Cuento mexicano actual: Saulo Aguilar Bernés

Presentamos un cuento de Saulo Aguilar Bernés (Chetumal, 1993). Estudiante de la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en el Instituto de Estudios Universitarios. Es coordinador de Editorial Gazapo. Autor de Héroe y otros relatos. Ha participado en el 1er Encuentro Literario del Sureste, el Encuentro de escritores “Hala Ken” de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y los dos Encuentros de Escritores “Bakhalal” de la Casa Internacional del Escritor de Bacalar. Ha sido  becario del programa Los signos en rotación del Festival Interfaz que convocó el ISSSTE en Mérida, Yucatán, 2017, además fue becario del programa PACMYC 2017.

 

 

 

 

Cosas del juego

 

A Leticia Martín

 

 

00:00

Pérez me dijo desde el principio que nadie debía enterarse por el bien de nuestras carreras como futbolistas profesionales. Que las cosas eran así. Siempre supe que lo nuestro no podría ser, que no era más que un capricho mutuo, pero no me importó porque sé que me ama. Maldito imbécil, también lo amo. Nos lo dijimos tantas veces, no como esas conjuras de amor baratas que se dicen los adolescentes ni como esas palabras que se escapan durante el sexo. Esa zurda le hará falta al equipo en la siguiente temporada y a mí me hará falta el olor de su piel, la forma en que me acariciaba el cabello mientras nos mirábamos, en silencio, besar su frente para despertarlo por las mañanas, sus manos sobre mi espalda.

¿Qué más quisiera que irme con él a Sevilla? Pero mi carta está aquí en el Deportivo Altabrisa. El futbol es así, la vida es así. A veces vas ganando y te dan la vuelta en el último minuto.

 

 

00:01

El Deportivo Altabrisa venía de dos torneos para el olvido, sin clasificar a la liguilla, sin goles, y cuando había gol nos empataban de último minuto. Perdimos más de la mitad de nuestros encuentros en ese torneo y bajamos hasta al treceavo lugar de la tabla general. Nos convertimos en la burla de los medios y las redes sociales nos tundieron a punta de memes y chistes crueles. La afición comenzó a demostrar su descontento y los jugadores salíamos entre abucheos, rechiflas, mentadas de madre y baños de cerveza. Aunque ese no era mi caso, como capitán gozo de cierto respeto, además siempre me he dejado la camiseta en el campo de juego repartiendo el queso con justicia desde la media central, recuperando el balón y poniendo pases de gol que mis delanteros no entendían o desperdiciaban. Por eso hablaba con algunos aficionados para calmarlos, después de cada encuentro. Su actitud terminó por confrontarlos con la directiva y cuando les subieron el precio del boleto la afición dejó de asistir, obligándonos a mirar las gradas desiertas en cada encuentro.

Las bajas entradas terminaron por llamar la atención de la directiva y para cuando se vino el draft se fueron varios compañeros, pero llegaron refuerzos.

El bombazo del Altabrisa fue Alessandro “El ninja” Pérez, un verdadero killer, con tan solo veinticuatro años de edad, compra definitiva con un salario anual de ocho punto cinco millones de pesos. Su apodo provenía  de su habilidad para ganarle la espalda a cualquier defensa y rematar de tijera, chilena o cualquier otro tipo de patada voladora. Dejaba el Boca Juniors de Argentina, de dónde era canterano, y venía a México como  esperanza de un club que necesitaba clasificar a la liguilla con urgencia.  Otros equipos de Europa lo pretendían, incluso había estado en el Olympique de Marsella a préstamo durante dos temporadas, en dónde había respondido bien. Por desgracia, su mala actitud lo llevó a un fatídico episodio en dónde, después de romper con un triplete una racha de seis semanas sin goles, se enfrentó con los ultras de su equipo agarrándose los huevos frente a la curva sur.

Esa noche la barra del Marsella casi destruye su camioneta mientras abandonaba el estadio. Aquello se volvió noticia mundial en cuestión de horas, la porra la tomó en su contra quemando muñecos de trapo con su camisa, abucheándolo aunque hiciera goles o arrojándole cerveza. La directiva del Marsella dejó de convocarlo al primer equipo por razones de seguridad, obligándolo a pasar medio torneo sin ver acción.

