Presentamos una muestra del poeta venezolano Jorge Gómez Jiménez (Cagua, Aragua, 1971). Edita desde 1996 la revista literaria Letralia, Tierra de Letras. Ha publicado el libro de cuentos Dios y otros mitos (Venezuela, 1993), las novelas cortas Los títeres (España, 1999) y Juez en el invierno (Venezuela, 2014), la antología Próximos (narrativa venezolana, bilingüe chino-español; China, 2006), la novela El rastro (Argentina, 2009) y el poemario Mar baldío (Caracas, 2013), además de haber sido incluido en diversas antologías dentro y fuera de Venezuela. Entre otros reconocimientos, ha sido ganador del X Concurso Anual de la Universidad Central de Venezuela (Venezuela, 2002) y del Premio Nacional de Minicuento “Los Desiertos del Ángel” (Venezuela, 2012) y obtuvo menciones honoríficas en el XXIII Concurso de Relatos Ciudad de Zaragoza (España, 2005), en el V Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores (Venezuela, 2011), en el II Premio Nacional de Cuento “Guillermo Meneses” (Venezuela, 2012) y en el X Concurso Nacional de Cuentos de la Sociedad de Autores y Compositores de Venezuela (Venezuela, 2016). Su revista Letralia obtuvo el Premio Nacional del Libro (Venezuela, 2007) y ha sido en dos ocasiones finalista, y una vez mención honorífica, en los premios Stockholm Challenge (Suecia; 2006, 2008, 2010). Textos suyos han sido traducidos al francés, inglés, italiano, catalán, esloveno y chino.
Hubo un tiempo
en el que aún no nos conocíamos.
Tú caminabas entonces
por las mismas calles que yo
sin verme
o me veías pero no me mirabas
y yo te veía o te miraba,
supongo que ya no importa.
En aquel tiempo
mirabas los árboles,
los cuadros, los picaportes.
Las lluvias,
las nubes rojizas,
todo lo abarcabas con tus ojos.
Mirabas otros hombres
que te miraban y quizás pensaban
en el tiempo en que aún
no te conocían.
Lo mirabas todo,
virgen de mí,
y yo caminaba mirando el reloj
esperando el momento
en que al fin
me verías.
Digamos para redondear
que se carece de rumbo
se está a la deriva
como criaturas ciegas
o restos de naufragio
o algas perdidas
o cualquier otra cosa
que esté a la deriva
Pero para ser precisos
la deriva
la carencia de rumbo
apunta con certeza
al rumbo final
definitivo
de una isla sin farsas
donde se haga improcedente
guarecerse de la lluvia
de los elementos
Allá los que tienen el camino alfombrado de certezas
los que usan palabras precisas en momentos adecuados
los que tienen por futuro un tratado de cartografía
los que catan y usan cubiertos y vestuarios
los que saben de antemano
Yo no te prometo nada salvo el amor
la fina incertidumbre del fuego sin relojes
el recorrido que es alegre y es enfurecido
la verdad de mis ojos en silencio
el viento y la espera
Allá ellos y sus cauces
yo sólo te prometo
el amor
Mis dedos planean torpemente
dando suaves traspiés
sobre el vaho
de tu aliento
Mi mirada turbia te mira
aunque bien podrías
estar ausente
o no
La fuente de tus licores
escancia a mi través
y yo bebo, bebo
sin medida
Ebrio de ti alzo mi copa
brindo festivo, loco
inmune a la resaca
de tu partida
Ven a mi pueblo
asalta mis bancos
toma rehenes
sé muy ilícita
Ven a mi pueblo
conviértelo
en un pueblo sin ley
sin más ley
que la del fuego
de tus fechorías
Es como si el sol abriera la boca
y de ella salieran ramas de canela
y una brisa cálida
Es como si la lluvia me abrazara
y se empapara de mí por accidente
y sudara
Es como si la tierra lo olvidara todo
y se impusieran el buen sueño
y el polvo
Es así, y más.
Es apacible el viento
que arrea mis naves
hacia el estuario de tu mirada
tiene
no obstante
vocación de borrasca
confieso que mis naves
están perdidas
No te diré
de escribirte mil canciones
de escribir un idioma para nosotros
ni de construirte un planeta de palabras
todo es tan cierto
pero tan dicho
Te diré en cambio de una palabra
una sola en la que llueves
y anocheces
y bienvienes
y eternas
Quizás debí decirte
que mi alma está herida
que es un ave
a la que le han disparado
y anhela sanación y cobijo.
Pero sentí miedo
de que no me entendieras
y también de que me entendieras
y me hice pasar por alguien
que quiere darte unos besos
Por un hombre simple
que quiere besarte.
Este
mi cuerpo
oculta un alma deteriorada
por el efecto devastador
de la continua exposición
a la satisfacción
del deseo
No son desperdicios
esta casa grande,
con sus impúdicas ventanas
que esperan tu mirada;
este mar insomne
en el que nadie navega
desde que lo dejaste tan baldío;
este cielo sin aves
bajo el cual espero
tus alas desde siempre;
no son desperdicios,
pues te albergan en secreto,
y en tu ausencia.
Cierra la puerta y las ventanas
guárdate de los elementos
échate en silencio
debajo de la cama
Cierra los ojos
no digas nada ni respires
hazte la muerta
en un pantano sin olvidos
Huye cobarde de mí
de mi llanto de perro triste
bajo la luna implacable
de tu recuerdo
Pues que se vaya,
proclamó el hombre digno pero herido.
Ya que pisoteó con desdén este prado,
ya que sus licores escancia en otras copas,
ya que fingió la franqueza y el abrigo,
ya que su lluvia fue sequía,
ya que le guarda rencor a la esperanza,
ya que el puñal y el tiempo y la distancia,
ya que la fuga y el olvido,
pues que se vaya,
proclamó sin dignidad el hombre herido.
Qué ridícula caída qué voltereta indigna
salir de la noche encontrar el día
en medio de un camino pedregoso abrupto
dejando atrás pantanos bosques de maleza
riesgo aventura adrenalina temblores
caer a plena luz en pleno día
admirando las bestias el sabor de las frutas
Tras de mí a mi alrededor la noche esgrime
una mordiente sonrisa un himno alegre
al ridículo a la indignidad de esta caída.
Se declara oficialmente abierta la temporada de despecho.
A partir de este momento
se establece como definitivamente perverso
el parecido que todas las mujeres tendrán contigo,
toda vez que el mismo se desvanecerá al verlas de cerca,
toda vez que todas ante ti serán no más que un intento fallido.
A partir de este momento
se admite la envidia por los amantes felices,
pero el impulso de alertarles que su plenitud es efímera
y que algún día se mutilarán a muerte los tequieros
será en toda circunstancia reprimido.
A partir de este momento
se dispone volver la sonrisa al revés
como expresión oficial de la única emoción posible,
y se instituye la más canalla de las máquinas de tortura
que no es otra por supuesto que el recuerdo de tu sonrisa.
A partir de este momento
se ofrece en remate al mejor postor (o al peor, o al que quiera)
toda la existencia de miradas en penumbras
y de ansiedades compartidas y de delirios y de aniversarios
y de escenas en las que no hacían falta las palabras.
A partir de este momento
se estipula la adopción de posturas francamente ridículas
como llorar en público o suspirar sin ambages
o contar las horas que han pasado desde tu partida
o hacer de tu nombre la oración del regreso.
De Mar baldío, editorial El Pez Soluble, 2013