Poesía ecuatoriana: Gabriel Cisneros Abedrabbo

Leemos poesía ecuatoriana. Leemos un texto de Wilman Ordóñez Iturralde sobre la poesía de Gabriel Cisneros Abedrabbo a propósito de Somos el mar, publicado por El ángel editor en 2022. Para Ordóñez Iturralde, en este texto, “el poeta Gabriel Cisneros vuelve por los fueros de la memoria. Sus insistentes y casi obsesivos temas sobre el sexo, la muerte, las mujeres, el agua, el fuego, la tierra, la familia, las pérdidas, el tiempo, los amigos, las hermandades, lo ponen, en el lugar donde los álbumes son depositarios de todos los recuerdos”.

 

 

 

 

 

Somos el mar o Ensoñación asimétrica del rito

 

Entre otras buenas razones para estar aquí, esta noche, acompañando al poeta Gabriel Cisneros Abedrabbo, es esta cómplice frase de Albert Camus que a bien viene citarla:

 

Califico de estúpidos a todos los que se nieguen gozar. Más, si el negarse a gozar, es por temor. ¿Acaso el cuerpo tiene una moral? Se pregunta Camus.

 

Y es que Somos el mar es resultado de un desplazamiento lírico del goce. De un bucólico deslizamiento de una peligrosa moral escritural que se hunde sin fe en la búsqueda de lugares de sentidos apareas, asimétricos. De hundimientos y vacíos de una sombra incorporada en sano juicio y en desequilibro. De libidos pulsionales. Porque el mar en este texto no es el mar, ni son las aguas ni las espumas de éste. Menos un horizonte al que se mira desde lejos. El mar es un invento aquí, un imaginado solsticio. Un no lugar. Ya que imparcialmente el mar es un lugar de sentidos y en Somos el mar, el mar es una estampa, un recuerdo lejano y subjetivo, un lugar inverosímil.

Cuidado peco de resabio al descubrir que el mar en este texto no es el mar, que el mar es una mujer y muchas mujeres que habitan las efigies de un solitario hombre desgarrado por el sexo de una y de miles de posibles mujeres que han alimentado la sombra de quien, escriba y escritor, vinculan al alba la literatura y los placeres.

Pero heme aquí en despropósitos, que es hacia donde me lleva el nuevo libro del poeta Cisneros. De Camus a Kerouac.

Jack Kerouac, uno de los grandes poetas y narradores de la Generación Beat indicaba que para escribir había que ser desalmado, salvaje, indisciplinado, impuro, sin moral (lo mismo que Miller o antes de este, François Villón); decía que la poesía, la vital y verdadera poesía de los locos, de los que no se norman, debía venir de abajo, sin dignidad ni vergüenza; y si se escribe desde ese monólogo interior, la historia del poema o la historia equivalente, se resolvería allí mismo.

Entonces ya está el lugar de Somos el mar. Una historia de placeres inacabados. De gnósticas manías que se repiten multiplicadas veces. Un oxímoron de excitados nombramientos. De revelaciones. De gritos donde el mar/mujer o la mujer/mar, indistintamente se nombran, gritan posesos de exculpación y rabias.

 

No tengo miedo de tus cicatrices,
Tu heredad no me es ajena.

 

Escribe el poeta.

 

Soy el mar, afirma. En tu manera única de leer la brevedad de la vida.

 

Cuando un verso trágico como este, que se aproxima al ser, no nos duele, dejamos de ser humanos. Nietzsche tiene razón. Cabizbajo, la voz lírica de todos los poemas de Somos el mar, recorre el vita-murae de quien le asombra, lo hace gemir, y le hiere. Las mujeres de este mar lo martirizan hasta llegar a su agonía. Finalmente no muere el poeta pero satisface su dulce martirio con espartanos espasmos.

Vita-murae. El poeta Gabriel Cisneros ha escrito en profunda agonía y satisfacción su nuevo libro. Corta ya le es la vida. Somos el mar es un largo idilio entre esa mujer que es el mar y el cielo al que el poeta implora que le quite este permanente pesar y desvelo.

 

Debajo de mi están las placas tectónicas y el fuego de tu lava moviéndose infinitamente a un templo donde Dios no tiene rostro o la venganza perversa de los hombres.

