A las andadas, cuento de Martín Tonalmeyotl

Presentamos un cuento de Martín Tonalmeyotl (Martín Jacinto Meza, 1983), originario de Atzacoaloya municipio de Chilapa de Álvarez, Guerrero. Lic. en Literatura Hispanoamericana por la  Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro), Mtro. en Lingüística Indoamericana por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Es campesino, profesor de lengua náhuatl, narrador, poeta y traductor. Becario del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG) 2015-2016 y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) 2016-2017. Algunos de sus poemas, relatos, artículos y fotografías han sido publicados en diversos medios impresos y digitales, tanto nacionales como internacionales. Es integrante del libro: Los 43 Poetas por Ayotzinapa (2015), INAH, Montarlabestia (2016), Nauyaka Producciones y Ediciones, y Postlom: Cuentos de los pueblos indígenas de México (2016), Álamos. Autor del libro: TlalkatsajtsilistleRitual de los olvidados’ (2016), Jaguar Ediciones y Universidad Intercultural del Estado de Puebla.

 

 

 

A las andadas

 

Eran disparos de alto calibre. Unos se escuchaban más furiosos que otros. La plebe corría a esconderse dentro del mercaducho ese de la costera. Todos estaban pavorizados como si la muerte pasara echando bala así porque sí. Yo nada más escuchaba el griterío que se había armado pero no tenía miedo ni aunque se me apareciera la purita madre de la calaca ese. Apuraba a mi jefe a abandonar ese restaurante y a subirse al coche porque las cosas no andaban nada bien.  Caminaba con la mano metido en el pecho por si alguien se acercaba. Pero al parecer, el pedo no era con nosotros. Así que arranqué el carro y mi jefe se sintió libre de pecado, hasta se acomodó la corbata.

El otro día por la noche, me topé al Charco, al Flaco y a la Burra, estos carnales, eran a toda madre cuando trabajé con ellos con un disque pesado de aquí de Guerrero. Me acuerdo como un día nos cayó el chahuistle y pues cada quien corrió pa su terruño. La otra plebada llegó vomitando balas a quien se encontrara en el camino. Solo me acuerdo que el jefe dijo que algún hijo de la chingada había dado el pitazo y nos echamos a correr como venados espantados. Lo bueno de todo esto, es que, los cuatro andábamos haciendo otros jales y nos fue bien porque los que estaban disque en la bodega de alimentos, se los cargó la purita calaca porque los dejaron como tlalchiquihuites[1] pa’ nixtamal. A nosotros sólo nos llegó un pitazo para desaparecer del puerto porque si no, íbamos a correr con la misma suerte.

El jefe, fue el único quien pudo salir por la puerta trasera junto con otros dos compas. No sabemos quiénes pero a los otros se los cargó la verga y ni hablar. Ese día andábamos entregando mercancía en las farmacias cuando nos llegó la llamada de emergencia y a pisarle camino. La Burra se marchó para el defectuoso. Yo para la montaña y el Charco se jaló para el Norte. Del Flaco no supimos nada porque andaba en otro mercadito pero le echamos un fon y seguramente habrá corrido por donde no pasó Dios. Al momento deshicimos los putos celulares porque si no, la otra plebada era capaz de encontrarnos hasta por debajo de las piedras.

