Leemos poesía uruguaya. Leemos algunos textos de Eduardo Espina (1954) y los acompañamos de una conversación sobre poética. Eduardo Espina nació en un hospital cerca de una casa, en Montevideo, Uruguay. Vive en una casa cerca de un hospital, en College Station, Texas. Poeta y ensayista. Sus poemas han sido traducidos parcialmente al inglés, francés, portugués, alemán, neerlandés, italiano, albanés, mandarín, ruso y croata. Está incluido en más de 40 antologías de poesía. En Uruguay ganó dos veces el Premio Nacional de Ensayo, y en 1998 obtuvo el Premio Municipal de Poesía. Sobre su obra poética se han escrito tesis doctorales, y extensos artículos de estudio fueron publicados en reconocidas revistas académicas como Revista Iberoamericana y Revista de Estudios Hispánicos. En 2007, por El cutis patrio, obtuvo el Latino Literary Award otorgado por el Instituto de Escritores Latinoamericanos, establecido en The City University of New York, al mejor libro publicado en lengua española en 2006. Sus más recientes libros son Libro Albedrío (Madrid: Varasek, 2022), ensayos, y Mañana la mente puede (Madrid: Amargord, 2022), poesía. En artículo publicado en la revista Letras Libres (México), José Kozer escribió sobre la obra de Espina: “Quizás el poeta vivo más imaginativo del lenguaje en lengua castellana”. En La Agenda Revista (Buenos Aires), Quintín afirmó: “Me prometo reincidir en la poesía de Espina por una razón: tSURnamis me pareció un libro notable y su prosa ensayística en español de la más brillante que hoy se practica al norte del Río de la Plata o al sur del río Bravo, o al este o al oeste. Así de buena es la escritura de Espina, de una creatividad, una fuerza y una gracia que lo despega de sus contemporáneos. […] Eso es lo anómalo de Espina: invita a ser leído con la concentración que se le dedica a los clásicos, con la atención puesta en cada momento de su inspiración siempre en tren de lucimiento, como si asistiéramos a una performance”. En 1980 fue el primer escritor uruguayo invitado al prestigioso International Writing Program de la Universidad de Iowa. Desde entonces radica en Estados Unidos. En 2011 obtuvo la beca Guggenheim.
Alí Calderón
¿Qué te interesa hacer en un poema? O dicho de otro modo, ¿cómo despliegas tu poética en el texto?
Eduardo Espina
La poesía es un acto de la mente cuando entiende que para pensar con brío y poderío debe haber primero emociones. Es requisito que el lenguaje desafíe a la inteligencia, que no sea entretenimiento de matiné ni proclama ideológica. La poesía es lenguaje, camino a cualquier parte con el pie en el acelerador, Sintaxis librada de interferencias. Su coro está compuesto por la inventiva sintáctica, la parafernalia lexical, el zigzagueo clausular en simultáneo y no diferido por la cesura, elementos del team ideal que deben tender una red de contraseñas cuya irresolución nació para vivir en la clandestinidad. En poesía no se trata de escribir sobre lo que a uno le pasa, sino lo que uno pasa cuando las palabras le pasan por encima. Hay que evitar el discurso didáctico de las emociones. El poema debe ser un ejercicio de ampliación de expectativas, una mecánica de distanciamiento de lo inmediato. Para informar de esas cosas está el periodismo. Hay que saber separar a la realidad del lenguaje, y a este de las obligaciones de crear sentido a partir de los grandes enigmas de la condición humana de los cuales la poesía se ocupa mejor que nadie. Para las ideas, está el ensayo; para la novela, el relato; y para la música del habla, la poesía. El poema habilita la melodía muda del idioma que el silencio había dejado de oír. Al poema concierne también la difusión de aquello que la memoria olvida, y en el intento, entrena sus epifanías. Lo peor que un poema puede es permitir que el lector se sienta seguro. Debe decirle que a donde entra quizá no haya salida. El