Poemas para que nunca más la guerra

En Círculo de poesía no podemos sino celebrar el sí que sellará la paz en Colombia. Para hacerlo, Federico Díaz Granados nos propone la lectura de tres textos paradigmáticos y necesarios en estos momentos: “Llanura de Tululá” de Fernando Charry Lara, “La patria” de María Mercedes Carranza y “Los que tienen por oficio lavar las calles” de José Manuel Arango. Bienvenida sea la paz.

 

 

 

 

 

 

 

Fernando Charry Lara

 

 

Llanura de Tululá

 

Al borde del camino, los dos cuerpos

uno junto del otro,

desde lejos parecen amarse.

Un hombre y una muchacha, delgadas

formas cálidas

tendidas en la hierba, devorándose.

Estrechamente enlazando sus cinturas

aquellos brazos jóvenes,

se piensa:

soñarán entregadas sus dos bocas,

sus silencios, sus manos, sus miradas.

Mas no hay beso, sino el viento

sino el aire

seco del verano sin movimiento.

Uno junto del otro están caídos,

muertos,

al borde del camino, los dos cuerpos.

Debieron ser esbeltas sus dos sombras

de languidez

adorándose en la tarde.

Y debieron ser terribles sus dos rostros

frente a las

amenazas y relámpagos.

Son cuerpos que son piedra, que son nada,

son cuerpos de mentira, mutilados,

de su suerte ignorantes, de su muerte,

y ahora, ya de cerca contemplados,

ocasión de voraces negras aves.

 

 

 

 

 

 

María Mercedes Carranza

 

 

LA PATRIA

 

Esta casa de espesas paredes coloniales

y un patio de azaleas muy decimonónico

hace varios siglos que se viene abajo.

Como si nada las personas van y vienen

por las habitaciones en ruina,

hacen el amor, bailan, escriben cartas.

 

A menudo silban balas o es tal vez el viento

que silba a través del techo desfondado.

En esta casa los vivos duermen con los muertos,

imitan sus costumbres, repiten sus gestos

y cuando cantan, cantan sus fracasos.

 

Todo es ruina en esta casa,

están en ruina el abrazo y la música,

el destino, cada mañana, la risa son ruina;

las lágrimas, el silencio, los sueños.

Las ventanas muestran paisajes destruidos,

carne y ceniza se confunden en las caras,

en las bocas las palabras se revuelven con miedo.

En esta casa todos estamos enterrados vivos.

 

 

 

 

 

 

 

José Manuel Arango

 

 

Los que tienen por oficio lavar las calles

 

Los que tienen por oficio lavar las calles

(madrugan, Dios les ayuda)

encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de sangre

Y la lavan también: es su oficio

Aprisa

no sea que los primeros transeúntes la pisoteen.

 

 

 

 

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