 

A veces pienso que el poeta Gabriel Cisneros es la poesía misma. Escribe y emana poesía a diario. Poesía a veces dulce, tragicómica, volátil, desesperada; también dispersa, pero poesía y él, poeta sobretodo. De ahí que, en este texto, Somos el mar, el poeta Gabriel Cisneros vuelve por los fueros de la memoria. Sus insistentes y casi obsesivos temas sobre el sexo, la muerte, las mujeres, el agua, el fuego, la tierra, la familia, las pérdidas, el tiempo, los amigos, las hermandades, lo ponen, en el lugar donde los álbumes son depositarios de todos los recuerdos. Recuerdos que su propia voz poética, su voz lírica, de manera inclemente, le dice que debe conservarlos para que no olvide lo vital que han sido en el momento vívido de sus representaciones.

Sabe que el paso del tiempo no perdona la memoria y que, por simple y extrema que sea la vida, él vive toda proximidad a los hundimientos. Somos el mar es, entonces, un archivo, una madeja de pulsiones desgarradas, impías. “De flores que se deshojan en la espera”, como indica el poema II.

Podría pensar también que Somos el mar es un largo itinerario de palabras yuxtapuestas. Un tremendo delirio metafórico. Literatura voyeur o escandalosos fisgoneos de un ludópata perverso.

 

Cosecha deliciosa
Haces de mí
Ese poema que se desprende
De los muros quietos de la ciudad.

 

En Guayaquil, podría decirse como los decapitados decían o como el poeta Ernesto Noboa Caamaño, -el más desgarrador de ellos-, decía: Glaucas ondas del abismo, a las que tentarán las últimas sirenas.

Si leyéramos las cartas o los epistolarios de Joyce, de Flaubert, del mismo Kafka, dirigidas a sus amantes o a sus mujeres, no me quedaría la mínima duda que el poeta Gabriel Cisneros es un compulsivo lector de estos epistolarios. Un fisgón permanente de vientres que danzan en marginadas veredas tropicales. Un símil literario con el gran morbo de los melómanos y los coleccionistas.

De ahí que no nació marinero, dice el poeta. Su subyugación es antigua. Viene de otra subsistencia. De un amor cuyos archipiélagos se esconden en la no frontera del amor. ¿Acaso hay mar en la sierra? ¿Acaso otoño o primavera? El Litoral le habita siempre. La costa es la eterna cosmogonía del poeta. 

De ahí esa gula que tiene de comerse todo lo que huela a hembra: Te conjuro, dice; mientras espero que vengas a encender el mar o que rompas definitivamente la piedra.

Maravilla y morbo, fantasía y realidad. Porno, quizás; solo si le quitásemos a algunos de estos versos la indeseable ambigüedad de solapar las palabras que pueden decirse crudamente con la vergüenza de que todo en la poesía debe ser expresado a través de ambigüedades para no herir a lectores conservadores, -o solapados-, lo mismo da. Anfibologías, decía un ex profesor mío, a las palabras ambiguas.

Cito al poeta en estas anfibologías:

 

Como nos negamos a pronunciar nuestros nombres, hay tardes en las que dudo de que hayamos existido; tú en el olor perfecto para mí, porque en ningún otro hombre eras la sinergia desbocada que fuiste y yo que florecí en tu hembra bendita en ebriedad inagotable (…) Cuantas veces te abordó la epilepsia y la muerte en mi cuerpo (…) Oh garganta incorruptible, no me dejes perdido en la metáfora.

 

Lejano ya el poeta de pertenecer a canon alguno. Los escritores de su generación se perdieron en el descontento. En los cuerpos de otros, en los foráneos cabildeos de mujeres rotas, de muertes súbitas, de rock anime y de raciones y migajas de amor arrabaleros. Una generación que escribe por desolación y desesperanza. Sin canon alguno. ¿Y a quién le importa el canon?

A no ser que el canon, igual que el anime, esté fraguado por seguidores-lectores que se animen a construir una línea de continuidad de la escritura de su autor favorito. Pero, ¿cuántos lectores de poesía hay en el Ecuador? Esto es como los versos del poema Merlina que aparece en la página 67:

 

Te culpo por ponerme un hechizo
Que me hace dudar de la muerte.

