Presentamos en Círculo de Poesía el dossier de poesía nicaragüense preparado por el poeta Víctor Ruíz. En esta primera entrega nos presenta una muestra de la obra de Douglas Téllez (León, Nicaragua 1971) Durante sus estudios de ingeniería participó activamente en el ámbito artístico universitario. Obtuvo tres veces el premio Alma Mater en las ramas de poesía y narrativa en el IX Y X Festivales Artistico Interuniversitarios. Colaboró en los boletines literarios Signo y Xiloteolt. En el 2002 el Centro Nicaragüense de Escritores publicó su opera prima Inscripciones en una pipa sagrada. Ha publicado en suplementos literarios, revistas literarias y antologías. Ha participado en los talleres literarios impartidos por el poeta Iván Uriarte. Actualmente colabora con la revista Deshonoris Causa. Radica desde hace unos años en Nürnberg, Alemania. También ha ilustrado libros y expuesto sus obras en Helsinborg; Suecia, Universidad Nacional de Ingeniería, Managua, Nicaragua; Kulturzentrum Villa Leon, Nürnberg, Alemania. Ha trabajado en proyectos de creación artistica con niños en: Waslala, la Dalia, kindergarten Bleisweiß entre otros.
Las aguas de Heráclito
Me detengo en las márgenes del río
a contemplar las cambiantes aguas
de Heráclito…
Donde el tiempo pasa arrastrando
sus espaldas entre aristas de pulidas piedras.
Tanto me revelan estas aguas, con la sinfonía
de voces que consigo arrastra.
Rotos espejos donde se fragmentan
los rostros de mis padres y hermanos.
Mi sombra se tambalea con el lento fluir
de las horas, las hojas se desprenden de los
árboles, igual que nuestros rostros perpetuados
en descoloridas fotografías.
Tercos decimos ser los mismos:
“Mira, no he cambiado, sigo siendo el mismo
de hace 30 años”
Mi rostro más reciente, hace 30 segundos
se diluyó en la corriente.
El despertar de la ira
Bajo un arco de ebrias luciérnagas
te espera un mundo no tan vasto
como el mundo que hasta ahora conoces:
con océanos, montañas, ciudades, hombres y fieras.
Lejos de los dominios de tu corazón
y tu estancada sangre, la gente manosea
y maldice la ternura de tu nombre.
Las avenidas se levantan con sus tallos
de aluminio, cristal, acero y neón.
Se abren las ventanas, las puertas de los prostíbulos,
los portones de las cárceles, los cementerios
y los templos donde se comercia con sangre.
Arden óseas astillas, atizan la hoguera, donde descansa
el perol que hierve con líquidos metales.
Allí verás cómo se funden las monedas, como se les graba
la esfinge del verdugo, el perfil del tirano, la marca del asesino.
Nosotros nos morimos por esas piezas de colección,
nos encanta todo lo que huela a sangre y morbo…
Nos fascinan los nombres de los carniceros y suicidas.
Un día, te despojaran de tu nombre, inventarán uno que corresponda
con tu apariencia de animal doméstico o de incontenible fiera.
Pule tus uñas, agudiza tus pupilas, pronto te sorprenderá
la cacreca mano, enguantada con zumbido de revólver
o filo de matarife. No verás su rostro, ni el alto obelisco
de sal que se levantará en tu memoria.
Cualquiera podría dar el guantazo de mariposas:
el niño que salta del sombrero negro,
la liebre luminosa que chilla cada noche,
el muchacho insómnico que espulga los piojos de tus sueños,
el galante caballero de hepático vientre y sonrisa bonachona,
la dama que muestra su sonrisa luminosa mientras aplasta cucarachas,
la muchacha con sus claveles de papelillo chino,
los dones con sus cuernos de oro,
los niños que comen tinta y polvillo de pizarras,
los próceres con sus patillas de carniceros y sus trajes azules.
