El poeta colombiano Carlos Merchán (Bogotá, 1972) ha publicado recientemente el poemario De Forma Sionez en Ecuador, en Ángel Editor de Xavier Oquendo. Merchán es profesor de planta de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN) en la Licenciatura en Diseño Tecnológico. Director de la Red Nacional de Programas Educativos en Tecnología e Informática de Colombia (Red Reptic) y de Episteme. Grupo de investigación en cognición y educación. Hace parte del programa virtual “Poetas en Vela” transmitido durante el confinamiento. Ha publicado Cuentos y poemas para embosCarlos (Aula de humanidades, 2019) —en asocio con Carlos López—; y, en solitario, los poemarios: El lugar de los vencidos y poemas del odio (Aula de humanidades, 2020), y Letras en fuga y poemas a la estirpe. Con el Ángel Editor (Quito) publicó en las antologías: Espacio me has vencido (2021), Con-ciertas palabras (2021) y Diez Orillas (2021), donde incluyó poemas y cuentos.
Entre la erotema y la erotomanía
El lector que se acerque inocentemente a la poesía del colombiano Carlos Merchán sentirá de entrada, como si hubiese ingresado en el caos primigenio del que emergió la vida. Una especie de aluvión poético capaz de arrastrarnos hacia las entrañas del proceso creador, allí donde inicia la existencia; donde el tiempo y la verdad; la vida y la muerte; el ser y dios, coexisten como materia ígnea que dará su forma al mundo. Forma que adopta un estado de indeterminación con una simple pregunta: ¿Por qué?
“De forma sionez” cuarto poemario de Carlos Alberto Merchán Basabe, bien puede parecer un inventario lírico de todo el trabajo literario realizado por el autor a lo largo de su vida, pero en su poética se decanta una preocupación artística seria, revestida de un profundo tono filosófico, erótico y religioso, que nos recuerda a la poesía mística del español San Juan de la Cruz, de la italiana Alda Merini y de la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz.
El poemario, divido en siete partes como siete fueron los días de la creación, inicia su discurso poético con Mínimas una serie de veinte poemas cortos de imágenes poderosas donde todo el caos y la oscuridad son desplazados por la palabra, por la poesía que da nombre a las cosas. Allí nace la naturaleza, los árboles, los animales, la música y la historia. Y nace también la fe, el temor a un dios/poeta que no solo nos ha dado un cuerpo, sino también las emociones; desde las más simples y benéficas (la sobriedad y la esperanza) hasta las más complejas y destructivas (la soledad, la ira, la desesperación y la locura); todas, emociones necesarias para enfrentar ese corto orgasmo llamado vida.
La segunda parte del poemario lo compone la serie De forma sionez, que da nombre al libro. Se trata de poemas con una estructura desenfadada, cuyo principal hilo conductor es la erotema, una interrogación retórica hacia un ser –llámese creador- por parte de una voz poética totalmente desencantada: ¿Por qué estas deformaciones de tu amor insano? / ¿Por qué elevarte mis oraciones, si decidiste abandonarnos?
Además del evidente tono de reclamo hacia una divinidad, esta serie reflexiona sobre el sinsentido de la existencia, de cómo ni el arte, ni la juventud, ni el amor; logran sacarnos de la profunda tristeza en la que vivimos: “Es hora de morir abandonado / en los rincones de una calle sin luces. / Donde todo, antes joven, suele perecer.” La poesía, que era el último resquicio, tampoco sirve de consuelo.
La soledad ha des-formado al poeta, provocándole ira y angustia; de él ya nada puede esperarse, ha cometido todos los pecados; su intención es importunar a Dios. “Con mis deformaciones le he arrancado los ojos a Cristo / he roto los pactos / He matado un hijo / y sin la labor del sacrificio no me ocupa ninguna redención”. Todo lo que podía llamarse humano en él ha desaparecido; su inocencia, sus esperanzas. Lo único que puede hacer es advertirnos, pedirnos que dejemos de luchar: La derrota tiene un nombre: resignación. / Y es tan bella. / La acoges, la amas como una hija perpetua / y sigues con tu vida siendo invisible. / El mundo, siempre, te echará toda su mierda.
Sin embargo, lo que en esta parte parece sólo mostrar señales de un “porvenir lóbrego”, el poemario se abre camino hacia otras lecturas. Así llegamos al tercer bloque de poemas titulado: “Perspectivas”.
