Introducción a León de Greiff

El poeta colombiano León de Greiff es un poeta que, en virtud de su extrañeza y su curiosidad estética, es referente irrenunciable de la poesía colombiana y latinoamericana. El crítico mexicano Erik González nos propone aquí una lectura de su obra y nos acerca a algunos de sus textos paradigmáticos. 

 

 

 

 

 

 

NOTA SOBRE LA POESÍA DE LEÓN DE GREIFF.

 

“Dejádme solo. Non quiero compaña. / Dejádme esquivo. Non gusto coreo. / Non paventad: non presumo de Orfeo” dice León de Greiff (1895-1976) en uno de sus tantos poemas con los que parece desafiar y distanciarse de los círculos literarios y académicos de su época. Ante estas palabras, ¿por qué empecinarse en hablar de un poeta que practica una y otra vez su desarraigo? Ciertamente, quien lee esta poesía está obligado a salvar distancias en cuanto al conocimiento de referentes culturales y léxico de las más variadas procedencias; no obstante, cuando el lector acepta esta condición, inicia el viaje por uno de los universos poéticos quizá más ricos y personales de la poesía latinoamericana moderna. Poeta perteneciente a una época que exige el culto a lo nuevo (las vanguardias), De Greiff ostenta contra esta exigencia una poesía escéptica y satírica de su tiempo, a través de un lenguaje que mezcla el habla popular, arcaísmos, neologismos con referencias de gran erudición.

Con frecuencia se ha señalado que la obra del autor antioqueño encuentra sus principales fuentes expresivas en la poesía de finales el siglo XIX, pero a diferencia de los poetas modernistas con quienes posee varias lecturas en común, el colombiano reelabora irónicamente los modelos románticos, simbolistas, parnasianos, decadentistas para construir una obra que se afirma mordazmente en su propia negación.

De Greiff  no es el tipo de poeta que se pueda considerar representativo de una literatura nacional, ante todo por la manera en que se mofa del quehacer literario y de la propia institución. Sin embargo, esta poesía, con todo y su hosca rebeldía, también posee un notable trabajo con la dimensión acústica de la palabra, desde la cual logra diversos efectos de polifonía. Sergio Stepansky, Aldecoa, Proclo, Diego Estúñiga son algunas de las voces que dan forma a una especie de concierto de sujetos en desarraigo.

De Greiff aparece en su verdadera dimensión como un creador de un lenguaje propio. Invención de neologismos, combinaciones rítmicas alejadas del español estándar, estructuras estróficas de un cuidado minucioso, casi matemático. Este poeta utiliza el lenguaje para hacerlo no ya una herramienta comunicativa, sino una experiencia sensitiva: música. Esta obsesión por hacer del poema una experiencia musical es una reminiscencia de la poesía simbolista, De Greiff se podría considerar quizá como uno de sus últimos herederos, no obstante en su obra se puede observar que la huella del vate en busca de la trascendencia espiritual está negada del todo. La palabra poética no redime la condición humana, pero sí es un vehículo para disentir de las convenciones sociales e ideológicas. A través del juego y la burla, De Greiff consigue una poesía que da voz a personajes que son encarnaciones tanto de lo más execrable como del deseo de crear nuevas Utopías.

 

Erik González

 

 

 

 

 

 

BALADA DEL DISPARATORIO BAQUICO, IMPREGNADA DE MULTIPLES ROMANTICISMOS. DICELA “EL EBRIO”

 

 

Aquesto dixo “El Ebrio”, una vegada.

Aquesto dixo con su voz cansada.

Aquesto dixo por la madrugada.

 

Yo dello non sé nada.

 

“Bebamos en la cráteras de oro

que laboró el cincel benvenutino,

champagne, bullente y bullicioso vino”.

 

“Bebamos en las ánforas de barro

doria hidromiel; en el panzudo jarro

blonda cerveza, y en las cristalinas

frágiles copas el anís sonoro

así como las finas

mixturas sibilinas”.

 

“Porque es dulce olvidar”

 

“Bebamos en las cráteras de oro

el líquido tesoro

que enloquece las mentes

y elide los deseos,

y que sume los sueños impotentes

en helados Leteos”

 

“Porque es dulce olvidar. ¿Algo esculpido

quedar merece en el cerebro? Nada!

Porque es dulce olvidar…”

 

“El viento azota

la cima de los árboles tedioso;

vacila el corazón ante la rota!

 

El espíritu vago!

¡La voluntad errátil

es un tortuoso Yago!

y el soñar aterido…:

¡el soñar aterido y no vibrátil

ni altanero!… y nostálgico, anheloso

de una distinta vida…”.

 

“Los jardines románticos

horros están de idilios.

Y son hueros los cánticos

Jocundos de Himeneo!”

 

“Dormita ya el Deseo!

