Presentamos una muestra de la poesía de Vicente Robalino. Poeta y catedrático universitario. En la década de los ochentas formó parte del Taller de Literatura de la Casa de la Cultura Ecuatoriana que coordinó el escritor Miguel Donoso Pareja. Sus textos se han publicado en revistas como Eskeletra y la de la Universidad Católica de Quito. Ha escrito en poesía: “Póngase de una vez en desacuerdo” en 1990; “Sobre la hierba el día”, 2001; “Cuando el cuerpo se desprende del alba”, en el 2007, entre otros. Previo a los poemas, se añade una reseña de Ana Minga (1983), periodista, quien además tiene estudio de psicología y semiótica.
Un animal parecido al deseo
El título del nuevo libro de Vicente Robalino es una trampa: Un animal parecido al deseo. Su portada en parte de colores, es una trampa. Todo indica una resurrección a través de la palabra, la apariencia nos hace creer que iremos a un mundo “bonito”, a ese que jamás entrarán los lúcidos de la tierra.
Es una trampa pues en las páginas del libro, Vicente sabe y nos dice que no hay tal resurrección. En su poema “La desnudez de la única penumbra” nos señala: “He intentado recoger las más pavorosas estrellas en un recipiente lastimado por la venenosa costumbre. He hecho todo eso solo por saber cuánto duran las resurrecciones”.
Los poemas son reflexivos, muestran conversaciones internas que dialogan con el lector que se engancha con su verdad: él es el intérprete de una tragedia, de la nada hecha de sombras.
Los versos de Vicente rompen con lo establecido en la sociedad, con esas frases trillas con las que construyeron nuestro mundo. El deseo en este libro está en el limbo y lo dice en el poema “En el último umbral”: “el deseo como un mendigo que va de puerta en puerta”. Para Vicente, lo maravilloso del mundo es la convivencia animal digna de ser imitada, un espejo donde se puede ver y conmover.
Los poemas se mueven en la línea de angustia y la voluntad de romper con las certezas. El deseo en estos versos son siempre el bocado por venir y la nostalgia. En el poema: “El pan y el agua milagrosos”, se lee la nostalgia por los rostros que se fueron, la claridad que nunca llegó, la desesperanza porque ya es tarde para tocar con los dedos, los garfios con los que se cubría la distancia. El deseo es incertidumbre, sentado igual que una frase…
Leer este poemario es entrar a conversar con Vicente, uno llega con la mirada construida en los sistemas educativos, en las imposiciones familiares, en los “acuerdos” sociales y él dice ¡No! ¡La verdad es otra, tal vez cruel, por eso es verdad!
Primero, las palabras que caen como lluvia sobre nosotros son hechas de silencio e incertidumbre. Nadie arroja blasfemias contra Dios, es él quien las arroja contra los necesitados. “No hay nada anterior al silencio que la noche conmovida de sí misma”. “No creas en la generosidad del tiempo que se alimenta de costumbres”
Y uno insiste en que el tiempo lo cura todo y Vicente insiste en su poema “El tiempo, la gran catástrofe” que mientras uno se acostumbra tal vez a olvidar porque no queda de otra, el tiempo en realidad está enfermo de tristeza e inventa el miedo para reprochar nuestras vanidades.
¿Que el mundo tiene a los cuerdos como sus más dignos habitantes? ¡No! En el poema “En la lista de espera” nos aclara con humor negro que según estadísticas, el porcentaje de gente cuerda es mínimo, que el mundo está loco, que los enamorados están convencidos de que el amor es un estado que crece nace y muere en el corazón y que compromete otros órganos vitales…
Todos creen que el líder de una nación es el demente pero en realidad quienes lo siguen son los chiflados. En “Cuerpos y olvido” nos comenta “Que ya no es tiempo de morir por nadie. Los héroes llegan muy tarde al reparto de los dones”. Y Vicente en este mismo texto sabe y dice que nadie viste a los muertos anónimos, nadie los rescata del olvido, para ellos no hay lágrimas, ni flores, ni oraciones fúnebres.
Cree en el ángel de las venganzas que será llamado por los salvos, el ángel de las venganzas es mejor que los dioses de la creación. Son versos que se desbordan pero cada uno tiene su golpe de verdad, su cruz invertida y su paciencia, se nota que las palabras cayeron como lluvia en un recipiente y minuto a minuto fueron trabajadas, esas palabras no dichas, esas palabras que son igual a verdugos.
