Poesía ecuatoriana: Ramiro Caiza

Leemos poesía ecuatoriana. Leemos a Ramiro Caiza. Poeta, ensayista y gestor cultural. Director, presidente y coordinador de varias entidades culturales en Ecuador y España. Ponente a nivel nacional e internacional en congresos de literatura, antropología, sociología, historia, comunicación y gestión cultural. Jefe de Cultura en la Dirección Nacional de Educación Intercultural Bilingüe. Fundador y presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana (CCE) del cantón Mejía; fundador y presidente de la CCE Núcleo de Cataluña en Barcelona, España. Secretario de la Asociación de Escritores de Cataluña, Barcelona, España; coordinador de Proyecto Cultural Siglo XXI; director de Educación y Cultura del Municipio de Mejía; presidente encargado de la CCE Núcleo de Santo Domingo de Los Tsáchilas. Miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Miembro del Colegios de Escritores de Cataluña. Miembro de la Red Latinoamericana de Gestión Cultural. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de poesía. Autor de varios libros de poesía, ensayo y cuento.

Dice Juan Suárez en al cuarta de forros:

Desde la ventana, por detrás de los dinteles, el poeta observa: es el voyerista que incendia su corazón en el pecado de la belleza, del deseo y del misterio. Al otro lado, ante sus ojos ávidos de alimento, está el movimiento de la luz que delinea las formas de las cosas que habitan, silenciosas, la casa, lo cotidiano, lo mundano, lo asombrosamente rutinario. Y, entre la refulgencia, el milagro: el cuerpo amado que espera, el cuerpo que hace ademanes de despedida, el cuerpo y su música contenida, el cuerpo y su herida que «susurra desolación», el cuerpo y sus jugos que hacen el erotismo y la nostalgia, el cuerpo sagrado que es un altar maltrecho, el espacio vacío que dejó el cuerpo ausente como una estela venenosa. Solo un dintel separa al poeta de ese cuerpo multiforme e infinito. Ramiro Caiza nos entrega una poesía que es el intento seguro, el paso firme por cruzar ese dintel y tocar, con los dedos del lenguaje, lo imposible de la belleza y la desgarradura.

Juan Suárez

 

 

 

 

Cesa la lluvia

El goteo de la lluvia se derrama
en la pupila ardiente de la carne,
un suspiro se detiene en la calzada,
los cristales del tiempo se hacen trizas,
Marylin como siempre nos provoca
en tanto que Chaplin mira con asombro.

La regadera del cielo es una constante
que inunda de recuerdos los rostros
mientras miles de avecillas surcan
calles y avenidas, son tantas
que semejan una galaxia a la deriva.

En esta hora se abre el cielo.
Un estruendo profundo nos despierta,
la lluvia cesa al paso del relámpago
para devolvernos la mirada aguda
que rebase el tiempo del agua
y se convierta en la hora de la vida.

 

 

 

La palabra

La palabra

se ahoga constante en la frente
corroe inasible la despedida
levanta polvaredas grises
que envuelven a los ojos taciturnos

golpea

el clamor en la jaula abandonada
un grillete que estalla en la oscuridad
centellas baten desesperadas
sus alas ensimismadas

desesperante

aquí yace el desafío hecho palabra
el canto con sus ojeras negras
al filo del tiempo irremediable
constante pero lejano que se va

en la noche

baratijas cruzadas en los caminos
se prenden ponzoñosas para lucir
fantasiosamente el bienestar inefable
pobre en el límite de la hoguera

que se extingue.

 

 

 

El puñal de tus ojos

Llueven destellos sobre el lienzo
que testifica las horas oscuras y apacibles
de hurgar en los azarosos bosques azules
cuando respiras lejano el eco del yunque.

Ante mí apunta afilado el cuchillo
encima de la cresta del gallo caído
con las espuelas heridas en tu sangre
acaba el canto de un musiquero lejano.

Desde sus picos las olas iluminan
el puñal vivo de tus ojos
que arremeten insaciables en el claustro
de mi espacio blanco que espera moribundo.

Yo que deshice las fronteras del fuego
atraco tus impermeables galerías
y desde mi madriguera en vigía
con el pecho desnudo ablando mi defensa.

 

 

 

La maldita me persigue

La maldita me persigue
sin alas por el socavón
se estrella en mis paredes
hiriendo el granito intacto
tambaleo
me abofetea con fuerza
caigo en sus garras
ríe a carcajadas
escribe tu nombre
con un garfio
en el aire

la idea de tenerte
me derrota

despierto en el piso
en posición fetal
hasta que un murciélago
me indica la salida.

 

 

 

Presencia equinoccial

Yo que me introduje en las grietas cristalinas
de tu geografía andina
bebiendo el fuego de tu cuerpo
exclamo tu ausencia temprana
soy un fantasma que azota el día
mañana volveré entre la bruma
al suelo equinoccial de mis ojos.

En las noches de invierno zozobran vacíos
los latidos heredados de los transeúntes
sumergidos en el espejo oculto
de tus agitadas alas blancas
que golpean las barreras encendidas.

Desfigurados surgen los retratos
historias y cuentos fraguados a orillas del fuego
subyacen intactas en la memoria
es un abrigo de agua clara
que acelera mi paso hacia vosotros.

 

También puedes leer