Ya dormita el Amor!”

“Y yerra —enloquecida—

por sus lueñes exilios

de Dolor,

l’alma pura de Ofelia,

mientras Hamlet, moroso y taciturno

sepultóse en sí mismo!”

 

“Ya no existe

la verdad, si ha existido… Ya no es nada

la belleza, y lo es todo! y la Tristeza

¡cómo es asaz vulgar y adocenada!”

 

“Yo buceo un abismo

y el tal abismo es hueco!

Todo es superficial, mentido y triste.

Todo: el Amor y la Naturaleza,

el Mar, las Nubes, la ideal Belleza:

sólo restan cinismo

rutina, y el enteco

sentido de lo práctico y la cómica

metafísica vómica!”

 

“Es preciso beber la sangre cálida

de los magos elíxires!

complicados brebajes, quinta-esencia,

sudor de las retortas y alambiques;

todos los filtros químicos y alquímicos;

el díctamo, el nepentes,

súmanme en la demencia!”

 

“En el absintio quiero que se esconda

—tras de su sirena glaucos ojos—

mi espíritu arbitrario,

mi corazón, y toda la amargura

de abolidos despojos!”

 

“Es preciso beber la sangre cálida

sangre morena

o sangre blonda!

En el absintio quiero que se esconda

—tras de sus glaucos ojos de sirena—

mi corazón, y toda la amargura!”

 

“La azul locura pálida,

soberana locura,

se asile en mi cerebro solitario!”

 

“Bebamos en las cráteras de oro

todo el licor que corre por la vena

de la pródiga uva;

y hagamos la serena

—la serena o la loca—

vida del que en sí propio no se toca

y que en nada se halla…:

 

—Búdico sér en éxtasis,

Jaiyám bajo los astros,

Edgar en la taberna,

Diógenes en su cuba…

Desdeñosos e impávidos,

sonrientes,

mirando la batalla

sempiterna,

mirando la batalla

de apetitos, la gresca y el estridir de dientes

y el vulgar forcejeo

para ascender, para medrar, para vivir…”

 

“Nosotros —sí, nosotros—

olímpicos yazgamos sobre el trípode sacro:

claudicantes e irónicos,

sonrientes

espectadores del simulacro,

sin recordar,

sin añorar,

sin anhelar,

¡sin un solo deseo!

 

“Bruña el trágico véspero

con sus hórridas lumbres

incendiarias;

dóre el amanecer con vagas lumbres

y medias-tintas de atediada suavidad;

o aljofáre la luna

del bebedor la cabellera bruna

o la blonda o endrina cabellera

nimbada de doliente claridad,

y bebamos el vino,

y bebamos el vino,

y bebamos el vino!”

 

Aquesto dixo el Ebrio una vegada.

Aquesto dixo con su voz cansada.

Aquesto dixo por la madrugada.

 

Yo dello non me curo. Yo dello non sé nada.

 

 

 

 

 

 

BALADA DEL TIEMPO PERDIDO

 

I

 

El tiempo he perdido

y he perdido el viaje…

 

Ni sé adónde he ido…

Mas sí vi un paisaje

sólo en ocres:

desteñido…

 

Lodo, barro, nieblas; brumas, nieblas, brumas,

de turbio pelaje,

de negras plumas.

Y luces mediocres. Y luces mediocres.

Vi también erectos

pinos: señalaban un dombo confuso,

ominoso, abstruso,

y un horizonte gris de lindes circunspectos.

Vi aves

graves,

aves graves de lóbregas plumas

—antipáticas al hombre—,

silencios escuché, mudos, sin nombre,

que ambulaban ebrios por entre las brumas…

Lodos, barro, nieblas; brumas, nieblas, brumas.

 

Ni sé adónde he ido

y he perdido el viaje

y el tiempo he perdido…

 

 

 

II

 

El tiempo he perdido

y he perdido el viaje…

 

Ni sé adónde he ido…

Mas supe de un crepúsculo de fuego

crepitador: voluminosos gualdas

y calcinados lilas!

(otrora muelles como las tranquilas

disueltas esmeraldas).

Sentí, lascivo, aromas capitosos!

¡Bullentes crisopacios

brillaban lujuriosos

por sobre las bucólicas praderas!

Rojos vi y rubios, trémulos trigales

al beso de los vientos cariciosos!

Sangrantes de amapolas vi verde-azules eras!

 

Vi arbolados faunales:

versallescos palacios

fabulosos

para lances y juegos estivales!

Todo acorde con pitos y flautas,

Cornamusas, fagotes pastoriles,

y el lánguido piano

chopiniano,

y voces incautas

y mezzo-viriles

de mezzo-soprano.

