Presentamos una muestra de poemas de Roberto Corea Torres. Nació en Nicaragua y es mexicano por naturalización. Es poeta, escritor, crítico literario y Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Es coordinador, editor y colaborador de la sección de Crítica, de la revista virtual www.caratula.net, que dirige Sergio Ramírez. Ha publicado ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE), Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP), Los guajolotes de donde La Güera, cuento en el libro Puebla directo (Ayuntamiento de Puebla y BUAP, 2010) y Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nicaragua).
conversa sangre, conversa
el cazador
Una cierta desmesura
advierte al cazador
el filón del trazo
las imprecisas fronteras de la certidumbre
presagio de cipreses
el fluido de la antorcha
la insinuación de una sobria ciudadela
Pero el cazador insiste
amaga con su tenue ceguera
concitar la armonía
que atribulada
se desangra más allá de sus confines
Para este tiempo
el cazador ya sólo atesora
una delicada porción de arenga
y tal vez una tersa austeridad en el lenguaje.
mudez
Recién nombraste a la piedra
y te pareció tonto
los millones de partículas terrosas
con su amorfa alma
inevitablemente se sorprendieron
¿Cómo? Te preguntas
ese trozo de ínfimo universo
puede referir tu historia
si sabes que su inanimado espíritu
acaso podrá emitir
respuestas sordas
polvorientas nimiedades
Te rindes ante su explicable mudez
Ahora ella te interroga con su silencio
una profundidad de siglos
emerge de sus oquedades
se reconoce testigo
no juicios
no opiniones
no sonrisas
sólo su infatigable presencia
sólo su poesía exenta de palabras
daga
nada sin el deseo
La endeble indiferencia del fulgor,
su genuina,
su irresistible vigilia,
apenas vislumbra una indescifrable repulsión
a la ausencia de lujuria,
al ascetismo,
al oscuro rigor de las brújulas,
como si fuera el vacío candor
en los rastros del delirio,
habitante
escombro de la devastación.
noche vieja
El tiempo que se suelda
con otro tiempo
hace la historia.
La noche se ha vuelto vieja
sus sienes cubiertas de madrugada
resaltan el apergaminado rostro
libro de muchas miradas.
Si cuando vemos
con los ojos del insomnio
la imagen:
voluble pedazo del sueño
que oscila,
como queriendo imponer
la sustancia de su ambigüedad
anticipo del nacimiento,
fascinación prendida a una presión
que arrastra todo rastro de realidad,
lo conduce a la corriente
de un caudaloso río que aúlla
cuando la luz se incrusta
en sus astillas.
máscara
Oculto tras los trapos
ahora desnudo ante este mar complaciente
tu cuerpo ennegrecido por los soles diarios
se ramifica
en largas espadas de luz
suma de los embates diarios
a veces dobla su orgullosa verticalidad
porque transa los moretones
por un almohadón de seda:
paraíso del músculo
engañosa utopía del descanso
¡ah! continente de la carne
bien lo sabes
la batalla es sostenida
no hay dispensas
no hay abrazos
ni siquiera una ínfima levitación
imbatible siempre
el fluir del decaimiento.
más allá de la mañana
Esa verdad del cuerpo,
ese tronar de huesos
cuando se aja la geografía.
Esa cartografía de arterias
que conducen a la somnolencia y
avivan lo de atrás,
como si lo vivido
fuera una embarcación alejándose del muelle
durante un paisaje de manos despidiéndose
con oro opaco en el cielo.
La sangre, a tumbos, estalla
pero su explosión es de palabras mohosas,
de hechos que, tal vez, merecen ser resguardados
porque la piel reflejaría una imagen difusa
en la superficie del cristal,
en el páramo de la imagen intocable.
La poca alegría
o el mucho entusiasmo
contenido en ese minúsculo instante, revierte las entrañas:
el esófago que se contrae,
la mirada nebulosa y
el enredo de las ideas que se atropellan,
floreciendo al descuido
en aquel esquema dispuesto para caminar
y allí, ni siquiera el regalo del amanecer se disfruta,
las múltiples agujas
sembradas con puntual precisión
en los huecos de las articulaciones
re – incitan la sublevación.
Se quisiera ser de nuevo en el futuro inevitable,
sólo que la materia declina ante el decir,
la mecánica sinfónica del organismo,
esa verdad del cuerpo,
se ha apoltronado
en la silla de los minutos
y su discurso, desvaneciéndose cada vez,
-como si ya no lo supiera-
ha dejado de persuadir.
rendición
La mansedumbre de la carne
su secuela de colgajos
insurrección de arrugas y ceños
una continuada relación de caídas
calvario cotidiano donde el músculo
ya no es guardián ni siquiera
de los ríos corporales
los ojos están puestos en el atrás
cuando la sangre recorría las arterias
con fluir deparpajado
cuando el líquido era siempre virginal
cascada de hebras finísimas
cortando la tela dérmica de los deseos
pero la quietud que de pronto ha llegado
regurgita la frescura
deja en la garganta sólo minúsculas lagunas de acritud en la saliva seca
el ojo llora ante la mínima expresión
del drama vecino
y después de las palabras arrastradas
del peso de los trapos
del esfínter obstruido
del crak en las falanges
del chirrido en la columna
y de la mirada acuosa
esta carne se apoltrona en los vicios
en las conversaciones sin respuestas
que dejan las mustias paredes
como monumentos al hastío.
daga
Una daga a medio enterrar, las obsesiones,
astillas sobre el pensamiento
en la nuez del cerebro.
Hubo una vez que se dijo:
Volaré,
planearé como halcón en
busca de alimento, sólo para
observar el paisaje plano
de los hombres.
Concluido el viaje, sigue plantado
en tierra,
algo lo detuvo
¿Acaso las algas de la mentira humana?
Se pregunta
¿Soy yo el más grande mentiroso?
La daga entierra su metal
sin llegar hasta el fondo, refocilándose en la herida,
es su trabajo y lo hace
obedeciendo la orden principal.
Le parece sorpresivo el paisaje observado:
techos aplastados que poco le dejaron ver la casa interior.
El hombre casi siempre se sacude
por fuera,
adentro no se mueve.
La daga entra, sale,
sale, entra.
Un dolor que no es del cuerpo
trasuda en la mente.
Su rostro es mapa, muestrario del rictus
donde se originan las bajezas,
sentimientos calcinados,
sensación del miedo,
la máscara del fraude.
La mueca ha trocado en sonrisa
pero el engaño continua. La daga entra, sale,
sale, entra.
acaso paria
La huella
el camino
lo que sigo
un alumbramiento
un decir
ese misterio
sobre tierra
el hollar
mi fragilidad
estoy sin huesos
ante el derrumbe de la carne
un vuelo
acaso paria
acaso vagabundo
el hombre
ni la ropa
ni los gestos
sólo la fantasmagoría del ser
ver para descreer
ver para dormir
sábana silente la mirada
la quietud llega
dador el tiempo
te nombra te aparta.