Pero ya ven la suerte de uno, muchas veces salimos de este negocio para hacer otra vida pero el destino nos vuelve a poner en el mismo terreno. Chequen nada más que yo me chingaba trabajando con tal de sacar adelante a mi esposa e hijo, y resulta que mientras trabajaba, mi vieja se andaba encimando con otro güey. Por eso cuando supe me encabroné y le retaché sus puterías en la cara. Ella no hizo otra cosa más que chillar. Pinches viejas, quien las entiende. Por ello, ayer andaba un poco tristón y salí a la feria a echar un rol porque en la tarde cuando llegué al cantón, solo encontré un pedazo de papel arrugado donde mi vieja se despedía de mí por las cosas que le vomité en la cara y decía que se había llevado al chamaco porque yo, no tengo de donde darle de mamar. La sangré me hirvió como un volcán a punto de arrojar lava pero me calmé al instante para no volver a caer en el desmadre que cometía antes tan solo por una plebita. Y así son las cosas. Dejé ir a esa hija de su rechingada madre porque me vino a la cabeza las palabras de mi viejo quien nos aconsejaba que jamás le rogáramos a una mujer malagradecida porque hacerlo, era la manera más deshonesta de humillarse ante alguien, lo había hecho algunas veces pero esta vez no. La neta no la extraño pero a mi chamaco con quien jugaba en la cocina, sí y un chingo, hasta me dan ganas de llorar. Pero ya ven como son las cosas. En la vida de padre de familia quise cambiar todito. Estando en mi rancho, donde la gente es tranquila y trabajadora, tuve que regenerarme y cumplir con los mandatos de ley sobre las costumbres, con decirles que hasta pasé a cumplir el papel de topile. Y en verdad me volví tan buena gente que mi vieja se fue con otro güey y no dije nada. Como les decía fue por eso que salí a echar un rol en la feria de navidad donde me encontré a mis carnales y pues neta, si no me hablan, paso y vuelvo a pasar enfrente de sus narices y yo ni en cuenta sino hasta que se me paran enfrente y aunque no lo crean, se me andaba subiendo el chamuco de puro susto porque pensé que después de tantos años, me habían encontrado los malosos. Pero… cuales malosos, si eran mis carnales. Solo que vestían diferente. Los canijos usaban botas y gorras acá a la moda. Unos celulares de poca madre y cargaban un chingo de billetes. Con decirles que ese día me invitaron unas bucanas acá cariñosas y hasta una preciosura de unos 17 primaveras. Si vieran como la agarré, casi la hice llorar, pero bueno, mejor no les cuento que más pasó porque se me pueden emocionar.

A mis carnales les conté la verdad sobre mi exmujer y mi chamaco. Al instante se espojaron como leones para ir a darle quiebre al vato ese, pero neta, ya era tan buena gente que le saqué a esa onda de desaparecer al pobre wey así porque sí. Él no creo que tenga la culpa, más bien habrá sido mi vieja quien se le habrá encimado. Y les digo esto porque ella en verdad tenía el cuerpo caliente, a veces amanecía con moretones en el cuerpo por tanta quemadera. La otra neta es que yo la consentí demasiado y como les decía, trabajaba a lo bruto para darle lo mejor a mi chamaco y a ella, y pues ya ven como me pagó. Mejor se buscó a otro vato más acá. A mis amigos les cambié la conversación para no seguir con sus ansias de echar balazos y era tanta la emoción de habernos encontrado que accedieron a mi plática.

El Charco me contó que la vida en el Norte está de perros y uno no hace más que trabajar y trabajar hasta darse en la madre. Él le echó ganas en la chamba donde conoció a un vato metido en otros visnes, y pues después le echó la mano para trabajar con un gringo pálido y todo tartamudo, apenas si hablaba español pero era el más cabrón del barrio y hacía jales con la banda de Guerrero y toda la plebe dedicada a vender chicles, cigarritos de buena calidad, por paquetes, por kilos y por toneladas que llegan al puerto en barcos de lujo. Pero como en éstas ondas uno debe de andar con cuidado de rabo a cabo, un día, el Charco supo que las cosas estaban muy pesadas con el gringo aquel, y pues la misma historia, todo la gente de esa cabrón se lo estaban chingando y la neta ninguno se salvaba porque los culeros, esos de la otra plebe gringa, eran soldados desertores del gobierno mexicano y gringo, y pues todos ellos se metían a chambear en estas ondas y la neta a muchos, si le sacaban a esos mierdas porque una vez que encontraban a uno, lo hacían picadillo o coladera a puros balazos, dicen que fueron entrenados en tierras guerrerenses. Su patrón solo les decía que las cosas estaban pesadas con los zetas mexicanos unidos a los gringos pero que de ahí no pasaba  a más. La banda nueva que llegaba a chambear, les decía eso pero no más. Muchos se daban cuenta como los compas que salían a entregar, regresaban en bolsas de plástico donde llegaban por aparte la cabeza, los brazos y demás. Dice, allá en el Norte, los mexicanos son famosísimos porque son los reyes de dar matarile y repartir drogas de a madres. Él ultimo día que el Charco salió a entregar junto con un guatemalteco, en vez de darle para la farmacias del centro de Nueva York, donde la entrega se hacía cada 15 días, mejor le dieron jale pa México porque las cosas estaban recalientes. Así dejaron al güero ese que seguramente ya estará cerca de llegar al otro mundo por todo lo demás que me contó el Charco. Cada uno comenzó a contar su historia porque dicen que no habían tenido tiempo de charlar y la otra neta, es que de por si era yo quien hacía hablar a esos putos porque entre ellos, solo se cuidan como perros pero jamás platican de cosas disque de maricas.