No te fíes, te espera un mundo donde andan sueltas
venenosas alimañas y temibles depredadores.
Afuera, hay un mundo que te espera.
Dentro, muy dentro de vos, va creciendo otro que apenas conoces.
Aquel verano del 91
El hermoso pargo rojo me miraba con los ojos donde
se perpetuó la muerte.
Yacía fresco sobre la piedra manchada de sangre.
Madre, se afanaba quitándole doradas escamas, abriéndole
tajos diagonales en los costados, embarrándolo de sal, tendiéndolo
al sol, donde no lo alcanzaran los voraces pájaros o los gatos
marrulleros. Llovía oscura arena y hedía a azufre.
Madre freía aquel hermoso pescado, hecho en trozos,
que saciaran la gula de toda su prole.
Llovía oscura arena y hedía a azufre.
Era un día de abril, sentados todos en torno a la mesa,
madre, repartía raciones de pescado, arroz y ensalada.
Yo regresaba de una guerra que nunca tuve.
Era abril, cumplía veinte años.
Madre, se jactaba de su sazó.
Gatos y perros a colmillo y garra se disputaban escamas y espinas
Yo regresaba y nuestro hermano partía a un lejano
país donde nunca llueve oscura arena, ni hiede a azufre.
Madre, sonreía, tras aquella máscara escondía una pena.
Aún la esconde entre su pecho de plumas.
Quizás viaje a la ciudad
Quizás viaje a la ciudad este verano.
Quizás no dé tiempo para recoger
todos los fragmentos de rotos espejos.
Quizás no logren volar los pichones a su abandonado nido.
Quizás mis manos ya no puedan rozar el césped y podar
las ramas de los almendros florecidos.
Quizás ya no me reconozca el perro medio ciego, aunque me
ladre o dócil mueva la cola.
Y los niños que dormían en los lactantes pechos,
serán rudos hombres con un cigarro en los labios,
con la mirada entorpecida por el trabajo en la fábrica.
Quizás esa ciudad que busco, ya no existe, solo es mi terca ilusión
por encontrar el viejo camino de regreso.
Devenir
Nunca alcanzó la otra orilla de la pista,
el autobús se detuvo de golpe y entre los pasajeros
hubo pánico. Algunos curiosos descendimos,
para ver la agonía del animal tirado sobre el asfalto.
Sangraba y daba patadas de moribundo como las
cucarachas que siempre mueren patas arriba.
Sentimos pesar por la noble bestia.
La semana siguiente pasé por el mismo lugar,
ahí seguía el caballo muerto, hirviendo de gusanos,
con los ojos devorados por los zopilotes, con las vísceras
verdeazules tendidas al viento.
Regrese nuevamente a aquel lugar,
del caballo sólo quedaban despojos,
un cadavérico esqueleto forrado con trozos
de tiesos cueros negros como en las películas del Western.
Aun merodeaban los zopilotes
y los gusanos se daban el último banquete.
En mi cuarto viaje contemple
una osamenta blanca, expuesta al sol,
dominando el paisaje, como una gótica catedral
que se alza sobre un jardín de zarzas.
No sé cuántas veces he hecho el mismo
viaje y me detengo en aquel lugar.
Del caballo no queda nada.
Las hormigas se pierden donde crece la hierba.
La pista es otra, los viajeros somos otros.
Olvidé muchas cosas, pero siempre
recuerdo la agonía y muerte del caballo
Quizás porque el destino de un perro,
un pájaro, una serpiente, una vaca, un caballo,
un asno, una flor o un hombre es el mismo.
Nuestra casa flota entre sus muros
Nuestra casa flota entre sus muros
no hay tierra firme dónde dejar caer
nuestras raíces.
Nuestra casa flota entre densas nubes
de plumas.
Tiene abiertas puertas y ventanas,
como agudos ojos que contemplan,
el resplandor de la luna sobre los tejados.