 

¿A quién le importa entonces el canon? Tan doloroso es esto en la poesía moderna, como los dolidos versos, y estos si -sin ambigüedades-, donde solo importa un cuerpo para ausentarse así momentáneamente de una fútil vida a la que ni siquiera la poesía, -vital criatura-, podrá salvarla:

 

Tus nalgas son el único refugio donde me duele menos mi madre muerta.

Ni al poeta ni al hombre le habitan más esperanzas. Y así son los cánones en el Ecuador, sobre todo los cánones literarios.

Lo importante es que haya poesía y sigan existiendo los poetas. Así eximo de culpa a Gabriel como hombre por esta vida, y festejo al poeta, por estos versos de honda literatura de los márgenes. Y junto a él, me descubro y también olvido; como animales impuros y proscritos.

¿“¿Cuántas espinas puede soportar el corazón de un hombre”, para imaginar un mar en el cuerpo de una mujer con sus memorias?

Somos el mar es un banquete de espinas y de flores, donde todo es tensión, -y pulsión-; donde nunca hay calma. Y es que, si la poesía no nos conmueve, para qué escribir esta, sobre todo hoy, donde la vida hila fino entre el desamor, el covid y la guerra.

“Hay que ayudar al paciente, -¡y al poeta!-, a vivir con su locura”, lo dijo Braunstein, yo lo celebro.

Wilman Ordóñez Iturralde

Guayaquil, 10 de marzo del 2022

 

 

 

 

Gabriel Cisneros Abedrabbo

(Latacunga – Ecuador, 1972)

 

Ecuatoriano-palestino. Escritor, comunicador social y gestor cultural. Editor de más de cien libros, coordinó en Chimborazo la Campaña Provincial de Lectura Cien Joyas para Leer, en su gestión pública impulsó políticas y acciones para el desarrollo lector.

Ha publicado más de una docena de libros, además, su obra consta en antologías, periódicos y revistas nacionales e internacionales. Ha participado en diversas ferias del libro, encuentros y recitales. Varios de sus textos han sido traducidos al inglés, árabe, rumano y gallego.

 

 

 

 

Soy el mar

Bañando tus islotes y corales,
liturgia de albatros acróbatas
en el flujo
donde tus ríos se hacen parte de mí,
recorriendo tu profundidad,
secretos y cataclismos.

 
No tengo miedo de tus cicatrices,
tu heredad no me es ajena.

 
Te devuelvo desde lo usurpado;
debajo del mar está la tierra,
sostienes el elemento que me forma
en esa intimidad
llena de historias de agua;
debajo de mí están
las placas tectónicas
y el fuego de tu lava
moviéndose infinitamente
a un templo donde Dios
no tiene un rostro
o la venganza perversa de los hombres.

 
Soy el mar
en tu manera única de leer
la brevedad de la vida;
en esos tiempos donde
dejamos de ser dos desconocidos
que escriben poesía en idiomas que no existen.

 
Soy el mar
cuando entre tus labios
alcanzo los tres estados del agua,
ímpetu
y desvelo del infinito.

 
Soy el mar,
las criaturas que viven en él,
la espuma,
mil galeones por descubrirse.

 
Tú, ligera y punzante,
eres música lejana,
en el naufragio
del mar y sus corsarios.

 

 

 

Plegaria del retorno

 

Eres el éxodo más dulce que he emprendido en la vida. No sé cómo llegamos al otro; seguro que fue uno de los tantos tránsitos en los que debimos vernos, sentirnos, querernos; ser salmos y cuernos de la carne; ternura y blasfemia de la música; esencia de espirales, de caricias, de azufre y beatíficas campanas.

Tú, en coro delicioso, en ritmo épico de alegreto, repetías una y otra vez la declaración de deseo más profana; yo en la ufanía de saber que no había palabras que pudieran tanto como aquellas, te veía perder el reino y la cordura, te veía viajar por mi cuerpo como una exploradora insaciable que en sus descubrimientos no dormía, no callaba, inundando de amor todas las lenguas.

