Poesía de Honduras: Juan José Bueso

Dentro del dossier de poesía hondureña que prepara Murvin Andino, leemos una muestra del poeta Juan José Bueso (Ocotepeque, 1988). Es profesor universitario, con una maestría en Lengua y Literatura Hispánica. Se ha desempeñado también como periodista, redactor publicitario y “escritor fantasma”. Adiós, muchachas (2021) fue su primer libro de cuentos y Ojos color olvido (2022), su primer poemario. Es miembro fundador del colectivo y sello editorial La Hermandad de la Uva Editores. Actualmente trabaja en la escritura de su primera novela.

 

 

 

BUKOWSKI PUDO HABERLO DICHO

Susana: sáname, sédame, sedúceme.
Bésame el corazón, el hígado, el cerebro.
Hazme descansar del oficio de vivir,
espanta por un instante el vacío llenándome los labios.
Tráeme tu amor: cambia mis dioses de licor
por los dioses que habitan en vos.
Creeré en ellos,
como creo en el rastro de eternidad que guardas
de todas las mujeres desde el principio de los tiempos.
Bésame entonces como si fueras una reina egipcia,
como una pitonisa griega,
como una aristócrata cartaginesa,
como si fueras el vino tierno en los labios de Jesús,
como si hubieras visto mi cabeza colgada
de un árbol del inframundo,
como si hubieras estirado la mano.
Susana: sáname, sédame, sálvame.
Hazme olvidar que existo
a través de un beso que resuma el mundo.
Colma mi sed.
Enciende a este hombre de paja en medio del desierto.
Haz que nazcan de nuevo los planetas
en el vacío cósmico del lado izquierdo de mi pecho.

 

 

 

AVENA Y RAMEN

Para estar bien,
la curva de tu espalda un domingo por la mañana.
Para estar mejor,
el asalto en las madrugadas de tu cuerpo felino
que estirabas en un ritual de gestos,
cuando sentías el olor de la avena o del ramen.
Para estar feliz me bastaba con lo que compartíamos:
una, dos o tres pizzas al mes,
tus películas favoritas,
las canciones que escuchabas con obsesión
y todo aquello que se ha vuelto mito ahora que no estás.
Los mitos son la rutina de los dioses
y me bastaban tus besos para explicar el mundo.
Para estar feliz de vos ocupaba tan poco
y, sin embargo:
me aferré a piedras que ya no debía empujar,
mordí manzanas que ya habían sido devoradas
y bebí del cáliz amargo de mis mismos errores.
Para ser feliz me bastaban tus ojos,
lo sé ahora que son el fuego que no puedo robar.

 

 

 

SAN PEDRO SULA SIN VOS

Desde que te fuiste para la capital,
la capital industrial quedó sin industria.
Es cierto que miento, industria no había desde antes,
pero sin vos el alcalde ya no puede ocultarlo.
Todos ahora se fijan en las hileras de edificios
abandonados
de la Tercera Avenida,
como quien contempla a una mujer sin dientes.
En el mercado Medina nadie me ofrece un níspero.
En el mercado Dandy nadie me ofrece un mango.
Es cierto que miento, no están ya en temporada,
pero sin vos las verduleras me dicen “venga, papi, llévele”.
¿A quién voy a llevar qué?, les contesto y sigo mi camino.
Desde que te fuiste, amor, San Pedro Sula perdió su santo.
Se quedó solo con el Sula:
un triste valle lleno de mendigos tristes
con ínfulas de mercaderes y mercaderes mendigos
que regatean en sus tristes almacenes.
No sabemos a quién rezarle para que vuelvas, Susana.
Es cierto que miento de nuevo, pues salí huyendo.
A la primera que supe que nos dejabas también me fui.
¿Qué querías que hiciera?
Temía que una lluvia de fuego nos cayera sin piedad.
Temía que la tierra se abriera y brotara el infierno,
que comenzara otro diluvio universal,
que nos devoraran langostas carnívoras.
Y así salí de la ciudad a toda prisa, sin ver atrás, bíblicamente.
Y es cierto que miento,
cientos de veces miré por la ventana del autobús,
buscando entre las miles de estatuas de sal
el camino que me llevara de vuelta hacia vos.

 

 

 

DESOLACIÓN I

Ahora que no estás he dejado de beber,
de salir con los amigos,
de convivir con el enojo
y la cómoda amargura que me había rodeado siempre.
Ahora que no estás avizoro barcos que no existen,
en los atardeceres los hago naufragar
con el poder de no poder hacer nada
para que vuelvas a mi lado.
Alimento perros callejeros porque me identifico con ellos,
me imagino muerto y que en jauría persiguen mi cortejo
meneando sus colas alegremente.
La peor parte es que me ha dado por escribir poesía:
soy un desastre y encima, un desastre pretencioso.

