Guillermo Sáenz Patterson, (Costa Rica, 1944). Poeta y ensayista. Ha publicado El Caminante y Otros Soles, 1972;; De luz y eternidad, 1983; Cósmica Luz, 1983; Narciso o la transfiguración del ángel, 1984; Poemas a Lucrecia, 1985; Aurora de la rosa, poesía ,1989; Laberinto de la estrella, poesía, 1991; Para Noxia, 2006; Herida de Mordiscos, 2014; La Terrible Noche, antología poética, 2016. Los libros de ensayos Consideraciones sobre la literatura y la democracia costarricense, 1972; De lluvia y sol, 1972. Ha sido incluido en diversas antologías. Poemas, relatos y ensayos críticos de su autoría, se publican en revistas y suplementos literarios internacionales.
Amanecer
Hoy te levantaste con tu predilecto ojo púrpura.
Era blanca la sábana de la amargura
y el horizonte de la pureza
teñía tu mirada de rictus oxidados.
Era el barrote. Era la prisión.
Era el asilo de las algas pegajosas
como silencios de aves muertas.
En este minuto desvestido
Sade.
Te quise.
Tus extrañas manos eran tentáculos
de islas olvidadas.
Pájaros negros pasaban sin delirio.
Todo era cansancio de espigas
sin respuesta
las ostras abrían su carcomido número de oficina
y las medusas de las rocas eran sirenas
con añil púrpura en los labios.
¡Cuánto olvido!
¡Cuánta bajeza escuchaste de los potros enloquecidos!
En tu cerebro aullaba un lobo herido
y su pene de cicuta
golpeaba las madréporas de los lagos podridos.
¡Cuánto pantano había en ti!
¡Cuánto nenúfar de oloroso incienso
gastaba las mentes de los gritos!
Mas era la mañana de licor
y delirio menstrual
tu sexo se sobreponía a los tumbos del alma.
Vencido como las serpientes al acecho,
tu diente clavó el oxígeno de las cataratas.
Cuatro monjas azules te sujetaron.
Sade. Sade.
Cuánto te quise.
En el abismo del espumarajo.
En la epilepsia del ruido.
No hubo nadie que te escuchara.
Fuiste así
el vampiro de los coches nocturnos,
la piedra rodada en los prostíbulos rojos,
la sutil emanación de los pezones iluminados.
No hubo nadie que te escuchara.
No hubo nadie que te escuchara.
Fue aquella noche cuando dijiste a los delirios
que el mundo estaba acabado
que una copa de tinte negro
valía más que el cofre de una hostia.
No hubo nadie que te escuchara.
En la mañana de la noche
tu cabello revuelto vagó por las callejuelas de los cálices.
En la mañana,
las estrellas de tus dientes comieron de la fruta prohibida.
Sade. Sade.
Cuánto te quise.
Tú, el odiado
supiste del escalofrío virginal.
Tú, el de siempre
supiste desatar la envidia lechosa
de los primeros caminantes.
No. No.
No hay respuesta para tu silencio de tortura.
No hay torre que contenga tu buitre
de alhajas perdidas.
¡Todo lo diste!
En las piedras. En los musgos.
En los acantilados.
En la gelatina de las rendijas
tu mirada fue víctima del picotazo.
Ya sin ojos
destruido como los huesos de las gaviotas
infeccionaste la soledad de tu celda.
Sade. Sade.
Cuánto te quise.
Allí, el de siempre.
Allí, el de las hojas sin velo.
Allí, el transfigurado por el gusano
de los remos sin rumbo.
¡Es la hora del ojo negro!
Es la hora donde la sangre y el reloj
anuncian la terrible campanada de la tortura.
La sonrisa impasible se enmudece.
Los miembros se trenzan en la noche sin espinas.
¡Aurora es la indicada!
¡Aurora es la vestal!
Los grillos suenan
la puerta de hierro fundido se abre.
Sade.
Eres el demacrado de las primeras horas.
Mediodía
¡Oh mediodía!
Las cadenas han arrastrado animales de fuego sereno.
Sus miradas de terciopelo han vertido crueles emanaciones.
El opio del día es un tormento. La acidez de las nubes sin rumbo
ROJAS
son un plomo vasto de manos arrancadas.
La tierra se estremece.
El sol fecunda las partes la rama de los vidrios cae en el dolor de las venas.
¡Oh mediodía!
La fuente de los charcos.
El lirio azul de los bosques profundos es aún una vastedad sin herir.
Sade
El de las primeras horas.
Sade
Con el rumbo de las ortigas en la boca
con la espina del murmullo en la saliva.
Da el primer paso sin tormento.
Es la araña de oro en su pelambre de rocío infecundo.
Es Sade
que rompe la piel de los corderos estivales.
Era verano la hoja que caía.
Eran los podridos otoños del humo.
Existía el silencio del bochorno.
Existía la cansada lentitud de la leche en las bocas.
Los niños se ataban a sus madres, sus risas de carbón
pervertían el cementerio de los primeros juegos.
Era la primavera de las cunas, la iluminada ponencia del horrible destello.
Lejos de la luna. En el eco de las humedades,
en el sexo podrido de la rosa de los bosques,
llegaste
Sade.
