El poeta y narrador salvadoreño Jorge Galán (El Salvador, 1973), desde la indignación, escribe un poema a propósito de los niños migrantes detenidos en Estados Unidos y separados de sus padres. Galán, entre otras distinciones, ha merecido el Premio Casa de América de Poesía Americana, por el libro Bajo la interminable noche de noviembre y también el Premio Real Academia Española 2016, por su novela Noviembre.
Ruido
Oh américa, oh gran madrastra blanca,
casa enorme bajo un solo astro del tamaño de la verdad,
oh américa de todos nosotros, he visto a tus padres arrodillados
amenazados por perros de oro que ladran a toda hora,
por eso he venido hasta aquí para preguntarte por los niños
de la otra América, los niños en sus jaulas de hierro indestructible,
sometidos por besos que quieren ahogarlos, bocas de agua
que solo saben asesinar, hachas de piedra
sobre pequeñas cabezas inflamadas por el llanto, qué has hecho
con nuestros breves niños, dónde los enterraste,
bajo qué duna y a la sombra de cuál árbol en llamas,
de la mano de quién los llevaste por el pasillo de cemento
hasta un patio para abandonarlos otra vez
y cantarles la canción de cuna más triste de la historia del mundo,
qué silueta les susurró una palabra que significa destrucción
y los bautizó en el agua infestada por la furia de la tormenta
y los abrigó con sábanas de frío, y les pintó una cruz, no de ceniza
si no de sangre sobre la frente del tamaño de una paloma.
Inmensidad inusitada encerrada en una caja de madera,
tornado que cabe en el suspiro del que solo sabe marcharse,
Oh nueva américa, voluptuosa robusta y ataviada con coronas de humo
y pendientes de metal, eres más grande, sí,
pero no más enorme, oh américa del tamaño del instante
que pronuncio tu nombre hecho de docenas de nombres inventados,
leona hecha con la piel de millones de cachorros sombríos,
eres un cuerpo repleto de fiebres y maldiciones,
te crees única, pero no eres única, eres todos a la vez
y nosotros somos contigo como tú con nosotros, pero no quieres
escuchar, tapas tus oídos con águilas de niebla, Oh américa
indecente y hermosa como una chica violentada
por sus tíos y sus primos en una sola noche, y luego
dejada sola, a la intemperie, bajo las lechuzas de agosto.
Oh américa de todos nosotros, no hay puentes
del tamaño del mar, no hay gritos del tamaño de tu demencia
y tu odio hacia todos tus otros hijos, hacia la otra América
a tu espalda, hacia esta nación de cordilleras que acaban en el mar
y en el hielo, oh américa nuestra y de nadie, piedra bendita
y maldita, ruido de cuerpos que se mueven sin encontrarse nunca,
ruido de trompetas que se quiebran en las altas paredes,
ruido de ríos tragados por lagartos indóciles y vueltos a escupir,
oh américa de nadie y de todos, tuve que mirar
y volver a mirar para convencerme que lo que veía
era cierto, que era la verdad sobre todas las cosas,
que destruirnos era tu manera de amar a tus propios hijos,
tuve que mirar el llanto y los brazos tendidos en el aire,
tuve que mirar cien veces para convencerme
de que habías enterrado tu cabeza en el Apocalipsis del desierto,
que nos habías encerrado como a pequeños perros
o pequeños pájaros o pequeñas serpientes,
que habías escupido sobre tierra sagrada,
y te habías negado a escuchar lo que el viento del sur tenía para decirte.
Tuve que convencerme de que lo habías olvidado todo,
la dignidad, el nombre del cielo, oh madre oscura
que ya no sabes escuchar tus propios gritos súbitos, los gritos
de todos tus padres, esa alma más extensa que tus praderas,
oh madre y padre y madre del tamaño de todo lo perdido.
Oh américa sin vida como el cuerpo de un niño sobre un país de fango.