Nuestra casa, se aleja con el vaivén de las olas.
Los muebles, los retratos que cuelgan de sus
agrietados muros cantan su adiós
a la ciudad que un día los acurrucó en su regazo.
Los relojes tuercen sus agujas.
Lloran mis hermanos al pie de sus sombras encorvadas.
Mis padres dan pasos firmes hacia el abismo de los océanos.
El eco de sus sílabas vitales, retumba en la garganta
de nuestras óseas flautas.
Nuestra casa deambula en nuestros sueños,
poco o nada queda de sus columnas o vigas.
Nuestra casa solo es un leve soplo de
frases y canciones de cuna.
Algo que dijeron mis padres o melodías
tarareadas por mis hermanos en vastos solares
cercados con cardones, piñuelas y pulidas lajas
arrebatadas a la garganta de los rios.
Nuestra casa ya no es nuestra casa,
es una sombra, un trazo de luz cruzando
la vasta noche sin luceros.
Nuestra casa ya no existe.
Están las calles con sus pasos,
el solar con sus astros y caballos de madera
y el triciclo sin ruedas tirados sobre
los techos de zinc oxidado.
Todo está donde un día lo abandonamos.
Toda está, menos nuestra casa que ya no habita
entre sus muros, ajena a nuestros llantos.
Ah, nuestros corazones no entienden de partidas.
Se aferran a sueños e ilusorias posesiones.
Antropología
Reconozco nuestra edad
en las aristas de las piedras.
Ahí donde la furia de río
talló la punta de la lanza o el
áspero filo del hacha que bajo
el reflejo de la llama dio muerte
a la fiera.
Reconozco ese zumbido de plumas
con él se fueron nuestros primeros
anhelos. Soñábamos con destronar
a los dioses atrapados en sus torres azules.
Reconozco los ocasos clavando sus rayos
sobre el lomo de briosos potros de espuma.
Con ellos iban y venían el eco de los truenos,
las canciones del arrabal, las muchachas con
el corazón palpitando entre sus manos, después
de abandonar el arca de los cisnes desplumados.
Reconozco que cierro los ojos.
Que apenas logro distinguir un puntito oscuro
en la perspectiva que minuto a minuto es más profunda,
más distante como un túnel.
Sostengo tu manita entre mis dedos.
Llega el momento de reconocer
que también para nosotros todo termina.
Colgarán de museos antropológicos
nuestros cráneos, nuestros roídos trajes
y nuestros corazones enterrados en vasijas.
Textos del poemario inédito “Nuestras casa crece entre sus muros”
Etimologías
A este pequeño y oscuro cuarto
a partir de hoy llamaré mi hogar.
A estas gentes de hospitalidad
indiferente a partir de hoy llamaré
mis amigos.
A esta lengua (la cual no entiendo, ni me hago
entender) a partir de hoy llamaré mi lengua.
A esta ciudad hostil de altos muros sin ventanas
a partir de hoy llamaré mi ciudad.
Poco a poco voy asimilando los rigores etimológicos
de la palabra EXTRANJERO.
Algunas veces me he visto
Algunas veces me he visto muerto
(no hablo de la muerte a la que todos
temen y conocen ).
Hablo de diversas muertes de conciencias:
me he visto muerto de miedo,
me he visto muerto de risa,
me he visto muerto de verguenza,
me he visto bien muerto pero vivo.
Todas esas muertes cuentan,
a la muerte que mas temo y evado
es a la muerte por aburrimiento
sin poemas, sin paisajes, sin mujeres,
sin libros, sin cervezas, sin amigos o
un buen cuadro.
los domingos son los días más próximos
a la muerte.
Circus
Estamos solos, la oscuridad del espectáculo
nos condena, el payaso rojo me vapulea la mitad del ojo
y lloro…La contorsionista rígida me duele
con su celeque desnudez. El mago viejo sacó a un
hombre asfixiado del sombrero negro.
