Iniciamos un dossier preparado por Jorge Contreras a propósito de la poesía como designio de la llamada por Robert Graves, Diosa blanca. En la primera entrega de esta colección presentamos dos textos del poeta cubano Waldo Leyva (1943). En 2010 mereció el X Premio Casa de América de Poesía Americana por el libro “El rumbo de los días” (Visor, 2010) y en 2012 el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora de Venezuela. La fotografía es de Rayo Reyes Osorio.
Las antiguas inmolaciones, que a través del fuego convertían la sangre, símbolo del sufrimiento, en humo blanco, símbolo de la gracia; esta transformación fue sustituida por la quema de incienso y por las plegarias o los cantos que tenían la misma función: conseguir el indulto o el favor de los dioses. Hesíodo comienza la Teogonía diciendo “Ante todo, cantemos a las musas helicoinadas” que hace referencia al monte Helicón, lugar de las musas, de los paseos de Pegaso, y la tumba de Orfeo. Por otro lado, la musas y héroes, arquetipos del genio iluminado, representado la encarnación de lo divino, han sido catalizadores de la energías creativas quienes despiertan por sus virtudes la poiesis, es decir, la creación. Uniendo estas dos ideas, el incienso, como regalo, canto, bálsamo, y la musa u héroe como arquetipo de la poesía, se ha llamado a esta colección de poemas, como Incienso para la musa
POETICA
Un poema es siempre
la carencia de algo.
No hay personaje ajeno,
Todos descubren
las claves ocultas
del que escribe.
Sólo el poeta sabe
el daño que ocasiona
cada verso.
Pero sigue buscando la palabra.
MONÓLOGO
Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.
Soledad, por ejemplo,
es como un hueco enorme
o una piedra cayendo en el vacío
o el dolor en el pecho
cuando niño te quedas en la calle
sin conocer a nadie
o viene el padre y parte
y entonces la ternura
se convierte en lágrimas,
en odio, en largo desconsuelo
y hasta te hiere el aire
y caminar no basta
y dormir es morir pero te duermes.
Soledad no es el acto de estar solo,
es buscar en los otros tu estatura,
tu dimensión exacta,
o más bien repartirte,
formar un ancho coro de ti mismo
y luego no encontrarte en los que pasan.
Qué soledad la del que pide a gritos,
a golpe de ternura en medio de la gente,
que la risa sea risa
y que el odio sea odio,
que la mano apriete fraternal
o clave su cuchillo,
y que el hombre sea hombre
por encima de todas las miserias.
Cada palabra es una clave
y una explica la otra
y todas juntas
no alcanzan a decir
lo que yo quiero.