Presentamos en Círculo de Poesía una muestra de la obra de Claudio Archubi. Mar del Plata, Argentina (1971). Doctor en Física. Trabaja en el IAFE (Instituto de Astronomía y Física del Espacio) y es docente de la UBA. Colabora con revistas literarias del país y del exterior. Ha participado en varios festivales internacionales de poesía en el país y en el exterior. Columnista de poesía en el programa Moebius de la FM: arinfo.com.ar. Mención única de honor en el concurso de poesía de la editorial Ruinas Circulares (2012) y menciones en cuento y poesía (2014). Publicó “La forma del agua” (cuentos, ed. de la Universidad de La Plata, 2010), “Siete maneras de decir tristeza” (poemas en prosa, Lima, 2011), “Sísifo en el Norte” (poemas en prosa, ed. Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012), “La casa sin sombra” (poema en prosa, Buenos Aires, 2014), “La ciudad vacía” (ed. Trópico Sur, Uruguay, 2015), “La Máquina de las alegorías” (poemas en prosa, ed. Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2016).
Sueña Raimundo Lulio (después de ser apedreado por “los infieles”)
1.
Cuando era joven quise inventar una máquina. Cuando era joven no sabía que el mundo era producido por la Máquina y que la Máquina está rota.
Yo vivía resbalando por superficies lisas, metálicas, vacías; ahí donde tiempo, descanso y vértigo eran ecos del rumor que empuja la curva cambiante de la tonta corteza.
Tantas veces caí para levantarme en un sitio distinto.
De un lado a otro, sin retorno. Ahí donde el desvío es ley, lo Abierto es de temer, si no hay descanso.
2.
La Máquina producía errores. Yo los escuchaba:
Deus generatio corruptio
La Máquina producía errores. Yo era uno de ellos.
3.
Un día erguí la cabeza para descubrir a los que, quietos, sonrientes, yacían en la altura, exentos. ¿Cómo habían escapado del imán del Norte?
4.
Partí entonces como otros, para deshacerme de mi libertad, tan fría, dolorosa, innecesaria.
Partí en busca del control del corazón a cuerda de nuestra defectuosa madre; la gestante, cansada de las múltiples variaciones de la Historia.
Poco a poco fui entrando en la Máquina.
Los engranajes me prometían violaciones de la mesura, giros de amor y temblor. Vi la lista caótica de la Máquina para evitarme qué falso camino hacia el incumplido centro:
Corruptio Locus Speties Genus Natura Homo Coelum Angelus Deus
En vano busqué sosiego en Ella; esperé su mano en mi frente, en la mía, su piel de acero.
Deus Angelus Coelum Homo Natura Genus Speties Locus Corruptio
Cuán escasa la virtud del descenso, necesaria la virtud de la entrega.
Ah, y la quietud más adentro, esa trampa.
6.
Más lejos acompañé a los dadores de orden.
Differentia Concordatia Oppositio Principium Medium Finis Majoritas Equalitas Minoritas
Trepé sus plateadas secuencias abiertas por nexos siempre cambiantes, eficaces, repetidos hasta la cifra, y pregunté: ¿Dónde está la Gratia?
Entonces vislumbré cómo en distintas piezas, intercambiada, irreductible, Ella se arquea de idéntica forma si la misma mano la toca.
7.
Quise formar parte, pero ya lo era. Aun quieto, la escalera asciende y yo con ella.
Aquí adentro la luna se acerca. Vuelvo a ver su esplendor de hielo.
8.
La Máquina nos conduce. Nos crea el Norte. Somos sus hijos rotos.
Bonitas Magnitudo Duratio Potestas Sapientia Voluntas Virtus Veritas Gloria
Imaginamos la Máquina para que el Mundo exista.
Podemos sentir su gran soledad. Somos sus historias inconexas, su continua soledad, su retórica.
La ironía es nuestra brújula, nuestro marcapasos (soñé que me deshacía de ella).
9.
Giran multiplicadas las historias, las astillas.
Bonitas Magnitudo Duratio Potestas Sapientia Voluntas Virtus Veritas Gloria
Arbor Scientiae
DCB
También yo construí el árbol de la ciencia, rama por rama, hoja por hoja, con la emoción que brilla en la Belleza.
Individuu Speties Natura Coelum Angelus Deus
Ascendían sus ramas hacia la Nada, con la esperanza que brilla en la Belleza.
Amare Inteligere Laudare
Descendían sus raíces hacia la sombra, al amparo del sol de la Belleza.
Vi cómo crecía el árbol de la ciencia, alimentado por mi cuerpo, levantando sus brillantes frutos a través de las esferas, más allá del sol de las últimas ideas, hasta adentrarse en la sombra.
Y descubrí la oscura espalda de la Belleza.
DBC
–Raíces palabras lámparas –me pidieron.
–Amare inteligere laudare –les respondí.
–Deseamos –me dijeron.
–¿Qué cosa?
–Tu árbol es una serpiente que se muerde la cola –me dijeron.
Pero yo crecía en mi árbol como una mano torpe hacia esa Verdad que nadie escucha.
BDC
Toda ofrenda, cuanto más alta, más inútil.
–Giren conmigo hasta ver el bosque –les rogué–. Me di vuelta y estaba solo.
Yo era la profunda semilla de mi árbol. La caída era cierta.
(Te digo todo esto mientras lees y sonríes. Eres una hoja más. Brilla el sol sobre tu superficie. Descendemos en el viento. El resto es silencio).
BCD
Como de viejos libros se trata, me corresponde invocarte.
Oh lector.
Solemne lector, o irónico lector, nunca seas indiferente.
Construye tú también, gira con la máquina.
Seas quien seas, sueña con un árbol de árboles, más grande que el bosque.
Coelum o de la segunda cita con la Verdad
1.
Así como los asteroides, balas cósmicas, rompieron el cielo de Copérnico, atravesando las esferas de vidrio, toda vida se cumple al tocar y ser tocada por su límite.
A nuestras verdades, balas diminutas, nadie las detiene. No harían mella en nuestro cuerpo si no fueran tantas: un protón se llama Dolor; otro, Fracaso. Por sus agujeros nuestra substancia se vierte.
Oh Raimundo que dijiste: …el cielo, con su armonía o melodía, causa las vocales y consonantes en el sonido, y causa que el afato trasmude en voz lo que se concibe en la mente…
Dame el cielo de tu Verdad. Déjame verla.
Muéstrame cómo intentaste salvarte de ella.
¿De qué otra forma podríamos conocernos?
Cada letra, un hueco en la hoja, uno pequeño. Porque ardemos por debajo y demasiada luz nos lastima.
2.
Soñé que la Verdad era una.
La veía aproximarse desde un horizonte de imágenes mudas.
Tenía la forma de una mujer que encendía y apagaba su lámpara, lo que significa que encendía y apagaba su alma.
Crecía su alma en mi cuerpo encendiéndolo y apagándolo; ascendía su letra en la mía. Ah, y pensar que esto siempre le ocurría a los otros.
Íbamos desgrabándonos hacia el último punto, el más liviano; el del cruce.
3.
Fuimos tan pequeños que arriba y abajo no se distinguían.
Fuimos tan pequeños que, después, cada uno se borró en su cielo de media Verdad, tan lejos de la Gratia, como balas diminutas, dispuestos a atravesar otros corazones de vidrio.