En este grupo de poemas nos enfrentamos a una voz poética diferente, tal vez un tanto más madura que aquella voz nihilista que cruzó los dos primeros bloques del poemario.
Se trata de una voz que ha conocido el amor; los poemas de pronto se vuelven eróticos; la amante, la prostituta, la mujer desconocida se vuelven herramientas para alcanzar la trascendencia, tal vez sentido a la existencia o simplemente una forma de certificar que se está vivo.
Cada noche me abandono al deseo de tu nombre
y retiro este cuerpo que me estorba
para amarte en la masa de mil dedos
e inundarte con fuegos de sobra
con el tripaje de hambre de cuervos
deshacerte entre migas de abeja
en las brisas sanadoras del sueño,
que solo el pensamiento inútil dota.
Cada noche te forjo en mis deseos:
a mi goce de mil formas
sin obligación, sin miedos.
Son textos donde el sexo adquiere un papel reivindicatorio. El poeta entiende que la vida no es unidimensional y existe un otro donde puede refugiarse, a quien puede salvar y al mismo tiempo ser salvado: Antes que ultime el día / y la barrendera tus miserias barra, / yo te amaré, amor mío. / Sanaré / tus cuchilladas de vidrio, / el pútrido pedazo de manzana. (…) Conmigo serás feliz, / amor mío. / Y yo, lo seré contigo.
Pasamos de la erotema a la erotomanía. El encuentro amatorio, revestido de íntima ternura, también se vuelve cruda verdad que puede ser dicha sin ambages, y que en ambos casos es verdad liberadora.
“Quítame, Chatica, este antojo, y deja en esa esquina el enojo
y júntate pa’cá que está tu amor que te ama
y seamos, seamos felices los dos
¡seamos felices los dos como merecen las ganas!”
“Quebranta el himen del silencio
al trocar mi nombre por vulgaridades
Que las sábanas se ruboricen de cansancio
y el martilleo en la pared
repita el coro
que inventó del barro al hombre
y todo
y todo, todo, redunde
en formas diferentes
hasta el cansancio de las estrellas.”
Resuenan en los versos escritos por Merchán, la poesía de la italiana Alda Merini (1931-2009), cuyos textos de carácter místico, abordan temas recurrentes de la poética del colombiano. Temas como la piedad, la fe y la crueldad, comparten espacio con otros tópicos: la locura, la soledad, el sacrificio y el amor.
Soy cruel, lo sé,
pero la jerga de los poetas es ésta:
un largo silencio encendido
después de un larguísimo beso.
Alda Merini
Es necesario destacar, además, el cambio de apariencia que poseen los textos de este bloque. La estructura poética que antes se mostraba irregular y con estrofas variables; ahora da la posibilidad de jugar con el ritmo de lectura, intercalando versos.
El poema “Perspectivas” es un ejemplo de ello. Se trata de un poema multidimensional, porque puede leerse como un único texto o en su defecto, como dos poemas independientes. Como el diálogo entre dos voces poéticas.
Adivino, rencor en tus uñas;
Lo sé, tu amor persistente
me hiere la sangre, tus dientes;
cual segundero que palpita
y tu voz, gallina clueca,
es un abrazo roto,
agrieta mi luna sombría
un pie que besa cada piedra
¿no ves acaso
un dedo que sana la herida.
mi amor,
¿Adivinas
insano?
mi despreciable epifanía?
¿por qué negarte?
¿Por qué persistes?
La piel de Dios
Este es mi infierno
te daría ¡La piel!
no insistas.
Después del tercer bloque nos encontramos con “Pandémicos”, otro grupo de poemas que mantienen una preocupación similar a la de los textos anteriores, aunque con una voz poética que ha cambiado su visión de mundo. El tono desesperanzador, lleno de angustia y de ira; es reemplazado ahora por un cinismo descarnado que, aunque añore un tiempo anterior, no se enfrasca en él, ni le produce dolor, solo cansancio.
“La palabra está harta:
Cansada, cruza una cuerda en la cercha.
Se jala
hasta la asfixia alarmante.”
De pronto las palabras se vuelven motivo de molestia, porque provienen de los malos poetas; de aquellos que deberán ser “despellejados” como una ofrenda a los dioses locales.
