda) inmortalizando su imagen. “… Ese día yo estaba en una pequeña tarima de tablas, y desde arriba apretaba el disparador a todo lo que miraba interesante. De repente vi una mujer joven con un fusil al hombro, lo cual era muy común en esos años, pero me llamó la atención que tenía un niño en brazos y le daba el pecho. Alguien le dijo algo señalando hacia arriba y sonrió justo cuando tomé la foto y un poco apenado, moví el lente hacia otro lado… y de pronto Nicaragua era aquella joven armada con su hijo en el pecho”, diría Valenzuela, para quien con esa foto circulando por el mundo, su suerte estaba sellada. Aunque esa será la única foto que se conocerá de su carrera.

Pero en este caso, la joven  miliciana nicaragüense no tendrá nombre, será una mujer más al servicio de la revolución. Anónima, armada y amamantando a su bebe, está cargada de futuro. La promesa de Nicaragua (una mujer) que trajo la revolución (otra mujer) es un niño al que sostiene en su regazo y alimenta para el mañana mejor. El AK 47 colgada sobre el hombro derecho y la ternura confluyen en un punto que es un gesto sonriente de la boca, como un rictus de pasión, alegría y belleza que la cámara de Valenzuela logra capturar espontánea.

Amamantar en público subvierte el orden del Poder. La imagen de la miliciana es, en cierta forma, la reinterpretación de toda iconografía cristiana sobre las vírgenes amamantando niño Jesús.  Pero en este caso no es una santa, es una mujer muy joven que hace la revolución mientras carga a la vez la metralla y a su descendencia. La violencia y el amor juntos en un equilibrio. Una mujer – madre con tiempo para ejercer la ternura y trabajar la violencia. Todo en un mismo plano.

Por eso la imagen encandila. La subversión tiende a ser mayor en el proceso del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), siendo el primer proyecto que incluye el rol femenino como hacedor principal de la revuelta y de la construcción de un nuevo Estado, a la par de los hombres.  Si con el mismo brazo la miliciana sostiene el fusil, con el otro alimenta de sus entrañas el porvenir. La leche guerrillera asegura el futuro de los hijos de la revolución. No solo como madre, sino como mujer guardiana y hacedora en el mismo lugar que el (nuevo) hombre revolucionario del que tanto hablaba “el Che”. Allí están  las “mujeres nuevas” como Leticia Herrera, Dora María Téllez, Idania Fernández, Nora Astorga, Mónica Baltodano, solo por nombrar a algunas que hicieron Historia en el FSLN.

Pero la “Miliciana de Waswalito” por ser anónima se pierde en la historia y su fotógrafo Valenzuela también. Sabemos que la revolución Nicaragüense fracasó en las elecciones 1990, pero la imagen de la miliciana siguió viajando en el tiempo con la misma edad y con la promesa de la reproductibilidad técnica en remeras nostálgicas, posters y tatuajes en brazos de mujeres y hombres que hoy tienen la edad de ella cuando los amamantaba.

Los hijos de la revolución sandinistas alimentados por la miliciana quedaron lejos del aura que la cámara capturó para imantar a la generación de sus padres.  Hace tres años, un periodista de la revista del diario “La Prensa” de Managua, decidió buscar a la famosa Miliciana. Recorrió muchos lugares y al final logró encontrarla. Sin fusil y sin casa. Sin trabajo y con quince hijos que alimentar, Doña Blanca López del Socorro dice que quiere que la olviden. Su rostro curtido y cansado está lejos de ser la imagen de una lucha nacional. Blanca espera una ayuda del Estado para sobrevivir. Sus pechos ya no dan leche: “Yo nunca he sido egoísta, si Nicaragua recaudó dinero por medio de esa fotografía, si el mundo dio dinero a gente que lo necesitaba no me molesta, está bien porque aquí somos muy pobres… pero a mí me tuvieron olvidada”, dice con modestia mientras acaricia la cabeza de su hija de cuatro años. Entonces aparece José Antonio, ya tiene 27 años. Es el niño amamantado en la foto. El hijo de la Revolución. Para él la vida tampoco ha sido fácil. Como licenciado en administración de empresas y periodista trata de ganarse el pan en una Nicaragua complicada. Se crió con su abuela, pues su madre no tenía capacidad para cuidar y alimentar a todos sus hijos. “La foto en sí tiene gran mérito, me sentí orgulloso al saber que había sido utilizada como imagen oficial, fue la imagen de una realidad que recorrió el mundo y me satisface como nicaragüense cada dólar que recaudó. Valenzuela hizo un gran trabajo. Pero atrás de eso también estaba la historia de mi madre…”. Gracias al reportaje, una empresa cuyas siglas son HEMCO ayudó a Blanca López y a si hijo a comprar unas tierras para poder cosechar y vivir con su familia.

No pretendo sacar una moraleja de esta historia, solo intentar desentrañar el lugar de mi generación en países más o menos similares en sus procesos sociales y políticos. Fuimos amamantados como los hijos de una revolución, y elegimos otro lugar. La imagen de la miliciana puede ser la de mi madre conmigo en brazos antes de desaparecer (tengo muchas de esas fotos, pero claro que sin fusil). Yo deseo ese pecho. Deseo la teta de Waswalito. Pero esa leche, como a José Antonio, lejos estuvo de darnos la fuerza para sostener el legado. Cuando conozco la verdadera historia de la imagen de la miliciana, toda esa carga se disipa. Y solo queda el recuerdo, de la caricia del momento.

La teta de Waswalito alimenta a un niño que sigue viajando en el tiempo paralelo, menos real, o más cercano a los sueños que nosotros reescribimos a nuestro modo.  Mientras tanto, en una plaza del conurbano, muchas madres emulan la imagen de la anónima miliciana para interpelar al poder municipal de turno.

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