Poesía hondureña: Luis Alberto Velásquez

Dentro del dossier de poesía hondureña que prepara Murvin Andino, leemos una muestra de la poesía de Luis Alberto Velásquez (San Pedro Sula, 1981). Licenciado en Sociología, docente universitario del Área de Ciencias Sociales. Fue incluido en la muestra poética Los Novísimos (2002), es autor de Recuéstate en mis ojos (2020) y De las cosas y sus espíritus (2022). En 2005 una selección de sus poemas fue incluida en la obra El ideal interior: teoría estética y creación literaria de Bruno Rosario Candelier.

 

 

 

MARFIGURACIÓN

De lo alto de la noche
tu mirada baja hacia la arena…
                tú respiras profundo.

Das tres pasos hacia el mar;
las olas bostezan sobre tus pies
un aroma pacífico,
como de miel salada,
                lechuga y remolacha.

Llevas tu herida entre las manos
y las hundes en la noche líquida,
mientras             el océano golpea
tu pecho traspasado de sal.

En la arena ha quedado tu ofrenda,
en la playa tu grito sobrevuela las olas
y tu voz tiene alas de espuma:
es el viento que te entreabre sus brazos…
                te respiras profundo.

Clavos de olor cerca de tu boca,
tu ofrenda en llamas vivas:
el corazón ardiendo de luz.
“¡Ah, Sol que naces de lo alto!”

 

 

 

BERTHA CÁCERES

Sangre originaria,
madrugada vertida de negro,
parto de leyenda.

No cabe el dolor en el pecho
del pueblo acompañado.

Se atraganta la rabia.

Maldita la idea que encarga el disparo,
sicario enemigo,
en tu nombre
el capital da el zarpazo.

Pero la voz no se entierra,
ni se acribilla la herencia;
cada gota retoñará más roja,
sin aldabas,
fértil acequia de libertad.

 

 

 

OCTUBRE 2004

Florece una vela:
polen de luz
cae esparcido.
Gotas de luzpelma,
fuego en llanto,
canto de lumbre
sostenido al vuelo.

Arrimo otra vela:
promesa de sol
entre los dedos,
cópula incandescente,
beso encendido que tiembla.

Marchitez:
lumbre senil
que te encorvas;
vi tu abrazo
febril en picada.

Fuiste vela:
tibia raíz en mi memoria.

 

 

 

EL VIRGEN

No sé qué se siente
gustar de una mirada,
atravesar la multitud
para preguntar su nombre,
susurrar al cuello
una propuesta inmaculada
y esperar el gesto resuelto
de su mano en mi hombría,
derritiendo la noche.

No conozco el vestido
derrapándose en la sábana,
los labios abalanzados
con afición demente,
la bragueta descendiendo
con tacto delicado,
                el palpitar
del brasier inconmovible
entre mis dedos torpes.

Ignoro el olor-ardor
de un Venus selvático,
de su limpio deseo
por arropar mi voz
y atraparla en su boca-humedal
(cueva enamorada de la luna).

Mi erguido orgullo
no ha tentado a ciegas
la curvatura de su cielo
mientras el beso amurallado
deshoja los montes lácteos,
pezón por pezón,
sin máscaras ni velos.

Explotará -pueril- la pasión,
como inaugurada fuente,
ola de faro arremolinada
al jadeo cómplice
vertido en la madrugada,
con los cuerpos ungidos
en sonriente danza.

 

 

HAMACA

Cuenco de mano tejida,
abrazo flotante al vaivén;
cuelgan los sueños
                descansados,
mientras la brisa
arrulla los párpados
y mece la vida
en su nimiedad.

Entre dos columnas cocoteras
navega el pensamiento,
dormita el corazón
absorto de quietud.

Huele a olivo aviar,
a orquídea veraniega,
laurel de regocijo
dotado de tiempo.

Al regazo del crepúsculo
la bruma de la vida
se cuela entre los labios:
despierta la memoria,
se levantan los pasos del bullicio…

¡No importa!
Antes del féretro
el reloj volverá a musitar
otra hora de Edén
en nuestras carnes y huesos.

 

 

 

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