Finalizada la temporada se vio obligado a regresar al Boca con la cola entre las patas. Pero una vez con los xeinezes recuperó sus rachas goleadoras, marcando veintiún tantos para hacerse con el título de goleo y coronándose campeón de liga con el Boca. Así la directiva del Deportivo Altabrisa no tardó en contactar a su representante y hacerse con los servicios de un delantero que viniera con hambre de goles.

Sin embargo, sus antecedentes no eran los mejores en cuanto a disciplina y temían que Pérez se confrontara con la afición que poco quería para armar borlote contra el técnico y la directiva. Entonces el presidente del club habló conmigo y me pidió que, como iba a vivir en la casa que está a un lado de la mía aquí en el condominio de San Remó, lo vigilara mientras se adaptaba a la vida en México y al ambiente  del Altabrisa. Era mi deber como capitán.

 

 

15:00

Fue una noche previa al inicio del torneo,  fuimos a una cena con los patrocinadores del club y bebimos de más. Supongo que el tequila nos había calentado la sangre. Para cuando me di cuenta ya nos estábamos besando. Luego se puso de rodillas como quien va a misa, me la sacó y comenzó a chupármela. Yo lo miraba y el con sus ojitos me dirigía una mirada de fiera hambrienta. Ni siquiera me importo romper mi regla de oro: nunca un compañero de equipo, nunca con alguien del medio.

Antes de la llegada de Pérez a mi casa, acostumbraba traer amantes ocasionales, al menos uno por semana. Cogíamos en la sala, en las escaleras, en la cocina o en dónde nos agarrara la calentura. En los últimos años esto se había convertido en mi ritual posterior a los juegos. Cómo  no era para nada una estrella, mi vida no estaba en el ojo público así que podía salir con quien quisiera siempre y cuando fuese discreto.  A la directiva le preocupaban los medios siempre levantando chismes pero yo nunca les di de que hablar, porque mi imagen era la de un tipo serio que se dejaba el cuero en la cancha y punto. En mi contrato jamás hubo cláusulas de ese tipo, eso solo funciona para algunos jugadores que también son parte de la farándula. Fuera del estadio, sin la casaca albiceleste ni el gafete de capitán, era un mortal como cualquiera. Pero cuando me mandaron al Pérez cambié mis métodos.

Cómo no quería darle un mal ejemplo, cuando algún amante me contactaba por whats para que nos viéramos o hacía match en Grindr, me iba a un hotel gay llamado Casa Cúpula y en dónde se me permitía estacionar el auto en un lugar privado.

En una de esas, me encontré a Pérez en la entrada, esperando. Yo estaba por salir del lugar con alguien cuando lo reconocí de espaldas, hablando por teléfono. Siempre puedo reconocer la espalda de mis delanteros, el sonido de sus voces, como si de un reflejo se tratase. Supuse que esperaba un uber o que solo iba de paso, que estaba equivocado de lugar. Me quedé helado, mi acompañante siguió caminando como sin notar que yo me había retrasado. Cuando Pérez volteó hice rápidamente como que contestaba un mensaje en el celular y caminé de regreso para entrar al lobby. Traté de fingir que no lo había visto y me quedé en uno de los sillones que se encontraba detrás de una de una palmera en forma de abanico, escuché que pedía un cuarto para dos personas, para esa noche.

Supuse que no me vio o que sí me vio, pero por vergüenza no dijo nada, como si un pacto de complicidad entre ambos se hubiera establecido tácitamente. Así pasaron los días, las semanas. Luego llegaron los partidos de preparación, en dónde habíamos demostrado tener buena química, entendernos el uno al otro. Mis pases filtrados encontraban siempre los pies de Pérez que era explosivo, ganando la marca para después  quedar mano a mano contra el portero. Fuera de eso y de las típicas formalidades de los vecinos no habíamos convivido mucho. Hasta el día de la cena del club con los patrocinadores. 

Esa fue la primera vez que hicimos el amor al calor de las luces rojas de mi habitación. La primera de tantas. 

 

 

45:00

Él fue el primero en decir “te amo”. Ese día nos encontrábamos en la cama, abrazados, acariciándonos, como era nuestra costumbre después de hacer el amor. Entonces lo dijo, no como una de esas traiciones mentales que se escapan durante el sexo ni en un mensaje de whatsapp sino que me miró a los ojos, se mojó los labios y lo hizo. Yo me quedé mudo, pero me sentí como después de anotar un golazo de fuera del área. Después respiré profundo y le pregunté si estaba seguro de sus palabras. Pérez me lo confirmó. Ese día no dijimos más, sólo volvimos a hacernos el amor hasta que el cansancio pudo con nosotros y nos quedamos dormidos.

