Alejandro Arras (México, D.F. 1992) lee al narrador mexicano Hiram Ruvalcaba (1988). Lee La noche sin nombre (2018) y Padres sin hijos (2021). Comparte con nosotros su asombro. Ruvalcaba ha recibido distinciones como el Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela 2016, el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2018 y el Concurso Nacional de Cuento Agustín Yáñez. Arras (Ciudad de México, 1992) es escritor y editor. Licenciado en Ciencias Políticas por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado en la Revista de la Universidad de México, Punto de partida, Literal Magazine, Siempre!, etc., así como en los suplementos culturales La Jornada Semanal, Confabulario, El Cultural y el Papel Literario.
Celebración de un cuentista
La presencia en la literatura mexicana de Hiram Ruvalcaba (Jalisco, 1988), con dos magníficos libros de cuentos como lo son La noche sin nombre (2018) y Padres sin hijos (2021), es un acontecimiento que hay que celebrar. Me atrevo a imaginar que tal sobresalto ante su novedad literaria es equiparable a los lectores que leyeron, cuando recién salieron de imprenta, La señal de Inés Arredondo en 1965, o Los viernes de Lautaro de Jesús Gardea en 1979. Es decir, autores un tanto inesperados, contundentes, unánimes, knockouts que entraron por la puerta grande a las letras mexicanas.
Ambos, La noche sin nombre y Padres sin hijos, son libros fundados en las crudezas de la angustia. Historias dolorosamente disfrutables que parecen actualizaciones de temas recurrentes de la tragedia antigua: la muerte del hijo, el hombre que carga un muerto, la supervivencia, etc. Ruvalcaba tiene muchos atributos, pero destacan su capacidad de tensar el arco narrativo y sus atmosferas en las que sitúa, en primer plano, los grandes miedos del hombre. Instantes desgarradores, que se alargan sublimes en pocas páginas. Ruvalcaba cuenta también con la habilidad de que sus personajes se asemejen a lo que naturalmente piensa uno o decide ante tal o cual circunstancia; es decir, sus personajes dudan y actúan como haríamos la mayoría. Al leer, uno reflexiona en las múltiples posibilidades de las que saldría ante tremendos aprietos y lo que sobresalta es que esto se confirme en las absurdas acciones y cuestiones de tales personajes. Formula que solo se puede lograr, no cabe duda, mortificándose al escribirlos. ¿Cómo reaccionar ante la muerte de un hijo? ¿Qué responder ante un criminal que nos obliga a cometer un delito?
En La noche sin nombre (2018) las circunstancias son variadas y a los cuentos los une la desdicha. En todos, la muerte está próxima. Hay una pareja que atropella por accidente a alguien; un hombre que para conseguir los restos óseos de su hija se ve sumergido en laberintos kafkianos; el perro que se ha tragado a un humano que puede ser todos los humanos; narcotraficantes que cortan cabezas para atemorizar a un pueblo cual picotas e inquisiciones virreinales; una llamada telefónica que presagia un suicidio; la pareja que pierde a un niño ahogado en el mar; un padre que obliga a su pequeño a los oficios del carnicero; y, por último, un burócrata que se haya frente a un cadáver en un asqueroso baño público. Cada cuento emplea el lenguaje preciso para efectuar una ejemplar maquinaria cuentistica. La noche sin nombre fue ganador, en 2018, del Premio Nacional de Cuento Joven Comala.
Padres sin hijos (2021) tiene como eje temático las relaciones paternofiliales. Padres duros que, por circunstancias extraordinarias, se sensibilizan, son vulnerables. Ocho cuentos en donde —a excepción de “La flor del aire”— uno entra para salir devastado, pero con esa luz que procuran las reflexiones ante las grandes catástrofes. “Elefantes marinos” es la peor pesadilla de cualquier madre o padre; “Tiempo de calidad” enlaza la felicidad con la venganza; “La flor del aire” aborda metáforas en el vuelo de un colibrí que se golpea y golpea contra un vidrio; “La palabra de Dios” es tal vez el cuento de Hiram Ruvalcaba que más lo emparenta con la tradición costumbrista de su estado natal y con su paisano Juan José Arreola: algunos de estos personajes homéricos podrían ser nietos de aquellos criollos aparecidos en La feria (1963); “Cómo mueren los pájaros” es un paseo de cacería entre hijo y padre; “Por qué no hablas con él” es eco de aquel relato de Raymond Carver, “¿Por qué no bailas?”, en donde una pareja de jóvenes esposos echan un vistazo a una venta de garage y se desarrolla lo excepcional. Padres e hijos cierra y abre sus páginas con un mismo cuento divido en dos, bajo el título de “Visita familiar”: cuento que trata la relación de un hijo con su padre feminicida en dos periodos distintos de sus vidas. Padres sin hijos fue ganador de la primera entrega del Premio Nacional de Cuento José Alvarado 2020, otorgado por la Universidad Autónoma de Nuevo León.
Parece ser que, siguiendo la tradición de Efrén Rebolledo, José Juan Tablada o Manuel Maples Arce, a Ruvalcaba le fascina Japón. Según dice su semblanza, estudió en el Colegio de México la maestría en estudios de Asia y África, además de haber traducido treinta y un relatos de Lafcadio Hearn, junto con Sandra Ruiz, y publicado bajo el título Kwaidan. Extrañas narraciones del Japón antiguo (2018). Es notable que el mundo japonés, de unas décadas para acá, ha sido de suma importancia para toda una nueva generación de narradores. Desde los años ochenta, y a través de medios masivos, Japón nos ha enseñado mucho a los latinoamericanos —mediante el anime y los videojuegos: puerta inaugural— por lo que es de notar la incorporación de estas influencias en las temáticas y paisajes de la literatura del siglo XXI. Hay que mencionar también que en recientes días apareció con el sello del Fondo de Cultura Económica y Tierra Adentro, Los niños del agua —Premio Nacional de Crónica Joven Ricardo Garibay 2020— libro que, cuenta el autor en cierta entrevista, surgió de las experiencias que vivió en su estancia en el país donde nace el sol, entre 2017 y 2018.
Eduardo Antonio Parra, otro unánime ante la crítica, en una presentación virtual de Padres sin hijos dijo: “Creo que estamos ante el mejor cuentista de su generación en México”. La frase se disputa—más allá de que decir “el mejor” es siempre una exageración— entre otros magníficos cuentistas como lo son Alfonso López Corral (Sonora, 1979), Gabriel Rodríguez Liceaga (Ciudad de México, 1980), Eduardo Sangarcía (Jalisco, 1985) o Aniela Rodríguez (Chihuahua, 1992), si utilizamos aquella fórmula de abarcar generaciones cada quince años.
La obra de Hiram Ruvalcaba es una clara muestra de que la literatura mexicana late vigorosa. En sus cuentos —como diría Thoreau —, al igual que la obscuridad de la noche nos permite ver los astros celestes, los sufrimientos que contienen nos permiten asomarnos a los profundos y variados significados de la vida.