poema no debe sentirse responsable de su nivel de comprensibilidad o no. Con esto en mente, puede abandonar su condición habitual de comunicabilidad. De ahí que el lenguaje quede completo cuando logra ser anfitrión de su cambio y de su disposición a no quedarse conforme con lo que las palabras dicen o evitan decir. Desde que empecé a escribir me di cuenta de que la “gran poesía” que atravesó siglos ilesa es una cuestión de prosodia y sintaxis. Me di cuenta además que yo tenía mi propia sintaxis y prosodia para pasárselas a las palabras. Lo único que hice, en estas tantas décadas de fidelidad al lenguaje y al idioma, es haber sido fiel a ellas, a ambas de manera unánime. Los pensamientos y las emociones vienen, pero si no tienen una sintaxis y una prosodia propia donde residir, así como vienen se van. Dicho todo esto, en un poema lo que me interesa es que mi mente pueda reconocerse en la novedad sintáctica y lingüística puesta a disposición del lector atento, y que el rigor al interrogar a la musa hizo posible. En la escritura del poema entran en escena otros factores, como la simultaneidad y la sincronía alcanzando su propia velocidad. En muchos aspectos, la poesía es más próxima a las matemáticas, a la física y a la ingeniería, que al tango o al bolero. Para las emociones inmediatas están los karaokes, para lo demás que a las ideas compete, la página en blanco. Respecto a la ética del poema, suscribo al comentario de Andrei Tarkovski en Esculpir en el tiempo: “Del hombre me interesa sobra todo su disponibilidad para servir a algo superior, su rechazo a conformarse con la “moral normal del aburguesado”. En tanto servicio a ‘algo superior” que al espíritu le convence sin necesitar la aprobación de la “moral normal del aburguesado”, mi poética parte del yo, de lo que el lenguaje al hablar conmigo dispone. Dije yo. Escribo poesía para ser mi poeta favorito. Quiero escribir, pero me sale Espina.
Alí Calderón
¿Qué crees que ha dejado de ser importante o que ha pasado de moda en la escritura de un poema?
Eduardo Espina
Nunca nada pasa de moda, todo va y vuelve, la literatura es un bumerang, y cuando pensamos que algo se había ido, regresa por la puerta de atrás. El otro día en mi serie preferida de televisión, “The Blacklist”, citaron en dos ocasiones a Tennyson. Dos citas, por cierto, notables. ¿Cómo, no estaba Alfred Tennyson muerto y enterrado junto con su poesía, como lo están Pablo y Matilde juntitos en Isla Negra? El ejemplo no es aislado. En varias de las series más populares de Netflix, no esas de solo acción, sino en la más intelectualoides, citan dos por tres a otros poetas románticos ingleses a los que muchos habían dado de baja hace tiempo. El asunto no es qué dejó de “ser importante o qué ha pasado de moda”, sino qué son capaces de hacer las nuevas voces de la poesía con lo que dejó de “ser importante o que ha pasado de moda”, para que vuelva a tener importancia. Tan es así todo esto, que cuando comencé a escribir y publicar, nadie me prestó atención. Por haberme autoexcluido no pertenecía al paradigma Parra o Lezama Lima (dos poetas que por cierto a mí no me interesan, me aburren más bien), ni era un asalariado amateur del grupito seguidor de Benedetti, a los cuales en principio les fue bien, hasta que ya no les fue bien. Por lo tanto, tuve que hacerme a la buena de Dios. Hoy en cambio, cuando las certezas y la tiranía del gusto se han ido al carajo, y no hay canon ni paradigmas que se impongan, mi poesía, sana y a salvo, agradece a la tenacidad por su insistencia, por el valiente acto de haber sobrevivido a ortodoxias de distinto pelaje y no haber muerto en el intento. En mi intransigencia he sido un francotirador, y así voy a morir.
Alí Calderón
¿Has leído recientemente poemas que te parezcan significativos o particularmente buenos? ¿Quiénes son los poetas que te entusiasman ahora?
