Presentamos una muestra de Nadie que esté feliz escribe, el más reciente volumen de poesía del escritor costarricense Gustavo Solórzano-Alfaro (Alajuela, 1975), publicado en Santiago de Chile por Nadar Ediciones. Solórzano-Alfaro es escritor, editor y crítico. También ha publicado, entre otros títulos, el poemario Inventarios mínimos (2013), la antología de poetas costarricenses Retratos de una generación imposible (2010) y el ensayo sobre Octavio Paz La herida oculta (2009). (Fotografía del autor: Rebeca Hernández Hasbun, 2017.)
VARIACIONES SOBRE EL TEMA DE FAUSTO
“Nadie que esté feliz escribe”.
Si esta sentencia se probara verdadera,
te pediría, Margarita, que
me abandonaras.
No hace falta nada escandaloso.
Solamente unos breves días.
Para recobrar fuerzas.
Para saberme solo y vulnerable.
Para sentir frío hasta en los huesos
cuyo nombre no conozco.
Si un poco de tristeza bastara
para componer dos
o tres versos memorables
a lo mejor podrías hacerme
esa concesión.
Una sola.
Sería una obra de caridad
y tené por seguro que jamás
te la reprocharía.
Una temporada. Apenas eso.
Una herida calculada.
Nada permanente.
Ningún daño irreparable.
Con apagar el teléfono bastaría.
Saberme lejos, sin vos,
sin respuestas y sin rastros.
Un día. Es todo lo que pido.
Un día de ausencia
y estoy seguro de conseguir
esos dos o tres versos
que darían sentido al mundo.
Un día.
Triste quiero estar
porque feliz no puedo.
Triste, solo triste.
*
Si valiera la pena
un pacto con el diablo
sería esta tortura
inversa de perderte
a cambïo de toda
la ciencia conocida.
Tendría la esperanza
de que al final de todo
igual me salvarías.
GUADALAJARA
Aquí
bajo un sol helado
se comprueba la absoluta
orfandad de un poeta de provincia.
Es la primera vez en once años que viajo solo. El libro que escogí para el vuelo se llama Solidaridad y soledad. Viajo al país de Octavio Paz, que en los años cuarenta escribió “Poesía de soledad, poesía de comunión”. La línea que une esas tres soledades imita el rostro de la mujer que desde antes de partir ya estaba extrañando.
ENSEÑANZA DE LA MUERTE COMO UN SEGUNDO IDIOMA
El dolor depende del idioma.
No es indiferente si uno muere en francés o en alemán.
Hay sílabas pesadas, que se arrastran como bolsas con cuerpos calcinados. Hay una gramática bastarda y una pulcra. Una ortografía que impone su sello de alacrán sin esperanza.
No es fácil morir en italiano sin escuchar de fondo la popular tonada napolitana de alguna película filmada en California.
Pero tampoco es placentero morir en español: una cruz de cenizas te roe el cuerpo eternamente.
Quizá en portugués pueda ser más llevadero: una muerte como un fado en el altar de las luciérnagas.
Pero ¿a quién engañamos? En mandarín o en árabe ha de ser mejor. Lenguas tan lejanas como la punta del sol en el invierno. Registros antiguos que no tienen principio ni final.
Aunque pensándolo bien, ¿cómo será morir en una lengua muerta? ¿Sería posible aún el dolor en el griego de Safo? ¿Cómo declinar la muerte en latín?
A lo mejor sea necesario quemar las naves y huir por una senda de hierro hacia las montañas de las viudas.
Morir es recorrer la Biblia en sentido inverso: hoy, aquí / Babel / Paraíso.
FALACIA NATURALISTA
La naturaleza es un sistema sin azar ni juicios. En ella no hay dolor –ni vida ni muerte–, solo plenitud.
La cultura –su otra cara– es tan solo un conjunto de valores para atormentarnos.
Somos seres predecibles. La inteligencia artificial hará que lleguemos a ser obsoletos, superados, sustituidos. No hay nada intrínseco o especial en nosotros: el “alma” no es otra cosa que un algoritmo limitado.
La singularidad tecnológica –quiero imaginar– busca revertir ese efecto: un mundo donde nuevamente todo sea plenitud. ¿No es la búsqueda de la felicidad la única empresa con sentido? Pero incluso si fuese así, incluso si para el 2040 alcanzamos esa singularidad, la plenitud estaría lejos aún, muy lejos.
Por ahora todavía nos desplazamos por el mundo. Seguimos creyendo que somos la sal de la tierra.
VOLUNTAD DE ESTILO
El fracaso y el estilo son una y la misma cosa. Desarrollar un estilo es aceptar de entrada la posibilidad del fracaso. En el destello perfecto del rasgo particular del artista se vislumbra una pérdida irreparable, como todas las pérdidas. Una caída, la posibilidad de no ser lo que se es, lo que se cree, lo que se anhela. Eso es. Un gesto impecable, feroz, que encubre una herida; una marca de nacimiento que nos ata, y que pasamos toda nuestra vida intentando borrar.
LA POESÍA COMO EXPERIENCIA CONCRETA
A G.A. Chaves
No sé muy bien de dónde vino la idea. Rondaba en mi cabeza desde hacía varias semanas. Tenía que ver con la idea de “lo físico”, de la poesía como algo concreto. Y justo en esos días Elsa emprendió una serie de tareas de remodelación en la casa. Yo, por supuesto, me puse a ayudar. El primer sábado, empecé por taladrar una tabla para colgar unas plantas, y mientras tanto pensaba en esto:
Cada vez me convenzo más de que la poesía no guarda relación alguna con el “espíritu” o el “alma”. Al contrario, se trata de un asunto mental por un lado (en sentido neurológico: inteligencia) y de una experiencia física por otro. Al igual que en la música, en la escultura o en la danza, el cuerpo es el que experimenta, es el cuerpo el que se arroja al mundo, el que entra en contacto con eso que llamamos “realidad”. Se trata de una manifestación concreta. Por ello, ciertas labores manuales pueden ser tan gratificantes y necesarias como la lectura. La poesía busca una conexión íntima y fundamental con los elementos primarios.
Al domingo siguiente, pasamos todo el día pintando un juego de sillas de jardín: verde, amarillo, naranja, turquesa, y recordaba lo que había pensado la tarde anterior. Me reí solo y me dije:
La verdad, la verdad, el asunto se resume así: por más existenciales que nos queramos poner, al final, la poesía no es otra cosa que una lucha contra la corrosión del comején.