 

Ni sé adónde he ido…

y he perdido el viaje

y el tiempo he perdido…

 

 

 

III

 

Y el tiempo he perdido

y he perdido el viaje…

 

Ni sé adónde he ido…

Por ver el paisaje

en ocres,

desteñido,

y por ver el crepúsculo de fuego!

 

Pudiendo haber mirado el escondido

jardín que hay en mis ámbitos mediocres!

o mirado sin ver: taimado juego,

buído ardid, sutil estratagema, del Sordo, el Frío, el Ciego.

 

 

 

 

 

 

 

SONATINA EN LA BEMOL

(Noche morena)

 

Cantaba.

 

Cantaba. Y nadie oía

los sónes que cantaba,

 

Metido por la noche

los hilos teje de su cántiga:

hilos de bronce que son hilos ásperos de su tedio;

hilos de sangre de corazón,

hilos de laboriosa araña

—hilos de seda­— que es el ensueño que se arrebuja

bajo su melena flava.

Metido por la noche que le rodea

con mallas de silencio —muelles

sillones de velludo—, mallas

cariciosas como queridas

sobre la sien afiebrada:

 

Cantaba.

 

Cantaba. Y nadie oía

los sones que cantaba.

 

Su voz es como el eco de inauditas

músicas, ni en los sueños sospechadas.

¿Tañer de amorosas guzlas

moriscas? ¿de sacabuches y de flautas

pastorales, y de violas de amor?

 

O el jadear ciclópeo del órgano

que tientan los dedos o las zarpas

de Bach y Haendel y de Franck? ¿O el prodigio

insólito que logra de la nada

el milagro de la sinfonía

donde no se funden y todas las voces cantan?

Su voz es como el eco de inauditas

músicas ni en los sueños sospechadas:

o de músicas mútilas

urdidas en la propia fábrica

loca, de su cabeza:

“porque se mata lo que se ama”,

decía —mordicante— el Réprobo:

música supliciada!

 

Cantaba.

 

Cantaba. Y nadie oía

los sónes que cantaba.

 

Ni la selva, ni la noche le oía

ni tú, ni nadie, ni nada!

 

¿Le oía el hosco cerco

de la selva cerrada,

cerrada como los oídos

y los caletres de la gente tonta y chata?

Le oyera la selva, le oyera

si a gritos cantara

—tal el viento y al  modo de la tormenta:

pero canta muy paso: si —a veces—

su canción es callada,

muda, como los objetos abiertos,

húmedos… que no dicen palabra.

¿Le oyera la noche, de tibias

estrellas colmadas las sienes,

de tibias estrellas estigmatizada?

¿Vestida de negro suntuoso

le oyera la noche trágica

cuando el vocerío del trueno

y el zig-zaguear de los relámpagos?

¿Le oyera la noche tácita

cuando con paso desfalleciente

cruza sus sendas la luna alunada?

¿Le oyeras tú, la mujer ilusoria

de ojos sombríos y boca macerada?

 

Ni la noche, ni la selva le oía,

ni tú, ni nadie, ni nada!

 

Cantaba.

 

El mismo no se oía

la canción que cantaba.

 

 

 

 

 

 

 

FACECIA

 

Yo fice versos en rima terciana

—cosa es pecado de adolescencia—

ansí como versos trabados de cienscia

retórica: asaz cosa vana!

 

            Agora, mis versos…: bufón tarambana

aduna el capricho con la impertinencia,

los ritmos asorda, las rimas silencia…

Son cantos de rana: diz la gente llana…

 

            La rana música, de timbre nasal

e irónico. Oh músicas plagadas de duro

encanto, suaves disonancias, límpidos desacordes!

 

            La gente llana diz que suena mal…

Yo fice versos en rimas “sabias” en tiempo antefuturo:

y estoy harto de tal simpleza hasta los bordes!

 

 

 

 

 

FAVILAS

 

            Yo soy el Viento.

                                               Alígero discurro

por los collados; con mis brazos ciño

la esbelta línea, el musical susurro

y el tibio aroma y el logrado afán.

De grana ardiente el gris otoño tiño,

y entre mis brazos de tiznado armiño

vibran los sueños que a mi ardor se dan.

 

            Yo soy el Viento.

                                               Impávido discurro

por el vórtice. Lúgubres aúllen

trenos de espanto y gélido susurro

lacerante, en mi torvo, hórrido afán.

Sordas nenias mi hejíra álgida arrullen…

Bah…: mis brazos aspérrimos se mullen

para los sueños que a mi ardor se dan.

 

            Yo soy el Viento.

                                               Y al azar discurro.

Y a ti y a mí la misma melodía

nos exalta! Me abrevo del susurro

de tu voz! Es mi afán tu propio afán!

Tu férvida pasión nutre la mía!

Saciar tu árida sed mi sed ansía,

y henchir los sueños que a mi ardor se dan.