Ese breve tránsito indescriptible, esa concupiscencia efímera y eterna, son los espacios que me hacen levantar sobresaltado, sudoroso, incompleto, sabiendo que una parte de mí que nunca fue mía, tiene un corazón que no conozco.

Como nos negamos a pronunciar nuestros nombres, hay tardes en las que dudo de que hayamos existido; tú en el olor perfecto para mí, porque en ningún otro hombre eras la sinergia desbocada que fuiste y yo que florecí en tu hembra bendita en ebriedad inagotable.

Cuántas veces te abordó la epilepsia y la muerte en mi cuerpo, en la fricción imperceptible de nuestros continentes; cuántas veces, vida mía, perdimos el principio y el fin en el acabose común. Habiendo perdido todas las memorias y vidas pasadas seguíamos agitando nuestros mares en la isla.

No entiendo en qué momento nuestras vidas tomaron caminos distintos; me quedé esperando respuestas. Mis libros están abiertos esperando que desnuda salgas de ellos; sin embargo, no sales, te niegas, te resistes, como el dios con el que soñaba de niño y nunca más he vuelto a ver; por eso lo niego y te niego. Quiero abandonar el viaje, sabiendo que tus puertos están destruidos y que mi olor no tendrá dónde atracar.

Como Ulises, siento que el retorno es una paradoja, ha sido larga la espera; los seres fantásticos me duelen y el alma es una burbuja en la sangre de una mujer, cuyo nombre aprendí a no nombrar solo para poder volver a su destino.

Doloroso callar cuando se ama, como saber la majestuosidad de los signos y verlos morir en las lejanías de la tarde. Grito tu nombre, por todas las veces que te negué, grito tu nombre sin saber si alguna vez gritarás mis códigos en la lluvia. Grito tu nombre, para que ajena a ti y a mí por fin existas.

 

 

 

II

 
Al frente de mí,
en la acera por la que nunca camino,
un bosque se incendia,
desde esa distancia
yo también me quemo en la risa
de las horas inútiles,
horror en este tiempo interminable
donde no puedo volver a Ítaca.

 
¡Oh garganta incorruptible
no me dejes
perdido en la metáfora!

 
No puedo negar a los dioses
en su transfiguración interminable de los nombres,
esta distancia de numerosos crepúsculos
expía la zozobra,
me arrebata las fuerzas,
levanta el pasado de la fosa común del dolor.

 
Temo olvidar el destino final de los amaneceres;
olvidar que es el amor y no otro demonio
el que sostiene los cielos y el infierno.

 
¡Oh garganta incorruptible
que tu grito llegue a sus oídos,
no vaya a ser que el no ser de la muerte
desdibuje la caricia prometida!

 
Temo no volver a su mar,
épica memoria
de nuestros puntos y líneas
donde ella y yo
nos permitimos existir.

 

 

 

Creo

 
Creo en nosotros,
agua y aceite,
sobreviviendo la oscuridad
en las rosas imperfectas del camposanto,
flotando en el arrecife
donde una y otra vez
perdemos los nombres.

 
Creo en nosotros,
rito sacro y transgresión de imposibles,
siendo dos besos
que descubren la eternidad
en el acurrucarse y perderse.

 
Creo en nosotros,
dos sangres, dos espíritus
en los que inician y terminan
los viajes;
pasajera mía,
pasajero en ti,
la tarde es un millón de caballos
que desaparecen en el mar.

 

 

 

Tus ojos

 
No dejan de asombrarme
tus ojos
saliendo de la muerte y sus misterios,
levantando nombres
de las bóvedas funerarias que nos cubren;
poniendo signos en el polvo
al que vuelven las estrellas.

 
La noche es un rosal
del que solo brotan espinas,
pájaros ajenos a nuestra zozobra,
paraguas sin ninguna lluvia,
viajes donde nunca llegan las despedidas
y tus ojos como único salvavidas
en la hora marcada del naufragio.

 
Tus ojos
son la quinta estrella
donde mi alma vuelve a ver
el código de la inmortalidad.

 

 

 

¡Sí!

 
Sí, mi magna estrella
del desierto ululante
de las hojas caídas,
de las perlas brillantes;
sí, mi luz querúbica
mi infierno te ama.

 

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