En los días siguientes todo fue como una luna de miel. El Pérez se la pasaba diciéndome que me quería en su vida, entrenábamos juntos, salíamos al cine o a cenar por las noches. Luego vino la temporada y comenzaron los viajes de los partidos de preparación, en estos, el cuerpo técnico, nos asignaba cuartos en parejas y aunque no me tocó con Pérez en un principio, él mismo terminó por solicitarle al profe que quería estar en el mismo cuarto conmigo, lo que le cumplieron porque era el nuevo consentido del equipo y la directiva.

En León, Mérida y Puebla nos la pasamos haciendo el amor durante toda la noche previa al encuentro sin que nadie nos molestara. El encanto de nuestra relación se basaba en una complicidad secreta como la de dos adolescentes que se enamoran por primera vez, diciendo que van a hacer una tarea en equipo cuando en realidad se escapan  al cine. O al menos así me sentía yo: “locamente enamorado”, como dicen los cánticos de nuestra barra brava.

En nuestra semana de descanso nos fuimos juntos a un pequeño hotel de Bacalar en dónde nos dedicamos a nadar, tomar el sol y amarnos en una cabaña privada frente a la laguna. En esa ocasión le dije al Pérez que yo también lo amaba, que lo quería en mi vida para siempre y mis palabras fueron correspondidas de la misma forma. Esa noche miré su cuerpo lleno de tatuajes y sentí la necesidad de recorrerlo todo a besos, de aprenderme cada figura que había plasmado sobre su piel, de hacer un mapa de todo y cada uno de los lunares de su cuerpo. Ese fue el día más feliz de mi vida.

 

 

60:00

Clasificamos a la liguilla y otra vez los medios comenzaron a ponernos atención, sobre todo a Pérez, que era el goleador del torneo con quince tantos hasta la jornada diecisiete. Me sentía orgulloso como capitán del equipo y también lo estaba por él.  Su actitud había cambiado mucho: ahora era disciplinado con el cuerpo técnico, también era gentil con la afición. A cada gol se dirigía a la barra, juntando sus manos arqueadas para formar un corazón o se besaba el escudo del club en la camisa, ellos se volvían locos y coreaban su  apodo de “Ninja” con entusiasmo. Se había convertido en el referente, en un crack.

Verlo jugar era un verdadero espectáculo. El estadio se llenaba de camisetas y banderas albicelestes, se leían pancartas de aficionadas pidiéndole un hijo. El Pérez es un tipo carita: sus uno con noventa de estatuara, melena negra y piel blanca lo convertían en el cliché del extranjero que a las mexicanas les fascina. Al final del partido y los entrenamientos, muchas de ellas se abalanzaban para pedirle que les autografiara la playera o las tetas.  Le pedían fotos, abrazos, besos; él accedía siempre. Los medios de chismes comenzaron a vincularlo con una presentadora de televisión que lo había entrevistado. A mí me daban unos celos de la verga cuando tenía que presenciar su espectáculo. En la noche cuando estábamos juntos esto era objeto de reclamo por mi parte, pero después de hacernos el amor y dormir juntos  todo era olvidado.

Hasta que un día, después de hacerlo, lo noté distante, ajeno. Por lo general nos tendíamos a platicar hasta que nos entraba el sueño y yo me dormía en su pecho, escuchando su corazón. Pero ese día no fue así. Pregunté si se encontraba bien y me dijo que la directiva del Altabrisa le había pedido que comenzara una relación con la periodista aquella, me dijo que no tenía opción. Una de las cláusulas de su contrato era que se podría utilizar su imagen para la publicidad del equipo. La televisora de dónde esa mujer era empleada había firmado un contrato de publicidad con el club, a cambio de dar un tema con el cual crear audiencia para sus programas de chismes. Me encabroné con él, me puse a gritarle como un salvaje, a romper todo dentro de mi habitación. El me reviró con que, desde un principio, me había dicho que lo nuestro no era algo formal y que yo accedí a ello.

No recuerdo en que momento le pegué una bofetada. Después le dije que no quería volver a verlo en mi vida.