 

 

 

AIRE PARA FAGOTE

 

A Germán Arciniegas

En mi rincón le insuflo a mi fagote

Vientos de libre poesía.

 

            Vale, vale la pena:

(como no brinquen multitudes en algarabía

—bárbara tribu diapreada de achiote—

y aunque no salten soledades de Góngora y Argote…):

 

            ¡surta, clara, serena,

Sincronizada, esbelta Arquitectura,

Música pura,

libre Poesía!

 

            En mi rincón le insuflo a mi fagote

vientos de libre poesía!

 

            Vale la pena, vale:

y así chillen don Pánfilo, don Zote,

doña Carraca, doña Chirimía:

¡toda la trinca! ¡todo el cotarro! ¡el zafio lote!

 

            ¡como apruebe la Onfale

cuya rueca devano, Esfinge Obscura,

sóla Aventura,

mía Fantasía!

 

            En mi rincón le insuflo a mi fagote

vientos de libre poesía.

 

Vale, vale la brega:

¿muy ronco el timbre para el flébil estrambote

de mi Balada? ¿muy áspera la voz? ¿la melodía

muy tosca? ¿a los oídos es azote

mi trova nocharniega?

 

            ¡no me importe!: si ríspida y si dura,

de esa sólo se cura

la Musa mía!

 

            En mi rincón le insuflo a mi fagote

—don Pánfilo, don Péndolo, don Zote,

doña Carraca, doña Chirimía—

vientos de libre y pura y de díscola y recia poesía.

 

 

 

 

 

 

SONECILLO

 

            Talvez sólo en mi canto perdurará el perfume

que embriagó y saturó con inefable

y aciago aroma nuestro ensueño iluso.

 

            Serás —mañana— ingrávida Ulalume,

nombre apenas, de rostro imprecisable?

 

            Y un día —yo, señero baladino—

borracho con el más capsioso vino,

cantando —iluso— un turbio desatino,

pensé encontrar el único camino

en un amor que mi amor se fingía:

y eras la luz, y el canto, y la alegría;

y ebrio mi corazón contigo ardía:

tus muslos luengos —doble láctea vía—

mi noche torva fueron, y mi día

claro, y el ciego enigma de mi sino.

 

            Oh tú, Giulietta Dóni! Talvez nunca

tu supieras cuán hondo fué ése amor,

oh zagalilla! —Al alma tuya adunca,

mi ingenuo cáos, mi sapiencia trunca,

mi pasional, mi tórrida espelunca

talvez fueran no más liviano ardor…

Te imaginé muy alta: como el alto

pico cimero —pórfido o basalto—

donde se erige, inútil al asalto

mi bravo orgullo que de hastío esmalto,

de ensueños bruño y de emoción exalto:

oh tú, Giulietta Dóni! Talvez nunca

tu supieras cuán pulcro fué ése amor!

 

            Y ésta tensión, ésta inquietud, ésta acerba

asfixia lancinante —rencor, amor, deseo de la nada—

serán un día vágulo recuerdo?

serán brisa fugaz que hendió la hierba

y susurró una música olvidada?

serán un día vágulo recuerdo

que un instante conturba, agita, enerva?

Serán, un día, ingrávida Ulalume,

nombre apenas de rostro imprecisable?

 

            Borroso —acaso—, anónimo, difuso,

talvez, sólo en mi canto perdurará el perfume

que embriagó y saturó con inefable

y aciago aroma nuestro ensueño iluso…!

 

Marzo 17/9 1934 – Julio 15 1935

 

 

 

 

 

 

 

TROVA DEL CAZADOR DE EFÍMEROS ARREBOLES

 

A Baldomero Sanín Cano

 

Es ésta entonces la ávida vida abierta

a todos los insólitos vientos del Azar,

a todos los sólitos vientos

pregustados?

                    ¿Es ésta?

                                    ¿Y aquí pensé encallar?

 

¿Aquí pensé afincar el ancla?

                                          ¿y, por siempre, fijar

la vagabunda nao?

 

—Para, con la ánima despierta,

y en el tufo salino y en los vientos insólitos,

desaforados, turbulentos,

(con el sutil oído, con la aguda nariz —unánimes acólitos—)

captar, captar, captar

la ciencia del fugado mar?

 

¿Es ésta, es ésta,

ánima mía,

corazón mío, espíritu mío, —sitibundos—,

corazón mío, espíritu mío, —errantes—,

frenéticos, vagabundos,

vaga mundos

desalados,

                —es ésta,

es ésta entonces la ávida vida, soberana

de toda la cosa terrena y de la sideral y de lo que ideó el ensueño?