Eduardo Espina
Leo a diario unas siete horas, y otras tres las dedico a escribir. Vivo para las palabras, y en su compañía se me ha ido la vida. Leo absolutamente de todo, poesía, ensayo, novela, etc. necrológicas y crónicas deportivas. Leo hasta información sobre bodas, porque una vez a la semana en el diario local (vivo en un pueblo) publican información sobre gente que se casa. No sé si las grandes novedades literarias hoy en día están en la poesía, mejor dicho, no sé si a quienes todavía leen poesía les interesan aquellas escrituras innovadoras y originales, que son poquísimas, porque ser diferente cuesta el oro y el moro. De ahí el éxito que tienen poetas en lengua inglesa con escasa novedad a nivel sintáctico –que es donde deben estar las principales novedades en poesía– como Anne Carson, Louise Glück, Mary Ruefle, Sharon Olds, Jorie Graham, Mary Oliver, Fanny Howe, Charles Simic, y paro. Son poetas que escriben una poesía solo OK, como Oklahoma, insípida e inofensiva para mi gusto, pero que poco o más bien nada nuevo han aportado al discurso de la novedad a todo trapo con el cual se construido la lírica moderna. En el mundo de la música, los cantantes que más sospechas despiertan son los llamados “one hit wonder”, aquellos que han tenido un solo éxito. No me interesan los poemas de un “one hit wonder”, sino aquellas obras que a lo largo del tiempo, a pura constancia e inspiración, consiguen imponer una voz reconocible. Poemas significativos por unidad los hay por montones. Yo no aspiro a eso, ni al éxito, sino a localizar voces capaces de engarzar una poética propia. Al respecto, estoy traduciendo a dos poetas estadounidenses que casi nadie conoce en el mundo hispano, Loren Goodman (radicado en Corea del Sur) y Ariel Resnikoff (radicado en Israel), estoy escribiendo tres largos prólogos (no menos de 30 páginas cada uno), para libros de ‘obra reunida’ de tres poetas con registros reconocibles, los tres en pole position: Francisco Layna y Benito del Pliego, españoles, y Augusto Munaro, argentino. Por lo tanto, esos son algunos de los que me parecen “significativos o particularmente buenos”. Hay otros, los que ya conocen y están en mi régimen de afinidades, pero la lista es corta. Estoy terminando de escribir un libro a manera de ‘poética’ –casi 400 páginas monumentales– sobre lo que soy cuando escribo poesía, y sobre las palabras de la época en la que me siento incluido. Neobarrococó/Acoso de lo real, se llama, y ahí menciono a todos los pocos que me interesan, también a ustedes.
***
Razón de todas las cosas
(Los amantes antes y después)
De tal manera imaginaria, las cosas sucedían
para que todo fuera a deshora en lo desusado:
la racha entrometida del dedo en el deshabillé,
las alabanzas a la blusa azul al soltarla hasta el
desacato de desabotonar de las polainas a las
bragas en remedo de ilusiones todo lo demás,
y así, la castidad a su holocausto, él, o al final.
Aposento de cuanto fue cuando a la vida huía
y a los labios venía a darse por vencido pero,
igual, no. Nadie en el hado más de la cuenta.
El cuerpo importa a partir del arte por atrás.
Una idea se da, puede ser donde menos nace,
todo nombra, la piel a solas cede al resultado.
Está la realidad para decir adiós hace mucho.
En la ducha, los afeites hermosean el enredo,
el agua regresa a las noches donde se bañan.
El amor, es la única imposibilidad necesaria.
(La caza nupcial, 1992)
Lengua materna
(Está escrito y entonces se escucha)
La mirada sueña su ser sin ser cierto.
Nada imprescindible es inversamente
proporcional: el uso sacia lo silvestre,
el empolvado a la par de la apariencia.
Hace un rato, y en el país aún paisajes.
Las palabras preguntan por las plantas
en lo que no podrían responder, ¿y, si
lo son? Abruma un deslumbramiento,
y dentro de la casa casi una situación;
la casa, ese espejo para pecar después.
Todo lo nuevo tendrá redor de urracas,
librada membrana adonde despertarse.
Corre a sus ansias una visión valiente:
el río sagrado en lugar de los hogares,
la velocidad del oro en aras del viento.
