Citlaly Aguilar Sánchez vuelve al ganador del Premio Nobel de 1962: John Steinbeck. Va de Las uvas de la ira a De ratones y hombres, y de La perla a Al este del Edén para reconstruir una imagen de uno de los narradores más influyentes de nuestro tiempo.
Como cuando alguien nos gusta mucho
Un día apareció en mis actualizaciones de Facebook un artículo sobre los libros que recomienda Emma Watson; lo leí porque quería saber en cuáles coincidimos. Me llamó la atención que en su supuesta lista estuviera Al este del Edén de John Steinbeck, porque desde el año pasado lo tenía acomodado en mi escritorio justo frente a mi cama; digamos que cuando me levantaba era el primer título que veía, pero como es un ladrillo de seiscientas páginas me intimidaba y me hacía voltear hacia otra parte, como cuando alguien nos gusta mucho y ante su mirada nos sentimos torpes e imperfectos.
Luego de verlo como recomendación de Watson me decidí a abrirlo y en las dos semanas siguientes no hubo día que no hablara sobre esta novela con alguien. Es de lo más bonito que he leído hasta ahora. Puedo decir que disfruté cada una de sus líneas como hace mucho no disfrutaba una lectura, como cuando salimos por primera vez con alguien que nos gusta mucho.
¿Qué más se puede decir sobre el ganador del Nobel de Literatura de 1962 que no se haya dicho, ya? Quizá solo lo que una lectora asidua de su obra experimentó con esta novela, puesto que, según se sabe, Steinbeck mismo dijo que esta era la cumbre de su trabajo como escritor, que las que escribió antes solo fueron un ensayo.
Un año antes leí Las uvas de la ira, que es quizá su novela más conocida, la cual es una clara crítica al sueño americano y una verdadera oda a la pobreza de una manera que los mexicanos calificaríamos de rulfiana, pues los personajes son tan plásticos y su miseria tan palpable, que nos hacen vivir en carne propia una de las emociones más terribles: la desesperanza.
Como la narrativa de este autor me fascinó, busqué otras de sus obras y leí De ratones y hombres y La perla, ambas son novelas cortas que tienen en común con la antes mencionada los personajes que viven en condiciones deplorables y que, sin lograrlo, buscan acceder a una realidad menos cruel. En estos tres libros, la fórmula parecería similar y lo que produce en el lector un mismo efecto, no así en Al este del Edén.
En esta gran novela, Steinbeck narra la historia de dos familias, los Trask y los Hamilton, estos últimos son la ascendencia del escritor, y de Salinas, en California, lugar que, aunque yermo, es el Edén en el que se desarrollan sucesos importantes. Particularmente, el texto se centra en lo que concierne a Adán Trask, quien, tal cual aquel primer hombre mítico, se encuentra en un lugar que lo hará más mortal.
Todos los personajes, incluído el autor de la composición, son entrañables, pero sobre todo Samuel Hamilton, quien se presenta como el gran abuelo sabio, aquel que tiene siempre un sabio consejo y una palmada en la espalda de consuelo cuando las cosas no pintan bien. Por eso y otras cosas es que uno no puede dejar de hablar de esta novela mientras la lee, porque se hace parte de uno mismo, de nuestra vida cotidiana; se pega entre los dedos como golosina y no hay agua que se posible de quitar ese dulzor.
Dicen que cuando le preguntaron a Steinbeck si creía que se merecía el Premio Nobel de Literatura dijo: “Francamente, no”, pero debe ser esta una frase retórica y llena de ironía o falsa modestia, porque al terminar de leer esta pieza de su prolija prosa uno se queda triste y feliz, como cuando se ama mucho a alguien que se ha ido, pero se quedará siempre, es decir, es la gran obra, la gran novela de este escritor que, más allá de reconocerla con distinciones elegantes, podemos reconocerla con el corazón, por más cursi que esto suene.