 

La ávida vida abierta como los fijos ojos

horadantes y como los oídos —caracoles profundos—

y el pensieroso ceño,

y la frente, —campana:

 

y la frente —campana— para albergar los aladíneos despojos

de las piraterías y los asaltos inverecundos:

los sables de abordaje —azules— de sangre rojos;

los labios —rojos— azules de mares y mundos;

los dedos enjoyados de acariciar la hembra (en cuyos lientos,

madorosos, musgosos refugios perfumados

descubrieran maravillosos Eldorados

y de abenuz y múrice deleitables portentos…)

 

Es ésta, es ésta

ánima mía sitibunda,

corazón mío, espíritu mío —ardientes,

insaturables, inextinguibles, indómitos, eternos insurgentes—,

¿es ésta entonces la ávida vida soberana,

y soberana de toda la cosa terrenal y sideral, o que soñó —cogitabunda—

la grávida campana

pletórica de fantasías indehiscentes?

 

La ávida vida abierta como los horadantes

fijos ojos insomnes y vigías

y los oídos, caracoles,

y la frente, campana:

 

y la boca, que al mar hurtó salobre aliento;

y la melena, ansia de fugas a los vientos errantes;

y el espíritu, al mar y al viento y a los soles

de öro y a las noches de terciopelo endrino,

—la libertad, la música recóndita y el encanto marino:

oh cazador de efímeros arreboles!

 

Oh cazador de efímeros arreboles,

de bocas y de ensueños que el deseo satura

de nó sabido hechizo!

 

Oh cazador de arreboles efímeros,

de espíritus y sexos que el deseo enaltece

—transitorio— y que abaja el hastío;

oh cazador de nubes, navegador de nubes,

cabalgador dc sombras, propugnador de olvido,

domeñador de vientos!

 

Oh cazador de arreboles efímeros,

argonauta en océanos de sónes,

y en piélagos de ritmos

argonauta, y en noches de pasión y de perfumes

sexüales…!

¡oh noches de terciopelo endrino!

 

Es ésta entonces la ávida vida abierta

y a todos los milagros y a todos los portentos

y maravillas?

¿y a toda la cotidiana cosecha

pregustada?

                  ¿o a lo que sembró el Azar?

¿o a todos los prodigios y a todos los mirajes

embaïdores, y espejismos aladinescos, y señuelos,

e indehiscentes fantasías?

 

¿Es ésta, es ésta,

ánima mía,

corazón mío, espíritu mío —jamás, jamás saciados!—,

corazón mío, espíritu mío —satisfechos nunca!—

¿es ésta entonces la ávida vida de mis sueños,

la ávida vida soberana

de toda la cosa terrena y sideral o que ideó mi cogitar?

          ¿Es ésta?

                          ¿Es ésta?

                                            ¿Y aquí pensé encallar?

 

 

Zuyaxiwevo Febrero 1931 – var. Agosto, Septiembre, Octubre 1931 Netupiromba.

 

 

 

 

 

 

RELATO DE DIEGO ESTÚÑIGA

 

Con viento fresco ídos, ídos, ídos,

fantasmas lívidos.

 

Luengos son años y muchos –conmigo–

que estáis, fantasmas, fantasmas lívidos.

Luengos son años…                                              

Desde ésos años: –ingenuo niño,

boca fragante, rubias guedejas,

ojos atónitos de verde y oro–;

hasta éstos años: –turbio y mohíno,

boca hastiada, grises ojeras,                                  

duros, sarcásticos, áridos ojos…–

Luengos son años!

Desde ésos años: –mancebo esquivo

boca anhelosa, negras ojeras,

ávidos, ebrios, ingenuos ojos–;                             

hasta estos años: –de horror ahíto,

boca sangrante, calva melena

ojos acedos de gris y rojo…–

 

Desde ésos años: –Werther gratuito,

Manfredo fosco, René tronera,                             

Leopardi, Shélley, Sorel y Adolfo–;

hasta éstos años: burlón y frío

boca amargada, barba taheña,

duros, sarcásticos, trágicos ojos–;

desde esos años: –Baco Dionysos,                       

júbilo y danzas, boca sedienta,

húmidos ojos de brillo erótico–;

desde esos años: –mancebo tímido,

lúbrico y lúgubre fatal poeta,

boca angustiada, rutilos ojos–;

desde ésos años: –sátiro en rijo,                           

boca gozosa, densas ojeras,

ojos lascivos de verde y oro…

Luengos son años…!

 

Hasta éstos años: –galán manido,

boca anhelosa, boca sedienta,                            

ávidos, ebrios, voraces ojos–;

hasta estos años: –acerbo, cínico,

(desdén, desprecio, befante mueca)

Y errante, exórbite, y huraño y solo!

Luengos son años!                                             

Luengos son años que estáis conmigo,

Fantasmas lívidos, fantasmas lívidos!

 

Con el viento fresco, idos…

                                   idos…

                                              idos…

 

                                                          Zuyaxiwevo, I 1930.

