Presentamos, en versión del poeta, narrador y traductor español Antonio Rivero Taravillo, un poema de Shakespeare (1564-1616), “El fénix y la tórtola”. El texto aparece, originalmente en El peregrino apasionado y otros poemas, publicado por Renacimiento en 2016.
El fénix y la tórtola
Que el ave cuyo canto más se eleva
en el único árbol de Arabia,
heraldo triste sea, y la trompeta:
a cuyo son obedecen castas alas.
Mas tú, chillón anunciador,
precursor inmundo del demonio,
augur del cese de la fiebre,
¡a este tropel no te acerques!
Veta a esta reunión
a toda ave de tiránicas alas,
menos al águila, el emplumado rey:
mantén con rigor las exequias.
Que el sacerdote con sobrepelliz blanco
que música fúnebre entona,
sea el cisne, agorero de la muerte,
para que nada falte al réquiem.
Y tú, cuervo de antiguo tiple,
que creas tu progenie azabache
con el aliento que das y tomas,
irás en nuestro cortejo fúnebre.
Aquí comienza el himno:
el amor y la constancia han muerto;
el Fénix y la Tórtola han partido
de aquí en mutua llama.
Así se amaron, como el amor en dos
solo tenía la esencia en uno;
dos seres distintos, indivisos:
el amor mató el número.
Corazones remotos, pero no partidos;
distancia, no espacio, se veía
entre la Tórtola y el Fénix:
mas en ellos había un prodigio.
Brillaba tanto el amor entre ellos
que la Tórtola vio que debía
flamear a la vista del Fénix;
el uno del otro era ambos.
La propiedad resultaba tan violentada
que el yo ya no era el mismo:
el doble sentido de la naturaleza sencilla,
ni uno ni dos se decía.
La razón, confundida en sí misma,
vio que lo dividido crecía junto,
a ellos aunque ninguno a otro,
pues sencillos eran tan compuestos
que gritó, ¡qué fiel pareja
parece este único concordante!
El amor tiene razón, ésta nada,
si pueden permanecer así las partes.
Con lo cual compuso este treno
al Fénix y la Paloma,
regidores ambos y estrellas del amor,
como estribillo de su trágica escena
Treno
La belleza, la verdad y la rareza,
la gracia en toda su sencillez,
aquí se guardan en rescoldos.
La muerte es ahora nido del fénix,
y el leal pecho de la tórtola
en eternidad reposa.
No dejan descendencia:
no por debilidad,
sino desposada castidad.
Parece verdad, mas no ha de ser;
se jacta la belleza, pero no es.
Que se entierren verdad y belleza.
Que a esta urna se retiren
aquellos que son fieles o hermosos,
por esas difuntas aves dejad una oración.