Presentemos, dentro del marco de la serie Nueva poesía colombiana preparada por el poeta Federico Díaz-Granados, una muestra de la obra de Héctor Cañón (Bogotá, 1974). Escritor y comunicador. Ha publicado en los principales periódicos y revistas de México y Colombia. Es finalista de los premios de periodismo ambiental Amway (2006) y Conservación Internacional (CI- 2007). También fue finalista del concurso de cuento “El Brasil de los sueños (2008)”. En 2009, ocupó el segundo puesto en el concurso de CI con un reportaje ambiental sobre especies en vías de extinción. Su texto “De primerísima mano” fue seleccionado en la antología de crónica bogotana (1986-2006), editada por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo, en la colección de Libro al Viento. Es autor de los libros de crónica “En la intimidad de sus bibliotecas” y “Hazañas colombianas” de Editorial Norma y de los poemarios “Los Viajes de la Luz” y “Antes de las olas, el agua” de El Ángel Editor.
Sombras
He visto un animal
comerse a otro vivo en un instante,
he visto mis manos suplicándole al vacío
no regodearse en la danza de la muerte,
he visto mis ojos sedientos de río
y el horizonte ancho que refleja el cambio.
He visto los planetas de miradas cerradas,
he visto la semilla en el bosque de la mente:
dispuesta, radiante, como una ola sencilla
que se replica sin fin al amparo de los astros.
He visto a las sombras confundir los cuerpos
cuando hay solo una estrella en el firmamento.
He visto que no existe el tiempo un instante,
antes de la vida y de la muerte,
he visto mi sombra
ladrándole al río del día,
a la sal del aire,
a los barcos de cristal hundiéndose en el horizonte.
Si todo lo que palpita aún tiene revés
Si todo lo que palpita
aún tiene revés
es posible
que del otro lado del agua,
tallando las orillas,
un firmamento fugaz
habite el ojo del hombre.
Si cada río viaja a otro extremo
es probable
que el camino de vuelta
nunca sea el mismo.
Si el ritmo de los planetas
en el fondo
es más veloz que en la superficie,
podríamos recordar
que tu música se compone en mis huesos,
que la distancia entre las olas
es lo que hace incierto y bello al mar,
que somos orillas del río sin principio ni final.
Antes de las olas, el agua
Antes de las olas, el agua
y no hubo mar aquí para atestiguarlo.
Antes de la luna flotando en la corriente
los planetas corrían como un río.
Antes de la palabra el aire era claro
y no habían orillas en el cuerpo.
Antes del hombre, la semilla
y el árbol aún no soñaba pájaros.
Las siluetas del aire
Adentro de las siluetas
que habitan el aire
solo queda aire:
los huecos entre palabras
son más profundos que su rastro.
Es mejor callar que hablar
cuando ya no tienes que decir:
esta declaración
es vasta como las arterias encendidas
de las hojas que caen del árbol
y flotan en el río
como si también fueran un hombre.
A mí sírvanme crudo
–cuando el río se haya secado
en mis huesos solitarios-–
a la primera bandada de buitres
que anide la tarde
de mi muerte sin saberla.
Las ondas que dibuja la piedra
Las ondas que dibuja la piedra
al caer en el agua
regresan desde las orillas
al corazón del río.
Todo lo que va y viene
es solo música
de agua nadando contracorriente.
El cuerpo no cambia
por agitar su reflejo en el río
ni la sombra se deshace
tras reposar en la noche.
La piedra del fondo recuerda
que todas las aguas viajeras regresan
aunque el camino de vuelta
nunca sea el mismo.
El viento borra las estrellas
El viento borra las estrellas
de la piel del río.
Hoy el agua solo busca
unir orillas
y los pájaros blancos
se hunden en la noche
como semillas en tierra.
Las hojas respiran sin prisa
a la vera del río
mientras el fondo del mar piensa
en todo lo que se mueve.
Ya no espero
lo que siempre ha de llegar
porque los días suenan
uno tras otro como música de olas.
Con las piernas cruzadas
El río está despacio hoy
esperando algo
que pronto va a llegar.
La corriente del bosque
serpentea
desde las copas de los árboles
hasta la costa
y un pájaro blanco convierte
en alfombra voladora la superficie.
La vida es un espejo de agua.
Un pájaro negro
deja atrás la sensual montaña
y las olas rompen bancos de arena
hasta besar otras aguas.
Todos los espíritus están en su lugar
también un hombre
que piensa en ti
con las piernas cruzadas
a mitad de camino entre el río y el mar.
La paradoja del agua
La música de la corriente
está enseñando
que no existe el tiempo.
Cuando las luces del cielo se apagan,
permanece el pulso azul de las estrellas
batiéndose en el agua
como una vieja melodía
que contiene todas las palabras.
Eso es amor:
la música como el tiempo es solo agua.
A esta hora los viajeros reposan,
la luna no tiene orgullo por alumbrar al hombre
y tanto aire entre las hojas
se va diluyendo
en la música buena y larga
de agua
que, aún desvaneciéndolas,
hace interminables las orillas.
El sabor de la semilla
El sabor de la semilla
permanece en la flor
y la piedra no ve agua corriendo.
La hoja no es raíz
ni la corriente es fragmento de cielo:
solo la palabra talla a la orilla
como vientos al bosque.
El aire borra
el color de los pájaros,
la respiración de las hojas
y la sentencia del horizonte.
Cuando hay no ojos,
no sucede el curso del río.
Río Palomino
Los planetas
son peces del cielo.
Esta noche vinieron todos
porque sienten curiosidad
de mirarse en un mar en reposo.
Las olas continúan trabajando
y su música
es luz en las orillas.
Hace calor.
El árbol no da sombra
y sus hojas están tan calladas
que oímos el pulso azul de los planetas
flotando en la corriente
y los secretos que la orilla
guarda del agua.