 

 

 

 

 

RELATO DE ALDECOA

 

A Gilberto Owen

 

El dorado crepúsculo sobre el río vertía

monedas falsas de asaz legítima apariencia

t —de adehala— pedrería

de esa que halló Aladino cierto día

(o noche) en mi presencia.

 

El dorado crepúsculo… Recuerdo,

recuerdo que era en tierras del Lueñe Kok-O’jondoh,

orillas del Bredunco solitario,

y en Robinsonia, tropical hacienda:

en Robinsonia, do se enlucia al cerdo

y al bovino se engorda,

y —esa ocasión— refugio del musageta orondo:

vatea antaño lunario,

antaño citareda macabrista,

funámbulo trovero fantasista,

y que, hogaño, no a Diana sino a la selva asorda

con su insólita cántiga tremenda

—rival de la cigarra que en la selva redunda,

y del río y su queja gemebunda

que sólo cesa cuando se desborda—

 

En tierras del fabuloso Kok-O’jondoh,

esta ocasión  refugio del musageta orondo:

porque era, entonces,  Yo —Rapsoda Inulto—

el Exilado, con veleidades aventureras:

no ahora el vate “culto”

gongorino (al decir las plañideras…):

el Exilado, el Extranjero, llano y mondo,

¡el Exilado! con veleidades aventureras…

¡Sindbad un si es no es un poco restringido,

un poco mucho! Sindbad ad usum Delphini! (para el caso, Delfini?)

algo así como si delante a Bach el flébile Bellini,

delante a Michelángelo, Berníni,

¡o Maritornes reemplazo de la Venus de Gnido…!

 

¡Sindbad un si es no es un poco restringido…!

 

Oh generosa aventura fallida apenas naciente!

oh Icaro prematuro, alas de cera…!

 

El violado crepúsculo sobre el río dejaba

caer las amatistas falsas, caer las amatistas

falsas (que las auténticas mejores)

y disparaba —del más raro oriente—

Margaritas, que Cleopatra no bebiera…

y —de adehala— a guisa de presente

(simpar apoforeta) sobre el río ponía

a la misma Reina de Saba

—Makéda toda luz, toda noche sombría—

desnuda, apenas vestida de sus rubores

decadentistas

y de sus cabellos y sus vellos de jacintos

y de las amatistas

crepusculares, y de epitalámicos olores

en vedados recintos…

 

El violado crepúsculo… Recuerdo,

recuerdo el ánima en vela! De filtros rebosante

—angustiados— el indomado espíritu! Ebrio de vida, ansioso,

el corazón, tras ilímites vuelos!

En mis oídos cantaba la voz de Eleonora!

En mis oídos cantaba la voz de Isabeau, la Valkiria!

En mis oídos cantaba la voz de Dinarzada!

La voz de Melusina!

Sobre mi pecho reclinaba su cabeza ensoñadora

Xerezada, y sus brazos acariciaban mis sienes insurgentes!

Delante a mí las bayaderas

danzaban sus danzas más exquisitas!

Delante a mí cantaban las excelsas músicas

y en mis oídos vertían los sónes

excelsos:

en mis oídos cantaba la voz de Eleonora,

annabélica,

y en mis oídos cantaba la voz de Dinarzada,

y en mi boca sarcástica se posaban los labios febriles de mi Noche Morena…!

 

 

Prometeo,

Prometeo mansueto, horro de buitre

—como no fuera el buitre lancinante

de mis propios deseos,

del Deseo…—

Prometeo,

el postrero de todos los Prometeos,

Prometeo mansueto, bufón, pitre,

horro de buitre, horro de buitre,

¡como no fuera el buitre de mi deseo trunco!

 

El fugado crepúsculo sobre el río regó

legítimas estrellas

—Monedas invaluables—

(puñados de monedas para los miserables

la noche dispendía con lujo millonario…)

 

Legítimas estrellas,

auténticas estrellas el fugado crepúsculo regó

sobre la sien del zahareño solitario,

sobre el raso fugaz del viejo río,

y desde el estuche de terciopelo de la Noche Encendida…

 

1926-1930-1931

 

 

 

 

 

RELATO DE HARALD EL OBSCURO

 

Oh playas verdeantes de algas marinas, sobre

las guijas de estridente diamante y flavo cobre.

Oh piélagos preñados de la cálida voz de las sirenas.

Oh piélagos que nutre denso susurro: —trenos

de náufragos a la deriva por sus senos

procelosos, y que yá dormirán en las ondas serenas.

 

Yo anhelo tus ilímites planicies: hielos glaucos,

brumas, nieblas —última Thúle— para ulular mis turbios himnos raucos!

 

Yo soy Hárald, soy Hárald el Obscuro.