Las bailarinas devoran púberes miradas impúdicas.
El trapesista dio saltos mortales para la muerte misma
Todo terminó: el domador arrancó la cabeza del león
y la devoró. Todos aplaudimos satisfechos.
El acero de Toledo
“ Nosotros no hablamos “mal” el castellano:
hablamos “otro” castellano que no es lo mismo”
Las espadas de Toledo no son las mejores del mundo
si no aquella templada y oportuna hoja
que me ha sacado triunfante e ileso
al librar duelo de valor y filo.
Yo no Ezpañol aclaro.
Digo malas palabras con las cuales me hago entender.
Ignoro las tiránicas reglas del idioma
cuando enamoro a una mujer
cuando lleno de júbilo celebro y me embriago
con mis amigos o cuando puteo a mis enemigos
(Aclaro no tengo enemigos, yo soy mi peor y único enemigo)
Jamás me arrodillo ante las severas formalidades de los
grámaticos de púrpuras togas doctorales. Soy un ortógrafo
Sin límites. Yo no hablo Ezpañol, ni creo que en Toledo
se forjen las mejores espadas del mundo.
Arqueología Rupestre
Descifro arcaicos códigos
Expuestos en tirantes lienzos.
Bicromado lenguaje rupestre, símbolos
de nuestros primeros alaridos.
Victorias cantadas, fúnebres designios,
conjuros… Antes y después que luminosa
liebre saltará sobre el arcoíris.
Los inquisidores
Los inquisidores se niegan a morir
andan por ahí, disfrazados
de serios ejecutivos
proclamando la pureza de metales
corrompidos.
Juzgan. condenan, matan todo
Intento de llegar a ti.
Las muchachas del Bulevar
A Bayardo Gonzáles
Querido Borges, nunca fueron nuestras
las mujeres amadas, que nos abandonaron
en la nostálgica víspera del holocausto.
Apenas guardamos sus nombres…
que la tradición inmortalizo en boca
del vulgo, e hizo de ellos letras de boleros
y tangos. Y nosotros ebrios amantes cantándolos
con rencor y ternura, bajo los clausurados balcones
del viejo suburbio.
Fiestas Patrias
Suntuoso carnaval
Trompetas, tambores
culos celeques,
pezones desnudos.
Espectáculo de circo ambulante
manchando la dignidad de los héroes
que yacen en olvidado sosiego
de flores silvestres.
Elegía a mi Abuelo
Batallo con mis recuerdos
para darte un rostro.
Aunque tu rostro sea igual
Al de todos los patriarcas,
Ya lo dijo Eunice: “Todos los
Viejitos se parece”, con esa frágil
gracia de papiros doctorales.
Sigo buscándote un rostro, apenas
guardo un vago gesto: tu mano leve
saludándome desde el Willy en marcha.
Poco o casi nada nos une, este instante
que para siempre nos separa, un hilo
de lágrimas perdido en la densidad del
polvo, la tristeza de mi madre.
Ahí, te reconozco, ese será el rostro
que guarde.
María Tudor
(Antonio Moro)
María Tudor conserva la palidez anémica,
la torpeza refinada y la mirada vacía
de las decrépitas noblezas europeas.
Las piedras y tocados no transmiten
calor, color o alegría.. La roja rosa
que María sostiene en una de sus manos
es lo único que emana un leve perfume
de vida.
La Coronación de Espinas
(Van Dyck)
Como una metálica máquina de muerte
cierne el viejo soldado la corona de espinas
sobre el cráneo del cristo anestesiado.
no hay drama, ni fatalidad en tal escena
apenas unas gotas de sangre como de alguien
Que accidentalmente se ha hecho una leve
herida en la cabeza… El resto, una perfecta masa
de armoniosos músculos y gestos, y un bobo que lucha
Con la ventana para figurar en la escena.