Estos numerosos versos nos plantean que hay una guerra contra la locura, Vicente escoge la lucidez, esa otra locura. Kafka decía que el escritor que no escribe es una provocación a la locura. Vicente escribe pero teniendo en claro que “bajo el único árbol un animal parecido al deseo, extiende sus laboriosas alas y se queda petrificado”. Este animal parecido al deseo es expuesto con dedicación pues no es fácil despotricar contra las ausencias en esta locura humana…
Ana Minga
Deseo resucitado
Si pudiéramos hablar del aire
que se lleva tan lejos las palabras
y nos deja solo miserables nubarrones.
Si pudiéramos admitir la distancia
para pensar que todo sucede en un ahora
que todo tiene el ritmo fugaz de lo expresado.
Si pudiéramos decir de nuestros ojos
que se engañan cuando miran los cipreses dormidos.
Si pudiéramos dejar que el cuerpo hable
que nos cuente por sí mismo sus verdades
cuánto deseo otra vez resucitara.
En el último umbral
Somos el ave que cruzó el último cielo.
La pregunta que flota en el aire antes de ser silencio.
Las manos que se cansaron de suplicar al tiempo un poco de
indulgencia.
La mirada que fue una mera espectadora de la crueldad de la
distancia.
La promesa de volver al sitio donde empezó la vida
El fracaso de haber sido desterrados de una felicidad interminable.
La certeza de llevar en la frente el estigma de la desobediencia
La piedra donde se escribió la abominación del pecado.
La sombra que vagó por el desierto cargando su propio pasado.
La hojarasca del miedo arrojada a los felinos de la noche.
El deseo como un mendigo que va de puerta en puerta
y se sienta en el último umbral para constatar su harapienta soledad
sus huesos presentidos por el espejo donde llaman a la muerte.
La huella indeleble del dolor y sus impávidas cicatrices.
Una historia de humillantes verdugos y falsos fabuladores.
Una sed insatisfecha de dioses que nos intimidan con su venganza.
Y un árbol que en su vejez solo hospedó pájaros carniceros.
Silencio y perdón
Los lunes huyen
con su silencio incrustado en la carne
como si importara más el miedo que el perdón
La cicatriz que deja la convalecencia
que el pájaro enarbolado en su propia desgracia
y pintado con los desánimos con los que se consume el tiempo
ese héroe que inaugura la vida con los primeros pasos
con los primeros cielos que en verdad son mares
y la tierra con su primer latir en la penumbra.
Los lunes son mendigos hambrientos
que se ponen a implorar desde las siete
en la plaza donde apenas cabe una raquítica lluvia
y uno que otro desquerer en la piedra de las recordaciones.
Un día menos y el domingo mostrará sus llagas
de tanto ser solo perdón debajo de todas nuestras culpas
y de mirar sus remordimientos de arriba a bajo
como diciendo: “desnudo vine denudo me iré”
sin volver la vista y con su único dolor por delante.
Cansado de repetirse
El mar avanza como un presentimiento
está cansado de repetirse en una misma marcha
de ser él mismo la fatiga y el camino
la voz y el eco
de llevar a sus espaldas las garzas del deseo
de amanecer joven y anochecer con una vejez imperdonable
de resucitar tantas veces hasta caer en el escepticismo.
El mar está harto de la impostada sabiduría del paisaje
que prefiere hundirse en su melancólico traje de ermitaño
y dejar que las palabras huyan de su boca como el sueño de
la vigilia.
Tan agobiado de luz y de escandalosas tempestades
que ha decidido dejarse morir para ver
si alguien se compadece de sus huesos en la orilla.
Un animal parecido al deseo
Bajo el indeciso pájaro
el día lloriquea orfandades
nubes de ausencia lastimadas
por un silencio oscuro y putrefacto
Bajo el cansado cielo
la ciudad despierta uno a uno a sus muertos
para darles a beber sus últimas palabras.
Bajo el único árbol
un animal parecido al deseo
extiende sus laboriosas alas
y se queda petrificado.
Bajo la única silueta del miedo
la infancia recoge sus escombros
para dejarlos sobre una tapia cegatona.
Bajo los pétalos de las desesperaciones
un dios hecho de soledades
hace llover castigos
y convierte en jaguares las piedras.