El Flaco con la secundaria terminada, fue a echar suerte a eso de la milicia y el compa como tenía la estatura y los papeles en regla, fue aceptado en la zona militar del estado. La armó chingón y todo iba bien hasta que un día, su superior le ordenó quemar a dos campesinos viejos quienes se dedicaban a sembrar flores moradas. Este se negó y por órdenes mayores disparó dos tiros al aire. La fusca era del mismo calibre que la del jefe y pues se chingo la cosa. Después lo querían enjuiciar al estilo jumilín por la muerte de esos señores y por eso otra vez a la fuga. Se alejó de la ciudad y al igual que acá su servilleta, no tuvo otra opción que correr para el monte y pues aún es prófugo de la injusticia, porque como saben, aquí en Guerrero no hay justicia, pero, nos volvimos a encontrar y la neta, con los compas uno se siente más seguro y protegido.

La Burra, después de unos jales y unos conectes de su padre, pudo entrar a un seminario donde después de tanto desmadre con las morritas y toda la bola de vatos en la  chamba pesada, quiso ser padrecito pero ni madres, a ese güey deporsí no lo iba armar porque era más mujeriego que el tata llamado Villa. Estando en el seminario se fugaba con unos compas y se iba a los lugares esos donde no faltaban morras, coca, ni cheves frías para refrescar la garganta. Estando adentro, el güey se fugaba a cada rato para ir alimentar a la Santa Nutria. Pinche Burra, es cabrón porque no le sacateaba ni al purito demonio. Viviendo en ese lugar de “santos” y muy bien portadito, hacía sus visnes con unos tíos quienes le encargaban trasladar coca cada vez que visitaba Cuernavaca. El trato era con esos padres que tenían una categoría de la alta. No se crean que esos pinches padrecitos están limpios, nel, ni madres, esos cabrones también le saben de todo a todo y según la Burra, todos los padrecitos tienen queridas o esposas y a la gente le engañan diciéndole que a sus amantes son sus hermanas, y sus hijos, sobrinos. Que circo arman estos hijos de la santa madre iglesia. Era chido escuchar nuevamente a todos estos cabrones y yo seguía siendo solo el Chemo de siempre, sin más renombres ni nada de eso. El mismo vato acá bien picudo.

Después de tanto historia, me invitaron a ser parte de su equipo y dudé largo rato pero andaba sin lana y sin esperanzas porque me habían quitado a mi pobre chamaco y a mi exmujer, ya saben a dónde se habrá ido. Así que de nueva cuenta le entré a esta onda de andar visitando bares, tiendas de alimentos y farmacias disque de alta calidad. Además, me convencieron porque ellos ganaban entre 15 a 18 mil pesos a la semana, dije, como que encontrar una chamaba así de fácil donde me den esa lana, va estar cabrón, más si uno anda de pordiosero en un puerto como Acapulco. Si en el rancho apenas gano ciento veinte al día y era una chinga de la cual no se imaginan. Y con esta oferta proveniente de diosito, era como sacarse la lotería. Así regresé de nuevo a las andadas. Mis compas me fueron claros y dijeron que iba empezar ganando 15 mil pesos a la semana y tres para la caja. Yo de pura mamila pregunté si había una caja de ahorro o algo al estilo, y resulta que la caja era por si acaso uno se encontraba a la calaca en la calle, porque en esta chamba se puede esperar de todo.