 

Todos los viajes, todos mis viajes, son viajes de regreso.

Yo torno ahora, retorno ahora del azur y hacia el azur.

Violada luz diaprea sus rútilos zafiros.

Voz de sangre sus zafiros denigra.

Mas no otro azur desea mi vagabundo sueño:

 

sólo ése azur cebrado de violas, ése azur ocelado de abenuz…!

 

Oh piélagos transidos de agorera pavura irremisible.

Oh piélagos que asorda gríseo clangor: equale

de trombones, en lento ritmo y voz velada, audible

sólo para los seres que un Fátum fúnebre señale…

 

Yo anhelo tus ilímites planicies: hielos glaucos,

brumas, nieblas —última Thúle— para ulular mis turbios himnos raucos!

 

Yo soy Hárald, soy Hárald el Obscuro.

 

Yo sólo amo tu amor, fatal Isolda.

Erigiremos en todos los caminos nuestra gitana tolda

aventurera.

Yo sólo amo tu amor, oh brava Isolda!

Brava Isolda hechicera!

 

Yo soy Tristán de Leonís: —ligera,

por todos los océanos nuestra nao pirata

discurrirá indolente, con viento ameno o duro:

bajo la lumbre de topacio

del sol;

bajo la luz morena de la rosa de plata;

o en la noche ceñuda —lúgubre y agorera—.

 

Por todos los océanos nuestro amor, y el espacio

sin lindes, y el ensueño, y hacia lo ignoto navegar. . .

Por todos los océanos nuestra libre galera:

y en el palo cimero la flámula escarlata

con una rosa endrina,

y en nuestros corazones la rosa purpurina

y la flámula negra…

 

Nuestra nao pirata

discurrirá por todos los océanos al azar, al azar, al azar …

Erigiremos en todos los caminos nuestra gitana tolda

aventurera,

y el refugio ilusorio de nuestro ciclo errátil e inseguro…

 

Yo sólo amo tu amor, mi brava Isolda,

yo sólo amo tu amor, Ilse hechicera,

yo soy Tristán, soy Hárald el Obscuro.

 

Dancé cantando mi canción acerba.

Era el véspero, casi la noche, era el véspero de ceniza.

 

El ardeño cocuyo su luz irradiaba.

Su lumbre ingenua mi ingenuo corazón iluminaba.

 

Mas mi espíritu pérfido mi ingenuidad enerva,

y en el ingenuo corazón desliza

fragante zumo de su ponzoñosa hierba.

 

Yo soy Tristán, soy Hárald el Obscuro.

 

Divagar. Divagar por inéditos climas.

Metafísicos vórtices. Remansada sapiencia.

Júbilo y alborozo sensüales.

Ebrias sedes. Acidia muelle. Venus autumnales,

ingrávidas asolescentes:

                                         oh vendimias opimas… !

 

Al propio tiempo, nugacidad. y vacío, y nesciencia…

 

Oh mujer, arcangélico vampiro,

demoníaca Ofelia, cándida cervatilla. híspido endriago!

 

Todo lo excelso aroma en tu sollozo y en tu suspiro

y en tu sonrisa!

 

Perfuma en tu pasión lo deletéreo y lo inefable, lo joyoso y lo aciago!

 

Tifón de tempestades y sosegada brisa

cantan en tu pasión:

y en trémulo murmurio pulcro balbuce en tu corazón!

 

Yo soy Hárald, soy Hárald el Obscuro.

Yo soy Tristán de Leonís, acedo.

 

Yo sólo amo tu amor, Ilse hechicera,

yo sólo amo tu amor, fatal Isolda,

mi brava Isolda!

 

Yo soy Hárald, soy Lancelot: —blanda sonrisa, corazón perjuro—:

yo sólo amo tu amor, tu amor áspero y ledo,

venenoso y lustral, proclive y puro,

pérfido y claro, y abisal y erguido!

 

Yo sólo amo tu amor. Ilse hechicera,

Furia hechicera, Lálage hechicera:

 

Yo sólo de tu amor —Ilse— me curo:

y al azar de las rutas erigiremos nuestra tolda,

fatal Isolda,

y en nuestra tolda un penumbroso nido,

y al azar de los vientos singlará nuestra nao aventurera…

 

Yo soy Hárald, soy Hárald el Obscuro.

 

 

 

 

 

RELATO DE GUILLAUME DE LORGES

 

Yo, señor, soy acontista.

Mi profesión es hacer disparos al aire.

Todavía no habré descendido la primera nube.

Mas, la delicia está en curvar el arco

y en suponer la flecha donde la clava el ojo.

 

                    Yo, señor, soy acontista.

 

¡Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alcotanes, halcones

acudid a la voz del acontista!

y enderecemos nuestras garras a la conquista

de las nubes, volubles como los corazones…

y —cual los corazones— inmutables.