Entre tanto el árbol del tabú osó soltar
azores por las montañas nunca únicas,
pasó el pulso del papiro a la memoria
al morir la hora entre la ausencia y un
espesor infinito: algo todavía por ipar
y pare al alba el hábitat la sílfide feliz.
Raspa por el paisaje lo que no es poca
cosa y la costumbre de obrar en breve.
Ya el tiempo o regresa la idea a su lid,
regla grave para agregar a los agüeros.
Detrás del austro otro estruendo atraen
distraído por traer a las horas un drama.
Entre hoy y ya pasaron varias semanas;
quede para el domingo lo interminable,
el perfume cuya forma fue la felicidad.
Algún rato será mientras el aura ocurra,
rápido rasgando la suerte de herraduras
cuando a ras la siembra reciente roza al
sauce en la sequía pero sin nunca serlo:
nada simple es similar a la próxima vez.
¿O ha de ser el infinito, puro fin, de qué,
y del cielo, qué ha sido por asomar ahí?
Altura callada, hada del más dócil nido
de voz a variar con la voluntad del tala.
Tilos, hielo, años de ñandubay como va
único el corazón del agua a darles caza,
y zarzales al hacer del azur el resultado
y razones para las zorras en la cerrazón.
Va por tal porvenir el dorado anuro, va
la paja al pico en su pájaro, gira airado,
a lo invencible viaja antes de saber esto.
Ah del aire a solas, cuyo punto de vista.
Cimas, alma para no dejar de parecerse
al cierzo donde tanto está que ya estará
cada vez más cerca del sol hacia el alba
librada de madréporas, de mirar encima
la misma similitud de lirios a ras del aire.
Sea hasta turbar fuera una infinita esfera
contra la fronda que en canéfora viajara
por ver al verano esperando la respuesta,
plan inmóvil que la paz ponía en peligro.
Oh ¡del tiempo! para después de los días
dados a la penúltima ¡idea! que les diera,
lingua, gualichos, noche de yutes chatos
siempre y cuando en el tranco aprendan.
Es por eso de pagarle a la belleza lares.
Pero no todo embellecimiento hablará
de lo oblicuo en la arboleda: el bosque
bañado de vencejos, da el visto bueno;
está la luna para que luego la explique.
En la gema del ojo grazna lo agrietado.
Dentro, lo que no es nada, deja de ser.
(El cutis patrio, 2006)
Octubre 27, 2010 *
(Hace dos años, la vida tenía dos años menos)
La época aprende del pasado apenas empieza a pesar de las
razones que han de ser las de siempre si uno igual lo piensa.
Corría el río con su largo color marrón arrepentido de haber
pedido perdón sin saber adónde fue a dar el agua a la marea
guarecida de las olas a las cuales, hizo el argavieso longevas.
Adelantándose al lucero que no confía en el fin, el arísaro se
sacaba la transparencia de encima con demasiada facilidad.
Venía ante los ojos un viento en comba a cambiar de habeas,
como costumbre tenía matar lembranzas con años bisiestos.
Debió de haber algún motivo para llevar a cabo la búsqueda
del bien sin mirar a cuantos quisieran haberlo sabido mejor.
En la mente anterior el tema sería hablar de interfectos al filo
del mediodía de acuerdo al cual, el cuerpo nunca tiene la culpa.
A la emoción el olvido asoma a mayor velocidad, borra errores
pertenecientes, cambia de ambiciones, de vidas, porque puede.
Con todo eso hasta intentar hacerlo la memoria tienta al tiempo,
desempeña su papel entre seres ansiando seguir por anticipado.
Si uno viera de nuevo, está la invisibilidad para avisar quién vino.
Imitando al ámbito de ambos, los aromas definen los efluvios que
a su antojo los mantiene de tanto en tanto a tono con el esplendor.
La verdad de los cementerios halla la manera para no llegar antes,
en la repetición de sus aspectos lo real responde pronto a un plan.
Vaya modo de procurar entender la idea de algún mundo a través.
Nada hace falta para que árboles, flores y fosas sepan dónde están.
A lo largo del parterre que les dieron a elegir entre una cosa y otra,
las lilas han dado alcance a cuanto serán (habría que decirles a los
occisos por qué la ausencia antes de serlo se hizo pasar por ellos).