Si vieran todo lo que vi cuando llegué a este visnes. Todo era diferente a como era antes. Los pinches morritos de 15 a 20 años parecían soldados que podrían vivir de pura mierda y matar hasta su propia madre. Los pinches escuincles cargaban armas que les colgaba hasta por el trasero. Eran un chingo metidos en estas ondas y cargaban carros de poca madre. Parecía película ese donde sale el Cochiloco, pero era la purita realidad. Pinches chamacos de mierda, cargaban unas morritas chulas, unos relojes plateados, cinturones todos feos pero piteados o cosidos con hilos de plata. Ninguno le faltaba carro ni pistola ni coca. Y yo era nuevo en esto pero mis compas ya conocían al jefe porque son vatos de experiencia, me recomendaron directamente con él. Como ya había trabajado en esto, me ascendieron luego luego casi al nivel de mis carnales. Pera ello, tuve que echarme a dos cabrones que disque pertenecían a una banda picuda de acá de Acapulco. Pero no hubo mucho pedo porque me las trajeron y los quebré. La neta es fácil porque ya estaba acostumbrado a estas ondas. Pero al momento si le pensé porque había dejado de nadar por un buen tiempo y como que tirarse al agua así porque sí, pues uno si le piensa. Bueno, el chiste fue que sí lo hice aunque el patrón no le pareció nada espectacular porque me los chingue de un solo tiro a cada uno. La neta yo no sabía y mis compas tampoco me dijeron el cómo hacer arte a la hora de desaparecer alientos apestosos. Pero según el jefe, ahora para poder ser chingón en esto de andar acarreando a otras personas, es saber hacer sufrir al vato que le toque castigo por ser enemigo del jefe o por el hecho de haber dado un pitazo a la otra plebada sobre asuntos de este negocio. Porque aquí, hablar de algo es tan sagrado que si uno habla demás, puede ser castigado no por dios sino por un hijo de la chingada que se cree más cabrón que el demonio.

Ya metido hasta el culo en este onda, supe cómo todos los pinches bares de acá del puerto están en las manos de la plebe pesada y no solo ellos, también los taxistas, los taqueros, lo de las combis, los microbuseros, algunos estatales, militares, marinos, gendarmes, los carniceros, y así la lista. Cualquiera que hablaba, amanecía en pedazos en una bolsa negra. También los politiquillos de mierda llamados diputados, senadores u otras mamadas, andan metidos en estos visnes, son los que dan luz verde a la mercancía repartida en esta y otras ciudades.

No sé si supieron pero apenas, dieron mate a un diputadillo de mierda proveniente de Tlapa, vino a la ciudad Chilpancingo junto con cuatro de sus guardamamilas y como no hizo bien el trato con el jefe, se le confesó a punta de cohete porque ese wey, tiene un hijo metido en estos visnes. El junior se creyó muy machito y armó su propia plebada pensado que su padre era intocable y que él lo podría armar a lo grande. Pero ya le dieron el primer escarmiento y ahora sigue él y toda su plebada.

Por el momento no sé qué pase por estos rumbos porque hace poco, nos dividieron de nuez y a mí me mandaron a cuidar a un diputado del Congreso de Chilpancingo porque a uno de sus guaruras amaneció bien muerto, según, yo era el bueno así que el patrón dio la orden y ni modo, aquí no se puede desobedecer y la neta, a veces, uno llega a desconfiar hasta de sus propios carnalitos. El Flaco desapareció hace poco y amaneció en una bolsa de plástico y la verdad, yo tengo mis dudas, he llegado a pensar que fue traicionado por la Burra porque casi siempre andaban de la mano y hasta llegué a pensar que eran putos. Pero ni pedos,  aquí solo nos queda aguantar vara de la medida que sea. La neta ando un poco preocupado y no sé qué vaya a pasar porque mis otros compas son muy pesados y locos a la vez. Hace poco, se atrevieron a darles en la madre a unos soldados de mierda que descasaban allá en la costera y de ahí, huyeron hacia la chingada y nos los encontraron. Seguramente pronto habrá otro teatrito de esos porque ellos son rebuenos pa cazar venados, halcones, jumiles y zopilotes gordos y cagones. Espero y la cosa no empeore porque si no, hasta a mí y el patrón nos va a tocar los chingadazos. Que ahora vistamos de corbata y entremos y salgamos del congreso cuando se nos pegue la regalada gana, no significa mucho para la plebe pesada.

 

 

Nota

[1] Tlalchikijtle o tlalchiquihuite ‘olla calada’. Es una olla de barro con muchos agujeros en el cuerpo, tiene tres pies y sirve para lavar el nixtamal.

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