Poesía nicaragüense: Carlos M-Castro

Leemos poesía nicaragüense en el marco del dossier que prepara Víctor Ruiz. Leemos algunos textos inéditos de Carlos M-Castro (Managua, 1987). Es autor de Antropología del poema (Managua: Leteo, 2012) y ha colaborado en antologías como Flores de la trinchera: Muestra de la nueva narrativa nicaragüense (Managua: Soma, 2012), Apresurada cicatriz: Instantáneas de poesía centroamericana (México D.F.: Literal, 2013), De ahí no más: Poesía actual de Centroamérica y el Caribe (Buenos Aires-San José: VOX-Germinal, 2013) y 4M3R1C4 2.0: Novísima poesía latinoamericana (Cáceres: Liliputienses, 2017). Fue editor de la revista literaria Álastor (alastorliterario.com) y mantuvo durante un año la columna Bibliomancias en la revista (Casi) literal. Su libro inédito Aqueste mar turbado fue finalista en 2020 del Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe en la categoría Creación Joven y su relato «Redención (O la pasión del pico rojo)» recibió en 2021 el Premio Centroamericano Carátula de Cuento Breve. Edita libros en Quiebraplata ediciones y vive temporalmente en Azerbaiyán. Se presenta a continuación una muestra del libro inédito Aqueste mar turbado, finalista en 2020 del Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe en la categoría Creación Joven.

 

 

 

Aqueste mar turbado

(Detalle)

 

Hemos llegado a un abismo conocido e íntimo.
¿Cuántas vueltas más antes de despertar?
Gema Santamaría, Quizás la medianoche, 2016

 

Cuando despierto sólo hay heridos en un largo patio y cueros cabelludos
colgando de las antenas.
Oigan amigos —les grité— esas épocas ya pasaron. Sólo se rieron de mí.

Raúl Zurita, Canto a su amor desaparecido, 1985

 

 

Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?

Fray Luis de León, En la Ascensión, ca. 1580

 

 

 

Balada del balido desvalido

 

.

Mi lengua natural es una cicatriz. Antes de aprender
a hablar con otros, sabía ya comunicarme con mi sangre.
Tenía menos de dos años la vez que me corté primera;
sería un accidente. Sí. Un accidente que dejó en mi mano
esta marca hasta ahora indescifrable. Bajo la manga
de mi pantalón se ocultan otros accidentes, grutas, cordilleras,
surcos de lava que cuentan una historia inenarrable.
Bajo la manga de mi camisa —de esta camisa gastada por tanto
cloro y sudor y líquidos sin nombre— llevo también otros mensajes,
formas sin geometría calculable, jeroglifos, gruñidos
apenas en mi piel representados con un lenguaje que no logro
articular:

 

 

 

La línea difuminada de mis ojos se evapora
                                               lenta-
                                                       mente.

 

Hay un dolor pregástrico en cada letra de esa línea
—de esa línea de mis ojos lentamente evaporándose—.

 

Usted, señor, bien sabe que es cadena de verbos indolentes
bordeando un ojo y otro y otro en mi cabeza.

 

Y vienen boquiabiertos uno detrás de otro:
el santo genocida hermano manco del obispo;
la puta señorita candidata al premio nobel de la paz;
el gato ultravegano del olor de unos calzones enganchado;
la niña empoderada, a voz en cuello intrauterino, protestando;
el siempre alerta dinosaurio temeroso de dormirse y ya no hallarse;
la actriz decimoquinta enjuagándose la cara al asquearse de sí misma;
los muy perfectos indolentes que ahora mismo fingen ser mis receptores.

 

—Si una musa me da un hijo, quedan las otras ocho arrechas.
                                (Y a la carga con la pluma insuficiente que se agita al dar destellos).

 

El día que nací la nada era expulsada dulcemente del culo de otro ojo.

 

Un aeroplano en brama cae sobre el mar y se hunde en esta herida.
Un helicóptero mordido se abalanza hacia la superficie de la bandera eterna.

 

La visión entonces se diluye y
forma parte de aquel charco
que entre todos hemos hecho
  [cacalíquida&gargajos].

 

—La musa inexpresiva llega y me entrega a la creatura todavía ciega
y me olvida para siempre.

 

Mas ustedes, indolentes, aún la aurora esperan
de estos dedos de infortunio y chat insomne.

 

Calcomanías superpuestas a una hoja de periódico obsoleto.
Ríos de sombras mal lavadas con jabón de olvido.
Pleistocenos disfrazados de flâneurs ultramodernos…

¡Dejen de jodernos ya, caballeros piricuacos!

 

 

 

 

Visiones de la transeúnte

 

1.

Violentos nubarrones
sus ojos mi luz apagan.
Delinco en su sombra.
Ella, por supuesto, huye.

 

 

 

2.

A mi alrededor, bullaranga:
mercado, parada de buses,
gentío yendo-viniendo
sin ir a ninguna parte.

Camina hacia mí.

