Las diez plagas de México o el eterno retorno de lo mismo

Recordamos un texto de fray Toribio de Benavente, Motolinía, “Las diez plagas de las Indias”, que da cuenta de los años inmediatamente posteriores a la caída de Tenochtitlán. Lo leemos desde el famoso aforismo 341 de La gaya ciencia  de Nietzsche. Sobre Motolinía, dice Robert Ricard, que “su relato, si no el más completo, es quizá el más valioso, pues se trata de un testigo que cuenta con fidelidad y candor, lo que hizo y lo que vio”.

 

 

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341

 

¿Cómo te sentirías si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en la más solitaria de tus soledades y te dijera: “Esta vida, tal como la estás viviendo ahora y tal como la has vivido [hasta este momento], deberás vivirla otra vez y aún innumerables veces. Y no habrá en ella nunca nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer, cada pensamiento y cada suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida deberá volver a ti, y todo en el mismo orden y la misma secuencia – e incluso también esta araña y esta luz de la luna entre los árboles, e incluso también este instante y yo mismo. ¡El eterno reloj de arena de la existencia se invertirá siempre de nuevo y tú con él, pequeña partícula de polvo!”?

 

Nietzsche

 

 

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Las diez plagas de las Indias

 

Hirió Dios y castigó esta tierra y a los que en ella se hallaron, así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas. La primera fue de viruelas y la trajo un africano herido de viruelas que se comenzaron a pegar a los indios, que nunca la habían tenido, morían como chinches a montones, otros de hambre, debido a la enfermedad. Después un español vino herido de sarampión que también pasó a los indios, muriendo muchos.

La segunda plaga fue los muchos que murieron en la conquista. Dice que murieron más que en Jerusalén, cuando la destruyeron Tito y Vespasiano.

La tercera plaga fue una gran hambre, debido a la guerra, por la falta de maíz.

La cuarta plaga fue de los calpixques, o estancieros, cobradores de tributos de los conquistadores, simples labradores castellanos, que se han enseñoreado de esta tierra y mandan a los señores principales naturales de ella como si fueran sus esclavos, y nunca otra cosa hacen sino mandar, y por mucho que les den nunca están contentos, siquiera que están todo lo enconan y corrompen, hediondos como carne dañada, y que no se aplican a hacer nada sino mandar. Son zánganos que comen la miel que labran las pobres abejas, los indios… en los años primeros, eran tan absolutos estos calpixques (cobradores y mayordomos de las granjas) en maltratar a los indios y en cargarlos y enviarlos lejos de su tierra y darles otros muchos trabajos, que muchos indios murieron por su causa y a sus manos, que es lo peor.

La quinta plaga fue de los grandes tributos y servicios que los indios hacían. Por miedo les daban todo cuanto tenían, oro incluido, y el de los templos; pero como los tributos eran cada ochenta días, para poderlos cumplir vendían los hijos y las tierras a los mercaderes; y faltando de cumplir el tributo, hartos murieron por ello, unos con tormentos y otros en prisiones crueles, porque los trataban bestialmente, y los estimaban en menos que sus bestias.

La sexta plaga fue las minas de oro…; que los esclavos indios que hasta hoy han muerto en ellas no se podrían contar. Y fue el oro de esta tierra como otro becerro por dios adorado, porque desde Castilla le vienen a adorar pasando tantos trabajos y peligros; y ya que lo alcanzan, ruego a nuestro señor que no sea para su condenación.

La séptima plaga fue la edificación de la gran ciudad de México. Es la costumbre de esta tierra no la mejor del mundo, porque los indios hacen las obras, y a su costo buscan los materiales, y pagan los pedreros y carpinteros, y si ellos mismos no traen de comer, ayunan. Todos los materiales traen a cuestas; las vigas y piedras grandes traen arrastrando con sogas, y como les faltaba el ingenio y abundaba la gente, las piedra o la viga, que había menester cien hombres, traíanla cuatrocientos. Y tienen por costumbre de ir cantando y dando voces, y los cantos y voces apenas cesaban de noche ni de día por el gran fervor que traían en la edificación del pueblo los primeros años.

La octava plaga fue los esclavos que hicieron para echar en las minas. Fue tanta la prisa que en algunos años dieron en hacer esclavos, que de todas partes entraban en México tan grandes manadas como de ovejas, para echarles el hierro; y no bastaban los que entre los indios llamaban esclavos, que ya según su ley cruel y bárbara algunos lo sean, pero según ley y verdad casi ninguno es esclavo. Más por la prisa que daban a los indios para que trajesen esclavos en tributo, tanto número de ochenta en ochenta días, acabados los esclavos traían los hijos y los macehuales, que es gente baja como vasallos labradores, y cuantos más haber y juntar podían, y traíanlos atemorizados para que dijesen que eran esclavos. Y el examen, que no se hacía con mucho escrúpulo, y el hierro que andaba bien barato, débanles por aquellos rostros tantos letreros, además del principal hierro del rey, tanto que toda la cara traían escrita, porque de cuantos era comprado y vendido llevaban letreros, y por eso esta octava plaga no se tiene por la menor.

La novena plaga fue el servicio de las minas, a las cuales iban de sesenta leguas y más a llevar mantenimientos de los indios, cargados. Y la comida que para sí mismo llevaban, a unos se les acababa en llegando a las minas, a otros en el camino de vuelta antes de su casa, a otros detenían los mineros algunos días para que les ayudasen a descopetar; o los ocupaban en hacer casas y servirse de ellos, adonde acabada la comida, o se morían allá en las minas, o por el camino; porque dineros no los tenían para comprarlas, ni había quien se la diese. Otros volvían tales que luego morían, y de estos y de los esclavos que murieron en las minas fue tanto el hedor que causó pestilencia, en especial en las minas de Guaxaca, en las cuales media legua a la redonda y mucha parte del camino, apenas se podía pasar sino sobre los hombres muertos o sobre huesos. Y eran tantas las aves y cuervos que venían a comer sobre los cuerpos muertos que hacían gran sombra al sol, por lo cual se despoblaron muchos pueblos así del camino como de los de la comarca. Otros indios huían a los montes, y dejaban sus casas y haciendas desamparadas.

La décima plaga fue las divisiones y bandos que hubo entre los españoles en México, con sus respectivos ajusticiamientos y destierros: peleas, riñas, tiros entre los conquistadores, poniendo paz los frailes.

 

 

 

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