Es eso de lo que a partir de ahora dejare para hoy, son esos actos
afines a lo recíproco, a la sílaba atisbada en la próxima afirmación.
Mal que le pese a la suerte, el trébol encontrado en secreto entra al
rastro por la puerta activa, siente el azar que seguido lo traicionan.
En mitad del bosquecillo, en el acto de ocultar el desorden del aire,
las imágenes se amontonaban para no sentirse perdidas en acción.
Hubiera sido demasiado mencionar la odisea que desencanta a los
difuntos porque, la muerte miente por miedo a quedarse dormida.
Traídas al adiós de las presencias con un léxico autodidacta, son la
seda según el gusano, el agua de cuyas orillas sale en fila la belleza.
Ceibos, pirúes, álamos de monte, rosales por hacerle mal a nadie;
estas plantas, dieron a oír sus razones con demasiada frecuencia.
Dijo en otra parte Paul Claudel, poeta muy católico: “Escucho. No
siempre comprendo, pero igual respondo”. Tal como en la Biblia,
donde no todo el olvido está perdido, cabe al albedrío del ábrego
responder porque la fe, no sabe cómo ni menos, quedarse a vivir,
a contar las cuitas de alguien más a resucitar entre cesuras por ser
las vidas las propias palabras y el pasado, los años añadidos a uno.
En este sitio hasta donde me trajo el taxi escucho a las dalias decir
de qué manera materia y mortalidad pueden llegar hasta el fondo.
Para hacer de cada letra una más, escribo a través mío un adjetivo
debajo de un viejo ubajay donde los pájaros vienen a abrir los ojos.
Las sombras han sido de lutos altruistas según los cuales, uno puede
llegar tarde a la persona a punto de dar por cumplido el aprendizaje.
Voy despacio, como haciendo caso omiso a las pausas de la lentitud.
De un tiempo a esta parte pude aprender el sentido de camposanto,
la ubicación de las tumbas, el valor del réquiem para los enterrados,
la importancia de tener palmeras, por si el alma al subir las necesita.
Palabras que nunca antes había escrito: velatorio, exequias, mortaja,
crematorio, aproximan la lengua a la prosodia donde se siente sorda.
Salvo que la memoria disponga lo contrario, salgo ileso del resultado.
A los muertos no les importa qué opinión pueda tener del día el ayer,
huyen del clavel del aire con el que hicieron otros del aroma un bien.
Queda el eco a merced de lo sagrado agraciando a santos y usureros.
Si el cielo fuera a esta hora, entonces dejar al cielo de ahora en más.
Empeñado en ser parte del pensamiento, el tiempo prefiere la falta
de explicaciones: las almas, un montón para la tristeza, se animan.
(Todo lo que ha sido para siempre una sola vez, inédito)
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(*) Ruth Mabel Villafán de Espina, mi madre, murió el 3 de diciembre de 2008. Recién a los dos años pude por fin visitar su tumba situada en el Cementerio del Norte de Montevideo. La noche del día anterior tomé el vuelo de American Airlines de Dallas-Fort Worth a Buenos Aires, con conexión posterior a la capital uruguaya. Al llegar a Ezeiza me sorprendió el silencio reinante, algo raro para un aeropuerto. No era un silencio sordo al cielo, era otro, muy diferente. Ahí mismo quise saber, cuántos tipos de silencio puede haber en la realidad. Más de uno. Pero, ¿cuántos? Apenas bajé del avión, tomé el primer taxi que encontré. Le pedí al chofer que me llevara a la necrópolis. Aunque fuera dos años tarde, debía conocer cuanto antes el rectángulo dónde sepultados están mi madre y mi padre, cenizas como ahora son en la misma urna. Fue la forma inmediata de confirmar el lugar preciso de la ausencia por partida doble. Camino a dónde íbamos, el taxista me dijo con aire de espontánea incredulidad: “¿Vio lo que pasó? Murió [Néstor] Kirchner”. En el cementerio, había un silencio de aeropuerto.