Alucino en sus ojos de televisor apagado
y desarrollo nuestra pelicular historia.

Llega. Pasa
sin casi verme.

Luego de este instante de rebelde aísle,
me han robado, descubro,
el carnet de identidad y el reloj.

 

 

 

5.

Su mortal pupila dulce
frente a un arma cortopunzante:
¡Noche!
Otra vez jamás nos veremos.

 

 

 

 

 

Acabemos, amor, con el mundo

 

b.

La piel echa raíces hacia dentro
en busca de alimento y, por instinto,
se vuelve de sí misma laberinto:
soleada oscuridad, orilla y centro.

La piel, hecha raíz, se sacia autointo-
xicándose y huyendo del encuentro
consigo misma, ineluctable. Entro
entonces de puntillas al recinto

donde ocurre —bosque unimembre, baya
solitaria oculta intacta— la cando-
rosa mortal batalla que ha esparcido

la roja rouge red qırmızı красная
savia del mundo; y vos, preguntándo-
te si al fin tiene todo algún sentido.

 

 

 

a.

Habitábamos entonces refugio de vocablos,
después del movimiento telúrico en tu espalda,
cuando se abrían tus labios para decir mi nombre.

Metamorphosis omnia, susurrabas.
Sí, todo es metamorfosis.

Al encontrarnos
habías ya escapado de los perros,
y yo seguía con ansias de ser río.

Así llegamos juntos a reclamar un mismo paso:
irresolutos, tercos, enarbolando un desafío
para la lógica del todo. Íbamos ensimismados,
bajo la égida de los malentendidos, cayendo juntos
mano en la mano
por el abismo.

 

 

 

f.

Pero jamás algún verso
podrá encerrar lo que a vos
hay que decirte.

Hago de tus abandonos
(de nuestros abandonos)
una bola de papel ardiente
que atrevida atraviesa el camino
de mi garganta tuya.

Jamás un verso, amiga,
jamás mis manos,
jamás tus ojos,

jamás nosotros.

 

 

Teoremas del Secuestro

 

  • 0.1,4

—Una sombra se arrastra sobre asfalto y lodo.
Su trayectoria deja una huella viscosa, imperceptible,
caracol moribundo en busca de pisada redentora.

Los ojos deslizan todos la nada de su esfera
sobre esa marca, sin parpadeo, mordiscos dando
y lengüeteando sus propias cuencas.

Sorda de sí, ajena al oleaje de las nubes, repta la sombra
junto a las telas que tejen las gargantas,
ásperas, gargajosas, caníbales (esperan turno
para saltarse las otras sobre las unas). Entonces pasa
y no pasa
más que la danza inmortal de los espejos: sigue
su marcha hacia la marcha de este día, al lecho
de este día: su putrefacción, su rey arrodillado ante
la noche; rezongante, viuda de rostro, a rastras
pierde su nombre y se pierde. (Suenan vidrios romperse).

 

 

 

  • 0.1,5

Llegamos al otro lado, donde el cielo se despierta ante los ojos
y en su obstinado estar gime la luz entre la piedra:

Es el cristal, amaestrado por los siglos, enseñoreado
sobre su madre humedecida, y otra vez la piedra que se ríe.

—Si ahora las estrellas no guían nuestros pasos,
¿qué harán los pies si no morder su propio peso?

 

—Correr,

                    medrar,

                                     poner barreras,

 

hacer, en fin, del alma un frío adorno;

                                             y ya no caminar, crecer, estar o ser.

 

El solo orgullo,
el solitario yo desnudo
multiplicado y compitiendo
consigo mismo;

la bestia remplazada por su signo,
la noble bestia secuestrada y humillada
por la razón que al hambre
la gula opone y al hombre,
su nombre y rostro.

Porque una letra en el pequeño
océano de su lenguaje,
                       de su lenguaje incólume,
nada no
           es, sino otra
                              peor cosa:

 

la ola que la ahoga,
ella misma su verdugo,

 

                             la horca
        echándose su nudo
en el pescuezo abstracto.

 

—Pero sabemos que volvemos:

(más arriba)

con fuerza disimulada nuestros ríos                  (más arriba)

                                     sin sentido

                                                           aguas arriba

                                   (más arriba)

remontar queremos;

 

donde un latente origen nos atrae;

 

hacer las paces pretendemos
con el rehén oculto
bajo su garabato.

 

—Y aunque el reflejo a veces nos confunde,
seguimos enfrentados al dilema
del sueño placentero
y cómoda mentira,

hermosas ilusiones
que nublan a lo eterno
y cambian la caricia por el gesto.

 

                                                       Porque la propia obra resplandece,

 

la contemplamos
y la creemos buena
y no hay poder en ella
sobre nosotros que todo lo podemos:

Nosotros la creamos
a imagen nuestra,
lienzo y museo, retrato y dibujante;

anhelo de equilibro
y autoposesión;

sombra sobre la cual
tendrá sentido al fin la luz.

Sobre eso descansamos.

 

 

 

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