En los días siguientes me la pasé mal, sentía que mi neurosis solo iba de mal en peor. En todas las noticias, en el facebook, todo el tema dentro de los vestidores era lo de Pérez y la presentadora esa. Yo me quería morir, ni siquiera podía concentrarme en los entrenamientos y la cagaba en todo. Mi rendimiento en la cancha también se vino abajo, cuando en los primeros cuarenta y cinco minutos de nuestro primer partido de liguilla erré todos los pases. El estadio entero comenzó a abuchearme al término de la primera mitad y para la segunda ya no salí. No salí durante los últimos partidos del torneo. Un canterano ocupó mi posición y tuve que ver el avance del equipo desde la banca.

A cada partido el resultado era mucho más contundente, terminamos ganando la semifinal al Tigres en un partido reñidísimo que terminó tres a dos. En el Azteca, las Chivas caían contra el américa, dos a cero. La final estaba cantada: Deportivo Altabrisa versus Club América. Para eso ya estaba mejor y en el entrenamiento logré recuperar nivel con el paso de los días.

Antes de la final se lesionó el canterano que me había banqueado. El profe me nombró entre el once titular otra vez.

 

 

90:00

El partido estuvo cardiaco. En los primeros noventa minutos no pudo definirse la cosa, nos fuimos a tiempo extra. En el tiempo complementario nos estuvieron apedreando el rancho y todos nos echamos para atrás a defendernos como podíamos, hasta que en una de esas logramos contragolpear: un centro venía desde la izquierda y Pérez remataba de cabeza con odio, ganando el brinco a los dos centrales, pero el portero alcanzó a meterle un puñetazo al esférico que se fue para tiro de esquina.

Eran los últimos minutos de la segunda mitad del tiempo extra. Pedí cobrar el tiro de esquina. Escuche las mentadas de madre del profe desde nuestra banca pero no me importó. Tomé el balón, lo besé y después lo acomodé en la esquina. Luego eché un vistazo y me encontré con la mirada de Pérez. Movió la cabeza un poco hacia el segundo palo, dónde no se esperaban que se moviera porque siempre cubría el primer palo. Pensé en tirársela mal, en dársela a otro. El estadio entero estaba paralizado, mudo. En algún momento incluso me pareció escuchar el murmullo de un aficionado que rezaba un padre nuestro. Sentí el mareo, la presión de todas las miradas sobre mí espalda y de pronto un aire caliente me resopló en la nuca y recordé  todos los buenos ratos que Pérez y yo vivimos juntos, en lo mucho que quería que siguiera con su exitosa carrera. Entonces pateé ese balón con gracia para colocarla justo hacia dónde él la quería. El balón agarró una comba endemoniada hacia dónde Pérez se encontraba, como si la hubiese lanzado con la mano hacia él, pero uno de los centrales ganó de cabeza y el balón quedó dividido sobre el área grande mientras el portero se quedaba tirado tras chocar con uno de sus defensas. El Azteca entero se quedó emitió un suspiro de asombro.

Miré a Pérez, sus ojos se encontraban fijos en el balón y cuando este venía a unos tres metros sobre el suelo, se tiró de espaldas, conectando de chilena con el empeine y la metió como una bala al fondo de la red.

El estadio entero se retumbó entre gritos, cantos y llantos. Mis compañeros se hincaban a llorar o besaban a sus esposas. Pérez recibía flores de la periodista aquella y los medios corrían hacia él para entrevistarlo por su hazaña. Yo me limité a felicitar a todos, compañeros y contrarios.

Todo aquello había sido un triunfo absurdo, una cosa vacía como el interior del trofeo que tuve que levantar con alegría fingida. Estaba harto de todo, pensé en retirarme con ese buen trago y no esperando a que mi nivel decayera con mi estado anímico. Los festejos de victoria y todo el protocolo fueron muy tristes para mí. Ni siquiera fui a la fiesta con los patrocinadores para no encontrarme a Pérez con su novia.

En el siguiente draft el Sevilla de España ofreció pagar los siete millones de pesos de la cláusula de recisión de Pérez y hacerse de sus servicios para la siguiente campaña. Y se fue. Así nomás. No hubo más que un adiós grupal, en los vestidores, en dónde fui tan efusivo como un vecino que da los buenos días de mala gana. Esa fue la última vez que vi a Alessandro “El ninja” Pérez, el amor de mi vida.

Jugué ese último torneo, fui titular indiscutible y llegamos a octavos de final, en dónde perdimos uno a cero contra el América. Después me retiré para siempre del fútbol profesional.

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