Cristo Presentado al Pueblo
(Quentin Metsys)
Quizás sea Califa o Herodes
quien presenta a un Cristo de lata
desde un balcón adornado con estatuas
Vivas. Abajo la multitud vocifera y maldice
junto a los centuriones con sus rostros
de ebrios y bobos… La lección de Metsys
está en las muecas, en los torpes gestos
de esas decrépitas caricaturas.
Textos del libro “Inscripciones en una pipa sagrada”
Confesiones de un caníbal arrepentido
“Soy Paul McCartney y soy vegetariano”
La serpiente se sacude con un puño de plumas entre las mandíbulas.
Ignora el nido y los cascarones donde estuvieron los pequeños petirrojos.
En los perfumados jardines isabelinos no hay repugnantes depredadores.
De las alcantarillas y aguas del Támesi emergen las ratas grises, arrastran
secas truchas voladoras.
“Soy Paul Mcarney, soy vejetariano”
Como legumbres frescas y tomo té con galletas de soya.
Doy de comer a las palomas que se cagan en la plaza de Trafalgar Square
y pinto las manchas borradas del leopardo.
Como todo Sir con espada, escudo, escopeta, caballo,capa, sombrero
y veloces mastinés.
Salgo tras la escurridiza zorra o lo fugaces patos que aterrizan en los lagos.
“De esto hace muchos años”…
Un día mientras pescaba…
Se iluminó mi corazón de protestante, remotas voces sacudieron
el aire húmedo, gritándome:
Help! i need somebody
Help! not just anybody
Help! you know i need someone
Help!
La boca del pez herida por el anzuelo, las burbujas de sangre manchando el azul
de la tarde….
“Mientras recogía al pobre pez me di cuenta: ‘Estoy a punto de matarlo, simplemente por el placer efímero que esto me aporta’.
Los mastines escarbaban la guarida de la fatigada zorra, seguramente temblaba
al escuchar el silbato y los disparos que convocan la estampida de la jauría.
Los patos caían al lago con los cuellos torcidos por los perdigones, leales los perros
se tiraban al agua para congraciarse con sus nobles amos.
Hubo pato a la Pekinese en la mesa de los señores.
El pez salta al agua, no sobrevivirá con ese tajo que le partió la boca.
He cumplido con las leyes divinas, he hecho mi acto de caridad,
he devuelto una vida a la vida.
Escucho voces remotas, dispersas en el bosque gritándome
desde la garganta de la serpiente.
Help! i need somebody
Help! not just anybody
Help! you know i need someone
Help!
“Fue como una iluminación para mí. Al ver a ese pez asfixiarse, entendí que su vida era tan importante para él, como la mía lo es para mí”
La tortuga avanza hacia la cámara, levanta vuelo, las luces de las antorchas
iluminan las veredas de los depredadores en el Amazona, la sabana africana y
el desierto australiano…
Los monos desollados parecen niños suplicando piedad al verdugo que blande
la navaja. Cuelgan las vísceras de sus vientres abiertos de un solo tajo.
Las cabezas de cerdos cuelgan repugnantes en las carnicerías bávaras,
las piernas ahumadas, los jamones, los embutidos manchegos, las tiendas
de pájaros disecados, los traficantes de pieles y colmillos…
Las mujeres de Munich, Copenhague, Paris, Madrid, Milán, Roma, Londres, Berlín, New York y Viena.
Lucen felpudos abrigos en conciertos
y bienales, en galas de beneficencias a fabor de la protección de los osos polares y
las serpientes del Sahara.
Los filetes de tilapia importados de la cuenca del lago Victoria,
los filetes de tortuga de las antillas, los filetes de res de Uruguay
Brasil y Argentina…
Los huevos de codorniz, el caviar que consumí durante días.
Los salmones noruegos, las langostas, los sesos de monos…
He aquí a un arrepentido caníbal, a un depredador domesticado.
“Soy Paul McCartney y soy vegetariano”