 

                    Yo, señor, soy acontista.

 

También he sido juglar en los mesones.

Revendedor de bulas.

Tañedor de laúd.

Y tragador de fuego y engullidor de sables.

Y bufón en las ferias.

Damas de los castillos a catar diéronme frutos de acendrada virtud:

¡noches de bendición!

Otras noches fueron bien miserables.

 

                    Yo, señor, soy acontista.

 

También me he entretenido en cosas serias:

conocí al asno de Buridán

y al propio Buridán, que estuvo en la Tour de Nesle

(alguna vez fui con él,

pero me devolví de la poterna)

y vi ahorcar en Montfaucon

a Messire Enguerrand de Marigny.

Poco en letras leí…

mas sí he bebido buenos vinos, paladeado vianda tierna,

y comido del mejor pan.

 

                    Yo, señor, soy acontista.

 

Mi profesión es hacer disparos al aire.

¿Todavía no habré descendido la primera nube?

También soy jugador de dados

y tengo mis ribetes de asesino.

Presumo haber —en lontana ocasión— hurtádome los vasos sagrados

de ya no sé qué iglesia, abadía o convento.

(Creo que han sido mías varias esposas de Jesús,

cuyos votos de castidad y su amor al esposo divino

fueron plumas al viento

y golondrinas migratorias que soltaron su vuelo desde la Cruz…)

¡Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alfaneques, halcones:

acudid a la voz del acontista!

Y enderecemos nuestras garras y nuestros picos a la conquista

de las nubes volubles como los corazones…

y —cual los corazones— siempre iguales.

 

                    Yo, señor, soy acontista.

 

También resulto un poco lento y un mucho largo en las mis relaciones…

Juzgo que hay caso de fantasía en mi rapsodia:

pero ni yo soy Tácito, ni aquestos son Anales…

¡Tampoco he de cantar la palinodia

ni de irrumpir en monótonos trenos!

 

                    Yo, señor, soy acontista.

 

Nada más. Nada menos.

 

Y tengo sueño y tengo sed, señor. ¡Salud! ¡Y abur! señor, ¡abur! Y hasta otra vista.

 

 

 

 

 

 

 

 

En Karlavéguen 115-2 habita ahora la heteróclita trinca, (sic) de los bobalicones videntes y de los zahoríes romos en cofradía pan-babélica, disparatando a-capella (fuera de toda polifonía pero polifónicos etimológicamente sí) soltando gallos también como solistas. Imaginaos 4 nonetos de Webern, por ejemplo, que actuaran simultáneamente, batuteado cada noneto por un maestro concertador: nuestros cuatro maestros concertadores somos Bogislao, Beremundo, Sergio Stepanovich Stepansky y Lao Leo y cada uno es, a más de director, solista, en el noneto vecino –a la izquierda–. Dirige el 1er conjunto, Bogislao, y toca el trombón en el 2º. Dirige el 2º Beremundo, y toca la trompeta en el 3º. Dirige el 3º Sergio Stepanovich Stepansky y toca la trompa en el 4º. El Lao LEO dirige el 4º y toca el oboe en el 1er conjunto. El Lao Leo tañe el azumbaibe –en las sonatas-dúo desde que salió del altiplano, desde meses antes de salir. Y el azumbaibe, ni es solista ni aprovecha en conjuntos mayores que el plural mínimo. Tomemos por ejemplo el Noneto de Webern que escuchamos ha poco. Se trata del Concierto para nueve instrumentos opus 24 de 1934. Y lo llamanos Noneto para abreviar –nada tiene que ver con el Noneto como forma ya conocidia–. Es un Concierto para piano, violín, viola, faluta, oboe, clarinete, trompa, trompeta y trombón, si no nos fallan las mientes. El cuádruple Cocnierto desconcertado que la trinca ejecuta de contino es de escucharse y no se oírse, o de no escucharse y de irse, porque no es para las gentes de orejas largas y de cortos cacúmenes y de sordas centrales receptoras. Es un desconcertado cuádruple concierto de 36 voces solistas. La melodía es del Leo, la armonización es de Beremundo, el ritmo, de Sergio Stepanovich Stepansky y la instrumentación es de Bogislao. Y él es siempre distinto y es uno solo siempre: el tema que preside y define las Variaciones Alrededor de Nada. Este es el tema, múltiple y único. Plural y singular, solo y vario. Los temas son éstos: pares nones. Nones o Pares al infinito. Pares y Nones en progresión aritmética y geométrica. Este es el Tema: ninguno. El Tratado absoluto de la Sintemática, está en el obrador. Se está en la faena de gestarlo y de darlo luego a luz. Ya sé cumplió a cabalidad la función genitora. Se llevará el tiempo completo: que no vaya a resultar sietemesino el engendro.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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