El mediodía quebrado en las colinas
El mediodía en las aguas frescas de la mejilla fueron tu tentación.
Acabado como los astros sin embrión. Microcosmos del saber
todo lo embriagaste.
Las águilas de las uñas volaban en la sangre de tus ojos
y en tu mirada
-el distante mar-
era una mueca de horizontes vacíos.
Las rosadas calles de la locura.
El incienso de los pinos quemados.
La brisa del polen.
Fueron la solitaria esquina
de los papeles sin letra.
En la lengua de semen.
En el espacio de los cuartos sin respiración,
tu nombre fue dado al mediodía.
Con el cerebro atado a los rayos de la memoria diste recuerdo febril
a los lienzos de Uccello.
Eran los mediodías del grito deshilachado.
Era el cadalso de la rata fría.
Era la boca gentil y el paso apresurado.
Sade. Sade.
Tu camino fue contado
por la perversión de los cuatro Ángeles-Demonio.
Sade. Sade.
Tu húmeda escalera
por la Virgen arrancada de los pelos.
En el fondo del ruido.
En la hora escamosa de la serpiente.
Tu nudo voló al alto sol.
La pierna desnuda
fue Amor en tu bosque de helechos muertos.
Como las aves de las campanas
sin constelación,
acudiste al ojo paralítico.
Tu llanto fue de virtudes insospechadas
tu rebeldía una fuente de amargos hipos.
Miraste al sol sin pupilas
lo miraste en la profunda noche de tu dolor.
De la hora del mortal reloj fue viva tu llama
entre la pronunciada figura
de la NIÑA BLANCA.
Cielo e infierno
Hotel Margot.
Un preservativo cae en las sombras de la noche.
Insaciabilidad. Un deseo lúbrico yace en tus entrañas
cibernéticas: robot (un anuncio de Coca Cola o de cualquier otro
producto
atraviesa las cortinas). La escatología
de tus nervios llega a mi ser profundo.
Estás sedada de psicotrópicos, sedada por tus nalgas
de hule, el jazz y la marihuana.
Élite del submundo al cual aspiro,
blue de los edificios, refugio antiatómico,
búnker, licor aún más letal que el Sida.
¡Ven, demonia, a mi pulpa plástica,
a mi perforador mecánico, ven, bestezuela
ideada en las calles de Hong Kong!
¡Ven, muñeca Penthouse,
ser que siento en mi silla esquizoide,
en la silla de mi Tía Petra,
en la silla de mi Lucy!
Esta arqueología de la palabra
descubre el hueso, el terremoto psíquico
que una inestabilidad de la razón
y sus conexiones cavernícolas.
El Sol cae en la niebla de las ciudades
su ojo penetra en la cartera de la prostituta
y en el libro oculto de Babilonia.
Su estupor de desgano insolente
seca las lagañas del borracho.
Algo más hermoso es el río que desciende
a los subterráneos de la piedra
a la cueva del numen primitivo.
Lejos, las corrientes magnéticas
atrapan la vibración de los cerebros.
Su idea después y antes de la muerte
penetra en la dimensión gnóstica.
Una isla telepática es la aurora boreal.
Uvas del Averno son las nubes.
En el hielo danzan la luz
y un trópico de volcanes hunde su lava.
(Hay un mundo de suspensión vital
donde se viaja congelado,
morgue de las urbes
y sus sonámbulos).
Era la transfiguración de andróginos
en Ángeles. Era un sonido de un violín
en la calavera, espina de neutrones,
roca de los Himalayas y águila de museo.
Un rascacielos asciende
en el espacio de los ascensores,
infierno de Babel de todas las Bolsas
de valores del mundo.
La metafísica de sus bolsillos
la llevan en sus lenguas de hostia.
Los matrimonios de sus hijos,
y el lujo de sus entierros
llevaron el estigma de un duende
en la ley de la selva.
Porque han hecho del dinero un fin
el microcosmos de su alma ha muerto.
¿Qué hastío en sus clubes
cuando el pederasta peluquero los divierte,
o el último chisme se hunde en sus apretadas bocas?
Sus piscinas coloradas
encierran el secreto de sus negocios.
Les amenaza el esqueleto bruñido de un amante
y alguna broma presidencial
dicha con mirada de buitre.
No siempre es de esta manera.
Pero el pueblo –pequeño burgués-, burgués aristocrático,
la necesita pegajosa y dulzona
y ella acude al Chalet
del Mar Azul- Cahuita- Samara- Nosara.
Oda al amor
Me deslizo por tu cabellera y arranco tu corazón con un beso.
Amo hasta la música de Schumann.
¡Tanto es mi amor que lo odio!
Tu pubis es una herida que habla por tu boca.
Me dices:
“Poséeme hasta el delirio del amanecer.”
Femenina la luna se oculta entre tus dientes
y muerdes mi oreja.
Te poseí esa noche en que ocultaste tus pechos
con la seda del viento.
Las ventanas del sol te desnudaron de rosas negras.
Al rozar mis mejillas polen fue tu aliento.
Fue la otra Lucrecia
la que bañó con violines la soledad.
Fue tu compañía un latido de esperma.
Este espasmo que recorre mi miembro
no es de este mundo.
¡Amor!
Déjame partir
como parten los locos
hasta la isla de tus sueños.