“Deberá escupir los huesos del poeta odiado
con cada silbido de sus lenguas bifurcadas
Derramará su veneno entre los comensales descuidados
Hablará a espaldas con los riñones oscuros de odio
Hablará mal nunca bien
Sígase este protoculo a píe de letra
Expóngase el cuero de poetas despellejados
mientras termina el lanzamiento…”
Así, los catorce poemas que conforman esta sección son el intento de una voz lírica por reivindicar la buena poesía y la figura del poeta originario.
Avante, poetas
Sangre aborigen que palpita
en las cuerdas ignotas de nuestra entraña:
música eterna y colectiva.
Hijos de una misma cama.
La América india nos define
su poesía nos reclama.
Si bien la quinta sección titulada “Enunciaciones originarias” es la que menos parece tener relación con el tono general del poemario; en realidad halla sentido por la manera en que Merchán hace uso de sus propios referentes culturales y religiosos, cuando invoca la teogonía de la cultura Muisca o Chibcha, originaria de Colombia.
En estos poemas, cuyos títulos hacen referencia a los nombres de diversas deidades de la cultura Muisca (Bachué, Furachogua, Chiminigagua, Huitaca, etc) son el intento del poeta por reconstruir una voz propia, alejada del discurso colonizador. El poeta se vuelve aquí, una nueva palabra y toma conciencia de su nueva forma. “Soy el aire calmo que habita Casa desnuda. / Atravieso las paredes. Susurro. / Muevo cosas sin permiso. / Me hago palabra.”
Finalmente, la voz poética puede reclamar todo aquello que le ha sido quitado, empezando por su identidad.
“Me miro desde tu adentro
agazapado como tigre
arañando tu tiempo
durmiendo en tus entrañas
para fundar la tierra
que históricamente nos adeuda
un lugar donde dormir.”
El poeta, consciente ahora de su nueva condición; se encuentra en otro estadio de la vida. Su encuentro con las deidades le ha brindado una nueva perspectiva del mundo. Ahora todo lo ve con claridad y se atreve a ser guía de otros. Nosotros, los lectores, desarrollamos también una nueva conciencia.
De esta manera, llegamos al penúltimo bloque de poemas que se titula “Instrucciones Inútiles”. La voz poética ahora, trascendida, es capaz de decirnos cómo se alcanza la felicidad y la vida eterna; cómo se escribe un poema o cómo se debe vivir.
Sin embargo, todo esto resultará en vano, porque el poeta sabe que no existen fórmulas; porque el dolor y la tristeza son condiciones necesarias de la especie; porque lo que nos vuelve humanos, es justamente nuestra posición frente aquello que no podemos controlar.
Mófate de tus propias desgracias, no tienen salvación
¿para qué combatirlas?
No gastes lágrimas.
(…)
Finalmente, ríndete y ama.
Sonríe
es la mejor venganza contra la muerte.
A ella, le atormenta la felicidad.
Al final, el poeta hallará su nueva forma, trocando su alma a Golondrina. Los poemas de este bloque confirmarán lo que ya en versos anteriores se venía diciendo. La intención de la voz poética es alcanzar a su dios, pero para eso resultaba preciso de-formarse, porque únicamente a través sufrimiento el alma expía sus pecados. Pero muy contrario a la vida del ascético, este camino no puede ser recorrido desde la negación de los placeres. El poeta necesita escudriñar en su dolor, vivirlos hasta dejarse destruir por ellos.
“Olvidarlo.
Ayudarlo a llorar hasta evacuar toda esa mugre infamia.
Embriagarlo para celebrar su muerte.
Enseñarle de nuevo todo. Hasta vestirse.
Insistir en la esperanza, hasta cultivarla.
Desechar sus destrozos.
Fue necesario matar a ese hombre.
Reinventarlo.”
Tal vez Carlos Merchán logró entender que el acto mismo de la escritura permite, como catarsis, mudar el cuerpo a la sencillez de las aves. Porque todo lo que el poeta escribe sigue siendo el intento por encontrar respuestas al porqué de su existencia; logrando la comunión entre nuestros dioses y nuestros propios demonios.
O tal vez, como dice el poeta, tampoco sean necesarios mayores “análisis metafísicos” ni “bastarán sabia lexicografía y sintaxis” si al final lo que se escribe sólo es poesía.