 

 

 

DESOLACIÓN II

Acepta que a nadie le importa
cuánto la extrañas, incluso a ella.
Acepta que ya nadie lee poesía.
Al mundo no le interesan los poetas.
Que alguien les avise, por favor.
No están peleando a la contra,
porque no hay nadie contra quien pelear.
Acepta entonces tu soledad.
Es lo único que realmente es tuyo
y recuérdala y extráñala
y añora los días felices.
Recuerda esos ojos que te amaron,
esas manos que te buscaron en la oscuridad,
pero no olvides que a nadie le importa,
incluso a ella.
No busques culpables, no juzgues.
Mejor cuéntale a la bruma,
cántale al primer gallo de la madrugada,
platícalo con un caballo,
susúrraselo a tu gato mientras duerme,
y si crees que no llegarán a comprenderte,
todavía no has aprendido nada.

 

 

 

NICARAGUA

Y esa breve patria en común a lo mejor fue Nicaragua,
donde tus recuerdos de niña se forjaron
con los versos de Rubén Darío
y con poetas más ingenuos pero sinceros,
menos pretenciosos, más poetas.
A mí tu patria me dio en vos el numen
para tener esperanza en medio de la desesperanza.
A mí tu patria me dio una patria a la cual amar.
Un hogar hecho con tu carne,
custodiado con tus ojos,
caldeado con tus labios y con tus piernas.
Todo podría haberlo soportado
de haber permanecido a tu lado,
incluso el hecho de haber nacido
en un país con nombre de abismo.
No me hubiera caído nunca.

 

 

 

LACRIMAE RERUM

Te dejo mi camisa verde y el short negro
que te ponías después de hacer el amor,
la caja vacía de la última pizza que comimos,
el envase desechable del té,
la pasta de dientes que dejaste abandonada,
el peine que aún conserva un largo cabello
con forma de signo de interrogación.
Te dejo todo eso que no podría conmoverte,
todo lo que no podría hacer que vuelvas:
la fridera donde te preparaba ramen,
la jarra donde echaba mi cerveza,
las bolsitas de champú rizos brillantes
y el espejo donde te mirabas al salir.
Te dejo la toalla blanca
con la que te secabas las piernas,
los condones que nunca usamos,
la refrigeradora con el último pedazo de pie,
la marqueta de jabón con la que lavaste tus blusas.
Te dejo también las sábanas que nos envolvieron
y el nuevo colchón que no ha conocido más cuerpo
que tu cuerpo.
Te dejo las lágrimas de las cosas.

 

 

 

OTRO PERRO ROMÁNTICO

Recuerdo que no era especialmente feliz
ni tampoco desdichado,
comía cuando podía comer
y aullaba por las noches en los bares de la ciudad
junto a mis amigos, los otros pulgosos rufianes románticos.
Y el tedio dormía el sueño eterno aquella blanca noche
en un bar rockero frente al Cementerio General Apóstol San Pedro.
Decidí separarme de la manada y saltar la tapia,
cerveza en mano, sentado sobre una alta tumba,
ladrarles audios a las muchachas fue lo que hice.
De entre todas, Susana me gustaba más.
Esa noche bajo el benigno influjo del alcohol, de la clara luna,
de la paz definitiva cincelada en cada tumba, platicamos.
Miren a este hijueputa… enamorando babies del más allá estaba,
dijo Santiago mientras los demás asomaban sus cabezas por la tapia.
Me sacudí las pulgas y los dejé explorar,
No More Lonely Nights coloqué en la rocola
y me dediqué de fondo a susurrarle tibios secretos a Susana.
Muchas noches han pasado desde esa noche,
sigo sin ser feliz, pero no soy especialmente desdichado,
aunque llegué a perderlo todo a causa del influjo maligno del alcohol.
A los perros románticos un día dejé atrás sin decir adiós.
Ya no aúllo más mi dolor en los bares y abandoné las ciudades.
En las noches solitarias a veces pienso en ella,
recuerdo los días de salvaje rabia y fiebre en que la conocí.
Si la pesadilla y la calle me enseñaron algo
es que tarde o temprano para salvarse
hay que cometer el crimen de crecer.

 

 

 

PERO ¿PUEDE HABER ALGO MÁS?

No es que no podamos responder
a la necia pregunta de los neófitos y eruditos
de para qué sirve la poesía.
A cada uno podrá servirle o no para algo diferente.
En esta causa perdida,
cuando las palabras de otros ya no fueron un consuelo,
cuando del amor de otros me quedó un irremediable vacío
y nació en mí el más agrio rencor y la desesperación,
decidí hablarle al dios de las palabras.
Y me ha respondido.
Y me he respondido.

 

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