“Son poemas. Poemas. Poemas, lo que escribo”
Omar Balladares Rodríguez, Poeta.
Guayaquil, Ecuador
18/05/2022
Declaración de un hombre que mató un ángel y vive sin ser juzgado
A mi hijo Christiam,
un ángel.
He matado un ángel, lo confieso.
Le arranqué su alma con mis gritos.
Hice sangrar sus ojos con mi cara de odio
hasta que los saqué de su cuenca y quedó ciego…
Ya no puede ver ni presentir el futuro.
Le amputé sus manos sabias, con regaños,
hasta que sus muñones olvidaron la caricia,
atrofié, no conforme, con la ira
sus abrazos
y sus piernas,
hasta que tuvo miedo del intento
y por miedo a fracasar se resignó a la ruina,
y ahora ronda dentro del ataúd
que, para su alma, con mi amor, tuve que forjar.
Le cercené el afecto para que no sufriera,
dejándole enterrado un egoísmo consigo mismo,
obligándolo a olvidar que el amor es esperanza;
hasta que aceptara que el amor no tiene nada bueno.
Inclusive, si viene del padre.
Le escupí la cara con mi irrespeto hasta humillarlo
preparándolo para el odio de los hombres,
para que aceptara con resignación el vejamen de jefes y patrones
en toda empresa,
incluso, en el amor.
Para que no sufriera. Deberá reconocerlo, algún día.
Le inculqué un desagrado por mi especie, por mi estirpe y herencia,
un reniego infinito a la casa
dándole todo a la mano como fuga,
evitando que tuviera sus deseos, incluso, que soñara;
y si soñaba, las veces que soñará, para castigar tal desatino,
le recordé que era un sueño y me burlaba,
y le hundía el dedo en la llaga hasta que lloraba
y sus lágrimas esfumaban todo sueño.
Soñar no deja nada bueno.
Le cerré la boca como esclavo para que no me diera el perdón
mientras yo moría. Para que nunca se quejara, también.
La queja es una culpa que nos mira como un fantasma
que nos clava un remordimiento con su aliento.
Por eso evite que hablara, hasta que olvidó decir te quiero.
He matado un ángel, lo confieso.
Tenía miedo de que sufriera. Aún lo tengo.
Lo he matado porque lo amaba y era mejor que yo.
Lo acepto.
Y así, muerto, y todo eso,
él me mira sin ser yo juzgado,
y él, sigue siendo perfecto.
Lo recuerdo, padre
Llegas con tus manos llenas de hambre
Arrastras
el pesado infierno de tu edad
y lágrimas vierten tus ojos
Turbado pides perdón
por aparecerte
así sin avisar
Aún lo veo padre:
te marchas lento jadeante
esquivando toda mi ira
Ahora pienso:
venías
por un mendrugo de amor
quizá un poco un solito abrazo
Y yo padre
solo te daba
billetes
Mi torpe forma de odio
Habitantes de calle
Me canto a mí mismo,
y lo que yo acepto tu aceptarás,
pues cada átomo de mí también es parte de ti.
Walt Whitman
Quizá sólo somos eso, un saco de esperanzados
en que nuestro olor
no sea más el rechazo hediondo de una cucaracha
o el escupitajo de una mosca,
que seamos el pétalo hermoso de una dalia
que añora salvar, en el jarrón de la casa o sobre una tumba,
el amor que existe entre dos.
Quizá sólo tengamos eso:
la esperanza de que alguien lave la esquina
y desaparezca
nuestra fétida costra de sangre
y de la fragancia inmunda que nos cobija
y la miseria que nos viste,
emerja, como diamante, el amor.
Y entonces seamos
una especie de venganza contra el odio y la muerte,
un abrazo persistente de alegría.
Romperse el pellejo
Una gota de lluvia sería suficiente
para despellejarnos de forma entera
y romper el dique de la compostura:
esa risa perfecta, casi perfecta,
asomaría liviana y muerta.
La mirada escaparía en ríos
hasta hundirse en la grama mojada.
La lluvia sería suficiente
para lavar tanta tristeza
dejar traslúcidos los órganos,
revelar este mar de miserias imperfectas.
Para transparentar esta noche larga,
el rictus de ésta mueca…
Una sola gota de lluvia
develaría esta vergüenza que soy…
¡Pero, no llueve!